Alocución de Santiago Carrillo sobre la detención de Julián Grimau (noviembre de 1962)
El discurso del secretario general del PCE, Santiago Carrillo, se
produce unos días después de la detención en Madrid del destacado
miembro del Comité Central del PCE, Julián Grimau, el 8 de noviembre de
1962. El tono solemne dirigido a todos los españoles -y no solo a los
militantes comunistas- era norma habitual en las emisiones de “La
Pirenaica”. Aunque era emisora de partido, pretendía ofrecer un enfoque
plural fomentado especialmente desde la apuesta por la reconciliación
nacional en 1956.
En 1962 la dictadura franquista se enfrentó a un intenso despertar del
movimiento obrero con las huelgas de Asturias y el resto del país, que
fueron contestadas con un recrudecimiento de la represión (doc. 43).
Estas movilizaciones implicaban un crecimiento de la actividad del PCE,
que en Madrid contaba -desde la detención de Simón Sánchez Montero- con
Julián Grimau como responsable de la organización en el “interior”. Por
ese motivo, al igual que todos sus predecesores, era el objetivo
prioritario de la policía política franquista, la Brigada Político
Social (BPS).
Tras la detención de Grimau se instruyó un procedimiento judicial por
“intento de suicidio” en las dependencias de la Dirección General de
Seguridad (DGS) de la Puerta del Sol, pues según la BPS “al
invitarle a que pasase a la Inspección de Guardia […] se volvió
rápidamente y tomando un gran impulso, al tiempo que ponía un pie en una
silla próxima a una ventana, se arrojó a través de los cristales a la
calle”. Desde la guerra los casos oficiales de “suicidio” habían
sido recurrentes pues escondían muertes por torturas en los cuarteles de
Falange o de la Guardia Civil, comisarías y sedes de la DGS. En 1939
hubo al menos una muerte a causa de la violencia policial en cada una de
las 9 comisarías de distrito de Madrid y 12 en las sedes de la DGS
(Serrano 108 y Puerta del Sol). Las malas prácticas policiales contaban
con el respaldo judicial. Los jueces siempre otorgaban credibilidad a la
Policía, descartaban la posibilidad de existencia de torturas y, en
caso de que éstas fueran irrefutables, certificaban que aquéllas no
habían sido determinantes para provocar la muerte del detenido. El
sumario por intento de suicidio de Grimau fue sobreseído (15 de enero de
1962) sin apenas diligencias. No fue permitido el informe de un médico
independiente, ni declaración de la víctima a propuesta de la defensa,
ni recreaciones para verificar si efectivamente había sido un intento de
suicidio o por el contrario, fruto de una actuación policial, es decir,
lanzado al patio de la DGS desde el despacho donde le interrogaron. El
parte médico describía los dos brazos escayolados y fractura de cráneo,
de la que Grimau tuvo que ser operado de urgencia en una clínica de la
calle General Ricardos en Carabanchel y de ahí trasladado al Hospital
Penitenciario de Yeserías. A otros comunistas, como José Sandoval,
Carlos Álvarez o Víctor Díaz Cardiel, cuando posteriormente pasaron por
el mismo despacho de la DGS, la Policía quería convencerles de que su
camarada se había lanzado por la ventana.
Las intensas movilizaciones de 1962 avivaron el debate en el seno de la
dictadura, entre aperturistas e inmovilistas, sobre quién debía recaer
la persecución y condena de toda oposición política o sindical. Desde
1936 esas competencias judiciales eran monopolio de la jurisdicción
militar, lo que era objeto de denuncia por organismos como el Comité
Internacional de Juristas de Ginebra. Para evitar esas críticas, los
tecnócratas/aperturistas pretendían limitar ese protagonismo militar. No
es ajena a esa pretendida modernización jurisdiccional la petición de
ingreso en el Mercado Común cursada el 9 de febrero de 1962 por el
ministro de Asuntos Exteriores, Fernando Castiella. Era preciso mostrar
la cara más amable de la dictadura ante la Europa democrática. Los
inmovilistas, en cambio, tenían sus “argumentos” para dar un escarmiento
ejemplar a la oposición antifranquista. La víctima elegida, Julián
Grimau, era el preso de mayor relevancia en el organigrama del partido
más destacado entre sus enemigos.
A pesar de que en los consejos de ministros, desde febrero de 1963, ya
se estudiaba el proyecto de creación del Tribunal de Orden Público para
sustituir a la jurisdicción militar por la civil, retrasaron su puesta
en marcha con el único objetivo de condenar a muerte y ejecutar al
dirigente comunista, puesto que los tribunales civiles previstos no
podrían imponer la última pena. Manuel Fraga, ministro de Información y
Turismo, tuvo un papel fundamental en la campaña de difamación a través
de la prensa, primero para defender el presunto intento de suicidio
(como haría años después con el asesinato de Enrique Ruano) y después
con la presentación de Grimau como el “criminal responsable de una
checa” en la Barcelona republicana, mediante pruebas manipuladas. El
proceso judicial sufrió los vicios y la falta de garantías jurídicas
habituales desde el golpe de 1936, pero 26 años después de éste y tras
23 años de “paz”.
Finalmente, el 20 de abril de 1963, Julián Grimau fue fusilado. Sería el
último ejecutado por acusaciones sobre acontecimientos sucedidos
durante la guerra civil. La dictadura permaneció inflexible, a pesar de
la movilización del PCE y todas sus organizaciones hermanas, con
manifestaciones ante las embajadas españolas y la presión internacional
con las peticiones de clemencia, entre otros, de Isabel II de
Inglaterra, Nikita Jruchsev, Juan XXIII, obispos de París, Santiago de
Cuba, Milán,...
Fuente: Mundo obrero
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