Nacido en Penza, en la meseta del Volga, en 1895 e hijo de un
funcionario ferroviario que tuvo un papel activo en la revolución de
1905 y fue deportado por ello, Vladímir Yákovlevich Zubtzov comenzó muy
pronto a militar en la facción bolchevique del partido socialdemócrata,
participando en la revolución de octubre. Sin embargo, poco después se
une a los blancos o es movilizado por ellos (hay dudas al respecto) y
recibe instrucción en Oremburgo e Irkusk, siendo enviado como teniente a
un regimiento en Ufá, donde deserta con los dos pelotones a su mando y
se pasa a los rojos en octubre de 1919. Destinado en Kansk, conoce allí a
Varvara que será la compañera de su vida. En 1921 publica una novela, Dos mundos,
cambiando su apellido a Zazubrin, que podría traducirse por “mellado”,
pues es consciente de la autocensura impuesta al darle forma.
Escribe luego las narraciones de la Trilogía siberiana y la colección de relatos Por los caminos intransitados,
y también crea una Asociación de Escritores de Siberia, cuya amplitud
de miras e independencia la hacen ser acusada de pequeñoburguesa. Para
acabar de fastidiarlo, en el primer congreso de esta, en 1926, cita un
texto de Trotski. No obstante, la amistad de Gorki le permite ir
capeando el temporal y cuando pierde su trabajo en Siberia, él le busca
otro en Moscú. Un año después de la muerte de Gorki, en junio de 1937,
Zazubrin es arrestado. Con las torturas se derrumba y firma una
declaración completa de culpabilidad. En septiembre es fusilado.
“La astilla” es el primer relato de la Trilogía siberiana y
fue compuesto como todos los que la forman en 1923, aunque no vio la luz
hasta 1989. Llevado a la pantalla en 1992, ganó popularidad con el
título de El chequista. Se describen en él con realismo las
rutinas de una Checa provincial, incluidos interrogatorios y salvajes
ejecuciones. Andréi Srubov la preside con mano férrea, convencido de que
el amor por Ella (la revolución) lo justifica todo, pero cuando ha de
aprobar la muerte de su propio padre y su mujer lo abandona porque
comienza a tenerle miedo, las contradicciones se agudizan en su interior
y lo llevan a la locura. La prosa expresiva, radiante de metáforas, nos
acerca al abismo psicológico de Srubov, al tiempo que hilvana una
meditación extrema sobre el sentido de la violencia.
“La verdad pálida” nos presenta a un hombre de corazón noble, el
viejo bolchevique Nikolái Averiánov, recién nombrado comisario del plan
comarcal de aprovisionamiento. El que trabajó en una forja en su
juventud, lucho en las dos guerras y luego dirigió una cárcel se
enfrenta ahora a complejos retos de contabilidad y burocracia que lo
desbordan. Trata de hacerlo todo lo mejor posible, derrochando esfuerzo,
pero pronto cae en manos de corruptos que logran manejarlo a su
albedrío. Cuando se entera de los chanchullos de estos los denuncia,
pero ellos le inculpan a su vez y el asunto se enreda en un cruce de
acusaciones del que sale malparado.
“Vida en común” retrata la coexistencia comunitaria de altos
funcionarios del partido y sus cónyuges y vástagos en una casa con
precarias instalaciones. Los problemas de las parejas, que para el autor
tienen su definición más sintética en Maupassant: “El matrimonio es un intercambio de malos humores de día y malos olores de noche”, provocan una cierta promiscuidad mientras felicidad y desgracia ruedan veleidosamente y la sífilis se enseñorea de todos.
El libro lo edita Eutelequia en su colección Círculo d’Escritores
Olvidados con traducción, presentación y generosas notas de Joanna
Szypowska. Un epílogo de la propia traductora analiza en detalle el
contexto histórico de los tres relatos, mostrando como estos revelan la
visión personal de Zazubrin sobre momentos cruciales del régimen
soviético. Si un defecto podemos poner a la edición, por otro lado
magnífica, es que la transliteración y acentuación de los nombres rusos
no se ajusta a veces a las normas habituales.
Trilogía siberiana es un cuaderno de notas que encierra una
reflexión sobre el significado y posibilidades humanas de la revolución.
Zazubrin se complace en colocar contra las cuerdas a los personajes
destacados de la vida soviética, y vemos que sobran argumentos para
zamarrearlos y hacerlos caer. El mensaje era vital porque ponía de
manifiesto que Ella llevaba crueldad y torpeza en su seno que al final
podían comprometerlo todo.
Parece ser que un comentario crítico de nuestro hombre, bastante
irrelevante por lo demás, realizado en presencia de Stalin fue lo que
aceleró su detención y ejecución. Su fidelidad al proyecto soviético era
firme, pero su vocación de aguafiestas no tenía fácil acomodo en
aquellos tiempos.
Jesús Aller
Fuente: Rebelión
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