«El
Cuartel General a mi cargo, siempre deseoso de encarrilar a los pueblos
por el sendero de la libertad, del bienestar y del progreso y
procurando siempre arrancarles la venda del obscurantismo y del error
que pudiera extraviarlos y hacerlos caer una vez más entre las férreas
cadenas de la esclavitud y de la más degradante miseria, hoy ha estimado
de su deber dirigirse a todos los habitantes de todas las poblaciones
que actualmente asumen una actitud hostil a la revolución, con el fin de
persuadirlos a que depongan esa conducta y francamente se unan a la
causa popular, desligándose en absoluto del vandálico y nefasto bando
carrancista.
El movimiento revolucionario se ha iniciado y ha sostenídose, a no
dudar, para bien de la clase humilde del país, y ésta ya ha saboreado
los frutos que trae consigo la revolución. El Cuartel General que me
honro en dirigir, consecuente con los altos fines que se persiguen, en
todo tiempo se ha preocupado porque los pueblos y demás comunidades
comprendidas en la zona dominada por el Ejército Libertador, goce de
todas clase de garantías en sus personas e intereses, y al efecto, ha
expedido las disposiciones conducentes, entre las cuales se encuentra la
circular del 31 de mayo de 1916, que permite a los vecinos de cada
lugar armarse y organizarse para defenderse de los malhechores y de los
malos revolucionarios.
Los pueblos, correspondiendo a los nobles y benéficos procedimientos
del Cuartel General, lejos de volver sus armas en contra de la gran
revolución agraria, deben por su propia conveniencia secundarla,
uniéndose a ella, procurando a lo menos ayudarla con elementos de vida,
pues que los soldados libertadores para su subsistencia necesitan el
auxilio de los pacíficos o no combatientes. La circular antes citada, a
la vez que se propone otorgar amplias y cumplidas garantías, a toda
persona, le crea obligaciones imprescindibles, sólo mientras dure el
estado de guerra; estas leves cargas son perfectamente soportables,
puesto que los pueblos hoy por hoy, están relevados de toda
contribución, lo mismo que exentos de pagar toda renta por el cultivo de
tierras.
Por otra parte, las autoridades municipales y el vecindario de cada
localidad, están en la obligación de no confundir la mala conducta de
algún falso revolucionario con la del Cuartel General, transformando un
asunto personal en cuestión relacionada con los intereses de la
revolución; porque si es cierto que hay jefes desordenados e
intemperantes, el Cuartel General en nada interviene a su favor,
procediendo, al contrario, incontinenti, a reprimir cualquier atentado
contra personas o intereses, estimando que un pueblo está en su derecho
para obrar con energía respecto de algún militar abusivo, pero no así a
oponerse al curso de la propia revolución.
Además, es preciso que los pueblos a que aludo se den cuenta de que
el carrancismo está próximo a derrumbarse y que en su caída arrastrará a
muchos inocentes engañados. Así lo indican los acontecimientos que
ocurren. Carranza carece de dinero, de hombres y de toda clase de
elementos, y lo que es peor todavía, de prestigio. Numerosos jefes antes
adictos a su facción lo han abandonado, indignados por los múltiples
atropellos que ha cometido contra todas las libertades y contra todos
sus derechos, y también porque ha faltado a todos sus compromisos. Las
defecciones en sus filas se suceden a diario, y las sublevaciones están a
la orden del día. Los Generales Francisco Coss, Luis y Eulalio
Gutiérrez, Eugenio López y José María Guerra en Coahuila y Tamaulipas;
Cervera y Arenas en Puebla, los subordinados de Mariscal en Guerrero,
José Cabrera en México, y otros muchos jefes en distintos puntos del
país han desconocido a Carranza convencidos de la perfidia que es su
norma, y de las traiciones que ha consumado; todos ellos se han adherido
a la causa, trayendo un contingente de más de veintiocho mil hombres.
Esto sin contar con el levantamiento de los Yaquis, sedientos de tierras
en Sonora, la de los Coras y Huicholes en Tepic, la de los mineros en
Santa Gertrudis, La Luz, Loreto y el Chico, pertenecientes a Hidalgo, y
las de otros varios lugares de la República.
En la situación bamboleante que atraviesa, y previendo ya su
derrocamiento en breve tiempo, el viejo hacendado de Cuatro Ciénegas,
Venustiano Carranza, se ha valido del ardid más odioso y condenable para
prolongar la vida de su llamado gobierno; ha empleado el engaño,
haciendo creer a los incautos que la revolución está vencida, y que su
regímen se consolidará; ha seducido a los pueblos o bien los ha obligado
por la fuerza para que le presten su contingente de sangre como carne
de cañón, prometiéndoles orden y garantías que no puede ni está
dispuesto a hacerlas efectivas, puesto que sus chusmas, en su insaciable
sed de rapiña, no han respetado ni honras ni vidas, ni tampoco
intereses. Ofrece hoy garantías, para al día siguiente pisotearlas todas
por medio de sus hordas de ladrones y asesinos, que no teniendo otra
manera de vivir, no respetan ni la ropa desgarrada que porte el más
desheredado de la fortuna.
Cuando el tirano ofrece garantías, abriga únicamente la intención de
allegarse prosélitos, sirviéndole este ardid para embaucar ignorantes
que mañana, al derrumbarse su mentado gobierno, le sirvan de barrera
para huir cómodamente al extranjero, a disfrutar los dineros robados al
pueblo mexicano, abandonando esa carne de cañón, a su propia suerte.
A mayor abundamiento, Carranza, en vez de satisfacer las aspiraciones
nacionales resolviendo el problema agrario y el obrero, por el reparto
de tierras o el fraccionamiento de las grandes propiedades y mediante
una legislación ampliamente liberal, en lugar de hacer esto, repito, ha
restituido a los hacendados, en otra época intervenidos por la
revolución, y las ha devuelto a cambio de un puñado de oro que ha
entrado en sus bolsillos, nunca saciados. Sólo ha sido un vociferador
vulgar al prometer al pueblo libertades y la reconquista de sus
derechos.
En cambio, la revolución ha hecho promesas concretas, y las clases
humildes han comprobado con la experiencia, que se hacen efectivos esos
procedimientos. La revolución reparte tierras a los campesinos, y
procura mejorar la condición de los obreros citadinos; nadie desconoce
esta gran verdad. En la región ocupada por la revolución no existen
haciendas ni latifundios, porque el Cuartel General ha llevado a cabo su
fraccionamiento en favor de los necesitados, aparte de la devolución de
sus ejidos y fundos legales, hecha a las poblaciones y demás
comunidades vecinales. Por todo lo expuesto, hago un llamamiento
fraternal y sincero a todos los pueblos arteramente seducidos por los
carrancistas, manifestándoles que aún es tiempo de que reflexionen
madura y concienzudamente sobre su conducta y se convenzan de su error,
volviendo sobre sus pasos y alistándose en el formidable partido
revolucionario; bien entendidos de que el Cuartel General a mi mando,
francamente está decidido a olvidar los hechos pasados y recibir con los
brazos abiertos a los hijos de esos pueblos, a los que ofrece
solemnemente su mano amiga, y librar en consecuencia órdenes terminantes
a los jefes militares del rumbo, a fin de que por ningún motivo los
molesten tan pronto como cambien de actitud y se aparten abiertamente
del perverso y funesto grupo carrancista, resueltos a ayudar en alguna
forma a la sacrosanta causa del pueblo, sintetizada en el Plan de Ayala
que es su enseña.
Conciudadanos: todavía es tiempo de que os alejéis del profundo
abismo, todavía es tiempo de que volváis al buen camino y dejéis a
vuestros hijos la herencia más preciosa que es la libertad, sus derechos
inalienables y su bienestar; podéis aún legarles un nombre honrado que
por ellos sea recordado con orgullo, con sólo ser adictos a la
revolución, y no a la tiranía personificada de Carranza.
Reforma, Libertad, Justicia y Ley».
Fuente: https://www.ersilias.com