Fotografía de archivo del 12 de marzo de 2018 del actor
Juan Diego que ha fallecido este jueves a los 79 años de edad.
EFE/JuanJo Martín
JUAN DIEGO, LAS MIL VIDAS DE UN ACTOR ROJO, BÉTICO, SERIO Y COMPROMETIDOFallecido este jueves en Bormujos (Sevilla) a los 79
años, el intérprete queda en la memoria sentimental de los españoles a
través de sus numerosísimos y recordados papeles en cine, teatro y
televisión
Para muchos será siempre el despiadado Señorito Iván de Los santos inocentes. Para otros, el mejor Franco que ha dado la pantalla, el de Dragón Rapide. Hay quien no olvida el Sergio Maldonado de El viaje a ninguna parte, o el San Juan de la Cruz de La noche oscura. Y para los más jóvenes, su rostro es y será el del comisario Lorenzo Castro Riquelme de Los hombres de Paco, o el Antonio Delgado de Padre Coraje.
Todas esas vidas y docenas más encarnó el actor Juan Diego Ruiz Moreno a
lo largo de su extensa carrera, una pasión por los escenarios y por la
pantalla que solo podía acabar con su muerte, acaecida este jueves a los 79 años en Bormujos (Sevilla), su localidad natal.
En sus años madrileños solía comentar a los amigos que no había
olvidado nunca la música de los campanilleros de su pueblo, la banda
sonora de su infancia, así como las dificultades del mundo rural. Su
recuerdo más traumático era el de ser obligado por su padre a comer
aceitunas con cuchara: desde entonces, no podía ver una en una ensalada.
No obstante, aseguraba haber tenido una niñez feliz, que marcó su
carácter sociable y comprometido.
La llamada del teatro sonó para él muy pronto, y a los 15 años
ya debutaba sobre las tablas. Trasladado a Sevilla, amplió su formación y
no tardó en foguearse en espacios televisivos como Estudio 1,
al tiempo que iba decantando su militancia política, del Frente de
Estudiantes Sindicalistas al Partido Comunista (PCE), que sería su
formación para siempre.
El trabajador obsesivo Juan 'Pliego'
Con algo más de 30 años, y siendo pareja de una talentosísima
jovencita llamada Concha Velasco, promovió una huelga de actores que
luchaba por la reducción de las jornadas laborales en el teatro. La
batalla antifranquista siempre lo tuvo en la trinchera. Tan tenazmente
siguió ejerciendo su compromiso, que los compañeros llegaron a apodarlo Juan Pliego porque siempre andaba recogiendo firmas para alguna causa.
Sus inicios en la capital, no obstante, no fueron fáciles. Se
mezcló con la bohemia del Café Gijón, de la que obtuvo amistades
duraderas entre los actores y los letraheridos, y se dice que en los
tiempos más duros llegó a dormir al abrigo del metro, por no tener con
qué pagar una pensión. Pero sus dificultades económicas no durarían
mucho.
Empezó a darse a conocer en el cine junto a otra joven genial, Ana Belén, en La criatura de Eloy de la Iglesia, pero su salto definitivo a la fama vino con Los santos inocentes (1984) de Mario Camus, seguida de El viaje a ninguna parte
(1986) de Fernando Fernán Gómez, formando parte en ambas de los
repartos más memorables del celuloide español. En todos estos trabajos
empezó a demostrar un método de trabajo obsesivo, de profunda inmersión
en sus personajes, que casi llega a poner en peligro su estabilidad
emocional, especialmente en las citadas Dragon Rapide (1986) de Jaime Camino –donde hubo de meterse en la piel del dictador que más odiaba–, La noche oscura
(1989) de Carlos Saura, filme en el que se sometió a los martirios de
Juan de la Cruz tratando de reflejar la potencia de su mística, así como
en Cabeza de Vaca (1991) de Nicolás Echeverría.
A pesar de acumular nominaciones a los Goya, su primer premio no llegó hasta su papel de capuchino en El rey pasmado (1991) de Imanol Uribe, honor que repitió con París-Tombuctú (1999) de Luis García Berlanga, y Vete de mí (2006),
de Víctor García León. Juan Diego también recibió otros
reconocimientos, como la Medalla de Andalucía en 2003, el título de Hijo
Adoptivo de Sevilla, y el reciente nombramiento como hijo predilecto de
su pueblo Bormujos que quedó sin celebración por su salud.
A partir de los años 90, en cambio, fue tomando discreta
distancia de los platós de cine y se centró más en una carrera teatral
que nunca había abandonado del todo. Su papel en El lector por horas (1999),
de José Sanchis Sinisterra, le valió su único premio Max, pero Juan
Diego imprimía su sello a cualquier proyecto en el que se involucrara.
Sus compañeros podían verle relajándose con una copa después de una
función –siempre fue un noctívago de fondo–, y de improviso verle
marcharse. Cuando alguna vez le preguntaron que adónde iba, respondía:
“A estudiar, a estudiar”.
La misma seriedad en el trabajo desplegó con su faceta televisiva, ya fuera con el Benito Zambrano de Padre Coraje (2002) que bajo las órdenes de Álex Pina con Los hombres de Paco (2005).
A pesar de ser una estrella más que consolidada en el firmamento
actoral español, en los últimos años dedicó no poco tiempo y energías a
atender a nuevos cineastas como Pablo Berger (Torremolinos 73), Mireia Ros (El triunfo), Roger Gual (Remake) o Secun de la Rosa, con quien el año pasado estrenó el que sería su último largometraje, El Cover.
Corazón verdiblanco
Junto a la faena actoral, su gran pasión era el Betis, el equipo
de sus amores. Una vez, conversando con su amigo y conmilitón Manuel
Vázquez Montalbán en presencia del escritor Antonio Hernández, le
preguntó a aquél: “¿Tú has leído El Betis, la marcha verde? ¡Un
intelectual que dedique a su club un libro así, eso no lo tiene el
Barça!”. El mismo club que le dio una última alegría –tras tantos años
de manque pierda– conquistando la Copa del Rey hace tan solo unos días.
De lo que no tienen dudas quienes le conocieron es que vivió y
se bebió la vida a fondo, con intensidad y elegancia, y esa es solo una
de las lecciones que dejó a su público, junto a esas otras mil vidas que
forman ya parte de la memoria sentimental de los españoles.
Alejandro Duque
Fuente: eldiario