martes, 24 de marzo de 2009

LA REVISTA ARCHIPIÉLAGO DEJA DE EDITARSE TRAS LA PUBLICACIÓN DE SU ÚLTIMO NÚMERO 83-84

CARPETA Nº 83-84:
"ESTADO CRÍTICO"

Archipiélago. Cuadernos de crítica de la cultura ha dedicado este número a la Crisis, porque, al parecer, el mundo entero ha entrado en “estado crítico”. No sólo los que han estado desde siempre en crisis, pero que como ellos no sabían el diagnóstico, se llamaban sencillamente pobres, sino los que gozaban de rozagante salud y ahora están de viático. Habría que distinguir entre crisis y crisis..., pero parece que no, que el Orden dominante tan afanado desde siempre a establecer distancias y clases entre sus súbditos, bajo el Régimen del Bienestar quiere democratizar también el Malestar y nos mete a todos en la catástrofe que el propio Régimen ha fabricado.

Hemos seleccionado una serie de textos que tratan de analizar desde diferentes ángulos y estilos el fenómeno de la Crisis, su gestación, su alcance, sus mentiras...

Si por una vez al menos nos decidimos a dar cuenta de la rabiosa actualidad no es para sumarnos al barullo informativo, sino para entresacar de la actualidad lo que tenga de eternidad, lo mismo que cuando hurgamos en la eternidad es para vislumbrar mejor la actualidad:

Empezamos este número en una detallada descripción de Fernando Álvarez-Uría que titula “Regreso A Bretton Woods”, en la que va dando cuenta del proceso “cómo la ciencia económica se desvinculó de la economía política”. Va anotando las relaciones y las prácticas de esa sostenida confusión hasta mostrar la necesidad de que, al menos, se aproveche la Crisis para que la ciencia económica recupere su verdadera naturaleza de economía política al servicio de sociedades más justas.

José Manuel Naredo continua con un fino y analítico texto titulado: “Ideología económica, crisis y deterioro social” en el que de entrada nos avisa de que sobre las palabras del lenguaje ordinario se arman conceptos, enfoques y teorías que interpretan la realidad olvidando sus raíces ideológicas originarias. Se olvida también que si un determinado enfoque ilumina o subraya determinados aspectos de la realidad, por fuerza, lo hace a costa de soslayar otros que deja, así, inestudiados.

Sigue Enmanuel Lizcano haciendo una pormenorizada y aguda enumeración de “Las narraciones de la crisis”, rastreando las metáforas de uso más usual por la prensa: ¿Cómo nos han contado la crisis? ¿Cómo es presumible que nos la sigan contando? La cuestión no es baladí, pues las narraciones sobre la crisis forman parte de la crisis misma...

José Luis García Rúa en un texto: “¿Agonía, o capitalismo grado x?” da una vez más muestras de su empeño y firmeza moral en dedicarse a dar cuenta y razón de la opresión de la gente por parte del Estado y el Capital. Con la destreza que caracteriza a un crítico y comprometido analista social, nos avisa de las artimañas de los “provocadores” de la Crisis que no la han emprendido para hundir al Capitalismo, lo que sería hundirse a sí mismos, sino para, ante las fuertes resistencias internas, forzar al Sistema a seguir nuevos derroteros.

Sigue, José Luis Velasco con: “Socialismo de estado y de capital” en el que también desde una voz anarquista, en tono predicativo y desmandado, va desgranando unas cuantas imprecaciones o notas acerca de la Crisis o cuando los remedios agravan la enfermedad.

A continuación Agustín García Calvo nos advierte —con la claridad que le caracteriza— de “Las mentiras de la crisis”, por si a alguno nos quedara todavía una pizca de Fe, a la par que establece una decidida inclusión de los fines en los medios, desvelando así la falsa ilusión de los hombres, que se creen ellos manejadores del dinero.

Isabel Escudero en “Las cuentas de dios”, intenta situarse desde lo más abajo, que es a su vez lo más alto: la mentira misma del dinero. Todos los billetes son falsos. Nos lo hace ver desde los ojos de un niño que mira asombrado a su madre sacar dinero de las paredes...Y concluye que si el Papa —que es especialista en la Fe— cambió meses antes de la Crisis los dineros del Vaticano por puro oro... ya estábamos avisados de lo que se avecinaba.

Por último, Alain Badiou (“¿De qué real es espectáculo esta crisis?”) y Slavoj Zizek (“Lucha de clases en Wall Street”) proponen en enunciar la crisis de tal modo que no sea un pretexto para un reajuste de los poderes (“hay que apretarse el cinturón”), sino una posibilidad de intervención política desde abajo.

Theodor W. Adorno: el pensamiento como acto de negación

¿Un pensamiento incómodo? Sin duda. Que la reciente celebración del centenario del nacimiento de Theodor W. Adorno (1903-1969) despertara en los profesionales de la industria cultural de nuestro país una inusitada cantidad de insultos puede ser la confirmación más superficial, pero también más sintomática, de ello. Las acusaciones se han hecho tan recurrentes como inoperantes para calibrar el alcance de su obra: elitista apocalíptico frente a la cultura de masas, deliberadamente hermético en su escritura, atroz pesimista… Su distancia con respecto a la intervención política y su concepción del análisis teórico como praxis le hacen asimismo sospechoso a ojos militantes. Tampoco esa otra fatal fortuna a la que parece abocada la recepción de su legado, la de los especialistas adornianos, exegetas y defensores a ultranza de su pensamiento, parece especialmente fértil.

Este conjunto de textos pretende más bien poner en tensión el “campo de fuerzas” —por utilizar un término del propio Adorno— que constituye su ingente obra, precisamente ahora en proceso de publicación íntegra en español, y de ese modo activar un pensamiento que se extiende desde la filosofía a la crítica cultural, desde la sociología a la estética de la música. Un pensamiento que para Adorno, y quizá no pueda encontrarse una designación más fuerte, siempre es “por su misma naturaleza, un acto de negación, de resistencia frente a lo que se le impone”.

Parece difícil no compartir con Jameson que la “vida dañada” que aparece en el subtítulo de Minima moralia sirve para caracterizar con precisión extrema no sólo la situación tras la barbarie de los totalitarismos, sino también las condiciones de existencia bajo el capitalismo tardío. Si ello es así, las reflexiones realizadas desde esa herida y ese dolor necesariamente nos atañen.

David Cortés (coordinador)

HASTA AQUÍ HEMOS LLEGADO

“Conjunto de islas unidas por aquello que las separa.” Ése fue el lema y nuestro espíritu inicial: una definición lanzada paradójicamente a la viva indefinición. Por estas fechas, y con este número, Archipiélago tendría que estar conmemorando sus veinte años de vida, los veinte años del esfuerzo de una de las pocas revistas efectivamente independientes del panorama cultural español. Sin embargo, y con un ánimo bien distinto al festivo, os decimos adiós, al menos por ahora. Hasta aquí hemos llegado. Durante los últimos años la revista ha ido perdiendo lectores, ventas y suscriptores, y la publicidad, consecuentemente, también ha bajado. Para una revista que se mantenía sobriamente de estos ingresos, la continuidad resulta difícil, pese al empeño de los redactores, la ayuda de las suscripciones estatales de bibliotecas, y el generoso apoyo de los colaboradores. Quizá en otra Autonomía distinta a aquella en la que desde siempre hemos tenido nuestra sede, Cataluña, y en otro país con menos modorra intelectual que la imperante en España (¡y sus Españitas!), hubiéramos podido capear el temporal. Pero no aquí. Ya ha ocurrido antes con otras revistas.

Archipiélago nació, a impulsos de J.Á. González Sainz, en el verano de 1988 con la intención de levantar un espacio independiente de crítica y expresión libertaria de la cultura. Los primeros números fueron puestos en pie desde la nada por un exiguo grupo de personas entre las que se encontraban Emmánuel Lizcano, Tomás Ibáñez y Ramón Andrés. El funcionamiento asambleario y voluntarioso fue encontrando cada vez más las dificultades de la realidad de una empresa que aspiraba a seguir existiendo y podría decirse que, desde sus comienzos, empezó a hacerse sentir de lleno el encontronazo continuo entre la materialidad de la realidad, y sus imposiciones, y el deseo de espontaneidad en un funcionamiento que consumía demasiadas energías y no dejaba contento a casi nadie.

Poco a poco la faceta cultural fue cobrando relevancia frente a la más explícitamente política, aunque manteniendo una alternancia periódica, y nuevas personas se fueron incorporando al consejo de dirección: a Emmánuel Lizcano y Tomás Ibáñez siguieron Julia Varela e Isabel Escudero, quienes acompañaron al primer impulsor de la revista, J.Á. González Sainz. Asimismo, la redacción se fue definiendo como un punto de encuentro de personas procedentes de los más variados campos (Sociología, Literatura, Artes...) y lugares geográficos: Fernando Álvarez-Uría, José Manuel Naredo, Joan Martínez Alier, Enrique Santamaría, Rossend Arqués, Alicia Martínez, Javier Sáez, Juan Gabriel López Guix, Ignacio Llorens, Mateo Gamón, Emilio García Wiedeman, Rafael Salama...

De esa primera época quedarán en la mente de muchos lectores el primer número sobre “El poder del discurso”, y otros como los dedicados a “La Ilusión democrática”, al “Caos”, a “Trenes, tranvías, bicicletas: Volver a andar”, a “Educar ¿para qué?”, a la Medicina crítica (“En la salud y en la enfermedad”), a “El cuento de la Ciencia”, a “La epidemia neoliberal”, o los que trataban sobre la Poesía, la relación entre Filosofía y Literatura, la Historia o la Tragedia, la Música o el Cine.

Rigurosos y singulares monográficos dedicados a algunos autores, como Blanchot, Deleuze, Simone Weil, Nietzsche, Heidegger o Sánchez Ferlosio, tuvieron un éxito tan extraordinario que de algunos de ellos, de los tres últimos, por ejemplo, hubo que hacer una segunda edición, cosa extraña por lo que hace a las revistas.

En la última época, con la entrada de nuevos directores, Amador Fernández-Savater y Joaquín Rodríguez, y la salida de J.Á. González Sainz, aunque se sigue dando continuidad a la línea cultural (en monográficos como los dedicados a Chesterton, Claudio Rodríguez, María Zambrano o Jorge Santayana), Archipiélago trató de aportar herramientas conceptuales a los nuevos movimientos y redes sociales que cuestionan en la práctica la globalización capitalista, la precarización generalizada de la vida y la privatización de los bienes comunes (en números como “Crisis y mutaciones del trabajo”, “El deseo de Europa”, “Propiedad intelectual y libre circulación de ideas” o “El procomún”) y abordó temas tan socialmente preocupantes como “El Apartheid farmacéutico y el acceso desigual a la salud”. Gracias a la alianza con instituciones que rastrean la creatividad y el pensamiento fuera de la academia (Unia, Arteleku, Medialab), la revista mantuvo el vínculo directo con sus lectores a través de la realización de numerosos seminarios y encuentros de reflexión colectiva a partir de números como “¿Qué significa pensar políticamente?”, “Nueva derecha”, “Universalismo, ciudadanía y emancipación” o “Mayo del 68”.

A lo largo de estos veinte años, Archipiélago ha ido dando cuenta, con rigor, tanto de la cultura culta como de la cultura de abajo: cotidiana, abierta, diversa, afrontada desde aproximaciones y disciplinas distintas, internacional, atenta a los autores de mayor garra y prestigio intelectual que escribían tanto en español como en otras lenguas, y sensible a los nuevos autores desatendidos por la cultura dominante. En Archipiélago se han publicado, por primera vez, traducciones de algunos científicos y pensadores extranjeros que luego se han hecho habituales en las revistas culturales. Se han avanzado escritos importantes de autores de primera magnitud en la cultura mundial, a la vez que se han dado a conocer algunos importantes escritores y ensayistas españoles nuevos, o se ha puesto de relieve la obra y los razonamientos de autores cruciales para poder estar menos desorientados en nuestro presente.

Durante estos veinte años, siempre en más o menos precarias y sobrias condiciones, Archipiélago ha podido salir adelante gracias al esfuerzo derrochado por sus miembros, cada uno en su medida, gracias a la contribución impagable e impagada de sus extraordinarios colaboradores (basta echar un vistazo al Índice que la revista sacó de sus primeros 50 números para darse una idea), a sus suscriptores, lectores y compradores, a las bibliotecas del Estado y a las editoriales que contribuyeron con su publicidad (entre ellas desde siempre Biblioteca Nueva, Gedisa, Anagrama, Trotta, Anthropos, Paidós...). Mención y agradecimiento aparte merece Lotus-Festina, la prestigiosa marca de relojes que desde el principio quiso unir su prestigio al de la cultura que representábamos. Gracias también a la cuidadosa y atenta disposición de los compañeros de Gráficas Queimada. Desde un principio Ana María González Sainz y, poco después, Dante Bernardi asumieron hasta el final con dedicación y profesionalidad, desde la sede de la redacción de la revista, la realización material de la revista y su gestión.

A todos ellos, nuestro agradecimiento. No ha habido más. Sólo el trabajo, el arrojo, la inteligencia, el tesón o las discusiones —no siempre gratas ni gratificadoras— de un conjunto variable de personas empeñadas, demasiado empeñadas, en hacer las cosas con escasísimos medios y con el viento en contra del neoliberalismo en auge, y su correlato, los totalitarismos nacionalistas, los fundamentalismos. Hasta aquí hemos llegado. El ánimo por los suelos y los trastornos del cierre no nos impiden dar un sentido gracias a todos y pensar que, bueno, dentro de todo, hemos aguantado bastante, veinte años justos. Adiós, o hasta la vista.

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Escrito por Archipiélago. Cuadernos de crítica de la cultura

Fuente: http://www.archipielago-ed.com/

1 comentario:

  1. En el mar nada se pierde.
    Cada ser deja su cuerpo
    para que integre el conjunto
    de la materia viva.

    Hablar, escribir,
    lanzar la voz
    patra que aparentemente se pierda.

    Pero no se pierde,
    pues las briznas de la Vida
    brotan de nuevo
    en cualquier playa remota
    y una vez mas,
    milagrosamente, suge la Idea
    y el Sentimiento.

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