ELEANOR MARX por Wilhelm Liebknecht
(mayo de 1898)1
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Puedo omitir el segundo nombre que usó en los últimos 14 años de su vida. Es conocida por sus camaradas y por el mundo como la hija de Marx –y no como la hija de Marx en el sentido en que se acostumbra a hablar de los hijos de personas destacadas o al menos famosas–, es decir, como seres lunares sin luz propia, que reciben toda su luz del sol paterno o materno y que se limitan a reflejar una luz ajena. Ella –Eleanor, o como la llamaban desde la infancia, Tussy Marx– no brillaba con la luz prestada –ella misma era una [Sonnennatur] (naturaleza solar)– brillante y luminosa en el doble sentido de la palabra– y aunque no hubiera sido la hija de su padre, habría sido Eleanor Marx. El ideal de una mujer de hoy (no una “mujer moderna”, por el amor de Dios), una mujer que, enfrentada desde su más temprana juventud a las grandes tareas y trabajos de nuestro tiempo, se dedicó con ardiente entusiasmo, visión integral y penetrante intelecto a la lucha por la liberación de los oprimidos y explotados librando la batalla con las armas de la ciencia, cuyo manejo le resultá tanto más fácil que a otros, una mujer que lleva la fuerza de su sexo, la pasión de su sexo a la batalla y avergüenza a los hombres por su coraje y firmeza –llena de un profundo amor por la humanidad que sufre y encendida de santa ira contra los autores de la miseria humana y la servidumbre y la injusticia en la tierra– con un ojo certero para la fuente de la miseria, con una mirada segura, reconociendo la fuente de la miseria, la esclavitud y la injusticia y apuntando siempre al corazón del enemigo –Pensadora, Luchadora– incansable en el trabajo, siempre lista para un nuevo trabajo, abnegada, sin escatimar ningún sacrificio, ninguna tarea o carga –gran agitadora, gran organizadora– uno de los más firmes pilares del movimiento obrero internacional, nacida y educada para el internacionalismo obrero, la más profesional representante del pensamiento internacionalista ejerció siempre como diplomática entre los proletarios de los diferentes países– y en medio de la lucha siempre la guardiana de la más clara y casta feminidad –esa fue Eleanor Marx.
Nacida en 1856, en los peores días de la vida de aquellos refugiados londinenses, aprendió muy pronto la más amarga seriedad de la vida, y a pesar de su temperamento alegre, siempre conservó con ella una vena reflexiva y melancólica. Creció en casa de su padre: eso dice todo lo que hay que decir sobre su educación. En casa de su padre y de su madre, aquella mujer altamente educada y de noble sangre aristocrática, que, como Ifigenia, introdujo en la rudeza escita2 de la vida de los exiliados la agradable suavidad de los más finos y elevados modales femeninos, y doró la pobreza del hogar con la magia de su persona.
Aparte de Tussy, a los padres sólo les quedaban dos hijas de un gran número de niños nacidos antes del periodo londinense: Jenny que luego se casara con Longuet, muerta hace 15 años, y Laura , ahora señora Lafargue –la única superviviente de los hijos de Marx– ambas de espíritu vivo y receptivas a todo lo bello y bueno, y, como niñas sanos, también a todas las travesuras.
En este entorno, Eleanor se convirtió en lo que fue. Al igual que sus hermanas, echó una mano a su madre, pronto empezó a ayudar a su padre y comenzó a ganarse la vida dando lecciones a una edad temprana, trabajó en el Museo Británico, escribió críticas de teatro para un periódico londinense a los 14 años. Entonces estalló la guerra franco-prusiana y la Comuna asaltó los cielos. Eleanor tenía 15 años. La Asociación Internacional de Trabajadores, en cuyo nacimiento había estado cuando era una niña de 9 años, recibió su bautismo de sangre en París. Y después de la sangrienta Semana de Mayo, la corriente principal de refugiados comunistas se dirigió a Londres y la ola principal de esta corriente se dirigió a la casa de Marx, provocando una revolución doméstica general.
Las dos hermanas mayores se casaron con refugiados comunistas. La casa se volvió más solitaria.
Eleanor se involucró cada vez más en la política y en la escritura. Sus críticas y sketches teatrales (bajo el nombre de Alec Nelson) causaron sensación.
La familia estaba aquejada de enfermedades; durante años Eleanor tuvo el cargo de enfermera, y lo desempeñó como cualquier otro trabajo y deber, impertérrita y alegre. Nunca conoció la fatiga. Nunca la vi cansada y fatigada. Tenía nervios de acero.
A la enfermedad en la familia le siguió la muerte, como la parca sigue al sembrador. Muere la madre, muere la hermana mayor, muere el padre, después de que ella, fiel Antígona, le hubiese acompañado en sus últimas andanzas en la lucha por su salud.
El padre murió, ahora no había familia ni mano familiar. Era libre, y se unió en la vida libre con el Dr. Edward Aveling, discípulo de Darwin y amigo de Bradlaugh, el ateo, apóstol del materialismo, a quien representó como disertante con una elocuencia arrebatadora.
Ahora Eleanor Marx pertenecía exclusivamente a la política y a la propaganda. Junto con Aveling, que se había convertido en socialista en su trato con ella, consiguió cosas realmente sorprendentes en materia de agitación, organización y propaganda a través de la escritura y la palabra. A esta labor propagandística añado la recopilación y edición –extremadamente laboriosa– de las dispersas colaboraciones periodísticas y escritos menores de su padre, la custodia de su patrimonio y su propia actividad periodística y literaria. Y esto era tan poco como insignificante. La revista literaria londinense “The Critic” llama a Eleanor Marx (que sólo escribía en inglés) “una George Sand anglo-alemana” y la sitúa junto a George Elliot. Sin embargo, a nosotros nos interesa sobre todo su obra política. Su trabajo político nos interesa. Lo que su padre enseñó, para que las masas lo entendieran y lo tradujeran en acción y realidad, esa era la voluntad de la hija. Y la voluntad fue su acto.
¡Cómo ha trabajado! De día y de noche. En la plataforma de agitación, en la sala del comité de la dirección de la huelga, en la fundación de asociaciones y sindicatos, en la correspondencia. El nuevo movimiento sindical inglés debe principalmente su ascenso a Eleanor Marx. La gloriosa y victoriosa huelga de los estibadores de 1890, como la igualmente gloriosa huelga de los maquinistas del año anterior, no puede separarse del nombre de Eleanor Marx.
Los trabajadores de todos los países saben lo que ha sido como oradora, traductora, miembro de comité de nuestros Congresos Internacionales de los Trabajadores; y para los cientos de miles que han escuchado sus palabras, que han absorbido sus palabras en sus corazones y cerebros, la imagen de esta mujer de ojos brillantes y centelleantes y de voz suave, pero capaz de expresar la más tempestuosa pasión, está indeleblemente grabada en su memoria.
Ahora ella está muerta. En la flor de la fuerza y de la juventud –pues era de aquellas dotadas, aquellas a las que le fue concedida la eterna juventud hasta la hora de la muerte–, terminó su vida por su propia decisión, por su propia mano. No por su propia culpa. Es una tragedia estremecedora que tuvo lugar el 31 de Marzo de este año en la idílica “Guarida” [„Den“] de la idílica Sydenham3. Todo está por iluminar. Pero el velo que aún cubre parcialmente los detalles se irá retirando pliegue a pliegue. Los amigos le deben a sus muertos, le deben a la gran causa a la que ella sirvió, la verdad, toda la verdad.
Yo mismo no tengo ninguna duda; y cuando lo que conozco y lo que está a la vista es suficiente para explicarlo, no necesito buscar motivos misteriosos. Hay una decepción que, si ha sido precedida por muchos años de engaño y autoengaño, ningún corazón femenino puede soportar, al menos no el de una mujer fuerte y orgullosa.
No más por hoy.
Remito al amable lector a lo que dije de Eleanor en mi escrito conmemorativo sobre Karl Marx4 y a los obituarios que le dediqué. Entraré en más detalles en la nueva edición del folleto conmemorativo, prevista para el otoño.
Es notable que incluso en la intolerante Inglaterra, la calumnia no se ha atrevido a tocar el “suicidio”; e incluso en Alemania, con la excepción de unos pocos periódicos cristianos venenosos y parroquiales, la prensa se ha comportado generalmente con tacto y reverencia. Este es el tributo involuntario que incluso el opositor más acérrimo, salvando aquellos en su forma más baja de pensar y sentir, se ve obligado a pagar a una gran personalidad abnegada y desinteresada. Tal personalidad era la mujer muerta que sólo vivía para los demás, y que sigue viviendo para nosotros y en nosotros. Los trabajadores agradecidos de todos los países, los compañeros de armas de luto y los amigos honrarán su memoria continuando y completando su obra.
¡Pobre Tussy! ¡Nos dejaste demasiado pronto! Pero, ¡ya no morirás!, ¡no serás olvidada! Tanto tu memoria como tu trabajo están en buenas manos.
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NOTAS:
1. Sozialistische Monatshefte, (Revistas Mensuales Socialistas) Vol. 1898, No.5, Mayo 1898, pp.214-217. Transkription u. HTML-Markierung: Einde O’Callaghan für das Marxists’ Internet Archive.
2. Scytha adj. Natural de Escitia, región de la antigua Europa, entre el Danubio, el mar Negro, el Cáucaso y el Volga. U. t. c. s.
Escita fue el nombre dado por los griegos a un área definida con poca precisión entre los montes Cárpatos y el río Don, cuya porción occidental incluía la tierra negra de los trigales de la moderna Ucrania.
3. East London
4. Karl Marx zum Gedächtniss, Nuremberg, por Oertel.
Fuente: El Sudamericano
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