Mercenarios IV
Leon Golub
1980
Acrílico sobre lino
305 x 584 cm
Colección privada
A los 24 años el pintor
norteamericano Leon Golub (1922-2004) ya era un veterano: un veterano de
guerra. Había sido reclutado como cartógrafo durante la Segunda Guerra Mundial.
Y esa veteranía le sirvió para comenzar a dar forma a su poética: por una
parte, le permitió la facilidad que le daba el estado norteamericano a los ex
combatientes, becándolos en prestigiosas instituciones educativas, como la que
eligió Golub para formarse como artista: el Art Institute of Chicago.
La experiencia de veterano
lo colocó también como un testigo de primera mano ante el horror de la guerra y
pudo ver desplegadas las estrategias del militarismo norteamericano, contra el
que Golub se opondría durante toda su vida de un modo activo y militante: “La
pesadilla de la historia no tiene principio ni fin”, escribió el artista.
Por ello, Leon Golub
combatió pictóricamente contra la violencia y el abuso de poder, así como
contra las guerras, invasiones e injerencias que los Estados Unidos cometieron
durante el siglo XX y lo que va del XXI.
La obra de Golub es de una
calidad y una potencia formidables, pero su trabajo es menos conocido que el de
otros de sus compatriotas contemporáneos que se dedicaron al abstraccionismo,
sencillamente porque la moda de posguerra propuso, con un tesón digno de una
política de Estado, que la marca artística de los Estados Unidos de los años
cincuenta fuera el expresionismo abstracto. La poética de Golub, especialmente
en sus obras más combativas y de denuncia, estuvo asociada a la figuración y,
por lo tanto, no cuadraba con los cánones que se buscaba imponer en aquel
momento. Más allá de los aspectos formales, el artista sostenía que “el acto
creativo es un compromiso moral que trasciende cualquier desinterés
formalista”. Junto con esta afirmación, Golub decía que “una particularidad del
artista contemporáneo es la de esforzarse conscientemente en buscar aquellos
modos de pensamiento que serán el simbolismo necesario de la época”.
La canonización del arte
abstracto ejercía su mayor influencia en Nueva York, mientras que un grupo de
figurativos rebeldes de Chicago buscaba salir al ruedo en oposición a los
abstractos.
Mientras que, generalizando,
los pintores neoyorquinos preferían poner el acento en los colores y las
formas, Golub y su grupo perseguían, por una cuestión no sólo estética sino de
principios éticos –según decían–, la elocuencia de la pintura como un lenguaje
artístico que tenía que tomar partido frente a la sociedad y a la historia.
Mientras que la abstracción
de la posguerra evadió estas cuestiones, Golub (y algunos de sus colegas
figurativos) hicieron referencia directa a las atrocidades de la guerra. Sus
cuadros de principios de la década del 50 representan escenas del Holocausto y
de los bombardeos atómicos: hombres quemados, pieles desolladas y cadáveres
torturados. Según su propia descripción de estas escenas ‘se ve al hombre como
si hubiese pasado por un holocausto o enfrentando la aniquilación o una
mutación’.”
El pintor y su mujer (la
artista Nancy Spero) vivieron en Europa (Italia y Francia) entre fines de los
años cincuenta y mediados de los sesenta, pero cuando comenzó la intervención
norteamericana en Vietnam, volvieron a Estados Unidos para unirse al “Grupo de
protesta de artistas y escritores” y ser activistas contra la guerra.
A partir de entonces se
amplía la escala de sus obras, que se vuelven de grandes dimensiones, casi
murales, y pinta sobre telas sin tensar, que fijaba a las paredes.
Sobre aquella etapa Golub
dijo que “si quieres entender un fenómeno, tiene que ir a los límites o
perímetros en los que éste se desliza hacia otra cosa o que hacen que sus
contradicciones o su aislamiento se vuelvan evidentes. Para comprender ciertos
aspectos del poder de Estados Unidos, o del poder en general, tienes que ver al
poder en las periferias”.
En los años setenta y
ochenta realiza pinturas murales con el tema de los mercenarios, que remiten de
manera directa a los modos en que los Estados Unidos participaron del
derrocamiento de gobiernos populares en América latina. En el caso de aquella
serie, Mercenarios, la utilización de un fondo color rojo oxidado cumple la
función, según lo explicaba el artista, de “obligar a los mercenarios y a los
interrogadores a avanzar para entrar a nuestro espacio”.
Según escribe Emma Enderby,
“Golub sintió que la responsabilidad ética del artista era representar actos de
horror de quienes detentaban el poder. Este trabajo no concluye jamás. Presenta
la historia como el mural de una lucha interminable, que combina lo histórico
con lo contemporáneo para desestabilizarnos. Tal y como lo prueban los
acontecimientos de la última década, sus cuadros son atemporales y, hasta que
llegue ese momento en que los horrores sean eliminados de nuestro mundo, Golub
seguirá teniendo una relevancia devastadora”.
Fuente: Página 12
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