Con L’Unità no solo nació un diario, mucho más
allá de esa encarnación de papel y tinta, Gramsci creó un formidable
instrumento que dio sentido y consistencia a la lucha de los
trabajadores.
El 30 de julio de 2014, con una edición en blanco, se despedía de los italianos el periódico L’Unitá. “Hoy es un día de luto para los redactores, los militantes, nuestros lectores y la democracia”,
expresó en un comunicado el comité de redacción de una plantilla de 80
periodistas que llevaba tres meses trabajando sin cobrar sus salarios. “Nos hemos quedado solos en la defensa de una cabecera histórica”, era la síntesis de su denuncia.
Además de sus famosos ‘Cuadernos de cárcel’, entre el importante legado que nos dejó el intelectual y activista político italiano, Antonio Gramsci, hay que incluir también la creación de una de las publicaciones periódicas más destacadas del periodismo italiano: el diario L'Unità, fundado el 12 de febrero de 1924 con el subtítulo Diario de los obreros y los campesinos. Desde sus inicios, esta publicación jugó el rol de órgano oficial del Partido Comunista Italiano (PCI), hasta 1991 que empezaron a llegar las innovaciones -también ideológicas-, como el cambio del subtítulo: de Diario del Partido Comunista Italiano pasó a Diario fundado por Antonio Gramsci.
Con L’Unità no solo nació un diario, mucho más allá de esa encarnación de papel y tinta, Gramsci creó un formidable instrumento que dio sentido y consistencia a la lucha de los trabajadores al situar a su alcance un símbolo en el que podían reflejarse. El diario sólo cumpliría sus propósitos si consiguiera “infundir en las masas obreras que un periódico comunista es carne y sangre de la clase obrera”. Así se transformó la izquierda italiana. Fue el mayor adversario que tuvo el enorme aparato propagandístico que montó el fascismo para “defender la gestión” de Benito Mussolini y amparar las tropelías de los camisas negras.
Hubo otros tres cierres anteriores. El primero se produjo durante el fascismo. Andando el tiempo y los acontecimientos, tras la caída del Muro de Berlín, el diario sufrió otros dos cierres. Una sociedad anónima lo administraba en los últimos tiempos, pero las 20 mil copias diarias de venta no garantizaban la resolución de las necesidades y de los frentes abiertos. Matteo Renzi, actual secretario del Partido Demócratico (PD), heredero del PCI, y presidente del Gobierno, lanzó un tuit en el que prometió: “Reabriremos L’Unitá”. “Han asesinado a L’Unitá” publicó en contraste el diario en las ocho columnas de la primera plana. El director Luca Landó apuntó, lo mismo que sus redactores, contra el Partido Democrático por dejar morir la publicación por cuyas páginas anduvieron, desde Pier Paolo Pasolini hasta Pietro Ingrao o Fidel Castro.
En tiempos en que el desconcierto reina, hay quien ha activado la moviola para explicar el cierre de L’Unitá como una consecuencia directa de las concepciones reformistas que acogió y promocionó desde los años setenta y que, tras la derrota del socialismo, se convirtieron en abiertamente liquidacionistas. ¿Quizá se cedió demasiado terreno, sin contrapartidas, para ser presentado sin mácula en una sociedad nueva que había decretado el fin de la historia?... El PCI, que fue uno de los partidos obreros más importantes de Europa, con fuertes raíces populares y con una expresión electoral que superó del 30% de los votos, se convirtió sucesivamente en el PDS, la DS y finalmente el actual Partido Demócratico en ruptura completa y asumida con un pasado heroico, diluido finalmente en un cóctel especialmente diseñado para momentos crepusculares.
Vázquez Montalbán nos dejó anotado: “El fracaso de la historia se mide a veces por la naturaleza del adversario: en Polonia la virgen de Chestokowa demostró ser más poderosa que los comunistas y en Italia un Frankenstein mediático demostró ser más poderoso que una cultura de izquierda fraguada entre Labriola, Gramsci, Bobbio y Berlinguer, con el protagonismo a veces extraordinario de las masas aparentemente más y mejor politizadas de Europa”.
Así pues, entre unas cosas y otras, el final estaba cantado. Agravada la situación de L’Unitá por la demanda de 3 millones de euros de Silvio Berlusconi, como resarcimiento por la publicación de una serie de artículos sobre los escándalos sexuales y bacanales, los accionistas se reunieron unos días antes del cierre para rechazar tres propuestas “salvadoras”. Entre el selecto grupo de quienes decidían ‘di vita o morte’ con la sola orientación de su pulgar se encontraba Daniela Santeche, miembro destacado de la representación de la derecha en el Parlamento y colaboradora cercana de Silvio Berlusconi… ‘¡Porca Miseria!’... El alma de L’Unitá ya viaja a merced del viento sobre el país del ‘bunga-bunga’. Mientras tanto, entre trabajo social y trabajo social, el dueño de Mediaset y de la mala conciencia de Italia pensará, como Tony Soprano: “la próxima vez no habrá próxima vez”.
Además de sus famosos ‘Cuadernos de cárcel’, entre el importante legado que nos dejó el intelectual y activista político italiano, Antonio Gramsci, hay que incluir también la creación de una de las publicaciones periódicas más destacadas del periodismo italiano: el diario L'Unità, fundado el 12 de febrero de 1924 con el subtítulo Diario de los obreros y los campesinos. Desde sus inicios, esta publicación jugó el rol de órgano oficial del Partido Comunista Italiano (PCI), hasta 1991 que empezaron a llegar las innovaciones -también ideológicas-, como el cambio del subtítulo: de Diario del Partido Comunista Italiano pasó a Diario fundado por Antonio Gramsci.
Con L’Unità no solo nació un diario, mucho más allá de esa encarnación de papel y tinta, Gramsci creó un formidable instrumento que dio sentido y consistencia a la lucha de los trabajadores al situar a su alcance un símbolo en el que podían reflejarse. El diario sólo cumpliría sus propósitos si consiguiera “infundir en las masas obreras que un periódico comunista es carne y sangre de la clase obrera”. Así se transformó la izquierda italiana. Fue el mayor adversario que tuvo el enorme aparato propagandístico que montó el fascismo para “defender la gestión” de Benito Mussolini y amparar las tropelías de los camisas negras.
Hubo otros tres cierres anteriores. El primero se produjo durante el fascismo. Andando el tiempo y los acontecimientos, tras la caída del Muro de Berlín, el diario sufrió otros dos cierres. Una sociedad anónima lo administraba en los últimos tiempos, pero las 20 mil copias diarias de venta no garantizaban la resolución de las necesidades y de los frentes abiertos. Matteo Renzi, actual secretario del Partido Demócratico (PD), heredero del PCI, y presidente del Gobierno, lanzó un tuit en el que prometió: “Reabriremos L’Unitá”. “Han asesinado a L’Unitá” publicó en contraste el diario en las ocho columnas de la primera plana. El director Luca Landó apuntó, lo mismo que sus redactores, contra el Partido Democrático por dejar morir la publicación por cuyas páginas anduvieron, desde Pier Paolo Pasolini hasta Pietro Ingrao o Fidel Castro.
En tiempos en que el desconcierto reina, hay quien ha activado la moviola para explicar el cierre de L’Unitá como una consecuencia directa de las concepciones reformistas que acogió y promocionó desde los años setenta y que, tras la derrota del socialismo, se convirtieron en abiertamente liquidacionistas. ¿Quizá se cedió demasiado terreno, sin contrapartidas, para ser presentado sin mácula en una sociedad nueva que había decretado el fin de la historia?... El PCI, que fue uno de los partidos obreros más importantes de Europa, con fuertes raíces populares y con una expresión electoral que superó del 30% de los votos, se convirtió sucesivamente en el PDS, la DS y finalmente el actual Partido Demócratico en ruptura completa y asumida con un pasado heroico, diluido finalmente en un cóctel especialmente diseñado para momentos crepusculares.
Vázquez Montalbán nos dejó anotado: “El fracaso de la historia se mide a veces por la naturaleza del adversario: en Polonia la virgen de Chestokowa demostró ser más poderosa que los comunistas y en Italia un Frankenstein mediático demostró ser más poderoso que una cultura de izquierda fraguada entre Labriola, Gramsci, Bobbio y Berlinguer, con el protagonismo a veces extraordinario de las masas aparentemente más y mejor politizadas de Europa”.
Así pues, entre unas cosas y otras, el final estaba cantado. Agravada la situación de L’Unitá por la demanda de 3 millones de euros de Silvio Berlusconi, como resarcimiento por la publicación de una serie de artículos sobre los escándalos sexuales y bacanales, los accionistas se reunieron unos días antes del cierre para rechazar tres propuestas “salvadoras”. Entre el selecto grupo de quienes decidían ‘di vita o morte’ con la sola orientación de su pulgar se encontraba Daniela Santeche, miembro destacado de la representación de la derecha en el Parlamento y colaboradora cercana de Silvio Berlusconi… ‘¡Porca Miseria!’... El alma de L’Unitá ya viaja a merced del viento sobre el país del ‘bunga-bunga’. Mientras tanto, entre trabajo social y trabajo social, el dueño de Mediaset y de la mala conciencia de Italia pensará, como Tony Soprano: “la próxima vez no habrá próxima vez”.
Mariano Asenjo Pajares
Publicado en el Nº 276 de la edición impresa de Mundo Obrero septiembre 2014
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