miércoles, 26 de octubre de 2011

"EL CADÁVER DEL PADRE. ARTES DE VANGUARDIA Y REVOLUCIÓN"



La reedición de El cadáver del padre. Artes de vanguardia y revolución (Los Libros de la Frontera, 2011), del escritor, poeta y colaborador de la revista Viento Sur Ángel García Pintado, supone un gran acierto, ya que contribuye a desvelar una parte de la historia que ha quedado prácticamente ocultada a las nuevas generaciones, a la vez que ayudará a recordarla a muchos de quienes en algún momento de sus vidas se incorporaron a la lucha política y cultural teniendo como referentes a las vanguardias revolucionarias del primer tercio del siglo XX.

En efecto, en un libro que no ha perdido vigencia en ninguna de sus páginas y que revela el rico conocimiento por parte del autor de muchos de los personajes que las recorren, podemos encontrar la reconstrucción de una época en la que «la lucha de clases se hallaba a flor de piel», estimulada por la Revolución Rusa triunfante pero también por la efervescencia de una revolución alemana finalmente fracasada. Es entonces cuando las vanguardias artísticas irrumpen con un poder de rebeldía e imaginación crecientes, buscando «desoficializar el arte, descontrolarlo». Así, en su primera parte el autor presta especial atención a las peripecias de los futuristas —insistiendo en las notables diferencias entre los italianos y los rusos— o a la comparación entre Beckett e Ionesco, para concentrar luego su interés en el surrealismo y en ese enorme potencial subversivo que le permitió convertirse en antepasado directo de las formas más innovadoras, tanto en el discurso como en la acción, que se expresaron en Mayo del 68.

Pero es la segunda parte de su obra la que puede que sea menos conocida por las generaciones que entraron en la vida política y cultural después del cambio de época que significó la caída del Muro de Berlín en 1989. Desde entonces ha sido moneda corriente un «pensamiento único» dedicado a asimilar comunismo con estalinismo y con marxismo. Pues bien, Ángel García Pintado nos re-descubre la Revolución de 1917 como el «acontecimiento geológico» fundador de un arte que «entra en actitud volcánica». La utopía en la Rusia de los soviets parece posible y con ella la fusión de Marx y Rimbaud, de la voluntad de transformar el mundo con la de cambiar la vida. Con ese doble propósito las distintas corrientes de la vanguardia cultural buscan una confluencia con los revolucionarios rusos, no exenta de constantes tensiones en unos años de grandes esperanzas pero también de tragedias como la que supone la guerra que les enfrenta a los «blancos», apoyados por los imperialistas de entonces.

Quizás las figuras de Maiakovski y de Lunacharski —en quien delega Lenin para responder en cuestiones de arte— sean las más representativas de ese período convulso en el que «el debate político y estético florece en todas partes». Ambos personajes son representativos de un diálogo y una convergencia que terminaría viéndose frustrada pronto con el ascenso del estalinismo, el suicidio del poeta y la imposición del «realismo socialista». Es Trotsky, sin embargo, quien, en opinión del autor, aparece como «el teórico del arte y la literatura más brillante entre la saga de los forjadores de Octubre» y el que más tarde llegará incluso a romper con algunos de sus temores de esta época redactando el Manifiesto por un Arte Revolucionario Independiente con André Breton y Diego Rivera.

No faltan, en suma, ejemplos en esta obra de la diferencia fundamental entre los primeros años de la Revolución Rusa y el posterior triunfo del estalinismo, ya que «si en vida de Lenin la lucha de tendencias y de escuelas subsiste como una dialéctica que se estima necesaria, con Stalin esta dialéctica cede el campo a la interpretación de los jefes. Y en esa interpretación participan no sólo Gorki y los Zdanov, también los Lukacs…». Se pasaba así del «Sí, pero…» de Lunacharski al «NO» de Stalin y con ello el sueño revolucionario en la política y en el arte se convertiría en pesadilla. Corresponde hoy, en una nueva época revuelta y de crisis profunda del capitalismo, reivindicar la memoria de los «perdedores» de entonces para evitar que sigan borrados de la historia y forjar nuevas rebeldías que sean merecedoras de aquellas grandes esperanzas. Porque, como recuerda Angel García Pintado, «la rebeldía, efectivamente, no es la revolución; pero a la revolución sin rebeldía no la aguarda sino un destino burocrático».

Jaime Pastor

Profesor de Ciencia Política de la UNED

Fuente: http://www.cronicapopular.es

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