SU COMPROMISO SOCIAL Y POLITICO SIEMPRE FUE RECONOCIDO INTERNACIONALMENTE
El escritor uruguayo, Mario Benedetti, falleció este domingo en Montevideo a la edad de 88 años, tras padecer de una patología intestinal crónica que los últimos meses agravó su estado de salud.
"Falleció mientras dormía en su domicilio y en profunda paz. De a poquito dejó de respirar", dijo su secretario Ariel Silva, minutos antes que los médicos firmaran el acta que certificaba su muerte.
Luego de conocerse la muerte del célebre escritor, el gobierno uruguayo decretó duelo nacional y dispuso que su velatorio se desarrolle con honores patrios desde las 12H00 GMT del lunes en el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo, sede del Congreso, señaló el vicepresidente de la República, Rodolfo Nin Novoa.
El pasado 6 de mayo, luego de 12 días de hospitalización, el escritor fue dado de alta, ya que según informaron sus familiares, había "respondido excelentemente al tratamiento médico instituido, lo que determinó que se otorgara el alta a domicilio". En aquel momento, se informó que el escritor se retiraba "estable, lúcido y que no requería otras medidas médicas salvo a las que era sometido antes de ser internado". El escritor estuvo hospitalizado cuatro veces el año pasado en Montevideo debido a diversos problemas físicos.
En su última aparición pública, en diciembre de 2007, Benedetti fue condecorado con la Orden Francisco de Miranda por el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, en un acto que se celebró en la Universidad de la República, en Montevideo.
Ese día Benedetti, que ya presentaba un estado físico deteriorado, fue saludado con una ovación de varios minutos en una abarrotada sala de actos de la universidad.
Benedetti fue autor de más de ochenta libros de poesía, novelas, cuentos y ensayos, así como de guiones de cine, fue galardonado con el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (1999), el Premio Iberoamericano José Martí (2001) y el Premio Internacional Menéndez Pelayo (2005). Su última obra publicada, el poemario "Testigo de uno mismo", fue presentada en agosto del año pasado. Antes de su último ingreso, Benedetti estaba trabajando en un nuevo libro de poesía cuyo título provisional es "Biografía para encontrarme".
Al conocerse de la noticia de su muerte medios internacionales resumieron la noticia con estas palabras: "El escritor Mario Benedetti murió hoy en Montevideo y dejó huérfana a la literatura uruguaya y latinoamericana de uno de sus poetas y narradores más prolíficos, venerado por generaciones por su ética social y su melancólico canto a la vida".
Benedetti abordó todos los géneros literarios, en los que reflejó una mirada crítica de izquierda que le llevaría al exilio y a ser, hasta sus últimos días, un firme detractor de la política exterior de Estados Unidos.
Sus poesías fueron cantadas por autores como Joan Manuel Serrat, Daniel Viglietti, Nacha Guevara, Luis Pastor o Pedro Guerra, y sus novelas más famosas llevadas al cine, como "La tregua" (1974) o "Gracias por el fuego" (1985), a cargo del director argentino Sergio Renán.
Este exponente por antonomasia de la llamada generación uruguaya de 1945, la "generación crítica", nació el 14 de septiembre de 1920 en Paso de los Toros, en el Departamento de Tacuarembo.
En 1928 comenzó sus estudios primarios en el Colegio Alemán de Montevideo, donde, según contaba el propio Benedetti, gustaba de escribir en verso las lecciones e incluso sorprendió a sus maestros con un primer poema en ese idioma.
Antes de dedicarse a la escritura, Benedetti hizo de taquígrafo, cajero, vendedor, librero, periodista, traductor, empleado público y comercial, oficios que supusieron un contacto con la realidad social de Uruguay que fue determinante a la hora de modelar su estilo y la esencia de su escritura.
Entre 1938 y 1941 residió en Buenos Aires y en 1945 ingresó en el semanario Marcha como redactor y publicó su primer libro, "La víspera indeleble", de poesía.
Residió en París entre 1966 y 1967, donde trabajó como traductor y locutor para la Radio y Televisión Francesa, y luego de taquígrafo y traductor para la UNESCO.
En 1968 fundó en La Habana el Centro de Investigaciones Literarias de la Casa de las Américas, que dirigió hasta 1971, y encabezó el Departamento de Literatura Latinoamericana de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad de Montevideo, entre 1971 y 1973.
En los setenta desarrolló una intensa actividad política, como dirigente del Movimiento 26 de Marzo, del que fue cofundador en 1971 y al que representó en el Frente Amplio, coalición izquierdista que alcanzó el poder en 2005.
Su obra
En una época trepidante, el escritor uruguayo publicó obras como "Esta mañana y otros cuentos" (1949), "Poemas de oficina" (1956), "Ida y vuelta" (1958) y "La tregua" (1960).
En 1949 Benedetti avanzó en su carrera periodística con su labor en la destacada revista literaria Número, compaginando al tiempo sus tareas de crítico con una carrera imparable como escritor.
Con el golpe militar de 1973 renunció a su cargo universitario y se exilió, primero en Argentina y después en Perú, donde fue detenido, deportado y amnistiado.
Benedetti se instaló en Cuba en 1976 y un año más tarde se trasladó a Madrid, donde permaneció hasta 1985, cuando, con el fin de la dictadura uruguaya, puso fin a doce años de exilio.
Entre las obras de esta época aparecen "Letras del continente mestizo" (1967), "Inventario 70" (1970), "El escritor latinoamericano y la revolución posible" (1974) y "Con y sin nostalgia" (1977).
Su obra teatral "Pedro y el capitán" (1979) fue representada en Madrid en 1981 y un año después aparecieron sus "Cuentos" y la novela "Primavera con una esquina rota".
En 1984 publicó "Geografías" y "El desexilio y otras conjeturas" y tres años después, tras volver a Uruguay, se convirtió en miembro del Consejo Editor de la revista de izquierdas Brecha.
De 1985 data su colaboración con Joan Manuel Serrat en el disco "El sur también existe".
A partir de entonces su producción es imparable, con títulos como "Despiste y franquezas" (1991), "La borra del café" (1993), "Andamios" (1996) y los poemarios "Mas acá del horizonte" (1997) y "La vida, ese paréntesis" (1998).
En la década siguiente aparecieron "El porvenir de mi pasado" (2003), "Memoria y esperanza, un mensaje para los jóvenes" (2004) y los poemarios "El mundo que respira" (2001), "Existir todavía" (2004) y "Vivir adrede" (2007), entre otros.
Numerosas distinciones
Benedetti recibió numerosas distinciones, entre ellas la Medalla Haydee Santamaría del 30 aniversario de la Casa de las Américas en La Habana (1989) y la Medalla Gabriela Mistral del Gobierno chileno (1996).
Además, el premio León Felipe de España a los valores cívicos (1997), el Iberoamericano José Martí y el Internacional italiano de Literatura La Cultura del Mar, ambos en 2001, año en que también fue nombrado "Ciudadano Ilustre de Montevideo".
El escritor, doctor Honoris Causa por universidades de España, Uruguay y Argentina, quedó viudo en 2006 de Luz López Alegre, con quien se había casado en 1946.
En 2007 fue condecorado con la Orden Francisco de Miranda en grado de 'generalísimo' por el Gobierno venezolano y en 2008 obtuvo el I Premio ALBA del Fondo Cultural de la Alternativa Bolivariana para las Américas en la categoría de Letras.
Fuente: Rebelión
Che 1997
Lo han cubierto de afiches /de pancartas
de voces en los muros
de agravios retroactivos
de honores a destiempo
lo han transformado en pieza de consumo
en memoria trivial
en ayer sin retorno
en rabia embalsamada
en rabia embalsamada
han decidido usarlo como epílogo
como última thule de la inocencia vana
como anejo arquetipo de santo o satanás
y quizás han resuelto que la única forma
de desprenderse de él
o dejarlo al garete
es vaciarlo de lumbre
convertirlo en un héroe
de mármol o de yeso
y por lo tanto inmóvil
o mejor como mito
o silueta o fantasma
del pasado pisado
sin embargo los ojos incerrables del che
miran como si no pudieran no mirar
asombrados tal vez de que el mando no entienda
que treinta años después sigue bregando
dulce y tenaz por la dicha del hombre.
Viento del exilio
Un viento misionero sacude las persianas
Un viento misionero sacude las persianas
no sé qué jueves trae
no sé qué noche lleva
ni siquiera el dialecto que propone
creo reconocer endechas rotas
trocitos de hurras
y batir de palmas
pero todo se mezcla en un aullido
que también puede ser deleite o salmo
el viento bate franjas de aluminio
llega de no sé dónde a no sé dónde
y en ese rumbo enigma soy apenas
una escala precaria y momentánea
no abro hospitalidad
no ofrezco resistencia
simplemente lo escucho
arrinconado
mientras en el recinto vuelan nombres
papeles y cenizas
después se posarán en su baldosa
en su alegre centímetro
en su lástima
ahora vuelan cómo barriletes
como murciélagos como hojas
lo curioso lo absurdo es que a pesar
de que aguardo mensajes y pregones
de todas las memorias y de todos
los puntos cardinales
lo raro lo increíble es que a pesar
de mi desamparada expectativa
no sé qué dice el viento del exilio.
El Sur también existe
Con su ritual de acero
sus grandes chimeneas
sus sabios clandestinos
su canto de sirenas
sus cielos de neón
sus ventas navideñas
su culto de dios padre
y de las charreteras
con sus llaves del reino
el norte es el que ordena
pero aquí abajo abajo
el hambre disponible
recurre al fruto amargo
de lo que otros deciden
mientras el tiempo pasa
y pasan los desfiles
y se hacen otras cosas
que el norte no prohibe
con su esperanza dura
el sur también existe
con sus predicadores
sus gases que envenenan
su escuela de chicago
sus dueños de la tierra
con sus trapos de lujo
y su pobre osamenta
sus defensas gastadas
sus gastos de defensa
con sus gesta invasora
el norte es el que ordena
pero aquí abajo abajo
cada uno en su escondite
hay hombres y mujeres
que saben a qué asirse
aprovechando el sol y también los eclipses
apartando lo inútil y usando lo que sirve
con su fe veterana
el Sur también existe
con su corno francés
y su academia sueca
su salsa americana y sus llaves inglesas
con todos su misiles y sus enciclopedias
su guerra de galaxias
y su saña opulenta
con todos sus laureles
el norte es el que ordena
pero aquí abajo abajo
cerca de las raíces
es donde la memoria
ningún recuerdo omite
y hay quienes se desmueren
y hay quienes se desviven
y así entre todos logran
lo que era un imposible
que todo el mundo sepa
que el Sur también existe
Si Dios fuera una mujer
¿Y si Dios fuera mujer?
¿Y si Dios fuera mujer?
pregunta Juan sin inmutarse,
vaya, vaya si Dios fuera mujer
es posible que agnósticos y ateos
no dijéramos no con la cabeza
y dijéramos sí con las entrañas.
Tal vez nos acercáramos a su divina desnudez
para besar sus pies no de bronce,
su pubis no de piedra,
sus pechos no de mármol,
sus labios no de yeso.
Si Dios fuera mujer la abrazaríamos
para arrancarla de su lontananza
y no habría que jurar
hasta que la muerte nos separe
ya que sería inmortal por antonomasia
y en vez de transmitirnos SIDA o pánico
nos contagiaría su inmortalidad.
Si Dios fuera mujer no se instalaría
lejana en el reino de los cielos,
sino que nos aguardaría en el zaguán del infierno,
con sus brazos no cerrados,
su rosa no de plástico
y su amor no de ángeles.
Ay Dios mío, Dios mío
si hasta siempre y desde siempre
fueras una mujer
qué lindo escándalo sería,
qué venturosa, espléndida, imposible,
prodigiosa blasfemia.
SELECCIÓN DE POEMAS: http://www.sololiteratura.com/ben/obraenverso.html
"A / POR / PARA / CON BENEDETTI"
Seguramente tiene razón Galeano cuando escribe a propósito de la muerte de Mario Benedetti: “yo no solo soy enemigo de la inflación monetaria, sino también de la inflación ‘palabraria’. Y me parece que el dolor se dice callando”. Así de caudalosos –de estériles– pueden ser, en casos como este, los ríos de la retórica.
Pero de todas formas me ha impresionado que en estos días hayan navegado por las aguas procelosas del ciberespacio y por las emisoras radiales y por los boletines urgentes tantas palabras emocionadas que recuerdan, a su vez, la palabra imaginativa y clara, alumbradora y comunicativa de Benedetti. Esta emocionada persistencia en la recordación de sus poemas íntimos y sociales a la vez, de su poesía acompañando a la canción o siendo la canción misma, me trajeron –memoria de-vuelta– la imagen del poeta en dos o tres momentos que parecían perdidos entre los recuerdos personales.
No se refieren a instantes trascendentales de la historia –de ninguna historia–, pero traen, en su sencillez irradiadora, algo de lo mucho que quisimos y queremos en este hermano mayor en la poesía, en este compañero fiel y libertario ante los devenires, los avatares y los naufragios parciales de la utopía compartida. En una de esas imágenes, quizás la primera en el recuerdo, se cruza casi inadvertidamente con Silvio a la entrada de la Casa de las Américas: el trovador va de pantalón oscuro y camisa blanca con mangas recogidas, guitarra en mano, y se saluda con el poeta que al parecer enfilará sus pasos breves y su mirada tímida por la calle G. Lo recuerdo seguramente porque es una imagen filmada que después he visto muchas veces: en el sitio correspondiente a la subjetiva está el camarógrafo del Noticiero ICAIC Latinoamericano, enviado por Santiago Álvarez para recoger la imagen del trovador, en tiempos en que esa imagen no era bien acogida en otros medios y espacios culturales. Benedetti vivía su época de exilio doloroso pero humana y literariamente fecundo en La Habana de aquellos días.
En la segunda imagen/recuerdo que sobrevuela los largos atardeceres del lugar donde estoy por estos días se mezclan, como debe ser, la poesía y la canción mientras Benedetti alterna sueños y propuestas con la grave voz de Daniel Viglietti y juntos, sin saberlo, hacen florecer amores o proyectos de amores que después lo serán entre los jóvenes que han ocupado la amplísima sala para escucharlos, para vivir en sus palabras, en sus músicas, las historias que esas voces de acentos similares les inventan, les anuncian, les revelan.
En la otra imagen aparece el poeta a todo color, sobre la cartulina impresa un poco opacada por el tiempo, mirando a la cámara fotográfica con la misma mirada tímida después de oírme decir, desde el otro lado de la mesa de este café Nebraska de Madrid en el que me ha citado, que queremos que nos acompañe, entre los primeros, en el Círculo de Amigos de ese centro cultural que estamos creando en La Habana de los 90. Allí me ha dicho que reparte su tiempo entre aquella capital y Montevideo, jugándole cabeza al invierno que quisiera sorprenderlo en la geografía equivocada.
Allí ha escrito, con su prosa periodística que acompañó siempre al ejercicio de su oficio mayor, el de poeta, artículos y crónicas contando cosas de nuestra realidad latinoamericana que él había vivido/sufrido como pocos, como tantos, en aquellos años terribles. Así lo recuerdo en una carta memorable en la que anunciaba que no continuaría colaborando en aquella publicación donde lo hacía, ante los ataques lanzados por la xenofobia (anti)cultural del momento, señaladora de sudacas, desde los territorios sesgados de la mediocridad. Por esa y otras muchas coherencias éticas, valentías de la razón y de la poesía, lo admiramos los jóvenes escritores que por entonces descubrimos a partir de sus textos (como de los de otros inolvidables hermanitos mayores) la profundidad del lenguaje conversado, el espléndido misterio de la palabra precisa.
El recuerdo de aquella escaramuza miserable contra el poeta se activa probablemente ahora, muy pocos días después de su muerte, cuando cierta declaración inoportuna –en aquella misma prensa o en otras de ópticas o estrabismos similares– cuestiona o regatea las calidades poéticas de este hombre que repartió generosamente el amor entre sus versos mayores y menores, que pudo llegar hasta el fin de sus días con la mirada en alto, lejos del suelo de los desencantados oportunos, y confesó para nosotros en alguna entrevista su poética/política de siempre: “Yo creo en un dios personal, que es la conciencia: a ella es a la que le debemos rendir cuentas cada día”.
Seguramente por estas verdades sostenidas contra viento y marea es que navegan en estos días en los ríos virtuales o en los antiguos caminos comunicadores sus poemas de juventud sostenida, de dudas y búsquedas y hallazgos y más búsquedas y preguntas alrededor (y dentro) de este mundo que parece preferir (e imponer) el predominio de la banalidad y las hamburguesas sobre la incómoda claridad de la poesía.
Y por esas verdades del poeta, estoy seguro, lo estaba invitando en aquella mesa de su café preferido a integrar aquel naciente Círculo de Amigos en la capital cubana, que se proponía rescatar, de diversas maneras, la riqueza fecunda de la memoria de todas y de todos. En esa labor realizada durante más de una década se ha comprobado, más de una vez, aquella enseñanza que el poeta vislumbró en el texto de un poema y en el título de un libro: El olvido está lleno de memoria.
Ahora, mañana, después, cuando nos toque rescatar para la memoria su poética/política, creo que lo encontraremos ejerciendo el humor inteligente (“un pesimista es un optimista bien informado”) mientras ratifica su declaración de principios (para continuar empujando la utopía): “Muchos de mis poemas son producto de ser hombre de pueblo, y estar cerca del pueblo siempre ha sido una máxima para mí. Lo mejor que me pudo haber pasado en la vida es que lo que escribo le haya tocado el corazón a esa gente, a ese pueblo, a ese hombre de a pie”.
Víctor Casaus
Seguramente tiene razón Galeano cuando escribe a propósito de la muerte de Mario Benedetti: “yo no solo soy enemigo de la inflación monetaria, sino también de la inflación ‘palabraria’. Y me parece que el dolor se dice callando”. Así de caudalosos –de estériles– pueden ser, en casos como este, los ríos de la retórica.
Pero de todas formas me ha impresionado que en estos días hayan navegado por las aguas procelosas del ciberespacio y por las emisoras radiales y por los boletines urgentes tantas palabras emocionadas que recuerdan, a su vez, la palabra imaginativa y clara, alumbradora y comunicativa de Benedetti. Esta emocionada persistencia en la recordación de sus poemas íntimos y sociales a la vez, de su poesía acompañando a la canción o siendo la canción misma, me trajeron –memoria de-vuelta– la imagen del poeta en dos o tres momentos que parecían perdidos entre los recuerdos personales.
No se refieren a instantes trascendentales de la historia –de ninguna historia–, pero traen, en su sencillez irradiadora, algo de lo mucho que quisimos y queremos en este hermano mayor en la poesía, en este compañero fiel y libertario ante los devenires, los avatares y los naufragios parciales de la utopía compartida. En una de esas imágenes, quizás la primera en el recuerdo, se cruza casi inadvertidamente con Silvio a la entrada de la Casa de las Américas: el trovador va de pantalón oscuro y camisa blanca con mangas recogidas, guitarra en mano, y se saluda con el poeta que al parecer enfilará sus pasos breves y su mirada tímida por la calle G. Lo recuerdo seguramente porque es una imagen filmada que después he visto muchas veces: en el sitio correspondiente a la subjetiva está el camarógrafo del Noticiero ICAIC Latinoamericano, enviado por Santiago Álvarez para recoger la imagen del trovador, en tiempos en que esa imagen no era bien acogida en otros medios y espacios culturales. Benedetti vivía su época de exilio doloroso pero humana y literariamente fecundo en La Habana de aquellos días.
En la segunda imagen/recuerdo que sobrevuela los largos atardeceres del lugar donde estoy por estos días se mezclan, como debe ser, la poesía y la canción mientras Benedetti alterna sueños y propuestas con la grave voz de Daniel Viglietti y juntos, sin saberlo, hacen florecer amores o proyectos de amores que después lo serán entre los jóvenes que han ocupado la amplísima sala para escucharlos, para vivir en sus palabras, en sus músicas, las historias que esas voces de acentos similares les inventan, les anuncian, les revelan.
En la otra imagen aparece el poeta a todo color, sobre la cartulina impresa un poco opacada por el tiempo, mirando a la cámara fotográfica con la misma mirada tímida después de oírme decir, desde el otro lado de la mesa de este café Nebraska de Madrid en el que me ha citado, que queremos que nos acompañe, entre los primeros, en el Círculo de Amigos de ese centro cultural que estamos creando en La Habana de los 90. Allí me ha dicho que reparte su tiempo entre aquella capital y Montevideo, jugándole cabeza al invierno que quisiera sorprenderlo en la geografía equivocada.
Allí ha escrito, con su prosa periodística que acompañó siempre al ejercicio de su oficio mayor, el de poeta, artículos y crónicas contando cosas de nuestra realidad latinoamericana que él había vivido/sufrido como pocos, como tantos, en aquellos años terribles. Así lo recuerdo en una carta memorable en la que anunciaba que no continuaría colaborando en aquella publicación donde lo hacía, ante los ataques lanzados por la xenofobia (anti)cultural del momento, señaladora de sudacas, desde los territorios sesgados de la mediocridad. Por esa y otras muchas coherencias éticas, valentías de la razón y de la poesía, lo admiramos los jóvenes escritores que por entonces descubrimos a partir de sus textos (como de los de otros inolvidables hermanitos mayores) la profundidad del lenguaje conversado, el espléndido misterio de la palabra precisa.
El recuerdo de aquella escaramuza miserable contra el poeta se activa probablemente ahora, muy pocos días después de su muerte, cuando cierta declaración inoportuna –en aquella misma prensa o en otras de ópticas o estrabismos similares– cuestiona o regatea las calidades poéticas de este hombre que repartió generosamente el amor entre sus versos mayores y menores, que pudo llegar hasta el fin de sus días con la mirada en alto, lejos del suelo de los desencantados oportunos, y confesó para nosotros en alguna entrevista su poética/política de siempre: “Yo creo en un dios personal, que es la conciencia: a ella es a la que le debemos rendir cuentas cada día”.
Seguramente por estas verdades sostenidas contra viento y marea es que navegan en estos días en los ríos virtuales o en los antiguos caminos comunicadores sus poemas de juventud sostenida, de dudas y búsquedas y hallazgos y más búsquedas y preguntas alrededor (y dentro) de este mundo que parece preferir (e imponer) el predominio de la banalidad y las hamburguesas sobre la incómoda claridad de la poesía.
Y por esas verdades del poeta, estoy seguro, lo estaba invitando en aquella mesa de su café preferido a integrar aquel naciente Círculo de Amigos en la capital cubana, que se proponía rescatar, de diversas maneras, la riqueza fecunda de la memoria de todas y de todos. En esa labor realizada durante más de una década se ha comprobado, más de una vez, aquella enseñanza que el poeta vislumbró en el texto de un poema y en el título de un libro: El olvido está lleno de memoria.
Ahora, mañana, después, cuando nos toque rescatar para la memoria su poética/política, creo que lo encontraremos ejerciendo el humor inteligente (“un pesimista es un optimista bien informado”) mientras ratifica su declaración de principios (para continuar empujando la utopía): “Muchos de mis poemas son producto de ser hombre de pueblo, y estar cerca del pueblo siempre ha sido una máxima para mí. Lo mejor que me pudo haber pasado en la vida es que lo que escribo le haya tocado el corazón a esa gente, a ese pueblo, a ese hombre de a pie”.
Víctor Casaus
Poeta, narrador, director cinematográfico y periodista. Actual director del Centro Cultural Pablo de la Torrente Brau de La Habana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario