ARTÍCULO DE MARTÍN DE LA HOZ PUBLICADO EN EL SEMANARIO VOZ
Hace ya cincuenta y siete años dejó de existir Eugenio Grindel, poeta que adoptó el heterónimo de Paul Éluard. (Saint Denis 1895, Charentos-le-Pont 1952).
La aparición de la poesía de Paul Éluard y la del movimiento artístico del surrealismo fueron más o menos simultáneas. Gravitaba sobre la cultura europea la fuerza del capital monopolista con su secuelas de guerra, deshumanización y de falsa democracia. André Breton, en el primer manifiesto del surrealismo de 1924, escribió: «¡Se acercan los tiempos en que la poesía decretará la muerte del dinero!». El psicoanálisis, por su parte, había hecho conocer instancias de la estructura sicológica distintas de la conciencia. Breton se preguntaba por qué no esperar de los indicios del sueño tanto o más que cuanto nos ofrece la vigilia. «¿No cabe acaso emplear también el sueño para resolver los problemas fundamentales de la vida?». El surrealismo hizo profesión de fe en «la futura armonización de estos dos estados, aparentemente tan contradictorios, que son el sueño y la realidad, en una especie de realidad absoluta, en una sobrerrealidad o surrealidad, si así se puede llamar».
Inspirados en las conjeturas citadas, Breton y Soupault, reunidos, intentaron realizar ejercicios de una especie de «automatismo», de expresiones verbales o de cualquier otra índole en que se pudiera descubrir «el funcionamiento real del pensamiento». Intentaron captar «dictados del pensamiento que hubieran escapado a la intervención reguladora de la razón». Con diversos grados de identificación se vincularon al surrealismo Aragon, Baron, Boiffard, Breton, Carrive, Desnos, Éluard, Gerard, Limbour, Naville, Péret, Soupault, Vitral y otros.
«No voy a ocultar, dice Breton, que para mí la imagen más fuerte es aquella que contiene el más alto grado de arbitrariedad, aquella que más tiempo tardamos en traducir a lenguaje práctico, debido a que lleva en sí una enorme dosis de contradicción…»
Tenía diez y seis años cuando debió hospitalizarse en un sanatorio suizo. Al regresar a Francia fue reclutado para servir en el Ejército. Diez años después viajó por el Extremo Oriente y por Europa. En España trabó amistad con los intelectuales revolucionarios en vísperas de la guerra civil. En 1939, cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, volvió a las filas militares. Los fascistas franceses firmaron un armisticio vergonzoso con Hitler y establecieron un régimen títere en Vichy, encabezado por el mariscal Pétain. Paul Éluard no se desmovilizó realmente. Se vinculó a la lucha de la resistencia contra el invasor nazi. Su entrega y su valentía lo distinguieron como dirigente político, militar y literario.
La primera etapa de la actividad literaria de Paul Éluard, que se prolonga hasta mediados de los años treinta del siglo XX, fue un intenso trabajo como poeta, pero también como crítico y comentarista de letras y artes plásticas. Fue amigo muy cercano de Picasso y de Max Ernst.
Pierre Gamarra y Rouben Meliá agruparon los poemas escogidos de Éluard en torno a ejes temáticos. Uno de ellos, bajo el título de «El centro del mundo está en todas partes y dentro de nosotros». Puede decirse que Éluard descubre y nos revela la naturaleza vista a través de su sensibilidad delicada. Nos mueve a amar el mundo y hace que el centro universal esté también en nosotros, que seamos el mundo y de este mundo.
Los valores estéticos no se eclipsan bajo la cólera del combatiente ni bajo el dolor del patriota.
«París, socorro no reclames. – Sobrevives con vida incomparable. – Es enjuta y es pálida tu imagen. – No obstante, en tu semblante, - todo lo humano brilla sublimándose. – Ciudad mía, París, hermoso carmen - aguja fina, espada inquebrantable. - Ingenua, sabia. Más alto baluarte opuesto a la injusticia que execraste - siempre, como la única catástrofe».
Gabriel Peri fue un periodista, dirigente del Partido Comunista Francés y redactor de L´Humanité. Hay quienes sostienen que la traición de algunos camaradas lo entregó a los nazis. Fue fusilado en diciembre de 1941. Paul escribió una poesía para contribuir a que la lucha de Peri no sea olvidada:
«Ha muerto un hombre. Su recuerdo sigue - contra la muerte en lucha sostenida. - Quiso cuanto quisimos. - Quiso cuanto queremos todavía. - Que sea el gozo luz y llegue al fondo - del corazón y de los ojos nítida. - Que el sobre haz de la tierra - reluzca con la luz de la justicia».
Dibuja con precisión la imagen del enemigo: «Se jactan de sus espías, - de sus verdugos se precian. - Hasta las zarpas armados, -armados van como fieras; - su brazo en tenso saludo - y miedo en el alma tensa».
Describiendo la unidad de los amantes, de su enamorada, nos dice: «Vive de pies sobre mis párpados - sus cabellos están entre los míos - tiene la forma exacta de mis manos - y el color de mis ojos que la miran - ella se hunde entre mi propia sombra - como una piedra en el azul del cielo».
Fuente: VOZ Edición 2477 (www.pacocol.org/index.php?option=com_weblinks&catid=55&Itemid=126)
Hace ya cincuenta y siete años dejó de existir Eugenio Grindel, poeta que adoptó el heterónimo de Paul Éluard. (Saint Denis 1895, Charentos-le-Pont 1952).
La aparición de la poesía de Paul Éluard y la del movimiento artístico del surrealismo fueron más o menos simultáneas. Gravitaba sobre la cultura europea la fuerza del capital monopolista con su secuelas de guerra, deshumanización y de falsa democracia. André Breton, en el primer manifiesto del surrealismo de 1924, escribió: «¡Se acercan los tiempos en que la poesía decretará la muerte del dinero!». El psicoanálisis, por su parte, había hecho conocer instancias de la estructura sicológica distintas de la conciencia. Breton se preguntaba por qué no esperar de los indicios del sueño tanto o más que cuanto nos ofrece la vigilia. «¿No cabe acaso emplear también el sueño para resolver los problemas fundamentales de la vida?». El surrealismo hizo profesión de fe en «la futura armonización de estos dos estados, aparentemente tan contradictorios, que son el sueño y la realidad, en una especie de realidad absoluta, en una sobrerrealidad o surrealidad, si así se puede llamar».
Inspirados en las conjeturas citadas, Breton y Soupault, reunidos, intentaron realizar ejercicios de una especie de «automatismo», de expresiones verbales o de cualquier otra índole en que se pudiera descubrir «el funcionamiento real del pensamiento». Intentaron captar «dictados del pensamiento que hubieran escapado a la intervención reguladora de la razón». Con diversos grados de identificación se vincularon al surrealismo Aragon, Baron, Boiffard, Breton, Carrive, Desnos, Éluard, Gerard, Limbour, Naville, Péret, Soupault, Vitral y otros.
«No voy a ocultar, dice Breton, que para mí la imagen más fuerte es aquella que contiene el más alto grado de arbitrariedad, aquella que más tiempo tardamos en traducir a lenguaje práctico, debido a que lleva en sí una enorme dosis de contradicción…»
Tenía diez y seis años cuando debió hospitalizarse en un sanatorio suizo. Al regresar a Francia fue reclutado para servir en el Ejército. Diez años después viajó por el Extremo Oriente y por Europa. En España trabó amistad con los intelectuales revolucionarios en vísperas de la guerra civil. En 1939, cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, volvió a las filas militares. Los fascistas franceses firmaron un armisticio vergonzoso con Hitler y establecieron un régimen títere en Vichy, encabezado por el mariscal Pétain. Paul Éluard no se desmovilizó realmente. Se vinculó a la lucha de la resistencia contra el invasor nazi. Su entrega y su valentía lo distinguieron como dirigente político, militar y literario.
La primera etapa de la actividad literaria de Paul Éluard, que se prolonga hasta mediados de los años treinta del siglo XX, fue un intenso trabajo como poeta, pero también como crítico y comentarista de letras y artes plásticas. Fue amigo muy cercano de Picasso y de Max Ernst.
Pierre Gamarra y Rouben Meliá agruparon los poemas escogidos de Éluard en torno a ejes temáticos. Uno de ellos, bajo el título de «El centro del mundo está en todas partes y dentro de nosotros». Puede decirse que Éluard descubre y nos revela la naturaleza vista a través de su sensibilidad delicada. Nos mueve a amar el mundo y hace que el centro universal esté también en nosotros, que seamos el mundo y de este mundo.
Los valores estéticos no se eclipsan bajo la cólera del combatiente ni bajo el dolor del patriota.
«París, socorro no reclames. – Sobrevives con vida incomparable. – Es enjuta y es pálida tu imagen. – No obstante, en tu semblante, - todo lo humano brilla sublimándose. – Ciudad mía, París, hermoso carmen - aguja fina, espada inquebrantable. - Ingenua, sabia. Más alto baluarte opuesto a la injusticia que execraste - siempre, como la única catástrofe».
Gabriel Peri fue un periodista, dirigente del Partido Comunista Francés y redactor de L´Humanité. Hay quienes sostienen que la traición de algunos camaradas lo entregó a los nazis. Fue fusilado en diciembre de 1941. Paul escribió una poesía para contribuir a que la lucha de Peri no sea olvidada:
«Ha muerto un hombre. Su recuerdo sigue - contra la muerte en lucha sostenida. - Quiso cuanto quisimos. - Quiso cuanto queremos todavía. - Que sea el gozo luz y llegue al fondo - del corazón y de los ojos nítida. - Que el sobre haz de la tierra - reluzca con la luz de la justicia».
Dibuja con precisión la imagen del enemigo: «Se jactan de sus espías, - de sus verdugos se precian. - Hasta las zarpas armados, -armados van como fieras; - su brazo en tenso saludo - y miedo en el alma tensa».
Describiendo la unidad de los amantes, de su enamorada, nos dice: «Vive de pies sobre mis párpados - sus cabellos están entre los míos - tiene la forma exacta de mis manos - y el color de mis ojos que la miran - ella se hunde entre mi propia sombra - como una piedra en el azul del cielo».
Fuente: VOZ Edición 2477 (www.pacocol.org/index.php?option=com_weblinks&catid=55&Itemid=126)
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