Ese año, el artista y militante comunista, quiso reivindicar el Guernica de Picasso y la lucha obrera, con el toro y con esas figuras con el puño en alto y bandera roja
Esto no es un cartel. Con un guiño al título de la famosa pintura de Magritte (Ceci n’est pas une pipe), comienzo a escribir un texto sobre la historia de algo que no fue. Un boceto, un ensayo, un proyecto. Una obra que cincuenta años cuelga hoy en las paredes de una galería como símbolo de un porvenir. El recuerdo de un tiempo en el que pintar era peligroso y el arte un grito de compromiso, lucha y libertad.
Cuando apenas se cumple un año del fallecimiento de Agustín Ibarrola (1930-2023), seguimos descubriendo en su trabajo las huellas de un artista comprometido con su práctica artística y con hacer de esta una herramienta para el cambio y la transformación social.En 1974, inmerso en la producción de aquellos Nuevos Guernicas que centraron parte de sus intereses artísticos a lo largo de esta década, Ibarrola recibe el encargo de realizar el diseño del cartel de la Feria del Toro de Pamplona, una propuesta que no llego a ser, pero cuya historia nos acerca a un artista combativo, comprometido y luchador.
En un momento en el que la dictadura estaba ya agonizando y las manifestaciones obreras estaban luchando por construir un nuevo orden social, el encargo de este cartel se convierte en un símbolo, algo que quedó encerrado en un taller y no ocupó las calles, la historia de un grito silenciado, como muchas de esas negociaciones y pactos que la transición democrática acalló por el bien común y ese síndrome de mayoría absoluta, del que nos hablaba Mar Villaespesa. El futuro de esa España del bienestar que aún tenía cadáveres en las cunetas y crímenes sin resolver.
Años convulsos en los que la militancia política y cultural estaba sometida a un estado de extrema vigilancia por parte de un régimen que identificaba compromiso y lucha con cárcel y condena, pero que también hizo que algunos artistas como Ibarrola, tejieran alianzas entre la producción artística y esos nuevos aires de cambio que pedían libertad.
En este contexto, Ibarrola recibirá el encargo del cartel de la Feria del Toro de Pamplona, proyecto que viene abalado por la recomendación de Jorge Oteiza, que declina la invitación a realizarlo por la coincidencia con diferentes exposiciones y proyectos artísticos, convirtiendo a Agustín Ibarrola en la persona invitada a diseñar el cartel de la Feria del Toro de 1974.
En este encargo, Ibarrola ve una oportunidad única, para que esas alianzas entre práctica artística y compromiso político llegasen a las calles. Amnistía, libertad, autonomía, ruptura, democracia. Palabras trasladadas al papel y al lienzo en un lenguaje directo, que buscaban la empatía con aquellos que aún miraban con desdén algunas de aquellas experimentaciones artísticas de los Encuentros de Pamplona de 1972 y pensaban que más que otros comportamientos artísticos, teníamos que desde el arte inventar otros nuevos compromisos políticos.
La cabeza del toro de Guernica en la parte superior y en la parte inferior una masa humana que avanza unida, puños en alto y sin ningún rasgo identificativo. Esos son los elementos que Ibarrola utilizaba sobre un fondo abstracto, llegando a una extrema síntesis formal de aquello que Valeriano Bozal describió como “expresionismo épico social”. Sin olvidar esa franja de color rojo que divide ambos espacios, el color de la sangre derramada y el compromiso con una lucha, la obrera, a la que Ibarrola se entrega en todos estos trabajos.
De la imagen del toro de Guernica y la masa humana, pasamos al puño en alto y los manifestantes, imágenes que van apareciendo en muchos de los dibujos y lienzos de estos años, y que tras la muerte del dictador nos invitan a pensar que la lucha continúa, y la vigilancia permanece.
Los fondos abstractos del cartel dan paso a una serie de tramas geométricas opresivas, líneas paralelas que se introducen entre las manifestaciones y las Ikurriñas, los puños alzados y las pancartas. El dictador ha muerto, pero las estructuras de poder del antiguo régimen continúan y la pintura de Ibarrola nos recuerda que la libertad aún no se ha conseguido.
Manifestaciones obreras, huelgas y asambleas acompañan en esta exposición a los trabajadores crucificados, aquellos obreros y luchadores por la libertad que puños en alto blanden llaves y herramientas de trabajo, frente a las armas y la violencia. Un cartel que no fue, una lucha que aún persiste.
Pensar que la historia se desarrolla de manera progresiva y lineal fue una de las grandes herramientas y al mismo tiempo ficciones del proyecto de la modernidad. Hay vacíos que nos llevan a descubrir que otra historia es posible. La de este cartel que no fue es una de ellas. Una imagen que hoy vuelve para recordarnos que ningún tiempo pasado fue mejor, y que esta puede ser la historia de un vacío, el de aquello que estaba a punto de ser y aún no ha sido.
Jesús Alcaide
comisario
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