Pero los muertos están en cautiverio
Y no nos dejan salir del cementerio
Joan Manuel Serrat
Era un 14 de noviembre de 2022 y los medios de comunicación se hacían eco de la declaración del como primer lugar de la memoria democrática de la Comunitat Valenciana. Desde abril de 1939 y hasta 1956, por imposición del régimen franquista, fueron fusiladas en este muro de la vergüenza 2.238 personas. Hubo que aguardar más de ochenta años desde el final de la Guerra Civil para que Rosa Pérez Garijo, entonces al frente de la Conselleria de Calidad Democrática de la Generalitat Valenciana en representación de Esquerra Unida, firmase la orden que incluía El Terrer dentro del Catálogo de los Lugares e Itinerarios de la Memoria Democrática.
Ha sido la historieta quien, a lo largo de 2023, ha recogido el testigo de la recuperación de la memoria de las personas asesinadas en El Terrer. Primero, con María la Jabalina, de la dibujante Cristina Durán y el guionista Miguel Ángel Giner, que rememora la peripecia vital de la miliciana María Pérez Lacruz, fusilada en 1942, y ahora con este El abismo del olvido, del historietista Paco Roca y el periodista Rodrigo Terrasa.
El idilio de Paco Roca con el gran público conoce su origen en 2007, cuando ve la luz Arrugas, libro de historietas que aborda los problemas de la vejez y la enfermedad (en este caso, el Alzheimer). Posteriormente vinieron otros éxitos, como El invierno del dibujante (2010), Los surcos del azar (2013), La casa (2015) o Regreso al Edén (2020), en los que la memoria siempre juega un papel decisivo.
En El abismo del olvido, Roca y Terrasa libran una denodada lucha para devolver nombre y apellidos a las víctimas, tirando del hilo conductor del recuerdo de sus familiares y de la labor meticulosa del enterrador de Paterna, Leoncio Badía, quien colocó en las fosas pequeñas botellas con los nombres de los fusilados y entregó a sus seres queridos pequeños vestigios de su ropa o cabellos.
El trabajo de Paco Roca se caracteriza por la delicadeza en la presentación de los personajes, en el rigor con que aborda los acontecimientos que relata y en la fluidez narrativa con la que está concebida la obra. El protagonismo en El abismo del olvido es, sin duda, colectivo. Como declaración de intenciones valga la viñeta que ocupa enteramente las páginas 28 y 29, en la que Roca nos muestra a los asesinados emergiendo de las fosas, cuando estas comienzan a ser abiertas cuarenta años después del final del franquismo.
El otro gran protagonista son los familiares y personas allegadas a las víctimas, con una Pepica Celda como precursora de la lucha por la recuperación de la memoria y la apertura de las fosas. Pepica solicitó la exhumación del cadáver de su padre, José Celda Beneyto, en 2007 y, tras una odisea burocrática, consiguió su objetivo en 2013. Hermoso es el diálogo intergeneracional que se refleja en la relación entre Pepica y la joven Elisa, del equipo de arqueólogos y antropólogos encargados de la excavación. La última viñeta de la obra acaba con Elisa mostrando a su bebé recién nacido a una Pepica que, al fin, ha conseguido enterrar dignamente a su padre. Por otra parte, Roca no necesita extremar el perfil negativo de los autores materiales de la represión, porque sus actos hablan por sí mismos. Tal vez el retrato más ácido es el de una monja y una carcelera que maltratan psicológicamente a la madre de Pepica, quien también sufrió prisión (páginas 196 y 197).
La condición de obra artística del libro de historietas no impide abordar los temas de fondo que enmarcan las tragedias personales narradas. Así, se da cuenta de los horrores de la guerra y posterior represión (páginas 79 y 80), de los avatares de la recuperación de la memoria histórica en España (páginas 91 a 98) e, incluso, aparece un croquis de las fosas sobre el plano del cementerio de Paterna (página 62).
Este gusto por el detalle y la reflexión no supone ningún impedimento para la lectura ágil de la historia, debido a la maestría de Roca a la hora de administrar el ritmo de la narración. Como viene siendo habitual en sus últimas publicaciones, el dibujante valenciano utiliza el formato apaisado, a la italiana, prácticamente desaparecido en España desde la extinción de los cuadernos de aventuras. Roca sabiamente modifica la disposición de la viñetas en página, mostrando una gran variedad de recursos y rompe cualquier atisbo de monotonía mediante la irrupción del pasado en el tiempo presente de la narración. Incluso introduce unas referencias a la Ilíada de Homero (páginas 71 a 75, 169 a 174, y 179 a 180), lectura favorita de Leoncio Badía, el enterrador, a través del episodio de la muerte de Héctor y la negativa de Aquiles a entregar el cadáver a sus padres, lo que permite que comprendamos la dimensión histórica y antropológica que tiene el dar digna sepultura a los seres queridos.
Una vez más se demuestra que la historieta, además de permitirnos disfrutar del goce de una obra artística, es un medio muy adecuado para afrontar desafíos como la recuperación de la memoria democrática. Afortunadamente, Paco Roca no está solo en este empeño y, como expone el profesor David Fernández de Arriba en las páginas del número 261 de la revista Nuestra Bandera, existe ya un canon de autores y autoras dispuestos a reflejar en sus creaciones todo el peso de nuestro pasado, en ocasiones tan mal digerido.
(*) Autor de «Víctor Mora. Con acento francés» (ACyT Ediciones, 2023) y ex coordinador general de Izquierda Unida de Aragón.
Fuente: Mundo Obrero
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