Estas cartas del gran poeta alicantino fueron dirigidas a Juan Ramón
Jiménez, Federico García Lorca y Pablo Neruda. En abril de 1939, tras la
caída de Madrid, Hernández intentó huir a través de la frontera con
Portugal, pero fue detenido en Rosal de la Frontera (Huelva). Allí
permaneció en prisión hasta el 17 de septiembre de 1939. Cinco días
antes escribió a su esposa, Josefina Manresa, la cuarta carta que
reproducimos. Su suerte no duró mucho. Cuando regresó a Orihuela para
reunirse con su familia, la policía franquista lo detuvo nuevamente. En
enero de 1940, fue condenado a muerte; en junio de 1940, la sentencia
fue conmutada por una pena de treinta años. Tras pasar por cárceles de
Madrid, Palencia, Ocaña y finalmente Alicante, falleció de tuberculosis
el 28 de marzo de 1942. A los 31 años.
A
Juan Ramón Jiménez
(Orihuela, noviembre 1931)
Venerado poeta:
Sólo conozco a usted por su Segunda Antología que
–créalo– ya he leído cincuenta veces aprendiéndome algunas de sus
composiciones. ¿Sabe usted dónde he leído tantas veces su libro? Donde son
mejores: en la soledad, a plena naturaleza, y en la silenciosa, misteriosa,
llorosa hora del crepúsculo, yendo por antiguos senderos empolvados y desiertos
entre sollozos de esquilas.
No le extrañe lo que le digo, admirado maestro; es que
soy pastor. No mucho poético, como lo que usted canta, pero sí un poquito
poeta. Soy pastor de cabras desde mi niñez. Y estoy contento con serlo, porque
habiendo nacido en casa pobre, pudo mi padre darme otro oficio y me dio este
que fue de dioses paganos y héroes bíblicos.
Como le he dicho, creo ser un poco poeta. En los
prados por que yerro con el cabrío ostenta natura su mayor grado de belleza y
pompa; muchas flores, muchos ruiseñores y verdores, mucho cielo y muy azul,
algunas majestuosas montañas y unas colinas y lomas tras las cuales rueda la
gran era del Mediterráneo.
Por fuerza he tenido que cantar. Inculto, tosco, sé
que escribiendo poesía profano el divino arte… No tengo culpa de llevar en mi
alma una chispa de la hoguera que arde en la suya…
Usted, tan refinado, tan exquisito, cuando lea esto,
¿qué pensará? Mire: odio la pobreza en que he nacido, yo no sé… por muchas
cosas… Particularmente por ser causa del estado inculto en que me hallo, que no
me deja expresarme bien ni claro, ni decir las muchas cosas que pienso. Si son
molestas mis confesiones, perdóneme, y… ya no sé cómo empezar de nuevo. Le
decía antes que escribo poesías… Tengo un millar de versos compuestos, sin
publicar. Algunos diarios de la provincia comenzaron a sacar en sus páginas mis
primeros poemas, con elogios… Dejé de publicar en ellos. En provincia leen
pocos los versos y los que los leen no los entienden. Y heme aquí con un millar
de versos que no sé qué hacer con ellos. A veces me he dicho que quemarlos tal
vez fuera lo mejor.
Soñador, como tantos, quiero ir a Madrid. Abandonaré
las cabras –¡oh, esa esquila en la tarde!- y con el escaso cobre que puedan darme
tomaré el tren de aquí a una quincena de días para la corte. ¿Podría usted,
dulcísimo Juan Ramón, recibirme en su casa y leer lo que le lleve? ¿Podría
enviarme unas letras diciéndome lo que crea mejor? Hágalo por este pastor un
poquito poeta, que se lo agradeceré eternamente.
Miguel Hernández
A
Federico García Lorca
(Orihuela, 10 de abril de 1933)
Admirado poeta amigo:
Le escribí hace mucho pidiéndole elogios, aunque ya se
los había oído para mi Perito en lunas. Y aquí me tiene usted
esperándolos –entre otras cosas.
He pensado, ante su silencio, que usted me tomó el
pelo a lo andaluz en Murcia – ¿recuerdaaa?-, que para usted fuimos, o fui, lo
que recuerdo que nos dijo cuando le preguntamos quién era uno que le saludó.
“Ese –dijo– uno de los de: ¡adiós!, cuando les vemos.” Y luego “me escriben
muchas cartas a las que yo no contesto”. ¿Puedo estar ofendido contigo?
Perdone. Pero se ha quedado todo: prensa, poetas,
amigos, tan silencioso ante mi libro, tan alabado –no mentirosamente, como
dijo– por usted la tarde aquella murciana, que he maldecido las putas horas y
malas en que di a leer un verso a nadie.
Usted sabe bien que en este libro mío hay cosas que se
superan difícilmente y que es un libro de formas resucitadas, renovadas, que es
un primer libro y encierra en sus entrañas más personalidad, más valentía, más
cojones –a pesar de su aire falso de Góngora– que todos los de casi todos los
poetas consagrados, a los que si se les quitara la firma se les confundiría la
voz.
Por otra parte, aquí, en mi pueblo –¡pueblo mío!–,
donde el que me gritaba: Yo te he comprado un libro creyéndole bueno y me has
dado arpillera, yo he leído a Campoamor… -¡ea!-, decía yo: Ved los periódicos
de Madrid pronto, he quedado en ridículo, porque de toda la prensa madrileña,
sólo Informaciones se desvirgó hablando de mis poemas por el
pico de Alfredo Marqueríe, diciendo cuatro burradas. El tío, antes de decir:
¡Qué burro soy!, dijo: ¡Se ha extraviado el poeta, se ha oscurecido!
Por otra parte, en mi casa soy el cristo de los cinco
sanpedros: me niegan la mitad del pan; me niegan, padre y madre y sus hijos,
como hijo de aquéllos, como hermano de éstos; les avergüenza el que haga
versos; no quieren darme vestidos nuevos, y hasta a los pantalones viejos que
tengo no les quieren poner remiendos, que amordacen rotos proclamadores de
nalgas mías. Hoy mismo, hoy, me han escondido la llave del huerto para que no
pudiera entrar en él. Y yo he saltado a la torera la tapia, no la valla, y
aquí, en este chiquero de abril, aquí, donde ha tenido el suyo “Perito en
lunas” este estío, bajo esta higuera, que dilataban hasta sus pámpanos mi carne
de acordeón semejante a una palmera degollada, aquí le escribo esto
desesperado, desesperado. Me alegran las noticias que leo –de prestado– de los
triunfos que se suceden, que se suceden. ¡Me alegran! y le envidio. El otro día
he visto en El Sol la crítica de un libro de romances. El crítico dice que al
pronto resuena la voz suya, pero que sólo a primera vista. Yo, nada más por el
ejemplo que pone allí de romance, adivino en ese Félix no sé qué un plagiador
casi.
Federico: no quiero que me compadezca; quiero que me
comprenda.
Aquí, en mi huerto, en un chiquero, aguardo respuesta
feliz suya, y pronto, o respuesta simplemente; aquí, pegado como un cartel a
esta tapia, detrás, de la cual viven padres pobres, con tantos hijos y tan poca
casa, que, para que los niños no vean los orígenes de su fabricación, el
comienzo de sus hermanos, se salen al callejón a reanudarse las noches más
empinadas.
Un abrazo,
Miguel Hernández G.
A
Pablo Neruda
(Orihuela, diciembre de 1934)
Desde Orihuela –¿Quién le ha dicho que me he venido,
querido Pablo?– me despido de usted. Una carta desperada o mi bolsillo casi
acabado me hizo precipitar mi viaje. He sentido bastante no verle para matrimoniar
nuestras manos y divorciarlas con un adiós te encomiendo. Desde aquí, mi
pueblo, mi casa, mi limonero de mi huerto soleado por un sol inacabable lleno
de limones que lo enjoyecen fríamente, atiendo a su voz, su
persona y su amistad poéticas y humanas; aquí espero que me diga, lo antes
posible, qué hay de aquello que me dijo la otra noche –lunes– en que me invitó
a una cena para la otra noche –miércoles–. Gracias. ¿Qué hay, Pablo? ¿Se queda
en Madrid? ¿Se irá –¡dolor!– a Barcelona? ¿Hará la revista? ¿Me llamará
generosamente a su lado?
Aquí, aquí en mi pueblo, mi casa, mi huerto, mi
limonero y mi problema espero angustiado su contestación.
Escríbame, que lo oiga su voz dolorida que duele:
alívieme esta soledad de palma sin compaña, dígame algo aunque no me diga nada
de lo que me importa.
Le abraza siempre.
Miguel Hernández
¡Ah!: Invite a Federico a que se interese lo más
posible del estreno de mi “El torero más valiente”. Gracias.
Carta
a Josefina Manresa
(12 de septiembre de 1939)
Mi querida Josefina:
Esta semana, como las anteriores, llega martes y no ha
llegado tu carta. También empiezo a escribir ésta para que me dé tiempo a
echarla después, cuando el correo me traiga la tuya, que no creo que falte hoy.
Estos días me los he pasado cavilando sobre tu situación, cada día más difícil.
El olor de la cebolla que comes me llega hasta aquí, y mi niño se sentirá
indignado de mamar y sacar zumo de cebolla en vez de leche. Para que lo
consueles, te mando esas coplillas que le he hecho, ya que aquí no hay para mí
otro quehacer que escribiros a vosotros y desesperarme. Prefiero lo primero y
así no hago más que eso, además de lavar y coser con muchísima seriedad y
soltura, como si en toda mi vida no hubiera hecho otra cosa. También paso mis
buenos ratos espulgándome, que familia menuda no me falta nunca, y a veces la
crío robusta y grande como el garbanzo. Todo se acabará a fuerza de uña y
paciencia, o ellos, los piojos, acabarán conmigo. Pero son demasiada poca cosa
para mí, tan valiente como siempre, y aunque fueran como elefantes esos bichos
que quieren llevarse mi sangre, los haría desaparecer del mapa de mi cuerpo.
¡Pobre cuerpo! Entre sarna, piojos, chinches y toda clase de animales, sin
libertad, sin ti, Josefina, y sin ti, Manolillo de mi alma, no sabe a ratos qué
postura tomar, y al fin toma la de la esperanza que no se pierde nunca. Así veo
pasar un día y otro día, esperanzado y deseoso de correr a vuestro lado y
meterme en nuestra casa y no saber en mucho tiempo nada del mundo, porque el
mundo mejor está entre tus brazos y los de nuestro hijo. Aún es posible que
vaya para el día de mi santo, guapa y paciente Josefina. Aunque yo, la verdad,
creo que estos amigos míos llevan las cosas muy despacio. Han estado de
vacaciones fuera de Madrid y han regresado esta semana pasada. No han podido
venir a verme porque ahora es imposible para todo el mundo. Es casi seguro que
los veré la semana que viene. Me decías en tu anterior que guardara la ropa
cuanto pudiera. No te preocupes, que si no tengo ropa cuando salga, con ponerme
una mano en el occipucio y otra en el precipicio, arreglado. Así y todo procuro
conservarla y uso la más vieja y todo son cosidos y descosidos y ventanas por
todas partes. El pijama se me ha roto y le he puesto un remiendo que es media
camisa, porque se me veía toda la parte de atrás y era una verdadera vergüenza.
Por lo que a mí me pasa, me figuro lo que os pasará a vosotros y como esto siga
así, me veo contigo como Adán y Eva en el Paraíso. ¡Ay, Josefina mía! No nos
queda otro remedio que aguantar todo lo malo que nos viene y nos puede venir,
para el día que nos toque aguantar lo bueno. ¿Verdad que llegará ese día? Yo
nunca he dudado de que llegará y de que seremos más felices que hasta aquí
hemos sido. Esta separación nos obliga a respetar a nuestro Manolillo más que
respetamos al otro. Manolillo del que no dejo de acordarme nunca. Dentro de un
mes hará un año que se nos murió. Eso de que el tiempo pasa deprisa, para nadie
es más verdad hoy como para nosotros y a mí me cuesta trabajo creer que ha
pasado un año desde que cerró nuestro primer hijo los ojos más hermosos de la
tierra. Dios, a quien tú tanto rezas, hará que el día diecinueve de octubre lo
pasemos juntos, si no hace que lo pasemos el día 29 de este mes. No quisiera
pasar ese día lejos de ti. Iremos a dar una vuelta al campo y si tú eres
decidida, visitaremos la tierra donde nos espera. Tengo ganas de hablar
contigo. La otra noche soñé a Manolillo ya con cinco o seis años de edad.
Cuídalo mucho, Josefina, que crezca fuerte y defendido contra toda enfermedad.
Cuando te sea posible come mucha fruta y mucho vegetal, principalmente patatas.
Es lo que más conviene a tu salud y a la de nuestro sinvergüencilla. No me
dices muchas cosas suyas. Supongo que ya hablará más que un loro. Si supieras
qué ganas tengo de oír su voz: se me ríen los huesos sólo de imaginarla, con
que mira lo que me voy a reír el día que la oiga de verdad. Dime el peso que
tiene, que no lo has pesado hace mucho tiempo. Estoy enfadado con Manolo y con
las Marianas, a ninguno de los cuatro se les ocurre escribirme unas letras. No
se acuerdan de mí, que no los olvido. Dime también algo de la abuela y la tía,
que tampoco me han mandado una sola letra (…).
Bueno. Voy a dejar el lápiz y a esperar tu carta, a
ver qué me trae de bueno. Nada. Hoy no recibo carta tuya. No me gusta que te
retrases en escribirme. Vaya plantón que me he llevado al pie del que vocea el
correo. No hay derecho. Espero que me digas algo de nuestra familia de
Orihuela, de mi madre especialmente y de la de Pepito. Anteayer he recibido una
carta de un amigo de la huerta, Trinitario Ferrer, muy amigo de mi hermano y me
dice que se ve con él todos los días. Di a Vicente que le diga que por ahora no
puedo contestarle, pero que me alegra mucho saber de él. Voy a terminar mi
carta diciéndote que seas menos perezosa conmigo o de lo contrario no te voy a
escribir en un mes. Y nada más porque no parezca larga ésta a la censura y
porque hagan todo lo posible para que llegue a tus manos.
Manolillo: adiós, un beso ¡pum! Otro beso ¡pum! Otro,
otro, otro, ¡pum, pum, pum!
Manolo: escribe, dejando a un lado por un rato las
barbas y las perezas.
Marianas: a ser buenas y a pelearos una vez a la
semana solamente.
Josefina: recibe para ti y para nuestro hijo y para
nuestros hijos mayores el cariño encerrado y empiojado y… perdido de tu preso.
Miguel
¡Adiós!’
Fuente: https://www.elviejotopo.com/topoexpress/cuatro-cartas/