YUGOSLAVIA, UN PUEBLO QUE LUCHA POR SUS IDEALES
por Ernesto Che Guevara
Quizás el más
interesante de todos los países visitados, por el desarrollo de su
industria a partir de bajas condiciones, por el adelanto de su técnica y
por las complejísimas e interesantes relaciones sociales, fue para
nosotros Yugoslavia.
Yugoslavia es un país que ellos definen así:
algo rodeado por siete países, con seis repúblicas, cinco
nacionalidades, cuatro lenguas, tres religiones, dos escrituras;
constituyendo una nación. Es fácil comprender que se refiere en su
primera parte a siete naciones fronterizas. La República Federativa de
Yugoslavia está constituida por seis repúblicas que se reúnen para
formar un solo gobierno central presidido por el mariscal Tito; a estas
seis repúblicas pertenecen cinco nacionalidades diferentes, aunque los
distintos cambios históricos han hecho que estas nacionalidades no
correspondan exactamente a los límites geográficos políticos que tienen
hoy y, naturalmente, la gran tarea de unificación nacional ha hecho
disminuir los antagonismos y subrayar las semejanzas entre ellas; cuatro
lenguas eslavas, parecidas pero no iguales, se hablan en el territorio;
conviven allí la religión católica con la ortodoxa-griega y musulmana,
se escribe en el alfabeto latino y también en el cirílico, semejante al
ruso; todo este complejo mecanismo se reúne en el gobierno central del
que he hablado. Este está dirigido por dos cámaras que eligen
directamente al presidente.
Una de las cámaras está integrada por
representantes directos del pueblo, de acuerdo con números determinados
de población. La otra cámara corresponde solamente a los factores de la
producción; de ella están ausentes todos los individuos que no cumplen
un papel determinante en la misma, es decir, fundamentalmente están allí
obreros y campesinos, empleados de fábricas y cooperativas agrícolas
también, pero no los burócratas, ni el ejército, ni algunos miembros
aislados de profesionales liberales.
Contra lo que pudiera pensarse a
primera vista, en un país que es declaradamente comunista, aunque
manteniendo ciertas características especiales de independencia
nacional, Yugoslavia no ha colectivizado su tierra sino en un 15%, meta
que nosotros conseguiremos en poco tiempo, quizás. Hay varias
explicaciones para esta morosidad en cuanto a la colectivización de la
tierra, que se realiza lentamente y por un gradual convencimiento. La
más importante es el enorme espíritu individualista del campesino, dueño
de una parcela heredada de antepasados que sudaron sobre ella quizás
durante milenios; en estas condiciones, el campesino ha adquirido un
sentido tal de individualidad que solamente las enormes ventajas de la
colectivización permiten poco a poco permeabilizar la actitud de esta
clase social para incorporarlas al trabajo común.
Todas las
colectividades de Yugoslavia, ya sean campesinas u obreras industriales,
se guían por el principio de lo que ellos llaman la autogestión. Dentro
de un plan general, bien definido en cuanto a sus alcances, pero no en
cuanto a su desarrollo particular, las empresas luchan entre ellas
dentro del mercado nacional como una entidad privada capitalista.
Se
podría decir a grandes rasgos, caricaturizando bastante, que la
característica de la sociedad yugoslava es la de un capitalismo
empresarial con una distribución socialista de las ganancias, es decir,
tomando cada empresa, no como un grupo de obreros sino como una unidad,
esta empresa funcionaría aproximadamente dentro de un sistema
capitalista, obedeciendo las leyes de la oferta y la demanda y
entablando una lucha violenta por los precios y la calidad con sus
similares; realizando lo que en economía se llama la libre concurrencia.
Pero no debemos nunca perder de vista que las ganancias totales de esa
empresa se van a distribuir, no en la forma desproporcionada de una
empresa capitalista, sino entre los obreros y empleados del núcleo
industrial.
Dar un diagnóstico definitivo, una opinión sobre este
tipo social, es muy arriesgado en el caso mío, sobre todo porque no
conozco personalmente las manifestaciones ortodoxas del comunismo, como
son las de los demás países unidos en el pacto de Varsovia, del cual
Yugoslavia no es partícipe.
Debe recalcarse que el experimento
yugoslavo merece ser estudiado con sentido crítico y, de todas maneras,
para nuestro consumo nacional, es necesario extraer dos grandes
enseñanzas: primero, la capacidad enorme del pueblo para construir su
propia riqueza y segundo, la facilidad con que este pueblo adquiere la
técnica. Habría que considerar también una serie de actitudes aplicables
perfectamente a nuestra Cuba de hoy, como es, por ejemplo, la no
sujeción a pacto alguno, entendiéndose bien que hablo desde el punto de
vista cubano de nuestra realidad americana en el año 1959.
Las
ganancias de una cooperativa deben distribuirse en varias cantidades:
una destinada a pagar sobresueldos, sobresalarios y premios a los
obreros, la otra destinada a bienestar social; una tercera destinada a
pagar los préstamos que el gobierno ha hecho para desarrollar esa
empresa y otra de impuestos generales. Los obreros yugoslavos son
usufructuarios de la empresa donde trabajan pero no los dueños de la
misma, a pesar que deben pagarla al estado, o a la sociedad, como llaman
ellos. El sistema, difícil de entender en pocas palabras está bien
coordinado y da muy buenos resultados en cuanto a la satisfacción de los
pequeños lujos de la población, que está bien y variadamente vestida,
bien nutrida y alegre, aunque no hay, en mi concepto, una insistencia lo
suficientemente grande en recalcar los grandes rumbos de la
industrialización, lo que debería llevarse a cabo en un país pobre y
subdesarrollado como es Yugoslavia, en base a un mayor sacrificio de la
población privándose de todos estos pequeños lujos que he detallado.
Yugoslavia,
el único país comunista que hemos conocido, goza de una libertad de
crítica muy grande, aunque hay un solo partido político, el comunista, y
los periódicos, lógicamente, siguen las orientaciones gubernamentales
dentro de cierto margen de discusión y de polémica. Mayor libertad
existe en las artes, donde al lado de magníficas realizaciones
realistas, en pinturas por ejemplo, hemos visto salas enteras de
representantes de las últimas escuelas del arte moderno sobre las que no
expreso opinión alguna porque, simplemente, no las entiendo; el mensaje
que presumiblemente tienen no está al alcance de mi percepción.
Esta
libertad de discusión se puso de manifiesto cuando me preguntaron en
una amable reunión de sobremesa, en una de las repúblicas que constituye
la federación, mi opinión sobre el sistema yugoslavo; opinión difícil
que, en términos generales aun hoy, después de comprender algo más su
mecanismo no puedo expresar, simplemente, muy interesante por todo lo
que de nuevo traía hasta nosotros, miembros de un país capitalista en
proceso de desarrollo económico y en lucha por su liberación nacional,
la imagen de un país comunista y, al mismo tiempo, con un comunismo que
se aleja de la ortodoxia expresada en los libros comunes, para adquirir
una serie de características propias; peligroso, porque la competencia
entre empresas dedicadas a la producción de los mismos artículos,
introduciría factores que desvirtuarían lo que presumiblemente sea el
espíritu socialista. Esos fueron mis planteamientos exponiendo al mismo
tiempo un ejemplo práctico de los males que podría acarrear, en mi
concepto, el sistema, lo que provocó tres respuestas diferentes; el jefe
de una industria contestó a su manera, quizás con un claro sentido
empresarial, el presidente de los sindicatos, opinó a la suya y un
miembro del gobierno expuso otra idea diferente. Además, se enfrascaron
entre ellos en una discusión de cierta intensidad, en la que los
miembros del gobierno y el líder obrero se colocaron en contra del
director de empresa. Muy teórica y difícil de explicar la discusión, lo
interesante es que se desvirtúan muchas de las aseveraciones de la
prensa sobre el totalitarismo de los países comunistas. Puedo asegurar,
con mi responsabilidad de revolucionario y la experiencia de lo visto
por los propios ojos, que en Yugoslavia hay un amplio margen de libertad
dentro de las limitaciones que impone un sistema de dominación de una
clase social sobre otras.
El mariscal Tito nos impresionó por varias
razones; primero, por su popularidad inmensa solo comparable a las de
Nasser en Egipto y a la de nuestro Fidel; segundo, por su sencillez de
hombre de pueblo sin altanerías y con amplio espíritu fraterno; tercero,
por lo documentado que está él, así como sus consejeros y otros
miembros del gobierno, de la situación cubana y de los peligros que
corre esta revolución. Consideramos, honestamente, que debemos ampliar
mucho nuestro comercio con la joven República Federativa de Yugoslavia;
naturalmente, no sólo con ella sino con todos los países del mundo,
pero, poniendo el caso concreto del país visitado, podemos hacer buenos
negocios vendiendo nuestro azúcar y muchos otros productos a ellos
necesarios, como son minerales, jugos de frutas, quizás, hasta nuestro
tabaco, a pesar de ser un buen productor; podemos comprar de ellos
algunos artículos industriales en los que son especialistas, como barcos
de todo tamaño y especificación, generadores eléctricos de todo tipo y
alguna maquinaria agrícola e industrial.
No vimos en Yugoslavia, como
en el Japón, gigantes industriales ni manifestaciones refinadísimas de
la más alta técnica, pero si vimos realizaciones concisas, trabajos
fuertes y bien hechos dentro del orden industrial y, en el orden humano
en el pueblo a una nación contenta con sus gobernantes, contenta con su
destino, que ha desarrollado enormemente sus fuerzas productivas y las
ha puesto al servicio de la nación y que tiene hacia nuestro país —cosa
fundamental— una simpatía extraordinaria. Simpatía que se manifestaba en
todo momento, a nuestro paso por las calles, con los gritos de « ¡Viva
Cuba!», « ¡Viva Fidel!» y con las muestras de especial regocijo y de
interés con que éramos recibidos y se escuchaban las narraciones de
nuestra experiencia.
Yugoslavia, como Cuba, nació a la vida, en esta
nueva etapa social, después de una gigantesca lucha de guerrillas contra
el poder bélico más formidable de su momento y a la vez, más cruel y
efectivo en su tarea de destrucción. Perdió un décimo del total de la
población calculada en 16 millones, en esa larga lucha de cinco años;
llegó a tener un ejército de 800 mil hombres el que todavía, hoy, es
poderoso; construyó en la sierra el germen de su gobierno popular y
sobre esas bases lo mantuvo; todo lo viejo, lo caduco, fue destruido por
el avance de la revolución y el pueblo aprendió con el ejército de las
armas, la fuerza de la unidad y el poder de un pueblo decidido a luchar
por sus ideales.
Fuente: Proyecto Editorial Che Guevara
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