domingo, 8 de agosto de 2021

"MONUMENTO EN HONOR AL TENIENTE SEIXAS Y AL PUEBLO DE BARRANCOS", DE ANTONO BORRALLO


Monumento en honor al teniente Seixas y al pueblo de Barrancos
Antonio Borrallo
Escultura de piedra y homigón
2010
Oliva de la Frontera (Badajoz)

Monumento en honor al teniente Seixas y al pueblo de Barrancos (Portugal), por la ayuda y la solidaridad que mostraron con los extremeños, entre ellos muchos oliveros, cuando en el verano de 1936 se vieron obligados a refugiarse en este pueblo luso huyendo de la represión franquista. Muchos de los que lograron cruzar la frontera fueron acogidos en dos campos de refugiados, situados en la finca de Coitadinha y Russianas.

Éste último fue creado por el teniente Antonio Augusto Seixas, comandante de la Guarda Fiscal de Safara, sin que el gobierno portugués tuviera conocimiento de ello. En este campo clandestino, bajo su responsabilidad, y con la ayuda de los barranqueños, más de cuatrocientos refugiados españoles lograron salvar sus vidas.

El monumento, ubicado frente a la Estación de Autobuses, es una fuente formada por piedras, de la finca comunal de la localidad, sobre la que se sostiene una mano de hormigón. Ha sido realizado por el artista olivero Antonio Borrallo.  

Fuente: La mañana

El teniente Seixas y el campo de concentración de La Coitadinha

“Vino un señor del norte de Portugal y resolvió el asunto”, dice el encargado del hotel rural del Parque Natural de Noudar, en la comarca del Alentejo. El señor norteño era Antonio Augusto de Seixas Araújo (Montealegre, 1891–Sines, 1958), teniente de la Guardia Fiscal en la frontera con Badajoz y Huelva durante 1936. El asunto, un millar de personas que escapaban del avance del Ejército de África y huyeron al pueblo portugués de Barrancos. Las gestiones de Seixas concluyeron con la evacuación de los refugiados a territorio republicano, un hecho inédito a lo largo de toda la Guerra Civil dada la sintonía entre los sublevados y el régimen de Antonio de Oliveira Salazar.

La sublevación de las tropas de África y su rápido avance por la Ruta de la Plata creó una situación de incertidumbre en la frontera. Durante los primeros días, algunas personas de derechas cruzaron a Portugal, situación que se invirtió rápidamente y ahora los que huían eran milicianos de las cuencas mineras del suroeste y de sindicalistas del campo, y mujeres, niños y alcaldes, concejales y diputados electos y perteneciente a organizaciones de izquierda. Una desbandada con lo puesto frente a un ejército profesional con tropas mercenarias, la colaboración de la aviación alemana y el trabajo en retaguardia de matones de Falange.

Dos columnas de legionarios y tropas marroquíes habían partido de Sevilla el 1 de agosto con la orden de llegar lo antes posible a Mérida, contactar con las tropas rebeldes de Cáceres y aislar Badajoz. El día 3, en El Ronquillo (Sevilla) se sumaron un centenar de guardias civiles. El 5 entraron en Llerena; el 7 ocuparon Zafra y Villafranca de los Barros; el 11, Mérida, y Badajoz quedó aislado como último enclave republicano entre los franquistas y la frontera. El día 15, los tres mil legionarios y tropas moras del entonces teniente coronel José Yagüe sometieron la ciudad cumpliéndose ahora 80 años de lo que fue una de las mayores matanzas de la Guerra Civil española. 

Las crónicas de periodistas extranjeros empotrados en las tropas rebeldes dieron cuenta del horror de aquellas jornadas y se convirtió en un escándalo internacional. Incluso el propio Yagüe no tuvo ningún rubor en reconocerlo: “Naturalmente que los hemos fusilado. ¿Qué se podía esperar? ¿Pensaban que me llevaría conmigo cuatro mil rojos mientras mi columna avanzaba luchando contra reloj”, contó el Carnicero de Badajoz al periodista de The New York Herald Tribune, John Whitaker. Y ese había sido el proceder desde el primer kilometro de la ruta: la ejecución sistemática y organizada de los afines a partidos, sindicatos y organizaciones de izquierdas de todos los pueblos por los que pasaron.

A esas alturas del mes de agosto, la dehesa extremeña cobijaba miles de huidos de las provincias de Huelva, Sevilla y Badajoz. Se formaron varias columnas en las que milicianos mal armados protegían a los civiles. La más numerosa fue la Columna de los ocho mil, organizada por dirigentes socialistas de Badajoz como el diputado y dirigente de la Federación de Trabajadores de la Tierra-UGT, José Sosa Hormigó, e integrada básicamente por jornaleros del suroeste de Badajoz, muchos acompañados por su . Embolsada entre la frontera con Portugal y la carretera de a Vía de la Plata, Salieron de Fregenal de la Sierra hacía la zona republicana.

La columna recorrió 100 kilómetros por sendas entre encinas y alcornoques, poco antes de llegar a Azuaga (Badajoz) tropas fascistas rodearon a los milicianos y civiles y dispararon sus ametralladoras estratégicamente situadas. Hubo una desbanda, nunca se sabrá cuantos murieron; unos dos mil fueron detenidos, bastantes de ellos, devueltos a sus pueblos de origen y fusilados; otros vagaron por la dehesa acosados por el guardias civiles y falangistas, y algunos consiguieron salvarse, una parte de los que consiguieron salvarse formaron el Batallón de los Castúos, integrado por milicianos extreñenos.

Si hasta la caída de Badajoz, el desconcierto ante la llegada de refugiados había sorprendido a las autoridades portuguesas, a partir de ese momento se produjo un cambio radical, Lisboa tomó partido por los sublevados y la frontera se convirtió en una ratonera. El Ejército, la Guardia Nacional Republicana y la sección para extranjeros de la Policía de Vigilancia y Defensa del Estado (PVDE) situaron efectivos en toda la frontera con la misión de devolver a España a todos los rojos evadidos, previa clasificación de los refugiados. El ejército se encargaba de los militares y la PVDE, de los civiles, unos y otros o eran devueltos a España o iban a prisión.

El Chicago Tribune del 30 de agosto tituló la crónica de su enviado especial Jay Allen: “Matanza de 4.000 personas en Badajoz, la 'ciudad del horror' contada por el corresponsal del Tribune”. Y dice: “Desde entonces (la entrada de Yagüe en la capital), cada día se ejecuta a cincuenta o cien personas... Pero lo más siniestro es que la 'policía internacional' portuguesa está contraviniendo las normas internacionales y devolviendo a cientos de refugiados republicanos a una muerte segura bajo los pelotones de fusilamiento rebeldes”.

El todavía embajador republicano en Lisboa, Claudio Sánchez de Albornoz, denunció la devolución y ejecución del alcalde de Badajoz, Siforiano Madroñero, y del diputado socialista, Nicolás de y protestó ante el Gobierno portugués: “Falangistas y el propio teniente coronel Yagüe recorren el territorio portugués de la frontera frecuentando sobre todo la ciudad de Elvas, unas veces haciendo un simulacro de demanda de extradición y otras, en relación directa con la policía internacional, internan en España a numerosos refugiados republicanos”.

En tierras de la Hacienda Coitadinha, término municipal de Barrancos, al lado de un meandro del río Ardila, un grupo de refugiados se concentro en el lugar durante los primeros días de agosto. Llegaron ahí desde Oliva de la Frontera por la ruta que tradicionalmente habían frecuentado contrabandistas de uno y otro lado de la frontera. Pronto fueron casi ochocientos, la mayoría hombres, pero también mujeres y niños. En el sector, estaba desplegado un regimiento de infantería, efectivos de la GNR y una brigada móvil de la PVDE y la Guardia Fiscal.

Dubitativo, el comandante de la región militar ordenó crear un campo reclusión en el lugar bajo la vigilancia del ejército y colocó al mando al teniente de la Guardia Fiscal, Augusto Seixas, y al también teniente de la GNR, Oliveira Soares. En ese paraje, dominado desde lo alto de una colina sobre el río por la fortaleza militar de Noudar, los refugiados sólo tenían garantizada el agua y la libertad de movimientos en el terreno acotado, los militares no se responsabilizaron de la alimentación. De eso se encargaron los vecinos de Barrancos que mediante colectas compraron comida para los refugiados.

Durante los primeros días su estancia en Coitadinha, los perseguidos soportaron tiroteos de grupos de falangistas apostados en un cerro de la margen española del río situado frente al campamento. A caballo, el teniente Oliveira Soares, cruzó el arroyo y advirtió a los porristas que estaban disparando a suelo portugués y que de mantener su actitud ordenaría abrir fuego a sus tropas. La existencia de un campo de concentración, saltó el término municipal de Barrancos, llegó a la mesa del Comité Internacional de No intervención y comenzó una negociación política para evacuar a los refugiados de la hacienda.

Mientras, no cesaron de llegar fugitivos a los campos de Barrancos. Seixas, sin comunicarlo a sus superiores decidió ubicarlos en un cortijo situado unos kilómetros al sur. El campo clandestino de la Hacienda Russianas concentró a trescientas del personas. La situación afloró cuando en el mes de octubre, el Comité de No Intervención consiguió que se evacuara a los refugiados oficiales de Coitadinha para llevarlos en un primer momento a Moura y posteriormente a Lisboa.

Seixas argumentó ante sus superiores que los acogidos en Russianas eran antiguos refugiados de Coitadinha, gracias a este testimonio y el respaldo de otros militares los sumaron al contingente oficial. Ahora sumaban mil, una cifra que superaba la capacidad de los camiones, y Seixas se encargó de pagar de su bolsillo el transporte suplementario. Viaje en camión hasta Moura y en tren a Lisboa. En la capital portuguesa se unió al contingente un grupo de presos de la prisión lisboeta de Caixas, la mayoría militares. El 10 de octubre, los refugiados salieron a bordo del barco Nyassa de puerto de Lisboa en dirección Tarragona. El día 13 llegaron a su destino. Inmediatamente, Portugal rompió relaciones con el Gobierno republicano. 

Por su actitud ante los refugiados, Augusto Seixas fue juzgado por traición, encarcelado y suspendido de empleo. Dos años, después fue readmitido en la Guardia Fiscal. La historia del teniente Seixas y del comportamiento del pueblo de Barrancos estuvo en el limbo hasta la publicación en 2007 del libro La columna de la muerte, de Francisco Espinosa. En 2009, la Junta de Extremadura concedió la medalla de la región a Barrancos. En 2010, los municipios de Oliva de la Frontera y Barrancos levantaron monumentos en recuerdo de aquellos hechos. En la localidad portuguesa, una calle lleva el nombre del teniente.

Fuente: Público


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