ALEKSÉI KRUCHÓNIJ: HOMBRO CON HOMBRO CON LA MARCHA DEL TIEMPO (LOS FUTURISTAS Y LA REVOLUCIÓN DE OCTUBRE)
La primera línea de la guerra de los budetliane1 por
el nuevo arte fue, desde un principio, uno de los puntos del ataque
generalizado de las fuerzas sociales contra los bastiones de la autocracia,
contra la sociedad hacendado capitalista con todas sus superestructuras, con su
religión y su arte.
Declaramos la guerra a la escultura de culo gordo que
adulaba a los opresores coronados, al arte y a la literatura almibaradas que
transformaron la carne fofa y el rostro rubicundo y abotargado del señor
Forrado y su señora en Mitrofán de Belvedere y la reina Ortruda2 .
El papel de envolver y el papel pintado de las colecciones,
los libros y las declaraciones de nuestros inicios fueron nuestro ataque a la
vulgaridad pomposa del papel estriado y filisteo con ribete de pan de oro, con
su relleno de niños buenos y callados, perlas lánguidas y achacosas, y lirios
borrachos.
Al otro lado de las vallas de las tumbas de gruesas
revistas, al otro lado de los cordones de las academias, haciendo pedazos los
escaparates de las instituciones de la belleza, acompañados por los silbidos de
advertencia de la prensa amarilla propiedad de los bancos, salimos al escenario
y nos enfrentamos en vivo y en directo a un público que anhelaba respirar aire
fresco. Conscientemente vinculamos nuestras «bofetadas» antiestetas con la
lucha por la destrucción del entorno que había nutrido los invernaderos del
acmeísmo, el apolonismo… ¿Y qué si solo desgarramos las banderas y los emblemas
de la mansión bien alimentada de los tenderos? Seguía siendo un insulto, un
motín. Y así fue exactamente como vio nuestro explosivo trabajo el estado
policial. La prensa amarilla nos acosó y actuó abierta y desvergonzadamente de
soplona: «¡Ahí están los alborotadores!». Los censores pintarrajearon nuestros
libros con picaduras de puntos suspensivos y espacios en blanco. La policía se
colocaba a nuestra espalda, preparada, durante los debates…
Todo el mundo sabe cómo recibió octubre de 1917 [Vladímir]
Mayakovski, ese «tambor de la Revolución». Para él, igual que para otros
futuristas moscovitas, ni siquiera existía la cuestión de «aceptarlo o no».
[...]
La actitud de [Velimir] Jlébnikov ante esos hechos queda clara
en su poema «Octubre en el Nevá» (1917-1918).
«Últimamente —escribió—, hay un orgullo extraño en el sonido
de la palabra bolchevica».
La conducta de Jlébnikov antes de octubre también fue
interesante, con el amplio despliegue de la excentricidad del poeta y su
afinidad por las bufonadas populares y carnavalescas.
«¿Hay una sola persona a la que [Aleksandr] Kérenski no le
resulte ridículo y lastimoso?», preguntó durante el gobierno provisional.
Consideraba a Kérenski un insulto personal y no dejaba de inventar proyectos
para «acabar con él», siendo como era un soñador nada práctico. Por ejemplo:
· - Que los jugueteros fabricaran diablillos que hicieran ruiditos al apretarlos y tuvieran la cabeza de la señora Insecto en Jefe (Jlébnikov se refería insistentemente a Kérenski como «Aleksandra Fedorovna», el nombre de la zarina depuesta). «Tendrán un éxito enorme —decía Velimir— La señora Kérenski se enfurruña y muere haciendo ruiditos».
- Hacer una efigie de la señora Kérenski y llevarla en solemne
procesión hasta el Campo de Marte, donde se colocaría cerca de la fosa común y
se la azotaría ampliamente, de forma que oyeran sus gritos quienes habían
muerto en febrero con su nombre en los labios. (Jlébnikov lo llamaba una
«deazotación» —como una «decapitación»—, para subrayar la solemnidad del acto).
- Y, por último, el tercer y más radical de los proyectos del
«derrocamiento» de Kérenski era hacer que uno de los miembros del por entonces
trío inseparable de Jlébnikov, Dm[itri] Petrovski y [Grigori] Pétnikov, elegido
a suertes, fuera al palacio, hiciera salir a Kérenski al pasillo y lo
abofeteara en nombre de Rusia.
[...] Por supuesto, Jlébnikov no se limitó a proferir burlas
sarcásticas contra el gobierno provisional; soñaba con lanzarse a las
barricadas con los trabajadores. Sin embargo, estaba tan distraído y tan poco
preparado para el combate que sus amigos no le permitieron participar. Ni
siquiera es que fuera valiente; por algún motivo, carecía de toda conciencia
del peligro. En los días de la Revolución de Octubre en Moscú, adonde se había
mudado desde San Petersburgo, se presentaba tranquilamente en los lugares más
peligrosos, entre batallas callejeras y tiroteos, y observaba esos hechos con
mucho interés. Esa conducta era aún más temeraria dado que, en ese 287 entorno,
a menudo no se daba cuenta de lo que tenía alrededor, al estar completamente
absorto en sus planes creativos.
Así describe V[asili] Kamenski la labor de los budetliane en
Moscú en los primeros días después de la Revolución de Octubre:
Circulaban abiertamente rumores
pertinaces y vulgares: los bolcheviques permanecerán en el poder «como mucho
dos semanas». El hecho de que «los futuristas fueran los primeros en reconocer
el poder soviético» nos costó muchos seguidores.
Esa gente nos miraba con la boca
abierta y con un horror y una repugnancia manifiestas, como si fuéramos
lunáticos con los ojos desorbitados a los que, como los bolcheviques, les
quedaran «como mucho dos semanas».
Incluso algunos buenos amigos
dejaron de saludarme para no despertar sospechas de bolcheviquismo después de
esas «dos semanas» profetizadas.
Y algunos dijeron públicamente:
«Ay, locos, ¿qué estáis haciendo? ¡Escuchad, dentro de dos semanas os ahorcarán
al lado de los bolcheviques, desgraciados!».
Pero sabíamos muy bien lo que hacíamos.
Es más: gracias a nuestra gran
influencia sobre los jóvenes progresistas, guiamos a nuestro joven ejército
hacia el camino de las victorias de octubre.
(El camino del entusiasta)3
Pero, ¿qué es la amenaza del
patíbulo? El huracán de octubre se llevó por delante todas las barreras que se
habían interpuesto en el camino del nuevo arte. Se había despejado el campo y
los budetliane entraron en tropel sin vacilar, se arremangaron y se pusieron a
trabajar en una tarea descomunal. Tuvimos que «dar una marcha» a los soldados
de la Revolución y armar a millones con una canción de batalla que movilizara a
las masas y las animara con un arrebato de alegría. La maestría del poeta y el
artista tenía que aportar sonido y color a los primeros triunfos revolucionarios,
a los duros días de batallas y privaciones. Mayakovski formuló claramente esas
tareas en sus «Órdenes al Ejército de las Artes».
Los budetliane dedicaron una
enorme energía a poner en práctica esos lemas, surgidos del espíritu del
momento. Fue posible no solo porque aceptaron la Revolución en un primer
momento, sino porque de inmediato encontraron su sitio en ella.
Alekséi Kruchónij, Nash vyjod, 1932, en Alekséi
Kruchónij, K istori rússkogo futurizma: vospominania i dokumenty, Nina
Gurianova (ed.), Moscú, Gileia, 2006, pp. 138-146.
1. A lo largo de todo el texto, Kruchónij utiliza este
neologismo acuñado por los rusos para distinguirse de los futuristas italianos.
2. Alusiones a una frase satírica de Aleksandr Pushkin y a
una novela de Fiódor Sologub de 1909.
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