sábado, 2 de junio de 2018

"EL ÚLTIMO BOLCHEVIQUE", DE CHRIS MARKER

Título original: Le tombeau d' Alexandre
Año: 1992
Duración: 120 min.
País: Francia
Dirección: Chris Marker
Guión: Chris Marker
Música: Alfred Shnitke
Fotografía: Chris Marker
Reparto: Léonor Graser, Nikolai Izvolov, Kira Paramonova, Viktor Diomen, Yuli Raizman, Marina Kalasieva, Aleksandr Medvedkin, Lev Rochal, Vladimir Dimitriev, Antonina Pirojkova
Sinopsis: Aleksandr Ivanovich Medvedkin fue un cineasta ruso nacido en 1900. A los 17 años, fue testigo de la Revolución bolchevique; a los 20 participó en la Guerra Civil, dentro del Ejército Rojo junto a Isaac Babel; a los 38 vivió las purgas estalinistas, y vio cómo su mejor película, "La felicidad", era condenada por reflejar influencias de Bujarin; con 41 años, luchó en primera línea en la II Guerra Mundial, cámara en mano; y murió, en 1989, en plena "perestroika", convencido de que el comunismo, al que él había consagrado su vida, alcanzaba, por fin, su culminación.


A pocos años de la caída del muro de Berlín, Marker hizo una obra como el “El último bolchevique”.

Chris Marker creyó y apostó por todos los movimientos sociales de izquierda que prometían una humanidad más justa. Filmó en Vietnam, amó Vietnam cuando se alzó contra Estados Unidos. Filmó en Chile con Mattelard cuando Allende era el futuro. Se fue a Cuba miró al Che, escuchó a Fidel y cuestionó las colonias francesas en Argelia. Pero a mediados de los 70 ya estaba entendiendo algunos fracasos de esa gauche divine y filmó “El fondo del aire es rojo”. En esa película disecciona las desventuras y conflictos de la izquierda, como quien mira a un hijo que no entendió nada de lo que sus padres le enseñaron. Aunque sabe que en el fondo y algún día, esos frutos harán que el aire sea por fin rojo. Marker jamás dejó de ser el más crítico pensador de sus propios deseos.

En El último bolchevique recorre parte de la historia del siglo XX a través de la obra de su colega ruso Alexander Medvekin, un ferviente revolucionario de aquella revolución sin pueblo de la que Stalin se enamoró.

El Último bolchevique es una de las películas más lindas que vi. Una de esas obras que son un tratado de ética, una apuesta al humor y la sensibilidad como alternativa para la melancolía. Además es una película inteligente que interroga desde el afecto y la admiración los límites de la ideología. Medvedkin, cineasta ruso, amigo de Chris Marker, no podía esconder su singularidad, no podía dejar de imprimir su sello en cada película que hacía pero a esa revolución no le interesaban las singularidades. Medvedkin fue censurado y sin embargo él seguía creyendo. Hay una suerte de ingenuidad pero también de valentía en ese acto de fe que implica seguir creyendo en algo y en alguien que te traiciona con la fuerza de los hechos.

Marker abre interrogantes, relaciona la producción artística de Medvedkin con un contexto hostil y autoritario. Se pregunta por el sentido, por el valor homogéneo del sentido. Viaja al pasado e interroga el vínculo entre este y el presente. Sin establecer respuestas, la película-homenaje, con formato epistolar de Chris Marker a Alexandre Medvedkin, es una propuesta que recupera la responsabilidad del arte para pensar y actuar en el mundo.

Deleuze en su libro Cine I, Bergson y las imágenes, define la imagen cinematográfica como imagen movimiento y diferencia el movimiento privilegiado del movimiento cualquiera:

(…) “El cine no puede definirse más que como la reproducción del movimiento (…) y allí está la verdadera ruptura, la auténtica novedad del cine. (…) El cine en tanto metafísica moderna que corresponde al descubrimiento de la ciencia moderna: la reproducción mecánica del movimiento, es decir, la reproducción del movimiento en función de instantes cualquiera, en función de instantes equidistantes y ya no como antes, (ciencia antigua) en función de movimientos encarnándose, es decir, de instantes privilegiados.” (Deleuze, 2008: 116)

El cine de Chris Marker es un cine que agujerea, que perfora el sentido (único) de los acontecimientos porque hace dialogar las imágenes con un sentido global, saca al cine del ghetto “cinéfilo” y lo pone en relación a la cultura. Es decir; no reduce una interpretación a un “instante privilegiado”, asume el carácter finito, histórico, personal, construido de las imágenes.

Su método es “perforar el sentido, horadarlo, agujerearlo”. Y allí donde la inercia, el establishment, el sentido común, la pereza, ven causas únicas o respuestas indiferentes Marker recupera la parte del conocimiento que tiene que ver con la sensibilidad, porque, sólo desde allí, la mirada puede ser libre.

Medvedkin era un hombre libre al que ni todo el cinismo del mundo pudo quitarle el deseo de hacer y crear una sociedad más justa.

Fuente: la mama i la puta

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