Año: 1979
Duración: 150 min.
País: Italia
Dirección: Francesco Rosi
Guión: Francesco Rosi, Tonino Guerra, Raffaele La Capria (Novela: Carlo Levi)
Música: Piero Piccioni
Fotografía: Pasqualino De Santis
Reparto: Gian Maria Volonté, Paolo Bonacelli, Alain Cuny, Lea Massari, Irene Papas, François Simon
Sinopsis:Basada en una novela autobiográfica de Carlo Levi, destacado escritor y pintor italiano de ideas antifascistas.Acusado de conspirar contra el régimen de Mussolini, Carlo Levi (Gian Maria Volonté) fue obligado a exiliarse en Éboli, un pueblecito del Sur de Italia, en 1935. El gobierno creía que las controvertidas ideas de Levi no calarían en la gente de esa pequeña comunidad rural. En efecto, el cambio fue el contrario y la sabiduría popular y el espíritu de la gente de Éboli impactaron profundamente al escritor. Uno de los mejores films de su director, Francesco Rosi, que consigue que el espectador vea a través de los ojos de Gian María Volonté la mirada tolerante y asombrada de Carlo Levi sobre la Italia más profunda, mediante un relato a camino entre la introspección moral y el retrato social.
Ganadora de 2 Premios David di Donatello en 1979 a la Mejor Película y a la Mejor Dirección (Francesco Rosi) y del Premio Bafta a la Mejor Película Extranjera en 1983.
El Sur. Un lugar mitificado y desterrado de la memoria desde tiempos ancestrales por ciudadanos acomodados y Gobiernos amparados en la comodidad y el olvido, que aprovechan la paciencia imperante en los curtidos habitantes de estas míseras e inertes tierras para fortalecer su bienestar personal a costa del trabajo desinteresado de campesinos esclavos de sus rígidas tradiciones y costumbres las cuales son un totem insoslayable totalmente alejado de los intereses y mandamientos de políticos y dinerarios que les mantienen entretenidos en el día a día como una venda invisible que retrasa las legítimas reivindicaciones de los desheredados de la tierra. El Sur. Un hábitat visitado con frecuencia por la literatura y el cine legando a la historia del arte algunas de las más fascinantes obras del lenguaje literario y cinematográfico. El ecosistema en el que tuvieron lugar las aventuras de Tom Sawyer o Huckleberry Finn así como Mud, París Texas, Matar a un ruiseñor, El calor de la noche, La jauría humana o Monster´s Ball. El Sur. Ese entorno explotado por todos los países para que su miseria mantenga las agradecidas bocas de unos pocos privilegiados, que presenta unas claras connotaciones mediterráneas.
Porque el cine italiano ha sido históricamente una de las cinematografías que mejor han mostrado la naturaleza y temperamento de las tierras sureñas. Ya sea en las clásicas Arroz amargo, Caza trágica o En nombre de la Ley como en las más contemporáneas Salvatore Giuliano y El cartero (y Pablo Neruda), las cuales confirman el enorme poder cautivador que en las distintas generaciones de cineastas trasalpinos ha ejercido El Sur de Italia. Sin duda la película que mejor refleja la biosfera espiritual y mágica de las tierras del Sur es El árbol de los zuecos, una cinta de estilo documental que se halla entre los más grandiosos monumentos esculpidos sobre El Sur jamás filmado. El poder de El Sur para levantar obras maestras se demuestra igualmente en nuestro cine, ya que precisamente la mejor película de la historia de nuestro cine versa y contiene en su título ese nombre, El Sur.
Con estos antecedentes y referencias, Francesco Rosi, un extraordinario, vehemente y visceral cineasta, acusado por sus detractores de llevar a cabo un cine excesivamente virado a la izquierda en el que caben pocos huecos para la auto-crítica ideológica, esculpió a finales de los setenta una de las mejores y más sensibles películas de la historia del cine italiano, adaptando en pantalla la novela autobiográfica de Carlo Levi. Cristo se paró en Éboli es una de las cintas más honestas y bellas de Rosi en la cual el director italiano abandona su habitual subjetividad empleada con el objeto de tratar de mostrar la corrupción imperante en las instituciones estatales coercitivas de la libertad personal del individuo, para elaborar un fiel testimonio sobre la dignidad que distingue a los moradores de los pueblos del Sur de Italia en el que la solidaridad, la colaboración y la superación de las barreras que impiden el conocimiento mutuo entre personas aparentemente confrontadas sirven como mecanismo de progreso (más allá de la tecnología que todo arrasa), dejando que las imágenes que brotan de la cámara envíen por sí mismas impulsos cognitivos al espectador para que sea éste el que forme su propia opinión sobre la historia narrada. Aunque es innegable el contenido político que emana del film, a diferencia de las obras más conocidas de Rosi (Salvatore Giuliano, El caso Mattei, Las manos sobre la ciudad o Excelentísimos cadáveres), éste recorre los caminos de la insinuación subliminal sin que exista un claro mensaje doctrinador, lo cual favorece el espíritu equilibrado que ostenta la cinta.
Carlo Levi fue un pintor, médico e intelectual de ideología antifascista que sufrió a mediados de los años treinta un obligado exilio en el mísero pueblo de la Lucania profunda elegido por los testaferros del Nuevo Régimen Fascista de Benito Mussolini para desterrar de la opinión y mirada pública a una serie de intelectuales contrarios a la nueva corriente regente. De las vivencias disfrutadas por Levi en este período de forzoso aislamiento surgió uno de los más bellos escritos publicados en el siglo XX: Cristo se detuvo en Éboli, una novela en la que Levi evocaba la realidad de la Región de Lucania al describir con todo lujo de detalles las tradiciones, singularidad, sabiduría ancestral y temperamento inherente en los habitantes de los pequeños pueblos rurales del Sur de Italia, marginados tradicionalmente por las autoridades políticas e intelectuales a un triste segundo plano.
La película podría calificarse como un documental de ficción dotado de un hermoso humanismo carente de artificios externos que enturbien el relato sociológico que desprenden las letras del libro de Levi. Y es que la película es una adaptación muy fiel de la novela, que Rosi se encarga de moldear con cautivadores imágenes al pie de la letra apoyándose sobre todo en tres ejes que cimientan la soberbia sustancia del film. En primer lugar la pictórica fotografía de Pasqualino De Santis que amparado tanto en los propios cuadros pintados por Levi durante su exilio como en la influencia del arte de Caravaggio, logra conquistar un trabajo impecable el cual nos traslada anímicamente hasta el ambiente que reinaba en el mundo rural. El segundo es la sinfónica y emotiva partitura compuesta por Piero Piccioni, una música que recuerda a las piezas más melancólicas de Schubert y que del mismo modo nos teletransporta de forma irreal al idealizado feudo onírico y neorrealista descrito por Levi y Rosi. Y el tercer y no menos importante eje en el que descansa la maestría del film es sin duda la impresionante interpretación que efectúa Gian Maria Volonté, quien además de llevar sobre sus hombros todo el peso de la trama, se mimetiza como un camaleón no solo con el entorno sino igualmente con el alma del escritor Carlo Levi ofreciendo un auténtico recital interpretativo solo al alcance de los más grandes.
La secuencia que abre el film abraza el universo de la melancolía y la nostalgia al presentarnos a un avejentado Carlo Levi (Gian Maria Volonté) encerrado en una habitación rodeado de los cuadros que otorgan fiel testimonio de sus recuerdos en el exilio. Lamentándose de no haber podido cumplir su promesa de retornar a Lucania una vez liberado de su cautiverio, la cinta da paso a continuación a la rememoración de las vivencias experimentadas por Levi en Lucania, desde su inicial traslado en tren a la Región hasta la cancelación de su castigo. La película resume en dos horas y media los años vividos por Levi con un estilo muy lírico en el que la reposada poesía de Levi fluye lentamente a medida que el escritor va entremezclándose con los inicialmente extraños personajes que moran el pueblo.
Así, la cinta posee ciertos trazos en los que abandona la narración en favor del realismo mágico y onírico a medida que exhibe en pantalla las primitivas costumbres de los oriundos sureños que chocan de frente con las racionales mentes de los exiliados comunistas que comparten con los autóctonos las empedradas y sinuosas calles del municipio. De este modo, conforme la lejanía que separa a nativos y recién llegados va atenuándose, Levi descubrirá en Lucania un edén terrenal en el que la miseria económica impide que exista y se pueda expandir la miseria moral. Rosi detalla con todo lujo de detalles los hábitos rurales de los nativos del lugar que son interpretados de forma natural por los propios oriundos. Así asistiremos a conversaciones cotidianas repletas de sentido común, matanzas de cochinos ejecutadas al aire libre, la visualización de la picaresca de los pequeños comerciantes de pueblo, las historias rememoradas por antiguos inmigrantes retornados de las américas, las burlas y habladurías que sufre el despistado y alocado cura del pueblo, igual que las críticas que padece la asistenta de Levi, única mujer a la que su mala reputación permite poder trabajar en casa de un hombre soltero.
Rosi consigue que el espectador se mimetice con el personaje de Levi. Cuando Levi camina en solitario por las calles del pueblo aburrido por no encontrar ninguna actividad en la que ocupar su tiempo libre, somos nosotros los que mano a mano caminamos junto a Levi empapándonos de la cultura lucana. La franqueza y espontaneidad que desprenden las imágenes captadas por Rosi así como la realista interpretación de los actores otorgan una sensación de pureza que induce a que olvidemos de que nos encontramos visualizando una película. Los sonidos rurales de juguetonas gallinas, cantos de gallos, rebuznos y gruñidos porcinos se fusionan hábilmente con el verde paisaje montañoso de la serranía lucana de modo que a medida que los flujos generados tras las interrelaciones mantenidas por Levi con los lugareños provocan que el pueblo abandone el sentido carcelario que inicialmente desprende en la mente de Levi para convertirse en un verdadero refugio y hogar de manera que el sentimiento de extrañeza provocado por la extranjería se evapora para de este modo convertir al extranjero en un nativo del pueblo.
La película culmina con dos imágenes de una potencia abrumadora. Un evocador plano secuencia que recorre como un fantasma asustado los campos en los que se encuentran trabajando los campesinos mientras se escucha la voz en off de Mussolini lanzando un incendiario y patriótico discurso, siendo este el único elemento que parece alterar la tranquila y rutinaria existencia de los pobladores rurales. Y mayormente, la escena con la que finaliza la película, en la que Levi abandona en coche el pueblo una vez obtenido el indulto. La emotividad de la secuencia se ornamenta con las conmovedoras notas de la música de Piccioni y los enternecedores planos de las caras de los habitantes del pueblo que sacudidos por una melancólica lluvia asisten apenados a la despedida del amigo llegado de tierras extranjeras. Sin duda una escena de un dramatismo perturbador a la vez que esperanzador.
En mi opinión Cristo se paró en Éboli es una obra de imprescindible visionado que logra dibujar un enriquecedor retrato etnológico sobre una forma de vida que actualmente se encuentra en serio peligro de extinción, devorada por el mal llamado progreso y el corto placismo urbano. Porque como bien describieron Rosi y Levi en sus obras, quizás la auténtica esencia de la existencia humana se halle sita en las rutinas y costumbres que rigen las primitivas tradiciones de los pueblos sureños. En serio, hay que dar una oportunidad a esta obra maestra del cine.
Fuente: Cine maldito
VER PELICULA CON SUBTITULOS EN CASTELLANO:
https://zoowoman.website/wp/movies/cristo-se-paro-en-eboli/
https://zoowoman.website/wp/movies/cristo-se-paro-en-eboli/
exclente ananlisis
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