jueves, 12 de enero de 2017
KONSTANTIN MELNIKOV Y EL PABELLON DE LA URSS EN PARIS, 1925
Nos trasladamos en la maquina del tiempo hasta 1925 y vamos a recordar cómo era el pabellón soviético de Konstantin Melnikov con el que se adjudico el Gran Premio de la feria de Paris
Pero antes de entrar a fondo a analizar el Pabellón Soviético para la Exposición Internacional de Artes Decorativas e Industrias Modernas en París, en el año 1925, parece conveniente situar minimamente a nuestro protagonista en el tiempo y en el espacio.
Melnikov nació en una familia de clase obrera en un barrio suburbano cercano a Moscú. Terminó la carrera de arquitectura en el año 1917, comenzando a ejercer la profesión dentro de un estilo arquitectónico que poco o nada tiene que ver con el que maravillaría al mundo con su pabellón en 1925. Más tarde empezaría su época dorada en la que realiza varios proyectos para clubes de obreros tranviarios de Moscú. El resto de su carrera sería una constante innovación formal y del uso de materiales que le terminarían convirtiendo en el gran arquitecto del constructivismo ruso.
El propio movimiento invitaba poco a un estudio de la historia de arquitectura o de posibilidades que el movimiento moderno estaba aportando en toda Europa. El constructivismo hacia bandera de la funcionalidad y estaba totalmente enfocado para ser entendido y disfrutado por la clase social del proletariado.
Ante esta dinámica Melnikov alternaría proyectos reconocidos y aclamados por la crítica, con otros que serían literalmente vilipendiados.
Podemos decir que tuvo una carrera cuya intensidad no estuvo siempre al mismo nivel. A partir de los cuarenta años de edad empieza una lenta y agónica decadencia que desemboca en numerosas acusaciones hacia su arquitectura tachándola de extravagante, monumental y formalista, que terminarían apartándolo de la profesión. Este ostracismo le llevaría a terminar recluido en su casa malviviendo como pintor de retrato hasta al día de su muerte en 1974.
Pero volviendo al tema que hoy tenemos entre manos y no es otro que intentar entrar de cabeza en el este exquisito pabellón, cabe destacar que uno de los grandes objetivos de Konstantin (que por aquel entonces tenia 34 años), era ser capaz de combinar la representación de los nuevos ideales y valores revolucionarios soviéticos a la vez que defendía el derecho a la expresión personal del individuo.
Una difícil tarea para un pabellón que debía representar a todo un pueblo, con la particularidad añadida de que era la primera presentación ante el mundo de la nueva Unión Soviética tras la Revolución Bolchevique de octubre de 1917.
Por otro lado estamos hablando de la primera construcción de cierta entidad de nuestro protagonista, donde hasta este instante solo había sido reconocido por la construcción del sarcófago de Lenin.
El encargo se le adjudica después de la victoria en un concurso cerrado, donde se impone sin saber ni cómo era el solar, ni qué vecinos tendría, ni tan siquiera con qué orientación se podría colocar el pabellón. Es decir, la arquitectura planteada mira sobre si misma y muestra una total indiferencia hacia el lugar donde se ubica. Para más inri, todo el proyecto definitivo se haría en un tiempo de locura, ya que Melnikov no dispuso ni de un mes para realizarlo.
En las bases del concurso se indicaba que la construcción del pabellón “debía ser de madera, en una superficie, de unos 325 m2, resuelta en dos niveles. El nivel inferior debía estar dedicado a la variedad étnico-cultural de las naciones que conformaban la Unión y el nivel superior, a mostrar el interior de cuatro espacios significativos: un club obrero, una casa obrera, una sala de lecturas y un hogar infantil, como una manifestación de la nueva sociedad.”
Para este proyecto elige un lenguaje basado en la abstracción y en la sencillez, donde renuncia a cualquier tipo de ornamento para representar a la nueva nación de la U.R.S.S. La imagen ligera y transparente del exterior del pabellón quería corroborar el momento de vanguardia y modernidad por el que atravesaba el país.
De esta forma los alzados quedan definidos por una sucesión de grandísimos ventanales que encierran un paralelepípedo que es atravesado diagonalmente por una escalera que queda en el exterior y cubierto por unas estructuras entrecruzadas en forma de equis.
Vittorío De Feo comenta sobre el pabellón: ” La pequeña construcción provisional evita toda retórica. Resulta perfectamente conseguida la intención de transformar en movimiento la estaticidad espacial y romper el volumen en perspectivas inesperadas; a ello contribuyen el juego de las escaleras, la ligera estructura de madera, puesta sinceramente de manifiesto, y los colores puros.”
El pabellón se hizo con un exiguo presupuesto y fue totalmente montado en la Unión Soviética por el ingeniero B.V. Gladkov para posteriormente trasladarse al Paris donde fue instalado en un pequeño solar rectangular en la Avenue Le Rien bajo la supervisión del propio arquitecto.
Las estructuras que llegaron procedentes de Moscú se montaron sobre raíles de una línea de tranvía. De esta forma el pabellón parece que queda posado sobre el terreno como no queriendo echar raíces que le hagan cuestionarse quien es y de donde viene. Nada más terminar la exposición se desmontó para convertirse en un club para un sindicato en Paris, hasta que en 1939 nos abandonaría para siempre.
Y hasta aquí hemos llegado con el análisis de este mítico pabellón, que durante muchos años se convertiría en todo un símbolo de lo que es un pabellón de exposiciones, que curiosamente era capaz de convivir con la representación de esta nueva Unión Soviética.
La grandeza de la arquitectura es justo esto, es capaz de identificar lo particular y la vez ser identificación de lo universal.
Fuente: Blog de Stepienybarno
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