Fue erigida como símbolo de progreso de la Alemania socialista y es un icono del ‘skyline’ berlinés
Es difícil esconderse de la Torre de Televisión de Berlín. Su presencia se adivina desde varios kilómetros a la redonda, observando de día y de noche, como lo haría un padre sobreprotector y omnipresente. Desde su interior, la panorámica de 360 grados a más de 200 metros de altura permite, a su vez, controlar la ciudad con la mirada. Representa sin duda un signo de los tiempo, es tan siglo XX, tan orwelliana... Su estructura lucha por arañar las estrellas como pocas edificaciones en Europa, una obsesión propia de la década en la que fue erigida. Han pasado 50 años desde entonces –aunque las labores de construcción se demoraran hasta 1969–, pero el gran icono del Berlín oriental sigue definiendo el
skyline de la capital alemana.
La Guerra Fría, además de en el espacio exterior y en los soterrados caminos del espionaje, también se libraba en un punto intermedio, a pie de calle. Por eso, los 368 metros de cemento, acero y tecnología (sinónimo de progreso) de esta torre suponían un gigantesco signo de poder socialista, ideado para grabarse en la memoria de propios y extraños sin que ningún muro pudiera evitarlo. A diferencia de muchas de estas edificaciones, la Fernsehturm, como se conoce en alemán, está inusualmente integrada en el centro de la ciudad. Su destacada ubicación no es ni mucho menos casual.
Dos décadas atrás, la Segunda Guerra Mundial había desolado Alexanderplatz y la rehabilitación de la zona era un imperativo con el que apoyar a la propaganda del Gobierno de la República Democrática Alemana (RDA). Más allá de las apariencias, la recién nacida televisión ya destacaba como masiva arma política y era también obligado compensar la supremacía de las transmisiones occidentales, que en esos momentos llegaban a muchos de los hogares de la zona oriental.
Sus arquitectos definitivos fueron, tras un primer diseño coral, Jörg Streitparth y Hermann Henselmann. Se inspiraron en la Torre de Televisión de Stuttgart y en el Sputnik de las misiones espaciales soviéticas. Debido a la incapacidad de producir la materia prima necesaria para su costrucción, los costes se multiplicaron desde los 20 millones de marcos del presupuesto inicial. Pero ningún problema iba a separar a la RDA de su objeto de deseo.
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