Wifredo Lam y lo moderno global
Tras su paso, muy bien recibido por el público, por el Centre Pompidou de París, desde hoy y hasta el 15 de agosto podemos disfrutar en el Museo Reina Sofía de una completa retrospectiva del cubano Wifredo Lam compuesta por doscientas cincuenta obras entre pinturas, dibujos, grabados y cerámicas, documentos y fotografías. Cuatro de las piezas proceden de los fondos del propio MNCARS y, respecto a la muestra parisina, se ha ampliado su producción representativa de los años cuarenta y la realizada en España.
Precisamente los quince años que permaneció en nuestro país entre 1923 y 1938 conforman una de las etapas menos exploradas de su trayectoria. No es la primera gran muestra que el Reina Sofía brinda a este artista: ya en 1992 le dedicó una antología, aquella centrada en su obra pictórica y con un planteamiento bastante distinto a la actual, que da relevancia a su obra gráfica de los sesenta y setenta, a sus exploraciones en el ámbito de la cerámica, sus colaboraciones con artistas, escritores y pensadores de su tiempo y, sobre todo, a su progresiva evolución a medida que se desplazó de España a París, Marsella y Cuba, porque la vida (y la carrera) de Wifredo Lam fue un continuo viaje.
De padre chino y madre mulata, Lam pronto fue consciente de las diferencias raciales y de sus implicaciones sociales, primero en Cuba y después en Estados Unidos. Aquel compromiso político más tarde lo trasladó al contexto de la guerra civil española y la lucha europea contra el fascismo, pero, pese a sus convicciones marxistas, no cayó en el uso de lenguajes manidos y optó por configurar un lenguaje propio y no impuesto a través del que reivindicar su defensa personal de la vida y la libertad.
Aunando rasgos fundamentales de la modernidad occidental y símbolos caribeños o africanos, Lam alcanzó reconocimiento sobre todo desde los cuarenta, aunque la fortuna crítica de su obra no siempre se ha mantenido intacta: enfoques culturalistas han alterado la percepción de su trabajo.
LA CREATIVIDAD NO ES SEDENTARIA
La muestra se estructura en cinco bloques que se corresponden con los traslados vitales del artista, es decir, con sus estancias en España (1923-1938), París y Marsella (1938-1941), Cuba y Estados Unidos (1941-1952), París, Caracas, La Habana, Albissola y Zurich (1952-1967) y, por último, París y Albissola (1962-1982).
La década de los veinte fue la de su liberación de los academicismos que había aprendido en La Habana y, después, en la Academia de Bellas Artes de Madrid. Influenciado primero por los maestros del Prado, pasó a fijarse progresivamente en Juan Gris, Miró y Picasso, a quienes descubrió en la exposición “Pinturas y esculturas de españoles residentes en París”, en 1929. También fueron sus referentes entonces Gauguin, los expresionistas alemanes y Matisse, de quien tomó una simplificación cada vez mayor de las formas, la anulación de la perspectiva y el empleo de amplias superficies de colores planos.
Antes de terminar la guerra civil, en 1938, Lam se estableció en París, donde comenzó a fijarse en la estatuaria africana y en el peso que esta había tenido en la vanguardia europea y en su amigo Picasso: en aquella época, sus rostros se asemejaban a máscaras de formas geométricas que expresaban dramas interiores (su mujer y su hijo habían fallecido en España a causa de la tuberculosis).
Cuando Wifredo comenzó a entablar relación con Breton y Péret, a fines de 1939, el surrealismo daba sus últimos coletazos en Francia y buscaba nuevo aire en América. Junto a ellos el artista cubano creó cadáveres exquisitos, los naipes Juegos de Marsella…
Tras dieciocho años en Europa, Lam acudió, también al lado de Breton, a Martinica, y allí encontró al considerado poeta de la negritud Aimé Césaire, que como él rechazaba las relaciones de dominación social y cultural muy presentes en Cuba, a donde después regresó. En sus trabajos de esta época (1941-1952) encontramos figuras sincréticas que unen rasgos vegetales, animales y humanos, en línea con la espiritualidad propia de las culturas caribeñas.
Lam viajó constantemente en aquellos años (París, Caracas, La Habana, Albissola, Zurich) y optó por trabajar con formas progresivamente más simplificadas, construyendo sus pinturas a partir de sus propios ritmos internos. Ya en 1952 se instaló, nuevamente, en la capital francesa y desde allí multiplicó su presencia en exhibiciones internacionales, muchas junto al grupo CoBrA gracias a su amigo Asger Jorn.
Utilizó terracota, experimentó con formas nuevas y en la serie Malezas, de 1958, se apropió del dinamismo de la abstracción gestual americana. Ilustró además, con dibujos tan oníricos como incisivos, textos de sus amigos poetas y escritores, como Gherasim Luca y René Char.
Justamente fue Asger Jorn quien invitó a Lam en los cincuenta a descubrir la luz de Albissola, y en 1962 el artista se instaló en esa localidad italiana, centro de cerámica, donde viviría la mayor parte del tiempo hasta su muerte, trabajando nuevamente en terracota y dando espacio al azar. Las cerca de trescientas cerámicas que produjo allí contienen símbolos también presentes en sus pinturas y dibujos.
Murió en 1982, cuando trabajaba en su libro de artista La hierba bajo el pavimento, pero para conocer bien a Lam nada mejor que recurrir a su autobiografía, donde habla de sus afinidades poéticas y políticas: El nuevo Nuevo mundo de Lam.
Fuente: masdearte
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