Cuba y periodismo
La rueda de prensa pública (no sé si oficialmente se le dio tal
consideración) que organizaron Obama y Raúl Castro tras su reunión esta semana en
el Palacio de la Revolución me dio que pensar. Los telediarios de cadenas
españolas se apresuraron a destacar las preguntas que hicieron los periodistas
americanos a Raúl Castro. Las mismas fueron rápidamente calificadas de
incómodas, más como un ejercicio premeditado que como una constatación de los
hechos, a tenor de la tranquilidad con la que el presidente cubano afrontaba
las respuestas. Fueron dos.
La primera de las preguntas hacía referencia a la existencia de presos
políticos y de cuándo estos iban a ser liberados. La respuesta fue, obviamente,
que en Cuba no hay presos políticos como tal (ya que no se le preguntaba por
ninguno en concreto) y que está dispuesto de hablar de los casos individuales o
lista de casos que se le planteen, y que si alguno es un preso político lo
liberaría en el acto. Cabe resaltar que el periodista, de ascendencia cubana,
hizo la pregunta en un imperfecto pero esmerado castellano porque decía ser
parte afectada de la cuestión a través de algún familiar, pretendiendo con ello
obtener mayor crédito moral pese a que viajaba con acreditación de periodista y
no de ninguna plataforma de afectados. Cosas de los americanos.
La segunda pregunta estaba relacionada con la supuesta vulneración de
Derechos Humanos en Cuba. La respuesta fue que lamentablemente en ningún país
del mundo se disfruta de la totalidad de Derechos Humanos, y que en el suyo al
menos se aseguran y protegen los que se pueden considerar básicos. Sin duda se
mordió la lengua, pues en una comparación con EEUU tanto en número de Derechos
Humanos como importancia de los mismos hasta un niño de 5 años sabe quién
saldría ganador, y por goleada.
Deduzco por tanto que si Raúl Castro sufrió por incomodidad (insisto
que tal no fue mi percepción) ante dichas preguntas fue más por el esfuerzo de
no convertir las cuestiones planteadas en un boomerang contra el país de
procedencia de dichos periodistas, lo que hubiera sido sin duda una descortesía
hacia su invitado, que porque no tuviera la conciencia tranquila respecto de
los asuntos que planteaban. Consecuentemente me parece que estamos ante un
nuevo ejercicio de antiperiodismo, que en este caso consistía en aprovechar la
aparición pública para ‘dar palos’ al régimen cubano, independientemente de
cuáles fueran las declaraciones. Un planteamiento basado en lo siguiente: si lo
que dice es políticamente incorrecto ponemos las imágenes para que hablen por
sí solas (y ojalá que vaya en chándal) y si es políticamente correcto decimos
que las preguntas fueron incómodas y que no consiguió salir airoso debido a que
esos periodistas no eran cubanos sino americanos, representantes del periodismo
libre del que disfrutamos en el mundo desarrollado (ejem).
Alejandro Álvarez Pérez
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