lunes, 19 de octubre de 2015

REDESCUBRIR A WIFREDO LAM

La jungla, 1943

Una retrospectiva en el Centro Pompidou redefine la obra del artista cubano, situándola en el primer rango de la modernidad pictórica

La retrospectiva consagrada al pintor cubano Wifredo Lam (1902-1982), recién inaugurada en el Centro Pompidou, parte de un admirable objetivo: sacarlo de la esquina en el que la historia del arte le ha arrinconado para subirlo al podio de la modernidad pictórica. El museo parisino alberga la mayor retrospectiva dedicada al artista desde su muerte, a través de una completa panorámica que abarca la totalidad de su producción con 400 lienzos, ilustraciones, fotografías y documentos privados. La exposición recorre el camino que le llevó del sombrío academismo hispanizante que caracterizó su principio como pintor, a las enormes obras postcubistas que logró exponer en el MoMA y otros grandes museos. La exposición aspira a situar a Lam entre los principales nombres de vanguardia del siglo pasado, pese a que nunca alcanzara el estatus de Picasso, Braque o Léger, con quienes entabló amistad en el París de finales de los años 30.

El Pompidou pretende así poner fin al relativo olvido acontecido en las últimas tres décadas. "Lam nunca ha dejado de ser expuesto, pero las retrospectivas de envergadura no han abundado. Había llegado la hora de examinar su obra de una forma más justa y precisa", admite Catherine David, una de las grandes comisarias francesas, que fue la primera mujer nombrada directora artística de Documenta en 1997. "Tuve en cuenta que la mayoría de visitantes ya no conocen a Lam, o bien tienen un conocimiento parcial de su obra, a menudo ceñido a un momento de su trayectoria o a un único eje de reflexión. Mi principal misión fue evitar la lectura culturalista o esencialista, que suele tratar a Lam de artista afrocubano o incluso latino. En realidad, ese tipo de categorías no aparecen hasta finales de los setenta, mucho después de su momento de gloria durante los cuarenta y cincuenta, y resultan insuficientes para comprender una obra de una inmensa complejidad", añade David.

En una entrevista realizada en 1976 por el crítico Max-Pol Fouchet, Lam afirmó: "Quería de todo corazón pintar el drama de mí país y expresar en detalle el espíritu negro y la belleza del arte de los negros. De esta manera podía actuar como un caballo de Troya del cual saldrían figuras alucinantes, capaces de sorprender y perturbar los sueños de los explotadores". De esa voluntad surgió La jungla, su obra más conocida, adquirida por el MoMA en 1943, que causó gran alboroto al ser colgada en el vestíbulo del museo y toparse con la incomprensión de buena parte de la intelligentsia neoyorquina de la época. "A un nivel más general, la metáfora del caballo de Troya sirve para definir también el resto de su obra", admite David. "Lam participó plenamente en la aventura de la modernidad, introduciendo en ella elementos propios de zonas geoculturales que no habían sido invitadas a la fiesta".

Pese a todo, la exposición –que hará escala en el Reina Sofía y en la Tate Modern en 2016– se esfuerza en descubrir otras aristas en una obra proteiforme, en la que se encuentran guiños a Matisse (La ventana, 1935), a Gauguin (El despertar, 1938) y a las máscaras africanas de Picasso. "Él tiene derecho, por ser negro", habría dicho el malagueño al descubrir el plagio. En sus cuadros se hallan tantas referencias a la santería cubana, como a la iconografía medieval de la alquimia (La boda, 1947). La inevitable conclusión es que su digestión de la vanguardia occidental ocupa un lugar tan importante en el conjunto como ese imaginario afrocubano al que, a menudo, se le ha reducido.

Hijo de chino cantonés y criolla, Lam estuvo exiliado en España y en Francia antes de volver a su Cuba natal al estallar la Segunda Guerra Mundial. Reivindicó un multiculturalismo que, por aquel entonces, no estaba particularmente al uso. El arte se regía con el sistema binario del primitivismo, en el que cualquier depositario de un ápice de exotismo debía situarse inevitablemente al otro lado del lienzo, adoptando el papel de modelo idealizado, pero también habitualmente pasivo.

Si su obra está teñida de reivindicación social, en plena eclosión del tercermundismo político (a él hace referencia explícita su cuadro El tercer mundo, de 1966, de su etapa tardosurrealista), el compromiso de Wifredo Lam nunca se sirvió de pancartas. "Pese a su condición de hombre afectado por los grandes dramas del siglo pasado, que se desplazó por el mundo durante el periodo de las grandes guerras, en su obra no existen los eslóganes. En realidad, se trata de una gran obra poética", confirma David. "Su mundo no es autista y se encuentra en ósmosis con la realidad que la rodea, pero funciona con sus propias reglas. En una era en la que muchos se contentan con la gesticulación militante, su obra propone un mundo mucho más ambicioso, que exige un esfuerzo particular a quien quiera adentrarse en él. La obra de Lam no es intelectualmente complicada, pero sí resulta difícil de categorizar". Eso explicaría, según la comisaria, ese arrinconamiento que ahora aspira a que sea superado, y se convierta en historia.

Wifredo Lam. Centro Pompidou. París. Hasta el 15 de febrero de 2016.

Fuente: Babelia - El País


Campesina castellana, 1927

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