sábado, 18 de julio de 2015

"¿PUEDE LA DIALÉCTICA ROMPER LADRILLOS?", DE RENÉ VIÉNET

Título original: La dialectique peut-elle casser des briques?
Director: Kuang-chi Tu, René Viénet
Guionista: Kuang Ni
Fecha de estreno: 8 de marzo de 1973
Duración: 90 minutos
Détournement por su doblaje de la película china Crush, de Kuang-chi Tu, originalmente estrenada en 1972.


El nombre de René Viénet es poco conocido, pero si se dice que fue miembro de la Internacional Situacionista durante varios años muchos ya podrán situarle. Después de abandonar la I.S. Viénet realizó varias películas utilizando la técnica del desvío, esto es, cogiendo imágenes de otras películas o, como en el caso de ¿Puede la dialéctica romper ladrillos? (La dialectique peut-elle casser des briques?), tomando una película entera y cambiándole totalmente los diálogos y con ello el sentido (algo que curiosamente ya había hecho el tontolaba de Woody Allen casi 10 años antes con What’s Up, Tiger Lily?, aunque con un objetivo totalmente distinto) para darle un contenido y un sentido radicales y dialécticos.

Sobre la base de una mala película de artes marciales de serie B de Hong Kong Viénet construye una historia de la lucha de clases y del enfrentamiento entre los proletarios y los burócratas que quieren controlarles y conducirles al rebaño por medio del trabajo, el urbanismo, la psiquiatría y demás mecanismos de control policial. Un héroe consciente de su subjetividad radical (las armas de la crítica) encarna la irreductibilidad revolucionaria y se enfrenta a base de patadas de kung-fu (la crítica de las armas) a los burócratas samurais que quieren reducir a la aldea y a sus habitantes a la sumisión más abyecta, mientras dan vivas a Moscú y a Stalin. El proletario consciente de sí mismo y de su poder le da miedo a los burócratas, que tratan de comprarle con “promoción social, vino y mujeres”, pero no lo consiguen. Con su ejemplo, que no es sino el ejemplo de lo que ellos quieren realizar y llegar a ser, los obreros comprenden que su liberación no vendrá desde fuera, sino que sólo llegará por medio de la radicalización de su subjetividad radical y la realización de una vida no alienada en todos sus niveles, siendo obra exclusivamente suya. La lucha final entre samurais-burócratas y aldeanos-revolucionarios es la misma que se ha repetido a lo largo de la historia: en París en 1871, en Alemania en 1919, en Cataluña en 1936, en Hungría en 1956 o en París en 1968. Pero en esta lucha los proletarios triunfan al ser realmente conscientes de que mediante su práctica revolucionaria a todos los niveles y su negación radical del viejo mundo la contrarrevolución acabará por ser derrotada. La lucha ha sido costosa, pero los obreros han ganado y una nueva perspectiva se abre ante ellos. Queda todo un mundo por ganar. El viejo mundo alienado lleva en sí, según el punto de vista dialéctico, su propia crítica que al ser desarrollada terminará por acabar con él. Todas las revoluciones han sido derrotadas, pero algún día una triunfará y defenderá y extenderá su victoria. Viénet participa de la confianza dialéctica en un curso de la historia que ha de conducir necesariamente a la destrucción del capitalismo y su superación dialéctica que instaurará el reino de la abundancia y la libertad. Hoy ya no creemos en esa visión de la historia (después de verla tantas veces desmentida), sólo cabe romper el curso de la historia, sin confiar en leyes de ningún tipo. Quebrar la historia sin confiar para nada en que el futuro será nuestro, sólo así puede que alcancemos ese paraíso.

Con numerosas alusiones y citas de la I.S., pero también de Lautréamont, Sade, Reich, Marx o los anarquistas españoles del 36 Viénet construye una peculiar película-panfleto, pero sin desdeñar el sentido del humor y la mala hostia típicamente situacionista, que suele acertar bastante en sus objetivos, entre los que incluyen no sólo a los estalinistas sino también a otros gusanos al servicio de la contrarrevolución y la perpetuación de lo existente como los estructuralistas, los urbanistas y los sociólogos. Es tanto un canto a la posibilidad de alcanzar un mundo nuevo como un poderoso puñetazo en la cara de todos los que impiden que llegue a ser posible. Por eso muchos despreciaron tanto en su tiempo a la I.S. y por eso otros se empeñan ahora en reducirlos a un simpático grupillo de téoricos, de artistas o de filósofos, tratando de igualarlos a los que ellos tanto despreciaron y a los que éstos ahora tanto celebran (a los Godard, Lacan, Deleuze o Socialisme ou Barbarie, tanto da).

El tono panfletario (en gran medida nostálgico de lo que pudo ser y no fue) hace de ¿Puede la dialéctica romper ladrillos? un homenaje (con mucho de panegírico y poco de autocrítica) a la I.S., no en vano puede verse al héroe proletario como un trasunto de la aventura situacionista, de aquella empresa cuyo objetivo último no fue dictar a las masas lo que debían hacer (al contrario de lo que hacen los burócratas de toda calaña), sinodecir lo que ellas hacían, expresar teóricamente su verdad práctica. El teórico no puede nada contra el enemigo si su teoría no refleja lo que desean los proletarios, y ese deseo de una vida libre y no alienada es lo que le da todo su poder al proletario, que debe radicalizar su práctica cotidiana de acuerdo a ese deseo para poder realmente realizarlo. Ahí es donde jugaron sus bazas los situacionistas, denunciando sin pelos en la lengua a todos los miserables apagafuegos prestos a vender a su madre por unas migajas de poder. Sin embargo fracasaron y el deseo de otra vida distinta chocó y choca hoy más que nunca con una realidad miserable que gana terreno día a día por medio de todas las técnicas de acondicionamiento (publicidad, escuela, participación ciudadana, etc.), tratando de destripar cualquier aspiración a algo más y radicalmente distinto de lo existente y sustituyéndolo por el conformismo más mezquino, por la incapacidad para soñar siquiera con algo distinto. Y en el momento en el que ya ni podamos soñar con la utopía, la alienación habrá llegado a su máxima expresión y la vida humana habrá desaparecido sustituida por un triste sucedáneo. Estamos muy cerca de eso, pero, pese a muchos, aún no se ha cumplido la profecía de Orwell. Aún estamos a tiempo de pararles los pies. Aún podemos soñar con colgar al último burócrata de las tripas del último capitalista y poder llegar a ser felices. Aunque habrá que aprender de tantos y tantos errores. Y el tiempo corre en nuestra contra. Tenemos que ser más rápidos y más listos.

Maese Huvi, para Kaos en la Red

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