sábado, 28 de marzo de 2015

"EN UN MUNDO LIBRE", DE KEN LOACH

Título original: It’s a Free World…
País: Reino Unido
Año: 2007
Productora: Sixteen Films, BIM Distribuzione, EMC GMBH y Tornasol Films
Director: Ken Loach
Fotografía: Nigel Willoughby
Guión: Paul Laverty
Reparto: Kierston Wareing, Juliet Ellis, Leslaw Zurek, Colin Caughlin, Joe Siffleet, Branko Tomovic, Maggie Russell, Raymond Mearns
Duración: 96′

“La explotación no es una cosa novedosa y es por todos conocida; lo que nos interesaba sobre todo era discutir la convicción de que la falta de escrúpulos empresariales es la única forma de progreso para la sociedad, la idea de que todo sea un intercambio de mercancía, que la economía tenga que ser pura competición, totalmente orientada al marketing y que ésta sea la forma en que tengamos que vivir, recurriendo a la explotación y produciendo monstruos.” (Ken Loach)

Sinopsis:

Angie es una mujer treintañera, con un hijo, Jamie. Es atractiva, llena de energía y procede de una familia trabajadora muy respetable y muy orgullosa. Nunca ha podido encauzar su capacidad; además, ha vivido una serie de relaciones equivocadas, y se han visto frustradas sus ambiciones en relación con lo que soñaba obtener. Pero ahora tiene ante sí la gran ocasión de su vida, sabe que puede hacerlo y se empeña a fondo. Ha llegado a un punto en el que piensa que, si no hace alguna cosa, luego será demasiado tarde. Angie es el producto de la contrarrevolución thatcheriana, que ha hecho hincapié en los negocios y en los éxitos empresariales, que ha premiado a los que se han abierto camino a codazos. (Ken Loach)

Comentario:

Una vez más, la pareja más comprometida del cine reciente, formada por el director Ken Loach y el guionista Paul Laverty, nos sitúan frente a un espejo que nos muestra la realidad que vivimos. En esta ocasión el objetivo no se dirige a las fábricas, a los obreros o a los parados provocados por reconversiones industriales de los que tanto ha hablado Loach en su cine, esta vez fijan su mirada en una nueva figura social y laboral muy propia de este nuevo siglo: el precario.

‘En un mundo libre (It’s a Free World…)’ nos cuenta la historia de Angie, joven madre soltera que intenta encontrar su hueco en un mercado laboral en constante pérdida de derechos. Su trabajo, precario por falta de seguridad y por sueldo, consiste en ir a buscar trabajadores baratos a paises del este de Europa. Es decir, básicamente su trabajo, precario también moralmente, consiste en engañar a gentes que las están pasando canutas, prometiéndoles una salida a su situación, mintiéndoles en cuanto a las condiciones de vida y sueldos que van a tener y cobrándoles por ello. Claro, lo hace porque se tiene que ganar la vida, tiene que pagar su piso compartido y alimentar a su hijo, que vive con sus padres porque a ella no le queda tiempo para cuidarlo.

Pero los precarios también tienen orgullo y como Angie no se deja magrear por su jefe, aunque se le da bien engañar a los inmigrantes la ponen de patitas en la calle. Ya se sabe que a las empresas modernas no les gustan los empleados contestones y que su eliminación sale muy barata, recursos de usar y tirar. Se rebela entonces contra su destino precario, convence a su precaria compañera de piso, licenciada que trabaja como teleoperadora por dos duros, y juntas abrazan ese sueño tan extendido en nuestras sociedades: convertirse en emprendedoras.

Son jóvenes, tienen energía e ilusión, a Angie se le da bien el negocio de la especulación con mano de obra extranjera, solo les falla un pequeño detalle para ser las emprendedoras perfectas, no tienen ni dinero ni la posibilidad de tener crédito. Pero nuestras sociedades avanzadas tienen salidas para todos los que realmente quieran contribuir al progreso. En este caso, cómo no, la economía sumergida. De modo que como puente obligado hacia la próspera legalidad crean una empresa de trabajo temporal en un descampado de la ciudad, donde diariamente distribuyen trabajos basura a inmigrantes.

El cuadro está completo y en este punto de la película seguramente serían pocos los espectadores que no levantarían las manos si se les preguntara si se han sentido identificados con algún aspecto del relato.

Pero claro, estamos ante una película de Loach y Laverty, no ante una producción estadounidense que seguramente nos contaría lo mal que lo pasan las protagonistas para sacar adelante el negocio, para terminar triunfando. Aquí la realidad, al menos una parte de la realidad, se come cruda, sin cocinar, aun a riesgo de que siente mal. O mejor dicho, varias realidades, porque por un lado descubrimos ese submundo del trabajo casi esclavo en el que tenemos a nuestros inmigrantes pobres, en el patio trasero de la sociedad del consumo y el bienestar. Vemos cómo viven, dónde viven y cómo hasta la habitación forma parte del lucrativo negocio de su explotación laboral. Asistimos también a un nivel todavía inferior, el de los inmigrantes irregulares y todos los trapicheos con la falsificación de papeles, su conveniencia para las empresas por su incapacidad de reclamar ningún derecho, o la falta de persecución de estas realidades desde las instituciones. Se nos muestran las mafias “legales” de los empleadores y las mafias rompepiernas de los trabajadores, que ante la absoluta carencia de protección desde el poder, se organizan con el viejo y nada posmoderno método de la amenaza, el pasamontañas y el bate de baseball.

Es en las tripas de ese mundo, nuesto mundo, en el que se meten las protagonistas con decisión e ingenuidad. Y es en este lado, en el viaje emprendido por dos jóvenes desde una cierta precariedad, no comparable a esa otra que malgestionan de los inmigrantes, hacia el ansiado emprendimiento, donde el relato tiene la complejidad que lo hace notable. Porque nuestras chicas no son malas personas, son gente corriente, como cualquiera de nosotros, no son racistas, todavía son capaces de empatizar con esas gentes con las que negocian, ven su difícil situación e intentan ayudarles. Pero por otro lado quieren triunfar, lo que en el mundo en el que vivimos es casi sinónimo a ser capaz de tener una mínima seguridad, a poder tener una casa, ingresos suficientes y tiempo para poder llevarte a tu hijo a vivir contigo. Quieren huir de ese horizonte de fracaso al que parecen estar condenadas, ser por fin aceptadas por sus mayores, que no comprenden por qué son incapaces de ganarse la vida como ellos lo han hecho y que las culpabilizan por ello.

Pero en el mundo de los negocios lo humano es un lastre y parece que para poder triunfar, o no sucumbir, es imprescincible ir despojándose de todo sentimiento. El único objetivo tiene que ser crecer, o al menos mantenerse, continuar, seguir hacia adelante y no mirar a los cadáveres que vas dejando a tu paso, daños colaterales de una guerra sin cuartel que se libra por ascender en la pirámide del precariado. Angie se da cuenta y cuando todavía está a tiempo de parar y retomar una cierta dignidad, se arroja con determinación al lado oscuro. La decisión del retorno por el que opta la amiga, a la que abandona el relato, no es desde luego fácil ni obvia, porque supondrá a ojos de la mayoría, y de uno mismo, el fracaso y la resignación. La continuación del viaje mantiene al menos una falsa sensación de esperanza, aunque en realidad se convierte en una huida.

Es seguro que algunos consiguen llegar, tan seguro como que la gran mayoría no. La película no cierra el destino de Angie, aunque no se promete muy halagüeño cuando su viaje deviene en circular y la vemos al final en el mismo lugar en el que comenzó la película. Su estatus ha cambiado, ya no es una simple empleada, su posición en el mundo también, ahora hace lo que criticaba, pero aunque ella quiera creer otra cosa, sigue siendo una precaria.

Ese es uno de los principales valores del excelente guión de Laverty, ganador en el festival de Venecia, poner en primer término el concepto del precario y hacerlo de forma transversal. Por supuesto que la inmigración pobre es precaria, como también lo es la juventud de los paises ricos y los asalariados de todo tipo, pero es que el precariado se extiende a todos los niveles, incluso al del emprendimiento y la empresa. La división clásica de la lucha de clases pierde entonces sentido, porque las clases, antes tan delimitadas en la empresa industrial, se derraman como una mancha de aceite en las sociedades terciarias. Ya no son útiles en este sentido los conceptos de empleado y empleador, empresario y asalariado u otros, porque en todos ellos podemos encontrar cada vez más precariedad. No todas del mismo nivel, ni todas igual de sangrantes, pero todas bebiendo de las mismas fuentes sistémicas.

No es que no haya clases, las hay, pero ya no están determinadas por la situación respecto al trabajo. En este sistema en el que el trabajo cada vez tiene menor valor, en el que la actividad productiva es un residuo sucio y molesto dejado a los paises del Tercer Mundo y en el que el enriquecimiento y el poder se obtienen por la especulativa actividad financiera, lo que marca la situación de clase no es nada más que el dinero, tu capacidad para comprar tiempo, ocio, servicios, derechos, salud, educación, justicia… Ese es nuestro mundo libre.

Efectivamente, no hemos dicho ni una palabra sobre el trabajo de Ken Loach, lo que por cierto es habitual en la crítica especializada cuando se trata de este director, al que se juzga más por sus ideas que por su oficio. Verdaderamente nos costaría destacar algún aspecto técnico o algún recurso de dirección, como no sea precisamente el anonimato del lenguaje clásico que utiliza. Ningún alarde, ningún plano espectacular, ningún movimiento de cámara expresivo. El trabajo de dirección pasa desapercibido, algo que con toda seguridad es buscado precisamente para darle mayor verosimilitud a la historia. Leíamos entre las críticas de usuarios de Filmaffinity a algunos que le achacaban negativamente que la película parecía un documental e incluso un telediario. Seguro que Loach se sentiría muy orgulloso de ello.

Fuente: Cine y Trabajo

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