domingo, 20 de enero de 2013

"EL VAGÓN DE TERCERA", DE HONORÉ DAUMIER


El vagón de tercera
Honoré Daumier (1808-1879)
h 1864
Óleo sobre lienzo
65´5 x 90 cm
Metropolitan Museum of Art de Nueva York

El Romanticismo, con su idealización de la historia, de la sociedad y de la naturaleza, deja paso tras la revolución de 1848 al Realismo, una nueva corriente que se interesa por la realidad. Pero el desencanto por los fracasos revolucionarios hace que el arte abandone los temas políticos y se concentre en temas sociales. La industrialización determinó la formación de una numerosa población obrera hacinada en las ciudades. Los artistas toman conciencia de los problemas sociales, como el trabajo de niños y mujeres, los horarios excesivos, las viviendas insalubres y creen que deben denunciar estas lacras.

Daumier , agudo crítico y prestigioso caricaturista, dibujante e ilustrador, se fija en la sociedad y en determinados grupos sociales, poniéndose al lado de los desfavorecidos. Se sirvió de los medios de comunicación masivos, como la prensa o las revistas satíricas, para difundir su mensaje político de manera simultánea a su trabajo pictórico.

En aquellos tiempos los trenes tenían tres clases de vagones. Los de primera tenían asientos como butacas, calefacción y pocos pasajeros en un compartimento cerrado. Los de segunda tenían asientos acolchados y también disponían de compartimento cerrado pero con más pasajeros. Los de tercera tenían los asientos de madera corridos y los vagones no disponían ni de calefacción ni de departamentos, por lo que allí se hacinaban todos los pasajeros y de toda condición. Es fácil adivinar qué grupo social viajaba en cada clase.

En las obras de Daumier se aprecia una gran capacidad para llegar destilar la esencia de la expresión facial humana y del gesto corporal. En su tren no viajan ni aristócratas ni burgueses en asientos de primera clase, sino hombres y mujeres tristes, todos ellos silenciosos y mal vestidos. Esta obra realista y de denuncia social, refleja muy bien el cansancio de la clase trabajadora. Algo que queda patente en el niño dormido y la actitud de la mujer vieja en el centro del cuadro.

De frente al espectador, como si éste estuviera sentado en el asiento frontal, hay un grupo que bien podría estar formado por miembros de una familia que se traslada a la ciudad. Una joven madre amamanta tiernamente al hijo que sostiene en brazos. En el centro vemos a la que puede ser la abuela, cansada, con la vista perdida en sus propios pensamientos. Es una humilde mujer con las manos pacientemente cruzadas sobre la cesta de mimbre. A su lado se encuentra un joven muchacho, tal vez el nieto, que se ha dormido muy pronto, acaso cansado por un inoportuno trabajo para su edad.

El resto del pasaje, una masa heterogénea, se encuentra detrás. Aunque algunos con chistera, pequeños burgueses o empleados, la mayor parte son obreros, especialmente las mujeres con pañuelo. Se observa que conviven pero que apenas ser observan y, por supuesto, no se comunican. Se aprecia un gran silencio. Es el reino de la colectividad anónima, el espacio de la indiferencia. El nuevo mundo industrial es así de inhumano. Los hombres se hacinan como cosas y no eligen su compañía. Se sientan al lado de otros, se yuxtaponen, se miran pero no se dicen nada. Cada una de las figuras está individualizada, y destacan sus gestos y expresiones, entre los que abundan el aburrimiento y el hastío.

La dosis de sordidez que Daumier aplica en esta obra a sus personajes genera en el espectador una sensación de ternura que contrasta profundamente con la sofisticación industrial del tren, vehículo que, a la vez, les sirve de escenario social y de fondo.

El trazo contundente y dinámico, los contrastes pronunciados y el poder de síntesis de Daumier, dejan claro el porqué de la admiración que más tarde despertó en muchos expresionistas. Se aprecia claramente la manera de trabajar de Daumier. Tras preparar la obra con dibujos previos, realizaba la composición definitiva en acuarela para trasladar más tarde al lienzo el resultado con la ayuda del sistema de cuadrícula que advertimos perfectamente en primer plano. Las figuras tienen sus contornos muy delimitados por una línea negra, procediendo más tarde a diluirla con pinceladas densas de otras tonalidades. La luz empleada recuerda a Rembrandt mientras que en el color existe una estrecha relación con el mundo Barroco que tanto admiraba el maestro.

Pero el tema es totalmente contemporáneo, adhiriéndose al Realismo que defendía Courbet cuyo único objetivo era la observación directa del natural, copiando las costumbres y usos de la sociedad para mejorarla.

Fuente: un día...una obra

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