Un año ajetreado
Anne Wiazemsky
Trad. de Javier Albiñana
Anagrama
224 págs.
18 euros
Un año ajetreado es la segunda novela autobiográfica de Anne
Wiazemsky (Berlín, 1947), nieta del ilustre escritor francés y Premio
Nobel de Literatura François Mauriac, actriz adolescente en Al azar, Baltasar, de Robert Bresson, cuya experiencia relató en La joven (El Aleph), estudiante de filosofía, musa, actriz, amante y esposa (entre 1967 y 1979) de Jean-Luc Godard, novelista (Canines, El libro de las despedidas, El libro de los destinos), guionista y directora de algunos programas de televisión.
El año en cuestión va justamente del verano de 1966 al de 1967, el
periodo en el que Wiazemsky, por entonces menor de edad y estudiante de
bachillerato en tránsito hacia la Universidad para estudiar Filosofía,
conoció y (se) enamoró a un Godard en pleno éxito recién separado de
Anna Karina, con quien había rodado sus primeras y exitosas películas (Una mujer es una mujer, Vivir su vida, Pierrot el loco),
un año intenso repleto de nuevas experiencias, dudas y conflictos
familiares y personales que forjaron la personalidad adulta de una
adolescente hermosa, confusa e inquieta y que culminaron con una boda
secreta en un ayuntamiento suizo y el rodaje de una película, La Chinoise,
que, en su adaptación del Pequeño Libro Rojo de Mao a una célula de
“Robinsones del marxismo-leninismo”, iba a preludiar el espíritu que
habría de inundar las calles poco tiempo después en mayo de 1968.
A partir de las notas de su diario de juventud, una lúcida, sincera y
precisa Wiazemsky va desgranando poco a poco, siempre atenta a los
detalles y sujeta al vaivén de los estados de ánimo, los acontecimientos
excepcionales de aquel periodo convulso y maravilloso: la primera carta
de amor que escribió al director de Maculino, femenino dirigida a la redacción de los Cahiers du cinéma,
el primer encuentro con el cineasta, al que siempre retrata como un
niño travieso, cariñoso y celoso, locuaz y seductor, tan tierno, cortés y
tímido en la intimidad como seguro, autoritario e incluso agresivo en
sus rodajes y apariciones públicas, las escapadas furtivas, las sesiones
de cine para ver las películas de Lang, Rossellini, Renoir y Bergman o
las comedias de Louis de Funès, los primeros encuentros sexuales, las
angustiosas falsas alarmas de embarazo, las peleas continuas con su
madre y su familia, que desaprobaba la relación desigual sin disimulos, o
el despertar de su vocación como actriz, escritora o fotógrafa.
Si
un Bresson siempre correcto aunque excesivamente paternal y protector
era el protagonista de fondo de aquella primera novela de iniciación, un
Godard entregado y furiosamente romántico lo es de ésta, aunque no sea
exactamente una novela sobre el cineasta o su cine, sino más bien el
relato de aprendizaje y formación de una joven de buena familia seducida
por el crepitante ambiente cultural e intelectual del París de mediados
de los sesenta, una ciudad efervescente por la que desfilan figuras
como Jeanson, Cournot, Sartre, Merleau-Ponty, Sollers, Truffaut,
Rivette, Coutard, Bertolucci, Barbara, Jeanne Moreau, Jean-Pierre Léaud,
Jean Vilar o Maurice Béjart, un París que ella pasó de contemplar desde
la barrera a protagonizar en primer plano, acompañando al que todos
consideraban como el cineasta más genial de su generación.
Un año ajetreado puede leerse así en clave histórica y
generacional, para aquellos lectores no cinéfilos o no interesados por
la figura de Godard y su entorno, pero resulta especialmente
recomendable para el conocedor y el seguidor del director de Al final de la escapada, en su retrato insólito tras el que se adivinan pasiones, sonrisas e incluso gestos de torpeza y ternura keatonianas
que él mismo siempre se encargó de esconder tras sus gafas de sol. Si
sus películas con Karina ya dejaban traslucir, entre las fracturas del
lenguaje y la voluntad de épater la bourgeois, un profundo
espíritu romántico escondido en la cinefilia y la pasión por la
literatura o la música, el periodo de cortejo, seducción, inspiración y
convivencia inicial con Wiazemsky nos revelan a un Godard mucho más
frágil y transparente, a un tipo tal vez solitario y desesperado que
buscó en el amor de una joven burguesa la protección para sus propias
carencias.
Lo que vino después, fuera ya de las páginas de este libro, es de
sobra conocido: una radicalización y una politización de Godard en su
carácter y en sus prácticas cinematográficas que lo fueron aislando cada
vez más del cine francés y de su propia esposa, y una carrera como
actriz de Wiazemsky que se prolongó durante unos cuantos años junto a su
esposo (Week-end, Todo va bien) o a cineastas como Pasolini (Teorema, Porcile) antes de la separación definitiva.
Fuente: Manuel J Lombardo (El cine y otras catástrofes)
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