DISCURSO DE ACEPTACIÓN DEL PREMIO
NOBEL PRONUNCIADO EN EL AYUNTAMIENTO DE ESTOCOLMO EL 10 DE DICIEMBRE DE 1965
En esta
solemne ocasión, es para mí un grato deber dar nuevamente las gracias a la
Academia Sueca, que me ha concedido el premio Nobel.
Como ya
tuve oportunidad de declarar en público, el sentimiento de satisfacción que
despierta en mí este premio no se debe tan solo al reconocimiento internacional
de mis méritos profesionales y mis características individuales como escritor.
Me enorgullece que se haya concedido el premio a un escritor ruso, soviético.
Estoy aquí en representación de innumerables escritores de mi país natal.
También
he expresado previamente mi satisfacción por que este premio, indirectamente,
sea un reconocimiento más de la novela como género. Últimamente leo y oigo con
cierta frecuencia declaraciones que, para ser franco, me sorprenden, ya que
presentan la novela como una forma anticuada, que no se corresponde con las
exigencias de nuestros días. Sin embargo, es justamente ella, la novela, la
que posibilita la más completa comprensión del mundo real, y la que permite
proyectar nuestra actitud personal a este mundo y sus acuciantes problemas.
Se
podría decir que la novela es el género que más nos predispone a entender a
fondo la inmensa vida que nos rodea, en vez de anteponer nuestro minúsculo ego
como centro del universo. Por su propia naturaleza, este género es el que da al
creador realista un mayor abanico de posibilidades.
Muchas
corrientes artísticas de moda rechazan el realismo, dando por hecho que ya ha
dado de sí todo lo que podía dar. Sin miedo a ser tachado de conservador, deseo
proclamar que opino todo lo contrario, y que soy un defensor a ultranza del
arte realista.
Hoy día
se habla mucho de vanguardismo literario refiriéndose a los experimentos más
modernos, especialmente en el campo de la forma. A mi modo de ver, los
auténticos pioneros son los artistas que en sus obras ponen de manifiesto los
nuevos contenidos y las características determinantes de la vida de nuestra
época.
Tanto el
realismo en su conjunto como la novela realista parten de las experiencias
artísticas de los grandes maestros del pasado, pero a lo largo de su evolución
han adquirido características nuevas e importantes, de índole fundamentalmente
moderna.
Hablo de
un realismo portador del concepto de regenerar la vida, de reformarla en
beneficio de la humanidad. Me refiero, claro está, al realismo que llamamos
socialista. El rasgo que lo singulariza es que plasma una filosofía de la vida
que no acepta dar la espalda al mundo, ni huir de la realidad; una filosofía
que permite comprender objetivos de grandísimo valor para millones de
personas, y que es una luz en el arduo camino de estas.
La
humanidad no está compuesta por una muchedumbre de individuos flotando en el
vacío, como cosmonautas a los que ya no sujeta la gravedad terrestre. Vivimos
en la Tierra, estamos sometidos a sus leyes y, como dicen los Evangelios, cada
día tiene bastante con su propio mal, sus problemas y dificultades, sus esperanzas
en un futuro mejor. Amplios sectores de la población mundial se inspiran en
los mismos deseos, y viven al servicio de intereses comunes que les unen mucho
más de lo que les separan.
Son los
trabajadores, que todo lo crean con sus manos y cerebros. Yo formo parte de los
escritores que consideran como su más alto honor y su más alta libertad poder
poner sus plumas, sin ningún tipo de trabas, al servicio de los trabajadores.
Tal es
la base última, y de ella derivan las conclusiones sobre cómo veo yo, escritor
soviético, el lugar del artista en el mundo actual.
La época
en que vivimos está llena de incertidumbres; no hay un solo país en el mundo
que desee la guerra, y sin embargo hay fuerzas que arrojan a países enteros a
las hogueras de la guerra. ¿No es inevitable que cualquier escritor se sienta
conmovido en lo más hondo por las cenizas del indescriptible incendio de la
Segunda Guerra Mundial? Un escritor honesto, ¿podrá no rebelarse contra
quienes desean condenar a la humanidad a la autodestrucción?
¿Cuál
es, pues, la vocación, y cuáles los deberes de un artista que no se ve a sí
mismo como un dios indiferente a los padecimientos de la humanidad, entronizado
muy por encima del fragor de la batalla, sino como hijo de su pueblo, como una
diminuta partícula de la humanidad?
Ser
sincero con el lector, y decirle a la gente la verdad, que, aunque a veces
pueda ser desagradable, nunca debe ser temida. Confirmar los corazones en su
fe en el futuro, y su confianza en que serán capaces de construirlo. Ser un
defensor de la paz en todo el mundo, y engendrar con sus palabras, dondequiera
que lleguen, a otros defensores. Unir a la gente en su esfuerzo natural y noble
hacia el progreso.
El arte
posee una gran capacidad de influir en los intelectos y cerebros de la gente.
Yo creo que cualquier persona tiene derecho a llamarse artista mientras
encauce esta capacidad hacia la creación de algo bello en el pensamiento de los
hombres, y beneficie a la humanidad.
Mi
pueblo no ha seguido caminos trillados en su viaje por la historia. Ha sido un
viaje de exploradores, de pioneros de una nueva vida. En todo lo que he
escrito, y en lo que me pueda quedar por escribir, siempre he considerado y
considero mi deber como escritor manifestar mi gran respeto a este país de trabajadores,
a este país de constructores, a este país de héroes que no ha atacado nunca a
nadie, pero que sabe defender honrosamente lo que ha creado, su libertad y su
dignidad, y su derecho a construirse el futuro que decida.
Me
gustaría que mis libros ayudaran a la gente a mejorar y ser más puros de
pensamiento; me gustaría que despertaran su amor al prójimo y su deseo de
luchar activamente por el ideal humano y el progreso de la humanidad. Si en
alguna medida lo he logrado, estoy contento.
Doy las
gracias a todos los presentes esta noche, y a todos los que me han hecho llegar
sus felicitaciones y sus buenos deseos por el premio Nobel.
Fuente: “El Don apacible”, Ed. Debolsillo
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