Guernica
Pablo Ruiz Picasso
1937
Oleo sobre lienzo
349,3 x 776,6 cm.
Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid
Guernica, fue pintado por Pablo Ruiz Picasso (1881-1973), en 1937. El título de esta obra alude a un episodio concreto de la Guerra Civil española: el bombardeo de la población vasca de Guernica, que tuvo lugar el 26 de abril de 1937. Cuarenta y tres bombarderos y cazas alemanes de la Legión Cóndor y algunos italianos, al servicio de los nacionales, arrasan la ciudad vasca de Guernica. En este momento, España estaba inmersa en la Guerra Civil, iniciada un año antes, el 18 de julio de 1936, cuando las tropas nacionales se sublevaron contra el gobierno republicano. Mientras tanto, Europa, a grandes rasgos, tras haber sufrido las consecuencias de la depresión económica mundial y dividida por el fascismo, se preparaba para el inminente estallido de la Segunda Guerra Mundial.
Se
ha especulado mucho sobre si Guernica fue o no, un cuadro encargado
por el Gobierno republicano a Picasso. Está claro que Guernica
es fruto de un encargo, pero es necesario aclarar varios puntos al respecto
que han inducido varias veces a error. En 1937 se celebra en París la
Exposición Universal, para los republicanos era vital que el Gobierno
español estuviera bien representado, de modo que le piden a Picasso
que haga algo para el pabellón español, un pabellón que tenía, evidentemente,
un marcado carácter propagandístico de la república [1].
Picasso se comprometió a pintar una gran obra para este cometido, una
pintura que ocupara una pared entera del pabellón español, pero en ningún
momento se comprometió a pintar Guernica, entre otras cosas porque
el bombardeo sobre la citada ciudad vasca no se había producido todavía.
Sin
embargo, el artista español sufrió una parálisis creativa que le impidió
llevar a cabo dicho encargo durante unos meses. Las causas pudieron
ser varias, en primer lugar, el marcado carácter propagandístico que
le exigían para la obra, le maniataba mucho; por otro lado, estaba atravesando
una crisis sentimental bastante profunda. Hay que recordar que en este
momento, que se conozca, Picasso estaba casado con su primera mujer
Olga Koklova, vivía con Marie-Thérése Walter con la que tenía una hija
y, desde 1936, Dora Maar era su amante oficial [2].
Pablo Picasso salió de su aparente
atolladero creativo y vital el 26 de abril de 1937. Por fin encontró
el tema que estaba buscando, el atroz bombardeo le permitiría materializar
perfectamente ese encargo del Gobierno republicano. Esta idea es importante,
Picasso inmortalizó con esta obra el nombre de Guernica, simplemente
porque su destrucción le inspiró ese enorme, a la par que genial, cartel
propagandístico en contra del fascismo. Picasso era consciente que esta
obra debía ser contemplada no sólo por entendidos del arte, sino, y
principalmente, por todo tipo de personas que visitaran el pabellón
español. Por tanto, el mensaje debía ser perfectamente claro, y que
mejor modo para ello, que partir para la creación de una masacre de
resonancia internacional como la de Guernica. No queremos insinuar con
esto, que Picasso no sintiera una gran repulsión por lo acontecido,
ya que la rabia y la indignación del artista queda visiblemente palpables
sobre el lienzo objeto de nuestro estudio, pero es igualmente evidente,
que este fatal hecho se amoldaba a la perfección al encargo que había
recibido.
Fue
un episodio gratuitamente cruento, no había razones aparentes que justificaran
el ataque de una pequeña ciudad como aquella, sin especial valor militar,
poblada entonces casi exclusivamente por mujeres, niños y ancianos,
ya que los hombres se encontraban en el frente. El bombardeo de esta
ciudad vasca duró tres horas y cuarto, desde las cuatro y media de la
tarde hasta las ocho menos cuarto. Durante las cuales, una poderosa
flota de aviones consistente en tres modelos alemanes, bombarderos Junkers
y Heinkel y cazas Heinkel, no cesó de descargar sobre la ciudad bombas
de quinientos kilos, a demás de un número de proyectiles incendiarios
de aluminio, que se ha calculado en más de mil. Mientras tanto, como
relató un corresponsal del Times de Londres llamado Steer, los
cazas volaban rasantes ametrallando a las personas que huían de la ciudad
para refugiarse en el campo. Toda Guernica quedo inmediatamente en llamas
y cualquier rastro de vida, tanto humano como animal, fue aniquilado
brutalmente. Pero estos hechos que ahora narramos y que se encuentran
perfectamente documentos, no siempre fueron contados así. Confirmando
una vez más aquella sentencia de Esquilo que dice La primera baja
en la guerra es la verdad, se acusó durante mucho tiempo desde el
bando nacional, y posteriormente con el franquismo, de haber sido los
propios vascos los que incendiaron su ciudad con latas de gasolina.
A pesar de las pruebas, de los testigos internacionales y de las confesiones
por parte de los alemanes (juicio de Nuremberg), en España se sostuvo
durante años la tesis de la autodestrucción.
El primero de mayo de 1937 París vivió
una fiesta del trabajo marcada por el rechazo vehemente de la destrucción
de Guernica [3] y por una fervorosa
oposición al franquismo. Ese mismo día Picasso encontró su tema y se
pudo a trabajar en él de un modo febril. Durante los siguientes diez
días hizo numerosos bocetos de lo que podría ser el cuadro en su conjunto,
así como de diversos elementos y personajes del mismo. El día 11 de
mayo, Picasso, comenzó a trabajar sobre el soporte definitivo. Se trataba,
como ya hemos apuntado, de una tela de 349 x 776 centímetros, instalada
en un taller especial que Dora Maar había buscado para este propósito.
Era tan inusualmente grande el tamaño del cuadro que ocupaba por completo
toda la altura de la pared, y aún tenía que inclinarse un poco para
que cupiese entre el suelo y las vigas del techo. Esta circunstancia
y el hecho de que estuviera destinada a adherirse al muro del pabellón
de la República Española forzaron al artista a ejecutarlo con un material
que ofreciera una superficie sin brillos, por eso eligió una pintura
vinílica Ripolin mate, de tipo industrial. El cuadro, que lo
concluyó el 4 de junio de 1937, está pintado en blanco y negro, con
una variadísima gama de grises y algunos toques azulados casi imperceptibles.
Un
error muy común a la hora de enfrentarse al análisis de una obra de
arte, es confundir la interpretación del arte con especulaciones acerca
de la psicología del artista, y describir la obra como un retrato de
los deseos y conflictos privados de su autor. Focalizando generalmente
todas esas especulaciones, diríamos mejor, invenciones, en aspectos
sexuales, cuanto más truculentos y enfermizos mejor. Ya que la vida
sentimental de Picasso, de sobra conocida, fue de gran actividad y por
ello muy propicia a este tipo de inventiva, hemos creído oportuno hacer
esta advertencia. Por otra parte, la otra versión de este disparate
historiográfico, tanto o más común que el anterior, consiste en dar
a la vida privada del artista, a través de los amigos, conocidos y familiares
que aparecen en sus obras, un valor desorbitado. Valor que eclipsa cualquier
otro tipo de análisis, que tampoco estamos indicando que deba ser meramente
formalista, y que convierte a la obra en cuestión, en un culebrón de
media tarde. Picassso, como cualquier artista, pinta lo que tiene a
mano, sea un hijo suyo, su mujer, su amante, su perro o una pera. Pero
esta elección, por mucho que le pese a los románticos del arte, no pasan
de ser un mero vehículo, un pretexto para la creación.
La
composición está distribuida a modo de tríptico, ocupando un caballo
agonizante el panel central. En total el cuadro reproduce seis seres
humanos y tres animales. Picasso encuadra los grupos en dispositivos
triangulares, de los cuales, el más importante es el central. En la
parte superior de este triángulo, un poco desplazada a la izquierda,
aparece una especie de tulipa en perspectiva en cuyo centro, Picasso
situó una bombilla eléctrica. La base del triángulo central está señalada
por el cuerpo caído del guerrero muerto, un cuerpo desmembrado, descuartizado,
que se convierte en un símbolo visual de la matanza. El brazo de la
derecha, que acaba también sosteniendo una flor, agarra la empuñadura
de una espada rota, mientras el otro brazo acaba en una mano fuerte
y callosa, con poderosos surcos cruzados. Entre esas líneas puede reconocerse
el dibujo de una estrella de cinco puntas. Esa flor, que puede ser interpretada
como una pequeña luz de esperanza dentro un panorama tan visiblemente
descorazonador, también, por el contrario, puede que no signifique nada
especial. Siendo una reminiscencia, un resto, de la primitiva escena
desarrollada en el exterior, en la que la flor brotaba al lado de una
cabeza femenina yacente.
La
cabeza del guerrero fue redondeada, como si fuera un canto rodado. Cabezas
cortadas ha habido muchas en la historia del arte, pertenecientes casi
siempre a mártires inocentes, pero no suelen tener los ojos desmesuradamente
abiertos como ocurre aquí. Observemos que la forma de este elemento
no es casual: las órbitas oculares del toro y del guerrero, pertenecientes
a entes masculinos, son óvalos con los extremos apuntados; los de las
mujeres de ambos laterales con forma de lágrima, pertenecen a otro grupo,
que es el preferido por Picasso para expresar el extremado sufrimiento
femenino; los ojos de las dos hembras restantes y los de la yegua están
constituidos por un círculo con un punto central, representan más bien
una dolorida sorpresa.
La mujer que entra en la escena por
la derecha tiene el trasero al descubierto, existe una divertida anécdota
entorno a esta figura, que nos ayudará un poco más a advertir, que los
discursos grandilocuentes entorno a una obra de arte parten de críticos
e historiadores, pero pocas veces del propio autor. El significado de
la figura nos lo proporciona un curioso testimonio aportado por Henry
Moore, contando una visita al taller donde se pintaba esta obra maestra:
“Todavía faltaba bastante para que Guernica estuviese terminado
(...) ¿Recuerda a la mujer que llega corriendo desde la cabina de la
derecha con una mano levantada delante de ella? Bien, Picasso nos dijo
que allí faltaba algo, se marchó, cogió un rollo de papel y lo pegó
en la mano de la mujer, como para decir que había sido sorprendida en
el cuarto de baño cuando cayeron las bombas. Así era él. Por supuesto
estaba tremendamente conmovido por España y sin embargo podía tratarlo
como una broma”.
Sobre
esta curiosa figura se sitúa la mujer que entra por la ventana sosteniendo
con su brazo una lámpara, una figura que irrumpe en la estancia por
la ventana, de un modo surrealista, mirando la escena horrorizada e
iluminando la estancia con su quinqué. Según algunos autores, podría
tratarse de una especie de alegoría fantasmagórica de la república española,
según nuestra opinión, no se trataría de ninguna alegoría, sino más
bien de una simplificación de una figura que huye horrorizada del bombardeo,
con un semblante descompuesto, con una mirada ausente, casi en estado
de shock. A su derecha, se sitúa la mujer que cae envuelta en
llamas, con los brazos en alto. Las mujeres, hacen de Guernica
la imagen de una humanidad inocente e indefensa convertida en víctima.
La
madre con el niño muerto, fue un asunto muy mimado por el pintor, que
realizó numerosísimas variaciones en dibujos preparatorios. El común
denominador de todos estos trabajos es el rostro desgarrado de la mujer
que llora, superando mucho en su patetismo a las tradicionales imágenes
españolas de la Virgen Dolorosa. Junto a los ojos, el otro componente
esencial para la expresión del dolor, es la boca desmesuradamente abierta,
de la que sobresale una lengua afilada. Una lengua como la de la yegua,
una imagen extrema que nos trasporta, inevitablemente, a los caballos
destripados por el asta de un toro, de esas corridas a las que tanto
le gustaba asistir a Picasso. Deudoras, por otra parte, de esas tardes
de finales del XIX, en las que acudía junto a su padre, José Ruiz Blasco,
a la Malagueta, la plaza de toros de Málaga. Se ha hablado poco de la
importancia que tuvo en Picasso su padre, y sobre todo la importancia
que tuvo para Picasso el haber nacido en un hogar de artistas, un olvido
un tanto injusto.
En la pintura mural en la que estoy trabajando, y que titularé Guernica, y en todas mis últimas obras expreso claramente mi repulsión hacia la casta militar, que ha sumido a España en un océano de dolor y muerte.Pablo Picasso, 1937.
Una
vez realizado este pequeño recorrido por los aspectos más generales
de la interpretación, debemos ahora adentrarnos en un estadio más. Sirviéndonos
de las fotografias de Dora Maar, se puede reproducir el proceso creativo
de esta magnifica obra, llegando a interpretaciones muy distintas a
la que se puede hacer partiendo del trabajo definitivo. Corroborando
la idea que cada uno de los elementos que lo componen no forman un equilibrio
complejo e indisoluble, sino que han sido el fruto de numerosos retoques
y correcciones, lógicos, por otra parte, dentro de cualquier proceso
creativo. Por tanto, no pueden ser analizados como si se tratara de
verdades absolutas, ya que ningún elemento que conforma Guernica
significa nada extraído del conjunto.
Lo primero que nos llama la atención
al contrastar el trabajo definitivo con las fotografías tomadas durante
el proceso de la obra, es la ubicación espacial de la escena. Guernica,
la obra definitiva, se desarrolla en un interior, iluminado principalmente
por la luz artificial, pudiendo ser perfectamente una escena nocturna.
En origen, la escena era en el exterior, en plena calle, con un hermoso
y esférico sol, como ocurrió realmente la tarde del bombardeo. La figura
femenina fantasmagórica que parece entrar por una ventana, realmente
está saliendo por una ventana de su hogar, candil
en mano, una casa en llamas situada al fondo a la derecha.
El caballo, o yegua, y el toro, también
han experimentado notables transformaciones. La yegua no aparece con
esa expresión de dolor, que anteriormente hemos analizando, como si
la acabaran de atravesar con una lanza; en un principio, se recogía
agonizante sobre si misma, torturada por el dolor, efecto de una herida
previa que le estaba consumiendo la vida. El toro, también a sufrido
varias modificaciones a lo largo del proceso, la más seria afectó a
su ubicación, pues en un principio estaba dispuesto con el cuerpo en
la dirección contraria, sobrepasando el extremo de su rabo el candil
que aparece en el centro de la composición.
Con
estas dos figuras han surgido muchos problemas interpretativos. Algunos
autores, consideran al toro la alegoría de la muerte, que vuelve la
cabeza sin importarle el dolor. Por el contrario, otros textos lo consideran
el tótem peninsular, una imagen heroica del pueblo español. En correlación,
también se interpreta el caballo como alegoría del bien o del mal, así
algunos lo consideran la imagen de la España fascista, que pisotea al
guerrero, mientras otros ven en esta figura animal la imagen del dolor
y la agonía del indefenso pueblo español. Picasso ha dado la razón a
todos, permitió a Jerome Seckler que en su nombre dijera que el caballo
representaba al pueblo español y el toro la brutalidad, pero en otra
ocasión, sin embargo, ante la pregunta de si el caballo representaba
al franquismo, respondió que había que ser ciego, tonto o crítico para
no verlo. Las interpretaciones son todas válidas y ninguna realmente
verdadera, cada espectador puede sacar sus propias conclusiones. Para
nosotros, el caballo es, visiblemente, un ser que sufre, como las mujeres
de esta obra, es una consecuencia de la barbarie, del bombardeo, de
una masacre en la que murieron personas y animales, es una víctima.
El toro sin embargo, posee una lectura algo más compleja. En la composición
primitiva, contrarresta el peso de la casa en llamas, es un elemento
dentro de la composición muy importante, ya que la equilibra. Posteriormente
pierde parte de esta función, aunque sigue siendo importante estructuralmente.
Su lectura, pasa por la más simple y evidente, representa a un toro,
un animal típico y emblemático de España, un reclamo que servirá a los
espectadores del Pabellón Español para situar rápidamente esa masacre
en nuestro país. De todos modos, en un cuadro tan meditadamente propagandístico
de la situación de España, y que además había sido encargado a Picasso
-el artista español más conocido del momento-, tenia que surgir, inevitablemente,
por algún sitio este mito ibérico, que por otra parte, tanto iba con
la imagen pública que el pintor daba de si mismo.
El
guerrero es otro de los elementos que ha sufrido mayor número de modificaciones,
en un principio se encontraba, sin desmembrar, con los pies en dirección
a la izquierda, y con un puño alzado, puño que recogerá posteriormente
un manojo de espigas enmarcadas por ese radiante sol, cuya simbología
es fácil de discernir, y cuyo espacio posteriormente, ocuparía la cabeza
de la yegua, el hecho que apareciera completo, sin descuartizar, desmonta
muchas de las teorías que afirman que se trata de una escultura despedazada.
Detenemos aquí este análisis descriptivo, para no hacer tan pesada esta
lectura, y remitimos, para quien este interesado en profundizar en el
estudio de esta obra, a la bibliografía que aportamos al final del documento.
Siempre
se ha dicho que Guernica es como “un grito en la pared”, un enorme
cartel que nos pega un fuerte bofetón. No resulta difícil encontrar,
entre el gran número de visitantes del Reina Sofia que se amontonan
alrededor de Guernica, a alguno un tanto emocionado mientras
contempla esta obra. Gran culpa de este éxito comunicativo se lo debe
a que fue creado recurriendo al lenguaje cubista, que era el más radical
de los varios modos de expresión utilizados por este artista tan versátil,
vivificado por las deformaciones de las poéticas surrealistas. De ningún
otro modo, habría podido condensar tanto en tan poco, esa es la magia
del arte del siglo XX. No representa tan sólo el bombardeo de Guernica,
sobrepasa esas circunstancias, presenta la tragedia de la guerra, el
desafortunado devenir del ser humano. La información sobre hechos concretos
es prácticamente inexistente, pero la intensidad del horror y la violencia
se respiran al primer golpe de vista, es un cuadro muy perturbador,
donde todos son víctimas, tanto hombres como animales. Picasso denuncia
la primera gran masacre de civiles de la época contemporánea, un triste
precedente que tendrá sonoros imitadores, pocos años después, en la
Segunda Guerra Mundial, y que llega hasta nuestros días en pleno vigor.
Tras
la clausura del Pabellón, Guernica se expuso en Noruega e Inglaterra
antes de llegar a Nueva York. A fines de 1939, formó parte de la gran
exposición Picasso: forty Years of his Art en el MOMA, concretamente
desde el 15 de noviembre de 1939 hasta el 7 de enero de 1940. La derrota
de la República española, a quien el artista había donado el cuadro,
lo mantuvo en préstamo hasta que pudo volver a España, en 1981 [4], certificando el
final de la época que lo vio nacer.
[1]: La asociación entre Picasso y la república no es nueva, el gobierno republicano buscó desde el principio de la guerra la colaboración y el apoyo moral del artista español más conocido internacionalmente. Picasso, de hecho, fue nombrado director del Museo del Prado por el Gobierno republicano en septiembre de 1936, aunque nunca llegó a tomar posesión efectiva de este cargo, por el devenir del conflicto. También conviene recordar, que la Guerra Civil española era considerada como una manifestación del belicismo y la agresividad fascista y nacionalsocialista, a los que, por parte de la izquierda intelectual y política, se oponía una ideología pacifista y social. Guernica no era sólo un testimonio del bombardeo, ni siquiera de la Guerra Civil española, era también un alegato contra la guerra, contra la barbarie y todos los desastres que conlleva la sinrazón. Por otra parte, siguiendo con el tema político, indisoluble a esta obra, Picasso es el maestro indiscutible de todo lo que Hitler teme del arte moderno, él es el creador de lo que los nazis llaman “el arte degenerado” (kunstbolchevismus). A modo de anécdota, se cuenta que un día la Gestapo fue a indagar en la casa de Picasso. Durante este registro un oficial nazi, al ver sobre la mesa una foto del Guernica, le preguntó al artista español: “ha sido usted quien ha hecho esto?” “¡No, ustedes!”, respondió Picasso.
[2]:
Precisamente Dora Maar, una inteligente fotógrafa de izquierdas, a la
que le debemos una interesantísima serie de fotografías, que nos permiten
seguir minuciosamente el proceso creativo de Guernica, le encontró
a Picasso el lugar idóneo para realizar este proyecto, una hermosa casa
del siglo XVII en el número 7 de la rue des Grands-Agustins,
en pleno corazón de París.
[3]:
RAMIREZ, Juan Antonio.: Guernica. La Historia y el mito,
en proceso. Electa, Madrid, 1999. pp.38-41.
[4]:
Exactamente el 10 de septiembre de 1981, se instala en el Museo del
Prado de Madrid, hasta que en 1992 se traslada definitivamente al Museo
de Arte Reina Sofía.
Marc Montijano Cañellas
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