lunes, 30 de enero de 2012

LA EDITORIAL CAPITÁN SWING PUBLICA LAS MEMORIAS DEL PINTOR COMUNISTA GEORGE GROSZ

Título: Un sí menor y un no mayor
Autor: George Grosz
ISBN: 9788493898557
Editorial: Capitán Swing Libros
Fecha de la edición: 2011
Colección: Entrelíneas
Encuadernación: Rústica
Medidas: 22 cm
Nº Pág.: 384

PVP: 20,50 €

Este es el testimonio de la agitada vida de una de las mentes más originales e independientes del siglo XX. El más rebelde y explosivo de los dibujantes y pintores alemanes, fustigador del militarismo, el capitalismo y la burguesía de los años veinte, hace aquí balance de su vida, que al mismo tiempo es parte de la historia contemporánea y del arte moderno.

Grosz fue mucho más que un crítico corrosivo, ilustrador ácido, caricaturista, pintor, escritor y precursor del fotomontaje. Conocido por recoger la crueldad, la incontinencia y el desequilibrio humano de "ese mundo volcado al hedonismo, sobre el cual se cernía, resistible pero irresistido, el horror del nazismo y la guerra". Un SÍ menor y un NO mayor es un magnífico libro de memorias, en él encontramos fantásticas anécdotas sobre Giorgio de Chirico, Salvador Dalí, Frans Masereel, Brecht, John Dos Passos, y un largo etc. El viejo Café des Westens y el Romanische Café en Berlín, el Café du Dôme en París, el Kremlin de los años veinte y las calles del Nueva York de los años treinta hasta los cincuenta cobran vida en este libro. George Grosz se encuentra en el momento y en el lugar oportuno, siempre en el ojo del huracán, en el centro de la pista. Como un payaso metafísico, siempre un paso por delante, siempre desafiante.


TRIUNFO Y OLVIDO DE UN REBELDE

A veces la historia juega malaspasadas. Cuando el pintor George Grosz falleció en 1959 tras caer borracho por unas escaleras, mucha gente se sorprendió porque creía que el artista llevaba bastantes años muerto.

La cosa tiene su explicación. Las caricaturas satíricas de Grosz sobre la Alemania de los años 20 figuraban ya en los museos y en los libros de texto, su obra era estudiada como el icono plástico de la etapa de entreguerras, aunque tras esta proyección pública se encontraba un hombre que había emigrado a Estados Unidos donde quedó sepultado en el olvido. El pintor regresó a Berlín donde murió a los 66 años, dando fin a una existencia tan agitada como el mundo que le tocó vivir.

Quizá para explicarse o sacar su vida del silencio, el propio Grosz escribió sus memorias desde la infancia hasta el exilio americano, en un relato lleno de metáforas, anécdotas y personajes que títuló extrañamente –aunque tal vez no tanto–Un Sí menor y un No mayor, libro que ahora ha sido reeditado por (Ediciones Capitán Swing). Sátira y caricatura El nombre de Grosz ha quedado para la posteridad estrechamente unido a la imagen de la Alemania de Weimar y al arte de la ilustración satírica de la sociedad de su tiempo. Nacido en 1893 en Berlín, Grosz se aficionó al dibujo de niño a través de los libros de estampas que caían en sus manos. De joven fue movilizado como soldado en la primera Gran Guerra y los horrores que presenció provocaron en él un desencanto creciente y una pérdida total de fe en cuanto le rodeaba. “Lo que veía me repugnaba, y llegué a aborrecer a la humanidad. Todos los que me rodeaban tenían miedo, pero no tuve miedo de oponerme al miedo”.(…)

“Todo lo que podría decir al respecto está reflejado en mis dibujos”, confiesa en estas memorias. Efectivamente, su disgusto en la posguerra alemana, la crítica corrosiva hacia la burguesía y el militarismo, se repetían en sus escenas mordaces y distorsionadas que han pasado a formar parte de su particular crónica berlinesa de aquel tiempo, paralelamente a las obras de Bertolt Brecht –con quien tuvo relación de amistad– o la música de Kurt Weill.

Desde el punto de vista artístico su inquietud le movió a aceptar todo lo nuevo. Del desencanto ante el mundo surgió el sentido del caos, el absurdo y la burla que caracterizaron al Dadaísmo, en el que se integró junto a Otto Dix. Luego vinieron el expresionismo y la Nueva Objetividad, movimientos de vanguardia en los que participó con creaciones personales y avanzadas, entre ellas su obra Metrópolis, visión futurista y simbólica de la urbe del mundo venidero. Un mundo que se hunde.

Pero en su vida, cada paso que daba le producía una nueva decepción. Traumatizado por los acontecimientos de aquellos años, Grosz se describe a sí mismo como un payaso zarandeado por las circunstancias y en definitiva, según relata Antoni Domènech en el prólogo de este libro, como un hombre que contempla los últimos años de un mundo que se va hundiendo. Militó en la izquierda, aunque abandonó desencantado el Partido Comunista tras un viaje de cinco meses por Rusia en 1922 y regresó a Berlín en una década que resultó fructífera para su trabajo pese a que su cabeza estaba llena de premoniciones oscuras de lo que seavecinaba. Los negros presentimientos se iban a confirmar pronto. La amenaza nazi le impulsó a emigrar a Estados Unidos, logrando escapar de Alemania por un golpe de suerte días antes de la llegada de Hitler al poder. Desde hacía tiempo América representaba para él una ensoñación: era el país de la modernidad, los grandes espacios abiertos, la música de jazz y los libros de Fenimore Cooper que se había aprendido de memoria cuando era niño. La huida del nazismo le condujo a Nueva York donde se instaló, aunque su entusiasmo por la situación produjo en él otras mutaciones: cambió su nombre, Georg, por el de George, y posteriormente se nacionalizó en Estados Unidos. Pero también en este país hubo más sombras que luces. Camino hacia el olvido, lo que Grosz quería en aquella etapa era ser un ilustrador norteamericano.

Sin embargo las cosas no eran fáciles y su estilo y su personalidad cambiaron radicalmente. Mientras que su nombre ya figuraba en la historia del arte europeo, en Nueva York tuvo que conformarse con dar clases en una academia y, ocasionalmente, pudo colocar sus dibujos en algunas revistas. Era un trabajo humilde al que se acomodó. Se vio obligado a llamar a muchas puertas y aceptar las negativas de editores que le daban esquinazo. Da la impresión de que su carácter se había suavizado y las feroces caricaturas sociales ya no le interesaban. O quizá aceptó el fracaso. En este libro de memorias elogia la grandiosidad de las dunas y los paisajes americanos que luego solía pintar. Ya no se trataba de fustigar ni deformar las imágenes, sino de plasmar escenarios tranquilos con los que disfrutaba. Todo era más complaciente en su pintura pero ya no era el mismo Grosz y sus obras no se vendían.

Como reconocía uno de sus hijos en la exposición que le dedicó el Museo Thyssen hace algunos años, su padre tuvo dos vidas, una en Berlín hasta la llegada de Hitler y otra posterior en Nueva York. Grosz mismo, en el título de estas memorias, parece querer reflejar esa duplicidad en el significado de sus obras tan diferentes y tan distantes: el “Sí menor” afirmativo y pequeño de sus últimos años frente al “No mayor”, aquel grito crítico y enérgico que caracterizó su juventud.

María Jesús Gandariasbeitia

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