martes, 11 de mayo de 2010

"CIUDAD DE VIDA Y MUERTE"

Título español: Ciudad de vida y muerte.
Título original: Nanjing, Nanjing.
Dirección y guión: Lu Chuan.
País: China.
Año: 2009.
Intérpretes: Liu Ye (general Lu), Hideo Nakaizumi (Kadokawa), Fan Wei (Sr. Tang), John Paisley (John Rabe), Gao Yuanyuan (Miss Jiang), Yuko Miyamoto, Yiyan Jiang (Xiao Jiang).
Producción: Han Sanping, Qin Hong, John Chong y Andy Zhang.
Música: Liu Tong. Fotografía: Cao Yu.
Montaje: Teng Yun.
Distribuidora: Karma Films.
Estreno en China: 22 Abril 2009.
Estreno en España: 9 Abril 2010


En medio del estercolero inmudo en el que los vencedores de las guerras convierten a la sociedad, en mitad del infierno al que arrojan las vidas de los vencidos, provocando la náusea y el odio hacia la especie humana de quienes lo contemplamos, algunos individuos se empeñan en ofrecer un resquicio para la esperanza. El soldado japonés Kadokawa -de ficción en un relato hiperrealista basado en hechos históricos- se enamora de una prostituta china y a través de sus ojos, con una ternura y solidaridad infinitas contempla horrorizado la inconmensurable catástrofe que sus compatriotas están perpetrando en la ciudad ocupada. La distancia que media entre el primer plano en que se sitúa la mirada de este personaje y el plano general que muestra a la ciudad como telón de fondo abarrotado de seres masacrados, ejercicio narrativo reiterado con apabullante pulcritud por el director Lu Chuan, da cuenta de las numerosas cualidades de una de las películas más emocionantes, duras y bellas que me ha sido posible ver en mucho tiempo.
Una película, "Ciudad de vida y muerte", en acertado título español a cambio del original que duplica el nombre de esa ciudad, "Nanking, Nanking", que obtuvo la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián y no pudo aspirar a representar a China en la carrera a los Osear porque los burócratas, sedicentes comunistas, no entienden de sutilezas. Debió de parecerles intolerable la figura de un japonés compasivo en un episodio trágico de su historia reciente tan propicio para la soflama panfletaria. Debieron de pensar que no había razón para presentar sin desprecio a ningún chino cuya máxima obsesión era sobrevivir a las masacres, alguien que intenta preservar -sin éxito- la vida de su hija pequeña y sacrifica un suicida sentido de la dignidad conviviendo con los ocupantes mientras le alcanza la influencia de su protector. Tal vez, incluso, tampoco les gustó que la figura de John Rabe, un diplomático nazi fallecido en 1950, oficiara en la Zona de Seguridad creada para proteger -infructuosamente- a la población no combatiente y apareciera en la película revestido de bondad, como si se tratara de una paradójica réplica del famoso Oskar Schindler, aunque la fidelidad histórica de esta figura no admita réplicas. En fin, probablemente lo que molestó a los censores del régimen, que tanto se parece al denostado estalinismo y tanto se aleja de lo que uno entiende por sociedad comunista, fue que esta maravillosa película sea no una caricatura elegiaca de unos acontecimientos dolorosísimos útiles para la propaganda, sino un complejo, fecundo y riquísimo en matices fresco de un acontecimiento bélico cuyas secuelas y heridas aún están lejos de cicatrizar (muchas mujeres que fueron usadas como juguete sexual de los soldados todavía esperan reparaciones que el Gobierno japonés se niega a conceder).
Por si a algún lector se le escapa, recordaremos que el filme trata de la ocupación de la ciudad de Nanking, en aquél momento capital china, en diciembre de 1937, y la devastadora operación de represalias sobre los prisioneros, principalmente civiles. Según sentencia del Tribunal Militar Internacional para el lejano Oriente, también conocido como los Tribunales de Tokio, los asesinados durante las primeras seis semanas fue de más de 200.000 y se cometieron más de 20.000 violaciones.
Durante la primera media hora, la tensión y el ritmo trepidante en la descripción de los combates agónicos que los resistentes chinos oponen a los ocupantes japoneses, abrumadoramente superiores en número y poder de fuego, mantienen en vilo el alma del espectador más templado, con una fascinante fotografía en blanco y negro de Yu Cao. Nada que envidiar a secuencias magistrales de otros títulos del género bélico que en su día nos cautivaron; Stanley Kubrick, Bertrand Tavernier o Steven Spielberg, en una cita rápida, serían convocados como testigos sin que Lu Chuan desfalleciera en la comparación. Después, acabada la contienda e iniciada la larguísima marcha de demolición de la ciudad y aniquilamiento de sus habitantes, se despliega un catálogo de atrocidades que arranca las lágrimas del más pintado, aunque el director las muestra con toda contención y delicadeza, entreveradas con secuencias, personajes y momentos de lirismo que testimonian, como decía al comienzo, que en cualquier montaña de inmundicia también florecen algunas rosas, oxígeno indispensable para el sufrido amante del cine, pero nunca como gratuita concesión, sino como expresión verosímil de las paradojas de la existencia humana.
"Ciudad de vida y muerte" semeja a una afortunada suma de "Salvar al soldado Ryan" y "La lista de Schindler", nada menos. Pero entiéndase la comparación a título puramente indicativo, pues su consistencia y coherencia de principio a fin, para el que esto escribe, es aún mayor que las de ambas obras de Spielberg.

Fuente: Juan C. Rivas Fraile (Mundo Obrero)

VER PELICULA:

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