Canto general es un libro monumental, imponente, en el que Pablo Neruda desplegó una lenta y fecunda elaboración. Así surgió en su obra la más grande epopeya lírica donde el poeta denuncia acremente a los traidores de América, evoca la esperanza liberadora y postula una poesía al servicio del pueblo
Obra majestuosa atravesada por cuatro estéticas: la poética, la épica, la satírica y la dramática: del compromiso personal al amor hacia la naturaleza y la mujer; de la hipérbole enfurecida hacia los adversarios políticos hasta la más sublime tensión del lenguaje en "Alturas de Machu Picchu" o "La arena traicionada".
Himno telúrico; biografía del continente americano; paisaje humano y natural -cordillera, bosque, océano- de una sangre y una herencia históricas; cima de la poesía de nuestro tiempo; oda de amor a la tierra escrita en la clandestinidad; canto épico de un fugitivo a sus compatriotas de la Patria Grande; fraterno abrazo y emoción certera que hizo expresar al poeta: "América, no invoco tu nombre en vano": todo esto es apenas un aliento del Canto general.
Y también es la lectura efervescente que, resistiendo los embates del siglo XXI, sabe recuperar aquella intención social, ética y política que mejor retrata a Pablo Neruda.
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RECABARREN (1921)
TU nombre era Recabarren.
Bonachón, corpulento, espacioso,
clara mirada, frente firme,
su ancha compostura cubría,
como la arena numerosa,
los yacimientos de la fuerza.
Mirad en la pampa de América
(ríos ramales, clara nive,
cortaduras ferruginosas)
a Chile con su destrozada
biología, como un ramaje
arrancado, como un brazo
cuyas falanges dispersó
el tráfico de las tormentas.
Sobre las áreas musculares
de los metales y el nitrato,
sobre la atlética grandeza
del cobre recién excavado,
el pequeño habitante vive,
acumulado en el desorden,
con un contrato apresurado,
lleno de niños andrajosos,
extendidos por los desiertos
de la superficie salada.
Es el chileno interrumpido
por la cesantía o la muerte.
Es el durísimo chileno
sobreviviente de las obras
o amortajado por la sal.
Allí llegó con sus panfletos
este capitán del pueblo.
Tomó al solitario ofendido
que, envolviendo sus mantas rotas
sobre sus hijos hambrientos,
aceptaba las injusticias
encarnizadas, y le dijo:
"Junta tu voz a otra voz",
"Junta tu mano a otra mano".
Fue por los rincones aciagos
del salitre, llenó la pampa
con su investidura paterna
y en el escondite invisible
lo vio toda la minería.
Llegó cada "gallo" golpeado,
vino cada uno de los lamentos:
entraron como fantasmas
de pálida voz triturada
y salieron de sus manos
con una nueva dignidad.
En toda la pampa se supo.
Y fue por la patria entera
fundando pueblo, levantando
los corazones quebrantados.
Sus periódicos recién impresos
entraron en las galerías
del carbón, subieron al cobre,
y el pueblo besó las columnas
que por primera vez llevaban
la voz de los atropellados.
Organizó las soledades.
Llevó los libros y los cantos
hasta los muros del terror,
juntó una queja y otra queja,
y el esclavo sin voz ni boca,
el extendido sufrimiento,
se hizo nombre, se llamó Pueblo,
Proletariado, Sindicato,
tuvo persona y apostura.
Y este habitante transformado
que se construyó en el combate,
este organismo valeroso,
esta implacable tentativa,
este metal inalterable,
esta unidad de los dolores,
esta fortaleza del hombre,
este camino hacia mañana,
esta cordillera infinita,
esta germinal primavera,
este armamento de los pobres,
salió de aquellos sufrimientos,
de lo más hondo de la patria,
de lo más duro y más golpeado,
de lo más alto y más eterno
y se llamó Partido.
Partido
Comunista.
Ése fue su nombre.
Fue grande la lucha. Cayeron
como buitres los dueños del oro.
Combatieron con la calumnia.
"Este Partido Comunista
está pagado por el Perú,
por Bolivia, por extranjeros".
Cayeron sobre las imprentas,
adquiridas gota por gota
con sudor de los combatientes,
y las atacaron quebrándolas,
quemándolas, desparramando
la tipografía del pueblo.
Persiguieron a Recabarren.
Le negaron entrada y paso.
Pero él congregó su semilla
en los socavones desiertos
y fue defendido el baluarte.
Entonces, los empresarios
norteamericanos e ingleses,
sus abogados, senadores,
sus diputados, presidentes,
vertieron la sangre en la arena,
acorralaron, amarraron,
asesinaron nuestra estirpe,
la fuerza profunda de Chile,
dejaron junto a los senderos
de la inmensa pampa amarilla
cruces de obreros fusilados,
cadáveres amontonados
en los repliegues de la arena.
Una vez a Iquique, en la costa,
hicieron venir a los hombres
que pedían escuela y pan.
Allí confundidos, cercados
en un patio, los dispusieron para la muerte.
Dispararon
con silbante ametralladora,
con fusiles tácticamente
dispuestos, sobre el hacinado
montón de dormidos obreros.
La sangre llenó como un río
la arena pálida de Iquique,
y allí está la sangre caída,
ardiendo aún sobre los años
como una corola implacable.
Pero sobrevivió la resistencia.
La luz organizada por las manos
de Recabarren, las banderas rojas
fueron desde las minas a los pueblos,
fueron a las ciudades y a los surcos,
rodaron con las ruedas ferroviarias,
asumieron las bases del cemento,
ganaron calles, plazas, alquerías,
fábricas abrumadas por el polvo,
llagas cubiertas por la primavera:
todo cantó y luchó para vencer
en la unidad del tiempo que amanece.
Cuánto ha pasado desde entonces.
Cuánta sangre sobre la sangre,
cuántas luchas sobre la tierra.
Horas de espléndida conquista,
triunfos ganados gota a gota,
calles amargas, derrotadas,
zonas oscuras como túneles,
traiciones que parecían
cortar la vida con su filo,
represiones armadas de odio,
coronadas militarmente.
Parecía hundirse la tierra.
Pero la lucha permanece.
AMÉRICA NO INVOCO TU NOMBRE EN VANO
AMÉRICA, no invoco tu nombre en vano.
Cuando sujeto al corazón la espada,
cuando aguanto en el alma la gotera,
cuando por las ventanas
un nuevo día tuyo me penetra,
soy y estoy en la luz que me produce,
vivo en la sombra que me determina,
duermo y despierto en tu esencial aurora:
dulce como las uvas, y terrible,
conductor del azúcar y el castigo,
empapado en esperma de tu especie,
amamantado en sangre de tu herencia.
LA TIERRA SE LLAMA JUAN
DETRÁS de los libertadores estaba Juan
trabajando, pescando y combatiendo,
en su trabajo de carpintería o en su mina mojada.
Sus manos han arado la tierra y han medido
los caminos.
Sus huesos están en todas partes.
Pero vive. Regresó de la tierra. Ha nacido.
Ha nacido de nuevo como una planta eterna.
Toda la noche impura trató de sumergirlo
y hoy afirma en la aurora sus labios indomables.
Lo ataron, y es ahora decidido soldado.
Lo hirieron, y mantiene su salud de manzana.
Le cortaron las manos, y hoy golpea con ellas.
Lo enterraron, y viene cantando con nosotros.
Juan, es tuya la puerta y el camino.
La tierra
es tuya, pueblo, la verdad ha nacido
contigo, de tu sangre.
No pudieron exterminarte. Tus raíces,
árbol de humanidad,
árbol de eternidad,
hoy están defendidas con acero,
hoy están defendidas con tu propia grandeza
en la patria soviética, blindada
contra las mordeduras del lobo agonizante.
Pueblo, del sufrimiento nació el orden.
Del orden tu bandera de victoria ha nacido.
Levántala con todas las manos que cayeron,
defiéndela con todas las manos que se juntan:
y que avance a la lucha final, hacia la estrella
la unidad de tus rostros invencibles.
A MIGUEL HERNÁNDEZ, ASESINADO EN LOS PRESIDIOS DE ESPAÑA
LLEGASTE a mí directamente del Levante. Me traías,
pastor de cabras, tu inocencia arrugada,
la escolástica de viejas páginas, un olor
a Fray Luis, a azahares, al estiércol quemado
sobre los montes, y en tu máscara
la aspereza cereal de la avena segada
y una miel que medía la tierra con tus ojos.
También el ruiseñor en tu boca traías.
Un ruiseñor manchado de naranjas, un hilo
de incorruptible canto, de fuerza deshojada.
Ay, muchacho, en la luz sobrevino la pólvora
y tú, con ruiseñor y con fusil, andando
bajo la luna y bajo el sol de la batalla.
Ya sabes, hijo mío, cuánto no pude hacer, ya sabes
que para mí, de toda la poesía, tú eras el fuego
azul.
Hoy sobre la tierra pongo mi rostro y te escucho,
te escucho, sangre, música, panal agonizante.
No he visto deslumbradora raza como la tuya,
ni raíces tan duras, ni manos de soldado,
ni he visto nada vivo como tu corazón
quemándose en la púrpura de mi propia bandera.
Joven eterno, vives, comunero de antaño,
inundado por gérmenes de trigo y primavera,
arrugado y oscuro como el metal innato,
esperando el minuto que eleve tu armadura.
No estoy solo desde que has muerto. Estoy con los que
te buscan.
Estoy con los que un día llegarán a vengarte.
Tú reconocerás mis pasos entre aquellos
que se despeñarán sobre el pecho de España
aplastando a Caín para que nos devuelva
los rostros enterrados.
Que sepan los que te mataron que pagarán con sangre.
Que sepan los que te dieron tormento que me verán
un día.
Que sepan los malditos que hoy incluyen tu nombre
en sus libros, los Dámasos, los Gerardos, los hijos
de perra, silenciosos cómplices del verdugo,
que no será borrado tu martirio, y tu muerte
caerá sobre toda su luna de cobardes.
Y a los que te negaron en su laurel podrido,
en tierra americana, el espacio que cubres
con tu fluvial corona de rayo desangrado,
déjame darles yo el desdeñoso olvido
porque a mí me quisieron mutilar con tu ausencia.
Miguel, lejos de la prisión de Osuna, lejos
de la crueldad, Mao Tse-tung dirige
tu poesía despedazada en el combate
hacia nuestra victoria.
Y Praga rumorosa
construyendo la dulce colmena que cantaste,
Hungría verde limpia sus graneros
y baila junto al río que despertó del sueño.
Y de Varsovia sube la sirena desnuda
que edifica mostrando su cristalina espada.
Y más allá la tierra se agiganta,
la tierra
que visitó tu canto, y el acero
que defendió tu patria están seguros,
acrecentados sobre la firmeza
de Stalin y sus hijos.
Ya se acerca
la luz a tu morada.
Miguel de España, estrella
de tierras arrasadas, no te olvido, hijo mío,
no te olvido, hijo mío!
Pero aprendí la vida
con tu muerte: mis ojos se velaron apenas,
y encontré en mí no el llanto,
sino las armas
inexorables!
· Espéralas! Espérame!
LA MUERTE
HE renacido muchas veces, desde el fondo
de estrellas derrotadas, reconstruyendo el hilo
de las eternidades que poblé con mis manos,
y ahora voy a morir, sin nada más, con tierra
sobre mi cuerpo, destinado a ser tierra.
No compré una parcela del cielo que vendían
los sacerdotes, ni acepté tinieblas
que el metafísico manufacturaba
para despreocupados poderosos.
Quiero estar en la muerte con los pobres
que no tuvieron tiempo de estudiarla,
mientras los apaleaban los que tienen
el cielo dividido y arreglado.
Tengo lista mi muerte, como un traje
que me espera, del color que amo,
de la extensión que busqué inútilmente,
de la profundidad que necesito.
Cuando el amor gastó su materia evidente
y la lucha desgrana sus martillos
en otras manos de agregada fuerza,
viene a borrar la muerte las señales
que fueron construyendo tus fronteras.
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