Maqueta de Josep Lluís Sert del Pabellón de la República Española en la Exposición Internacional de París de 1937
La reordenación de la colección permanente de la institución descubre una arriesgada apuesta de su director. Se revoluciona la forma de contemplar la historia del arte, en la que sirve a los visitantes un cóctel cercano y variado
La nueva narración de la colección del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) tiene dos grandes virtudes: una, el cambio de paradigma de lectura de la historia del arte de los últimos doscientos años de creación y dos, la capacidad de trabajo de su director, Manuel Borja-Villel. La apertura del nuevo diseño de exhibición de los fondos ha roto con la idea decimonónica de grandes museos con galerías interminables, que apoyan el recorrido cronológico, en una lectura lineal de los estilos artísticos.
Manuel Borja-Villel apenas lleva un año y medio en su cargo y en este tiempo no ha parado hasta lograr una visión fiel a su modelo de museo: compartimentado en vez de hermético, múltiple y no excluyente, conciso en vez de abundante. Con este paso -que podrá verse gratis este viernes, sábado y domingo-, ha cambiado la manera de ver arte al espectador. Las más de 1.000 piezas expuestas en 38 salas diferentes han dejado al Reina Sofía "a la altura de los grandes centros como la Tate", explica a este periódico.
La nueva visión está cargada de humor: mezcla a Picasso con Buster Keaton, a Berlanga con los grandes reporteros fotográficos de los años cincuenta de España. Consigue rebajar el discurso grandilocuente del arte y ponerlo a la altura de las referencias de cualquier espectador de hoy. Borja-Villel mete a sus visitantes en pequeñas salas y les dice: ahora entenderéis por qué entre Sonia Delaunay (dama del orfismo y del art decó) y la danza existe una relación fundamental y nadie os lo había enseñado hasta el momento.
Todo o nada
"Hay que cambiar la noción del espectador pasivo por la del espectador agente. Requiere un mayor esfuerzo de percepción. El nuevo orden es más exigente y precisa de más compromiso por parte del espectador", aseguraba en rueda de prensa el director. A pesar de ello, no cree que haya montado una lectura para minorías. "Todo lo contrario. El espectador descubrirá nuevas visiones".
Lo cierto es que con esta revolución se la juega. En 2007, el Reina Sofía creció casi un 16 % en visitas con respecto al año anterior: se quedó en 1.818.202 de personas. Manuel Borja-Villel insistió en que durante los días en que trabajaban en las salas, las salas estaban llenas. Habrá que ver si lo suficiente como para pasar de los dos millones en 2008. Esa será la cifra que confirme el puesto y las apuestas de Borja-Villel ante el Patronato, que ayer comentó que el nuevo diseño expositivo alienta el "confusionismo". "No hay nada original, pero esta manera de enseñar el arte sí es específica", reconocía ayer en la rueda de prensa. Y es por ahí por donde le llegarán los palos a este pequeño hombre de fuerza cafeínica, por tratar de cambiar el canon de la historia del arte.
"La colección no es una historia canónica, ni universal. Hay una nueva relación entre lo local y lo global y ya no hay obras secundarias", se explicaba para hacer entender esta intención de montar una colección "voluntariamente parcial". Sin embargo, el esqueleto del curso sigue siendo cronológico: años treinta, años sesenta y actualidad. Son los ejes que mantienen esos "microrrelatos" de los que habla el director. "No es Guerra y Paz, son Las mil y una noches", explica para aclarar los cambios de la colección.
Más que una obra
En esos relatos breves, hay grandes momentos, como la sala que incluye la maqueta de Josep Lluís Sert del Pabellón de la República Española en la Exposición Internacional de París de 1937. Hay en la misma carteles republicanos, la escultura de Alberto El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella, el Sueño y mentira de Franco, de Picasso, y el Mercury Fountain, de Calder. Y en la sala próxima, el Guernica, con una nueva disposición que ha eliminado el cristal y la plataforma, integrando la pieza en la propia colección. "El museo va más allá del icono por el que antes hacía merecer la visita al Reina Sofía", explicó Manuel Borja-Villel.
"No es un museo de una obra". La fotografía y el vídeo reciben la atención que se merecen y que señala el interés que le dedica la propia institución en sus exposiciones temporales. Ahí destaca la sala señalada como Neorrealismo español, en la que aparecen los grandes nombres de la fotografía de reportaje en los años cincuenta y sesenta: Pérez Siquier, Gabriel Cualladó, Nicolás Müller, Francisco Ontañón, Joan Colom, Ramón Masats y un impresionante mural de Catalá-Roca (que se ha colgado tal y como dejó bien dicho que no se le colgara, con marco y cristal).
Todo es una declaración de principios y si entre las 1.000 obras que se enseñan en las 38 salas se arrincona a los grandes baluartes de los sectores más tradicionales del arte, ya se apunta el coraje de quien los retira del mercado. "Son parte del anacronismo constante en el arte español: la vuelta al orden realista y académico una y otra vez", explicaba el director a este periódico en referencia a Antonio López y Carmen Laffón.
Las letras tienen una referencia inevitable en todo el discurso. Si Stéphane Mallarmé figura como el guía de los movimientos artísticos de las vanguardias en la planta segunda, con la llegada de los años cincuenta y el desengaño social tras la II Guerra Mundial serán las palabras del ensayista, poeta, dramaturgo y novelista Antonin Artaud las que respiren en la cuarta planta del Reina Sofía. "Con Artaud, el lenguaje por sí solo puede cambiarlo todo. Es la entrada de lo existencial, la llegada del otro, el gran desplazado y la piel", resume.
No hay final
A pesar del esfuerzo de reunir 137 nuevas incorporaciones y otras 400 piezas que proceden del olvido de los fondos del museo (que albergan 17.290 obras), lo expuesto no será definitivo. Esa es otra de los grandes atractivos de la idea de Manuel Borja-Villel: no da nada por cerrado y en la parte del arte contemporáneo los cambios serán constantes. "La colección permite crecer. Hay que seguir comprando", se mostró tajante, que también reconoció las faltas.
"En estos momentos de crisis y agotamiento del modelo neoliberal, las instituciones dedicadas al arte están obligadas a crear un modelo que nos permita entender por lo que estamos pasando", llegó a explicar para comprometer al museo más allá de la experiencia estética. Manuel Borja-Villel se defiende de las acusaciones de crear una narración como esta para llenar huecos. Vuelve a poner otro símil para explicar: "Si a un deportista con músculos preparados para un ejercicio aeróbico le pides un esfuerzo anaeróbico, fracasa", reconocía el director hace un mes en una visita para Público.
Fuente: Peio H. Riaño (Público)
La reordenación de la colección permanente de la institución descubre una arriesgada apuesta de su director. Se revoluciona la forma de contemplar la historia del arte, en la que sirve a los visitantes un cóctel cercano y variado
La nueva narración de la colección del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) tiene dos grandes virtudes: una, el cambio de paradigma de lectura de la historia del arte de los últimos doscientos años de creación y dos, la capacidad de trabajo de su director, Manuel Borja-Villel. La apertura del nuevo diseño de exhibición de los fondos ha roto con la idea decimonónica de grandes museos con galerías interminables, que apoyan el recorrido cronológico, en una lectura lineal de los estilos artísticos.
Manuel Borja-Villel apenas lleva un año y medio en su cargo y en este tiempo no ha parado hasta lograr una visión fiel a su modelo de museo: compartimentado en vez de hermético, múltiple y no excluyente, conciso en vez de abundante. Con este paso -que podrá verse gratis este viernes, sábado y domingo-, ha cambiado la manera de ver arte al espectador. Las más de 1.000 piezas expuestas en 38 salas diferentes han dejado al Reina Sofía "a la altura de los grandes centros como la Tate", explica a este periódico.
La nueva visión está cargada de humor: mezcla a Picasso con Buster Keaton, a Berlanga con los grandes reporteros fotográficos de los años cincuenta de España. Consigue rebajar el discurso grandilocuente del arte y ponerlo a la altura de las referencias de cualquier espectador de hoy. Borja-Villel mete a sus visitantes en pequeñas salas y les dice: ahora entenderéis por qué entre Sonia Delaunay (dama del orfismo y del art decó) y la danza existe una relación fundamental y nadie os lo había enseñado hasta el momento.
Todo o nada
"Hay que cambiar la noción del espectador pasivo por la del espectador agente. Requiere un mayor esfuerzo de percepción. El nuevo orden es más exigente y precisa de más compromiso por parte del espectador", aseguraba en rueda de prensa el director. A pesar de ello, no cree que haya montado una lectura para minorías. "Todo lo contrario. El espectador descubrirá nuevas visiones".
Lo cierto es que con esta revolución se la juega. En 2007, el Reina Sofía creció casi un 16 % en visitas con respecto al año anterior: se quedó en 1.818.202 de personas. Manuel Borja-Villel insistió en que durante los días en que trabajaban en las salas, las salas estaban llenas. Habrá que ver si lo suficiente como para pasar de los dos millones en 2008. Esa será la cifra que confirme el puesto y las apuestas de Borja-Villel ante el Patronato, que ayer comentó que el nuevo diseño expositivo alienta el "confusionismo". "No hay nada original, pero esta manera de enseñar el arte sí es específica", reconocía ayer en la rueda de prensa. Y es por ahí por donde le llegarán los palos a este pequeño hombre de fuerza cafeínica, por tratar de cambiar el canon de la historia del arte.
"La colección no es una historia canónica, ni universal. Hay una nueva relación entre lo local y lo global y ya no hay obras secundarias", se explicaba para hacer entender esta intención de montar una colección "voluntariamente parcial". Sin embargo, el esqueleto del curso sigue siendo cronológico: años treinta, años sesenta y actualidad. Son los ejes que mantienen esos "microrrelatos" de los que habla el director. "No es Guerra y Paz, son Las mil y una noches", explica para aclarar los cambios de la colección.
Más que una obra
En esos relatos breves, hay grandes momentos, como la sala que incluye la maqueta de Josep Lluís Sert del Pabellón de la República Española en la Exposición Internacional de París de 1937. Hay en la misma carteles republicanos, la escultura de Alberto El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella, el Sueño y mentira de Franco, de Picasso, y el Mercury Fountain, de Calder. Y en la sala próxima, el Guernica, con una nueva disposición que ha eliminado el cristal y la plataforma, integrando la pieza en la propia colección. "El museo va más allá del icono por el que antes hacía merecer la visita al Reina Sofía", explicó Manuel Borja-Villel.
"No es un museo de una obra". La fotografía y el vídeo reciben la atención que se merecen y que señala el interés que le dedica la propia institución en sus exposiciones temporales. Ahí destaca la sala señalada como Neorrealismo español, en la que aparecen los grandes nombres de la fotografía de reportaje en los años cincuenta y sesenta: Pérez Siquier, Gabriel Cualladó, Nicolás Müller, Francisco Ontañón, Joan Colom, Ramón Masats y un impresionante mural de Catalá-Roca (que se ha colgado tal y como dejó bien dicho que no se le colgara, con marco y cristal).
Todo es una declaración de principios y si entre las 1.000 obras que se enseñan en las 38 salas se arrincona a los grandes baluartes de los sectores más tradicionales del arte, ya se apunta el coraje de quien los retira del mercado. "Son parte del anacronismo constante en el arte español: la vuelta al orden realista y académico una y otra vez", explicaba el director a este periódico en referencia a Antonio López y Carmen Laffón.
Las letras tienen una referencia inevitable en todo el discurso. Si Stéphane Mallarmé figura como el guía de los movimientos artísticos de las vanguardias en la planta segunda, con la llegada de los años cincuenta y el desengaño social tras la II Guerra Mundial serán las palabras del ensayista, poeta, dramaturgo y novelista Antonin Artaud las que respiren en la cuarta planta del Reina Sofía. "Con Artaud, el lenguaje por sí solo puede cambiarlo todo. Es la entrada de lo existencial, la llegada del otro, el gran desplazado y la piel", resume.
No hay final
A pesar del esfuerzo de reunir 137 nuevas incorporaciones y otras 400 piezas que proceden del olvido de los fondos del museo (que albergan 17.290 obras), lo expuesto no será definitivo. Esa es otra de los grandes atractivos de la idea de Manuel Borja-Villel: no da nada por cerrado y en la parte del arte contemporáneo los cambios serán constantes. "La colección permite crecer. Hay que seguir comprando", se mostró tajante, que también reconoció las faltas.
"En estos momentos de crisis y agotamiento del modelo neoliberal, las instituciones dedicadas al arte están obligadas a crear un modelo que nos permita entender por lo que estamos pasando", llegó a explicar para comprometer al museo más allá de la experiencia estética. Manuel Borja-Villel se defiende de las acusaciones de crear una narración como esta para llenar huecos. Vuelve a poner otro símil para explicar: "Si a un deportista con músculos preparados para un ejercicio aeróbico le pides un esfuerzo anaeróbico, fracasa", reconocía el director hace un mes en una visita para Público.
Fuente: Peio H. Riaño (Público)
No hay comentarios:
Publicar un comentario