viernes, 24 de abril de 2009

55 AÑOS DEL "MENSAJE DEL PARTIDO COMUNISTA DE ESPAÑA A LOS INTELECTUALES PATRIOTAS"

Dolores Ibárruri, "la Pasionaria", Secretaria General del PCE en 1954.

En abril de 1954, el Comité Central del PCE publicó un «Mensaje a los intelectuales patriotas», en el que les alentaba a la lucha contra la dictadura y les invitaba al estudio del marxismo-leninismo.

¡Trabajadores de la Ciencia, de la Literatura y el Arte!
¡Maestros de la Cultura!
¡Estudiantes!
¡Intelectuales patriotas que deseáis una España independiente y soberana, donde puedan desarrollarse, sin trabas, todos los valores científicos, culturales y artísticos!
En estas horas de aflicción para la patria, cuando en virtud de la alianza militar, económica y política concertada entre la camarilla franquista y el gobierno de los Estados Unidos, España ha sido reducida a la categoría de nación inferior, donde los imperialistas yanquis hacen la ley, el Partido Comunista de España se dirige a vosotros llamándoos a la acción para salvar a España, llamándoos a definir vuestra posición frente a la política patricida de Franco y de Falange, llamándoos a uniros al pueblo en la lucha por la democratización de nuestro país.
Nuestra tierra natal, donde cada monte y cada valle, cada ciudad o aldea, de Móstoles a Zaragoza, de Gerona a Madrid, de Tarifa a Roncesvalles, de Sagunto a Numancia recuerdan la lucha secular del pueblo por la independencia patria, ha sido entregada en venta infame a los imperialistas yanquis.
Con la tierra española han sido vendidos el derecho y la justicia, el ejército y los secretos de la defensa nacional; han sido puestas en manos extrañas las riquezas del suelo y del subsuelo español, han sido hipotecadas la independencia y soberanía nacionales.
Y aunque Franco y sus cómplices juren que han salvado el honor nacional porque su bandera ondee en los Gibraltares norteamericanos levantados en el propio corazón de España ¿de qué, sino de irrisión de la soldadesca extranjera puede servir esta enseña, cuando los oficiales y soldados del ejército español tengan que marcar el paso ante cualquier sargento yanqui, encargado de instruirles en la «ciencia» militar americana?
Las hiperbólicas alabanzas al honor de la bandera no pueden ocultar la tragedia nacional que significa ese acto de compra y venta de España, entre los yanquis y franquistas.
Ello viene a dar razón, una vez más, a Antonio Machado, quien decía que los señoritos –y el franquismo representa un señoritismo de la peor especie– invocan la patria para venderla.
Por los treinta dineros recibidos de los americanos, los franquistas no sólo entregan la tierra, el cielo y los mares de nuestra patria, sino que consienten el establecimiento en España de depósitos de bombas atómicas que cualquier accidente puede hacer estallar y convertir nuestro país en una zona desértica de tierra radioactiva, incultivable e inhabitable.
Mientras se sume al pueblo español en la angustia de tan terrible pesadilla, se entrega a las corporaciones yanquis el monopolio de la compra y venta de las materias primas españolas, del wolfram y del mercurio, del hierro y del cobre, de la potasa y de todas nuestras riquezas mineras a los precios que tengan a bien establecer; se suprimen para estas corporaciones las tarifas aduaneras que protegían la producción nacional y se libera de todo impuesto a las mercancías norteamericanas que entren y salgan de nuestro país, dando así carta blanca a los monopolios yanquis para aplastar a las empresas españolas, para que entren a saco en la economía nacional, llevada ya al borde de :la catástrofe por el franquismo.
Al mismo tiempo, los yanquis reciben el derecho a fiscalizar las finanzas españolas, a disponer del fondo español de divisas extranjeras, a desvalorizar la peseta cuando lo estimen necesario, a dirigir el crédito y las inversiones de capitales, a establecer, de acuerdo con sus intereses, el presupuesto del Estado franquista, a comprar, abrir o cerrar en España cuantas empresas quieran, a reforzar el ya salvaje sistema de explotación de los trabajadores españoles, a trasladar a su país, convertidos en dólares, los inmensos beneficios que sus monopolios realicen en España.
Si se tiene en cuenta que a cambio de un puñado de dólares y de cierta cantidad de material de guerra destinado a las fuerzas armadas franquistas, colocadas al servicio de la agresión yanqui, el contribuyente español deberá sufragar los gastos de construcción y entretenimiento de las bases de guerra norteamericanas en España, se verá que los compromisos anteriormente citados, en unión de otros más peligrosos aún para España y que permanecen secretos, han de conducir inevitablemente a la inflación, al aumento en flecha de los impuestos y de la carestía de la vida, a la profundización del desastre que aflige a nuestra economía, al paro y a la crisis, a la intensificación del hambre y la miseria de las masas trabajadoras, a la ruina y proletarización de las capas medias de la sociedad, al descenso brutal del ya mísero nivel de vida del pueblo español, a una mayor degradación de la cultura.
Tan completa es la entrega de España al extranjero, que, para el yanqui, sea cual fuere su condición social, gángster o general, diplomático o tratante de blancas, hombre de negocios o traficante de estupefacientes, no cuenta la ley ni la justicia española, Los gobernantes franquistas, que privan de todo derecho al pueblo español, han concedido inmunidad diplomática a todo representante del imperialismo norteamericano que llegue a España.
Y como si el país donde fueron sentadas las bases del derecho internacional fuera Honolulú o Puerto Rico, cualquier rufián, cualquier gángster con cartilla militar o pasaporte yanqui es en España un ser privilegiado con derecho a ultrajar, ofender y atropellar a cualquier ciudadano español con toda impunidad, al menos oficial.
Porque el pueblo que dio un Fuenteovejuna no se dejará atropellar impunemente. El pueblo del 2 de Mayo en Madrid, de los Garrocheros de Bailén, de los estudiantes de Santiago y del Sitio de Zaragoza, el pueblo que hizo morder el polvo de la derrota a las orgullosas tropas invasoras de Napoleón cuando todo el mundo, confundiéndole con la servil camarilla gobernante que le traicionó, lo daba por muerto, no admitirá ser tratado como carne de esclavos al servicio de los opresores de su patria.
La camarilla franquista podrá ser comprada, pero no hay oro en el mundo para comprar al pueblo español, como no habrá fuerza humana capaz de hacerle marchar contra la Unión Soviética ni contra ningún otro pueblo amante de la paz. ¡Que no se llamen posteriormente a engaño los imperialistas yanquis y sus servidores españoles!
• • •
El crimen cometido contra España con la firma del pacto yanqui franquista es una brutal pero convincente demostración de la esencia antiespañola del régimen franquista, que representa los intereses y privilegios de un puñado de potentados financieros, de latifundistas semifeudales, de los círculos más reaccionarios del ejército y de la iglesia. Gentes todas sin más culto, patria ni bandera que la acumulación de riquezas, la obtención constante de máximos beneficios mediante la inicua explotación de los hombres que crean los valores materiales y morales de la nación, mediante el despojo sistemático de millones de campesinos, artesanos, comerciantes e industriales, que son empujados a la ruina, lanzados a la miseria. Por medio también de la militarización de la economía y los preparativos de guerra, del corretaje de la venta y reventa de España a los monopolios extranjeros.
Tal es la verdadera fisonomía social de la camarilla gobernante franquista, facción parasitaria que ha entregado España y los españoles al imperialismo yanqui.
Franco y Falange han vendido España buscando apoyo y sostén para su régimen fascista enfermo de muerte y por odio y miedo al pueblo, que lucha por reconquistar sus derechos y libertades, como se demostró en la huelga general de Barcelona y en las acciones antifranquistas de masas que se sucedieron en aquella histórica primavera de 1951, primavera del resurgimiento de la fuerza invencible de la clase obrera, que al ponerse en pie, levantó consigo, en su poderoso movimiento, a amplios sectores del pueblo, e hizo renacer en éste la confianza en su fuerza soberana, hizo avanzar su conciencia a pasos de gigante hasta llegar a madurar en ella la idea de que así no se puede seguir, de que hace falta cambiar el régimen en España, de que es necesario, para que los españoles no perezcan de hambre y miseria y puedan vivir en paz, y España cuente como nación independiente, abatir el régimen franquista, tomar en sus manos la soberanía nacional, restaurar la democracia y disponer libremente de sus propios destinos.
Aterrada ante este despertar de la conciencia nacional que va acompañado de la desintegración de la «unidad del movimiento» y de la progresiva descomposición del aparato del Estado, la camarilla franquista entregó España a los imperialistas yanquis, creyendo con ello prolongar su decrépita existencia.
Ahora es el supergobierno yanqui para España, encabezado por los virreyes Williams y Kissner, quien hace la ley en nuestro país, y su sátrapa Franco quien la ejecuta, como ayer lo hacía al servicio de Hitler. Así, en plena descomposición, el régimen franquista remata su corona de terror, hambre y miseria con el florón ignominioso de la venta de España. Con ello ha encendido al rojo vivo la cólera del pueblo, que hierve de patriótica indignación y acumula energías y cierra filas en la lucha contra el franquismo, al que odia a muerte: y sus razones tiene para ello.
• • •
Hace ya muchos años que la facción parasitaria que el franquismo representa, carente de arraigo entre el pueblo, derrotada en libres elecciones en las que la Falange fascista no obtuvo ¡ni un solo diputado! encendió la guerra en España y recurrió a la intervención armada del fascismo extranjero para aplastar a sangre y fuego las ansias de progreso, libertad y justicia social del pueblo español.
A los tres años de encarnizada resistencia en defensa de la independencia nacional, de las libertades democráticas y de las instituciones republicanas legalmente constituidas, nuestro pueblo, que dio muestras de sublime heroísmo que sólo encienden las luchas justas por elevados ideales, fue derrotado en desigual combate por las armas de los fascistas alemanes e italianos, amparados en los buenos oficios de la «No intervención», en la que tomó parte activa el gobierno de los Estados Unidos.
Franco, viejo agente a sueldo del imperialismo alemán desde los tiempos en que era capitán de los forajidos de la Legión extranjera en Marruecos, fue subido al poder por Hitler y Mussolini, a cambio de lo cual puso España al servicio de las fuerzas del eje fascista que intentó imponer su hegemonía al mundo.
En la medida que pudo, la camarilla franquista ayudó a los hitlerianos en su criminal empresa. Proclamó su fe fascista y su «voluntad de imperio», de guerra y de conquista, y aprovechándose de la situación internacional, clavó sus garras en Tánger, violando los acuerdos establecidos. Puso bases submarinas a disposición de los piratas hitlerianos, entregó a éstos gran parte del potencial industrial y económico español, condenó a nuestro pueblo al hambre para alimentar a las bestias pardas que oprimían a la mayor parte de los pueblos de Europa y envió una parte de su ejército a luchar contra la Unión Soviética. Debido a todo esto, el régimen franquista fue residenciado por las Naciones Unidas.
Y no hay duda de que al final de la segunda guerra mundial el franquismo hubiera sido barrido del poder, de haberse aplicado contra él las sanciones exigidas por la Unión Soviética con la aprobación unánime de los pueblos del mundo entero, si los imperialistas yanquis y los gobiernos vasallos, cómplices de su política, no hubieran corrido en auxilio de la camarilla mercenaria.
El franquismo se ha entregado por entero al nuevo amo. Con ello ha demostrado, una vez más, su carácter antiespañol, su carácter ajeno a los intereses de España, por lo que no puede subsistir sin el apoyo constante de las fuerzas imperialistas extranjeras.
Implantado y sostenido en el poder por Hitler y Mussolini, y apoyándose en la oligarquía financiera y terrateniente, el franquismo vino a frenar e impedir el desarrollo pacifico de la democracia española, a fin de proteger y consolidar los escandalosos privilegios de los grupos parasitarios ferozmente reaccionarios y oscurantistas de la sociedad española, condenados por la historia. El franquismo vino a salvaguardar los intereses de un puñado de grandes terratenientes, a impedir que los campesinos laboriosos obtuvieran la tierra que trabajaban, a frustrar la reforma agraria imprescindible para el desarrollo económico-social de la nación. El franquismo vino para permitir que un reducido número de grandes financieros mandatarios de los monopolios extranjeros, continuaran aumentando sus inmensos beneficios a costa de la explotación, de la ruina y de la depauperación de la inmensa mayoría de los españoles. El franquismo vino a ampliar los privilegios de los círculos tradicionalmente reaccionarios del Ejército y de la Iglesia, que, fundida de nuevo con el Estado, reforzó en sumo grado su poderío económico, político e ideológico, a aplastar las autonomías de Cataluña y Euzkadi. El franquismo vino, en suma, a cerrar el paso a las fuerzas de la democracia española que, encabezadas en esta época por la clase obrera, son las únicas portadoras del progreso social, de la paz y de la independencia nacional.
Para llevar adelante estos objetivos retrógrados, cuya esencia reside en un intento supremo de impedir que la historia se desarrolle por sus cauces naturales, las fuerzas sociales caducas, llamadas irremisiblemente a desaparecer, implantaron en España la más férrea y sangrienta dictadura fascista de nuestro tiempo, el poder más despótico, arbitrario y corrompido que España conociera jamás.
Destruidas las instituciones republicanas, disueltos los ayuntamientos de elección popular, el régimen franquista suprimió las libertades democráticas de reunión y asociación, de palabra y prensa, de pensamiento y creación, de conciencia y culto, y otras que el pueblo había conquistado tras largos años de lucha.
Los sindicatos obreros y agrupaciones intelectuales, todos los partidos políticos, excepto la Falange fascista impuesta por los hitlerianos como fuerza hegemónica de la reacción, fueron declarados ilegales.
Las Casas del Pueblo y Centros democráticos, los Ateneos, Clubs, Bibliotecas Populares fueron clausurados. Sobre el pueblo se abatió una oleada de terror que hace palidecer los crímenes de la Inquisición.
Elevada y sostenida en el poder por las bayonetas hitlerianas, la camarilla franquista se dedicó al exterminio de los mejores hombres de los combatientes republicanos, de las fuerzas vitales de nuestro pueblo, de los activistas políticos democráticos.
Durante largos años, se han venido sucediendo las sacas nocturnas de las prisiones y campos de concentración. Decenas de miles de honestos patriotas perdieron la vida vilmente asesinados en las cunetas de las carreteras y en los descampados, o junto a las tapias de los cementerios. Otros, salvajemente torturados, vejados y escarnecidos, viéronse condenados a una muerte lenta, sepultados en los presidios, represaliados y arrojados del trabajo, privados de sus medios de vida, obligados a ocultarse y vivir perseguidos como alimañas.
La vida y el patrimonio de la mayoría de los españoles quedó a merced de la rabiosa jauría franquista y de su aparato represivo. Predicóse el odio y la delación, se glorificó el crimen y la caza del hombre. El vergonzoso régimen de libertad vigilada hizo de España entera un inmenso campo de concentración, y no hubo atributo de la dignidad humana que quedara en pie: todo fue hollado y escarnecido.
En plena orgía de terror y sangre, la carroña franquista se entregó a la brutal explotación del pueblo, amordazado y cargado de cadenas, derrotado pero insumiso, aunque abrumado por la temporal victoria de sus feroces enemigos.
Los obreros fueron obligados a trabajar jornadas interminables y agotadoras por un salario de hambre, en condiciones carcelarias de vida y de trabajo. Eran considerados pura y simplemente como carne de explotación, sin derecho alguno, como en los tiempos del nacimiento del proletariado industrial, cuando la burguesía trataba a los obreros de la misma forma que el feudal de horca y cuchillo había venido tratando secularmente a los siervos de la gleba.
De nuevo tuvieron que salir los proletarios del campo a las plazas de los pueblos a formar ante los mayorales de los grandes terratenientes para que éstos comprobaran la solidez de sus músculos, contratando exclusivamente a los más fuertes, estrujándoles en penosas jornadas de trabajo ilimitadas en el tiempo.
Millones de obreros agrícolas sin trabajó fueron lanzados a una vida errante, de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, en busca de pan y de trabajo, obligados a vivir en cuevas y chamizos, en desmontes y basureros, en la más horrible promiscuidad y negra miseria, igual que los parias de los países coloniales.
Los campesinos laboriosos viéronse esquilmados por la burocracia franquista. Los terratenientes impusieron de nuevo los contratos de arrendamiento semi-feudal, aumentaron las rentas y recurrieron a la expropiación y al desahucio amparados por los fusiles de la Guardia Civil. Los caciques se apoderaron de los bosques y prados comunales y, a la sombra de las Hermandades, impusieron su ley de garduños en el establecimiento de los cupos y distribución de las aguas, abonos y semillas.
Los bancos se sirvieron del crédito en el campo como el ladrón de la palanqueta para, de hipoteca en hipoteca, despojar de su hacienda a centenares de millares de campesinos pobres. El Estado franquista, Estado ladrón por excelencia, suprimió la libertad de comercio y, en nombre de los grandes capitalistas y terratenientes, impuso precios irrisorios a los productos requisados del campo, mientras hacía pagar a los campesinos, a precios fabulosos, monopolistas, artículos de la industria e incluso aquellos del campo que pasaban por su intervención. Excepto por el aire que respira, por todo, está obligado el campesino a pagar impuesto, y ante el recaudador de las contribuciones y la guardia civil que le acompaña se siente como ante bandidos en descampado.
De año en año vieron los labradores yermarse sus campos y arruinarse su hacienda y, por si fuera poco, llega ahora la llamada ley de concentración parcelaria, que autoriza a los terratenientes y caciques del campo a confiscar a los campesinos pobres la entrañable parcela que transmitida de padres a hijos, de generación en generación, ha sido regada con el sudor y fertilizada durante decenas y decenas de años con el esfuerzo de las modestas familias campesinas.
Trabajados en lo fundamental como en los tiempos del medioevo, los campos de España, faltos de agua y de abonos, de insecticidas, de productos anticriptogámicos y cuidados agronómicos adecuados, son corroídos y asolados por infinitas plagas. Se reduce el área global de siembra y se ordena la disminución del cultivo de la remolacha azucarera, de la vid y del naranjo. Diezman las epidemias la cabaña ganadera; se extiende la erosión del terreno, mientras el monte bajo y los abrojos ganan cada vez más los terrenos de cultivo que, como en tiempos primitivos, se encuentran a merced de la acción espontánea de las leyes inexorables de la naturaleza.
Si llueve, se desbordan los ríos y las aguas arrastran las cosechas. Y si no, el sol calcina las sementeras y los prados. A tal punto ha llegado la decadencia de la agricultura bajo el régimen franquista que la producción de trigo, que alcanzó su cifra récord en los años de la República con 50.800.000 quintales métricos en 1935, en los años del poder franquista se estacionó en torno a los 30 millones, con tendencia a disminuir. Es decir, bajo el franquismo se producen en nuestro país ¡7.200.000 quintales métricos de trigo menos que en 1900, cuando España apenas tenía 18 millones de habitantes!
• • •
Cosidos a impuestos y abrumados por las cargas fiscales. los artesanos, los pequeños y medios industriales y comerciantes individuales son aplastados por la concurrencia de los monopolios que gozan de la protección oficial que les otorga los más escandalosos privilegios.
En manos de los grandes monopolios se concentran los cupos de materias primas, las licencias de importación y exportación; a su favor actúan las restricciones eléctricas, el crédito y la política económica del régimen en general.
Junto a esto, el descenso de las ventas y la paralización de los negocios, causada por el empobrecimiento extremo del pueblo, principal consumidor, y la penetración de las mercancías yanquis, hacen que gran parte de los representantes de este amplio sector de la pequeña burguesía sientan que se están «comiendo el negocio». Y no pocos de ellos, aterrados por la ruina que se les viene encima, en vísperas de la quiebra o del embargo, saldan cuentas quitándose la vida.
En cambio, mientras la mayoría del pueblo pasa enormes privaciones, el llamado «gran quinteto», los Bancos Hispano-Americano, Español de Crédito, Central, de Vizcaya y de Bilbao, acapararon en los años del poder franquista la mayor parte de la riqueza nacional, y en unión de los monopolios subordinados al capital nacional y extranjero se reparten fabulosos beneficios.
Tras esos monstruosos pulpos, que engordan a expensas de la inmensa mayoría de los españoles esquilmados, está la oligarquía financiera, los millonarios y multimillonarios, los magnates del cupón, el señorío semi-feudal monopolista de la tierra, la camarilla franquista con sus jerarcas, obispos y generales enriquecidos a la sombra del poder. Está Franco y la familia de Franco, con el hermano Nicolás y el yerno, el marqués de Villaverde, ¡vayavida!, como llama el pueblo a este sujeto aventurero y cínico, autor de estraperlos mil, incluido el escandaloso de las «Vespas». Están los Muñoz-Ramonet, de la familia Muñoz Grandes; los Arburúa y Gallarza, comisarios de los trusts yanquis en España; los Mateu Plá, parientes del cardenal primado Plá y Deniel; los Cavestany, sinónimo de opulencia; los modernos Cresos, como Fernández Cuesta, Girón, Arrese, Carceller e infinidad de otros jerarcas falangistas de aquellos de «Dios los ponga donde «haiga».
Mientras la miseria se enseñorea del pueblo depauperado, y la vida de los empleados y funcionarios, de todas las gentes modestas sujetas a la zozobra angustiosa de un ingreso o sueldo fijo es un verdadero infierno, la minoría parasitaria se revuelca en el fango de la depravación. La economía nacional se derrumba, se viene abajo abrumada por las supervivencias feudales que persisten en el campo, bajo el peso irresistible de la superestructura monopolista y la política de reacción y de guerra del franquismo.
• • •
La industria presenta un aspecto desolador. Si se aceptan estadísticas oficiales, y ya es aceptar de un régimen que todo lo encubre y falsifica, se puede ver que la extracción de mineral de hierro, que en 1901, llegó a los 7.907.000 toneladas, descendió en 1950 a 3 millones de toneladas, mientras que la producción de acero, que en 1929 era de 1.003.450 toneladas, bajó en 1952 a 912.000, y la de hierro, de 748.000 toneladas a 650.000 entre las mismas fechas. Y ejemplos como éstos se pueden citar sin fin.
Falta cemento y toda suerte de materias primas, máquinas, motores e instrumentos de precisión, chapa y laminados de toda clase, cable y material eléctrico, generadores y turbinas. Las instalaciones fabriles se desmoronan de puro viejas y el aparato de producción, sin reponer en lo fundamental durante estos años de impetuoso desarrollo de la ciencia y de la técnica, marcha con medio siglo de retraso o más, con las funestas consecuencias que todo ello tiene para la vida de nuestro pueblo y la suerte de nuestra patria. Carentes de todo, víctimas de la incuria, cuando no de la acción consciente de un gobierno vendido de los pies a la cabeza al extranjero, múltiples ramas de la industria atraviesan una crisis profunda, marchando de colapso en colapso a la paralización.
El transporte, pulmón de la economía, se encuentra en lastimoso estado. La mayor parte de los barcos de la flota mercante son más aptos para el desguace que para la navegación. Los ferrocarriles se resienten enormemente de la penuria agobiadora de locomotoras, vagones, traviesas, raíles, carbón e instalaciones de todo género. Las catástrofes ferroviarias se multiplican, y mientras el material rodante va quedando arrumbado como chatarra y la R.E.N.F.E. no es capaz de asegurar el intercambio de mercancías entre las diversas regiones y zonas económicas del país, la remolacha, la patata, y en general las mercancías maleables, se pudren por millares de toneladas en los centros productores.
España, que de haber proseguido por el camino democrático de su desarrollo sería un vergel florido, una nación libre y culta, democrática e independiente, que podría contarse como una gran potencia, es hoy, a los quince años de dominio absoluto del franquismo, un país empobrecido y en ruinas, donde desciende constantemente la renta nacional y aumenta la deuda pública; un país dependiente, colonizado y uncido al carro de guerra del imperialismo yanqui.
Y es que la derrota del pueblo español y la imposición del franquismo por las bayonetas, tanques, cañones y aviones del extranjero significó para España y para los españoles una verdadera catástrofe nacional. Catástrofe que compartió, y no podía por menos que compartir, la intelectualidad y la cultura españolas. Por cuanto los trabajadores intelectuales son una parte integrante del pueblo, la cultura está estrechamente conexionada con los rasgos fundamentales y las peculiaridades del modo de producción de los bienes materiales, modo de producción que condiciona los fenómenos sociales, políticos y espirituales de toda la vida de la sociedad.
• • •
La mayor parte y lo mejor de la intelectualidad española, de vieja raigambre liberal y democrática, que había vivido los años bochornosos de la dictadura militar fascista de Primo de Rivera, sabía que el triunfo de la facción franquista vendría a remachar los vestigios feudales causantes del atraso y decadencia seculares de España, a reforzar la dependencia de ésta del extranjero, a ahogar las libertades democráticas y asfixiar la cultura, a grabar su impronta cerrilmente oscurantista en toda la vida nacional. Por eso se batió junto al pueblo en defensa de la República, por eso compartió también su suerte en las trágicas horas de la derrota.
En Granada, en su Granada, los franquistas asesinaron cobardemente a García Lorca, al cual no perdonaron nunca su romance a la guardia civil, su simpatía por el pueblo, su amor al folklore, a la tradición popular. La misma suerte corrió el rector de la Universidad de Oviedo, Leopoldo Alas, y el de Valencia, Juan Peset, Rufilanchas, Carrasco Formiguera, Rahola y tantos otros intelectuales de valía. Los carceleros franquistas segaron la vida en flor de Miguel Hernández, poeta combatiente de la libertad, poeta comunista, poeta del pueblo, cuyo sublime heroísmo inspiró su breve, pero inmortal obra, que hoy toma como bandera de combate la joven generación intelectual y la ondea con virilidad frente a los asesinos y opresores franquistas.
Fueron ellos, los franquistas, los causantes de la muerte de Antonio Machado, cuyo canto a la lucha, a los anhelos y esperanzas del pueblo en una España culta y democrática, independiente y feliz, constituye el broche de oro de su gran obra y digna vida, acortada por el martirologio del éxodo bajo las bombas de los aviones fascistas y el dolor y la tragedia que se abatía sobre España.
El grito de ¡muera la inteligencia! lanzado en la Universidad de Salamanca al rostro de Miguel de Unamuno por el siniestro Millán Astray fue el causante de la muerte prematura del rector magnífico de la Universidad salmantina, que cayó fulminado por el espanto ante la sima sin fondo en que se hundía España. La reacción fascista, llena de odio y de rencor, no perdonó al ilustre pensador liberal sus campañas contra la monarquía y las fuerzas tradicionales de la reacción, ni contra el «fajismo», nombre que diera al movimiento fascista de los pistoleros de Falange, en los años que iniciara su carrera esta institución del crimen por la espalda. Y hoy, a la luz de la alucinante experiencia, todo el mundo puede constatar que el alarido de bestia enfurecida emitido por Millán Astray no representaba un arrebato de furor pasajero, sino que constituía el programa de acción del franquismo en el orden intelectual, cultural.
Decenas de miles de maestros, profesores, artistas, escritores, poetas, médicos, ingenieros, inventores, abogados, arquitectos, estudiantes, de intelectuales en suma, fueron soterrados en los presidios franquistas. Asesinados unos, torturados y escarnecidos todos. Sobre ellos cayó la más arbitraria discriminación. Tildados de «desafectos» y tratados como enemigos, les fue negado el derecho a ocupar su cátedra, a detentar cargo alguno en los organismos o instituciones culturales, a ejercer su arte o su carrera.
¡Cuánto talento, cuánto ingenio y energía creadora, cuántas vidas preciosas para el progreso y la cultura segó y desgració miserablemente el franquismo!
¡Cuántas humillaciones no hizo y hace pasar a los valores intelectuales que no pudieron salir del país o que no desearon hacerlo porque creyeron posible la humanización de la fiera después de su victoria!
Ahí están Pío Baroja, recluido en su modesto hogar, acorralado por el cerco oficial, rencoroso y hostil, contemplando con amargura la muralla censorial que el franquismo erigió entre el pueblo y su obra. Prohibidas y expurgadas de las bibliotecas públicas sus mejores novelas, tratado como prisionero de la reacción fascista. Vital Aza, insigne doctor a quien el régimen no sólo despojó de su cátedra, sino que le prohíbe prestar su ayuda al pueblo sufriente en los hospitales de la Beneficencia. Menéndez Pidal, que si formalmente ocupa la presidencia de una Academia, fundamentalmente estéril, no es menos cierto que él y otros auténticos valores intelectuales se encuentran prisioneros de los ilustres zoquetes de charrasco y de tonsura que usurpan y degradan los sillones de tan alta institución, en la que el oscurantismo oficial da el tono. Y tantos otros hombres de ciencia, artes o letras, que andan aún en nuestros días a golpes con la miseria y luchan a brazo partido para ganarse la vida, en muchos casos al margen de su vocación, que no pueden, o que su dignidad lo impide, ejercer al servicio de un régimen que considera de buen tono el empleo de la palabra intelectual en sentido peyorativo.
Porque sabían que todo ello iba a ocurrir así, y no podía ocurrir de otra manera, muchos intelectuales que pudieron hacerlo salieron del país al triunfar el franquismo. Prefirieron arrostrar las penalidades de la emigración y proseguir luchando por sus ideales democráticos desde ella, antes que servir a un régimen de extranjería, maldecido y odiado por el pueblo, estéril y destructor por principio.
En la emigración se reunieron insignes figuras de la intelectualidad: poetas como Antonio Machado, Alberti, Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas, León Felipe, Pedro Garfias, Rejano y Herrera Petere; pintores como Picasso, Castelao, Bardasano, Miguel Prieto, José Renau y Alberto; escritores como Casona, Benavides, Bergamín, Zamacois, César Arconada, Chabás, Castrovido y Fabián Vidal; músicos como Falla, Pablo Casals, Bacarisse y Rodolfo Halfter; directores de cine como Luis Buñuel; doctores y hombres de ciencia como Márquez, Pedro Carrasco, Blas Cabrera, Pío del Río Ortega, Martínez Risco, Ignacio Bolívar, Cuatrecasas, Odón de Buen, Honorato de Castro, Negrín, Bejarano, Otero, Segovia, Costero, Planelles, Bonifaci y Fraile; historiadores, juristas e investigadores como Altamira, Ossorio y Gallardo, Alcalá Zamora, Ruiz Funes, Roces, Nicolau d'Olwer, Bernaldo de Quirós, Sánchez Román, Bosch Guimpera, Fernando de los Ríos y Pompeyo Fabra; arquitectos como Sánchez Arcas, Lacasa, Giner de los Ríos y Tomás Bilbao, y tantos otros valores científicos o culturales españoles que el franquismo obligó a dispersarse por el mundo asestando con ello un golpe demoledor a la cultura española. Muchos murieron lejos de la Patria, otros siguen firmes, manteniéndose en el caminó del honor que eligieron al sumarse a la lucha del pueblo por la independencia y la libertad de España.
Junto al brutal exterminio o inutilización de los valores intelectuales, el franquismo se entregó a un consciente deshacer de la cultura, que en las condiciones de la traición y la venta de la Patria, de la política terrorista de guerra y represión, del derrumbamiento económico, de la censura y la opresión intelectual, unido a la frenética incitación al retorno del oscurantismo, y fanatismo medioeval y a la vanagloria del cosmopolitismo apátrida, no tenía por menos que alcanzar el límite extremo de la más tenebrosa decadencia.
Cual nuevos vándalos, los sayones franquistas, que proclamaron valores del régimen a payasos degenerados como Salvador Dalí y arribistas de baja estofa y roma inteligencia como Giménez Caballero y Eugenio Montes, se lanzaron con odio sin igual a predicar la cruzada contra los elevados valores espirituales, humanistas, democráticos y progresivos que constituyen el fondo de oro del acervo cultural español y universal. Declaráronse heréticas las grandes corrientes ideológicas universales, desde el humanismo renacentista hasta el socialismo científico, pasando por la filosofía de la ilustración y otras, que por expresar los intereses de las clases sociales ascendentes en el devenir histórico, infunden terror y pánico a las clases caducas llamadas irremisiblemente a desaparecer, como es el caso de aquellas que el franquismo representa. Nada escapó a la vesanía del Santo Oficio franquista. Y en su «índice de libros prohibidos» se incluyen las obras maestras de la literatura y del pensamiento científico español y universal, desde el siglo XV a nuestros días. Huarte y Vives, Larra y Espronceda, Galdós y Valle Inclán, Jovellanos y Floridablanca, Machado y Blasco Ibáñez y tantos otros artífices que habían expresado en su obra el amor al hombre, ensalzando el progreso y la cultura, cantando las gestas del pueblo frente al invasor extranjero, fustigando a la reacción o difundiendo entre el pueblo las ideas democráticas, republicanas y socialistas, fueron puestos fuera de la ley y secuestradas sus obras de las bibliotecas públicas, mientras aquellos librepensadores que las pusieron a resguardo en su casa, arriesgan en este simple acto de rebeldía la libertad y en no pocos casos la vida. Y aunque no se atrevieron a hacer otro tanto con las obras de Cervantes, Quevedo, Lope de Vega y Calderón, lo cierto es que bajo la dictadura franquista llegóse a la extrema reducción en las reediciones de los clásicos.
Del repertorio de los teatros desaparecieron las obras de Lope y Calderón, de Vives y de tantos otros que siguieron la tradición del teatro clásico español. En su lugar pasóse a representar toda suerte de banalidades y groserías escenificadas, muy a tono con el gusto «estético» y la moral de. la camarilla imperante.
El franquismo se comportó con el patrimonio artístico español como invasor en tierra conquistada. Cuadros de Goya hubo que se vendieron por un puñado de pesetas al extranjero. Y no es casual que la obra del gran Solana, uno de los mejores pintores que diera España desde los tiempos de Goya, se encuentre hoy dispersa por el mundo entero, mal vendida, como si el régimen que amargó los últimos días de su vida y precipitara su muerte hubiera tenido prisa por enviar lejos de España sus cuadros que flagelan sin piedad a las fuerzas reaccionarias que él encarna, y ensalzan las virtudes y tradiciones del pueblo. Ha sido abandonado el cuidado de los museos y monumentos nacionales, llegando a tal grado la incuria vandálica del régimen, que joyas de nuestro tesoro artístico-monumental como la mezquita de Córdoba aparecen mugrientas y abandonadas a la acción devastadora del tiempo.
La investigación científica fue colocada bajo los auspicios del Espíritu santo, de manera que la ciencia quedó supeditada a los dogmas de la Iglesia, que proclamó a la teología ¡ciencia de las ciencias!
Las dos ramas fundamentales del llamado Consejo Superior de Investigaciones Científicas se consagraron año tras año a «investigar» la vida y milagros de los santos, a pasar el tiempo en estériles cuestiones teológicas que hace siglos hicieran famosas las discusiones bizantinas. Mientras tanto, la ciencia, la única ciencia, la que se basa en el conocimiento de las leyes objetivas que rigen el desarrollo de la naturaleza y de la sociedad, enemiga irreconciliable de la teología, brilla totalmente por su ausencia en el panorama de la cultura troglodítica oficial.
La Física, la Química, la Astronomía, la Economía y la Sociología que se enseña en las universidades de acuerdo con el programa oficial no merecen tales nombres. La técnica está totalmente ausente de las aulas universitarias. No existe prácticamente la biología ni las ciencias naturales... ¡Darwin está incluido en el índice de autores prohibidos! En el campo de la lingüística predomina el estudio de las lenguas muertas, del latín fundamentalmente. Y las modernas ramas de las ciencias combinadas, como la radioastronomía, la astrobotánica, la físicoquímica, la biofísica, la bioquímica, la astroquímica, la geobiología, y otras, permanecen prácticamente desconocidas, sin hablar ya de las ciencias sociales, que el marxismo-leninismo elevó a sus más altas cumbres y que el franquismo sustituye con los tratados de San Agustín y Santo Tomás de Aquino y la encíclica de León XIII.
Los laboratorios, observatorios y demás centros de investigación están desguarnecidos y cochambrosos, faltando en ellos toda clase de instrumental, aparatos de precisión y materiales modernos, cuya existencia incluso se ignora en lo fundamental, pues la simple recepción de revistas científicas del extranjero es considerada sospechosa por los censores franquistas. Cayó tan baja la preparación de los cuadros científicos, tan pocas posibilidades de porvenir ofrece la ciencia a la juventud, en las actuales condiciones, que apenas llegaron a 18.000 jóvenes los que en 1950 estudiaron carreras técnicas en todas las universidades y centros de enseñanza superior, en tanto que en este mismo año se preparaban para sacerdotes en los seminarios españoles 17.885 jóvenes. En ese mismo año, en el grupo de carreras técnicas se expidieron solamente 1.591 títulos, de ellos ¡15 de agrónomo y 166 de perito agrícola! en un país preponderantemente agrario; 11 ingenieros de telecomunicación, 39 arquitectos, 7 ingenieros de caminos, 58 ingenieros industriales, 16 ingenieros navales, 15 ingenieros de minas y así por el estilo, mientras salían ordenados de los seminarios 702 presbíteros.
En cuanto a la preparación científica de los estudiantes, basta hojear el programa de Historia para ver que ésta, en manos de los falsificadores franquistas, queda reducida a la acción de los reyes y demás «héroes» de las clases dominantes, con sus camarillas aristocráticas y caudillos militares, explicando el por qué de las cosas a partir de la casualidad, de la «divina providencia» o de la predestinación. No ofrece mejor aspecto el programa de filosofía. En este campo, el régimen franquista entrelaza el escolasticismo medieval con el pragmatismo irracional y demás subproductos de la filosofía burguesa de la época imperialista, que tiene por objeto la justificación del racismo, de la guerra de pillaje y de conquista, de la exterminación en masa de los pueblos, la destrucción del sentimiento nacional, el embrutecimiento y la animalización degradante de la juventud estudiantil.
Hubo aristócrata troglodita que en los primeros tiempos de la victoria franquista sobre el pueblo declaró que el mal de España residía en que ciertos gobernantes se habían empeñado en enseñar a leer y a escribir a los españoles. Y, a juzgar por la afrentosa extensión del analfabetismo, se puede fácilmente llegar a la conclusión de que la camarilla gobernante puso todo empeño en subsanar el error. Faltan 55.000 escuelas, y de los casi 6 millones de niños en edad escolar, apenas millón y medio frecuentan los cursos, dándose el caso vergonzoso de que en algunas regiones del país el analfabetismo alcanza del 60 al 70 % de la población. No hay material de construcción ni asignaciones presupuestarias, se dice. Pero uno y otras se dedican sin embargo a la construcción de los Gibraltares yanquis en España, a la edificación de cárceles y cuarteles, a la propagación del oscurantismo y de la superstición.
De la difusión de la` cultura entre la población adulta habla por sí solo el hecho de que en 1950 el número de bibliotecas públicas existentes en todo el país había descendido a 270, con la particularidad de que si en 1935 la Nacional de Madrid sirvió al público más de 500.000 volúmenes, en 1950 facilitó 187.000, de ellos solamente 18.000 obras literarias, contra 110.000 en 1935.
Si nos referirnos a la creación intelectual, como fiel de la balanza que marca el ascenso o el descenso de la producción de valores culturales, abstracción hecha del contenido, veremos la decadencia y degradación de la cultura bajo el franquismo. En efecto, si en 1909 el registro de la propiedad constató 5.527 creaciones, en 1950 sólo fueron registradas ¡1.461!, incluyéndose en ellas ¡50 títulos de publicaciones periódicas!
Algunos de los cipayos que venden su pluma a la Oficina de Propaganda y Prensa y que lo mismo gritan ¡viva Alemania! que ¡viva América!, que en plena estación de lluvias hablan de la secazón de los pantanos y que achacan al sol las catástrofes resultantes de la política agraria del régimen, pretenden justificar el desastre cultural actual con falaces y falsos argumentos.
«A los españoles no les gusta leer», dicen. «El espíritu nacional es más dado a la mística que a la ciencia», «en España ya no hay talentos creadores»... El Partido Comunista de España tiene plena conciencia de que existe en nuestro país una intelectualidad dispuesta al esfuerzo de creación y búsqueda, dispuesta a asumir plenamente la responsabilidad de su misión social. El Partido Comunista de España, dirigente del pueblo y heredero, por tanto, de las mejores tradiciones nacionales, rechaza rotundamente las teorías reaccionarias e idealistas que explican la decadencia española a partir de no se sabe qué misteriosa incapacidad de nuestro pueblo para la técnica y la organización económica y social. Sólo el régimen social español, cuya expresión actual, el franquismo, resume y agudiza todas las lacras, es responsable de esta decadencia.
La cultura y las grandes obras de sus artífices no son el fruto del venturoso azar. La propia cultura no se engendra en las regiones etéreas del Olimpo, ni es la obra del espíritu de hombres superdotados que actúen al margen de las condiciones sociales, económicas y políticas de un país dado, en una época determinada.
En toda sociedad de clases, la cultura lleva consigo un carácter de clase, y la difusión y dirección de la misma son determinadas por los intereses de la clase dominante. Esto explica precisamente el marasmo y la degradación de la cultura bajo el régimen franquista, puesto que son las condiciones políticas, económicas y sociales por él establecidas las que han conducido a ésta a su lamentable situación actual.
Pero hay más: si la cultura de una nación se representa, entre otras cosas, por el conjunto de sus actividades intelectuales, el grado de progreso alcanzado por su ciencia y su técnica, la calidad de su literatura y arte, de su teatro y cine, el número e instalación de sus escuelas, institutos, universidades, laboratorios y centros de investigación, no se puede olvidar el papel que en todo ello juegan las condiciones de vida creadas a los profesores y catedráticos, a los sabios, a los escritores y artistas, a los poetas, dramaturgos, guionistas y trabajadores intelectuales en general. ¿Y a qué estado ha reducido el régimen franquista las condiciones materiales y morales de vida y de creación de la intelectualidad española? No es difícil la respuesta. En la vida diaria de nuestros intelectuales se graba con letras de sangre, inquietud y cólera.
• • •
Un hecho es claro: no hay creación posible en ninguna rama de la ciencia, de la literatura o del arte, por debajo de cierto número de condiciones materiales mínimas. No hay investigación histórica sin bibliotecas y archivos debidamente dotados, y esto es imposible cuando los fondos del Estado se consagran en su mayor parte a gastos improductivos de guerra y de policía. No hay, en definitiva, desarrollo posible de la cultura general de una nación, cuando, por razones económico-sociales derivadas del carácter de clase del régimen, el analfabetismo y el atraso cultural limitan la difusión de los valores de la producción intelectual a estrechos sectores privilegiados. Y, como ya se ha señalado, el atraso económico y social del país y su dependencia nacional de poderes extranjeros constituyen, por tanto, un factor de primerísima importancia en el colapso que sufre la cultura bajo el franquismo. Factor del cual es imposible prescindir, ya que cada día y cada instante vienen a alzarse ante los intelectuales españoles, por mínimas que sean sus aspiraciones profesionales, por reducida que sea su legítima ambición de participar en la formación de la conciencia social de la nación, el espectro de la pobreza vergonzosa de los medios materiales de que dispone, la miseria en que les sume la brutal explotación de los magnates del capital que, en pos del máximo beneficio, clava también sus garras en la ciencia y en la técnica, en la producción literaria y artística.
Cuando un joven investigador, después de difíciles años de estudio abnegado, `consigue un cargo de auxiliar en el laboratorio de una facultad de ciencias de España, recibe por esa labor un sueldo de 500 pts. mensuales. ¿Cómo dedicarse por entero a la labor docente, preparar concienzudamente cursos y clases, profundizar sus conocimientos y ponerse al día de las novedades mundiales en el campo de la cultura, cuando los sueldos de 6.000 a 18.000 pts. anuales no permiten al profesorado español vivir con la decencia que semejante labor profesional exige?
No es mejor la situación de los hombres ocupados en las llamadas profesiones liberales, porque si un catedrático de Universidad gana justamente 46 pts. con 30 céntimos al día, un inspector municipal veterinario sale por 18 pts. diarias y un médico de tercera de la Asistencia Pública domiciliaria, con 300 familias adscritas, sale después de aplicársele los descuentos, por ¡250 pts. mensuales!
Tampoco difiere, con sus matices peculiares, la situación en el campo de la creación intelectual. Si tomamos la novela, ¿cuál es el autor, por conocido que sea, que puede vivir normalmente de su obra? ¿Cuál es el que no se ve obligado a solicitar colaboraciones periodísticas o radiofónicas que le desvían de su preocupación esencial? A la caza y captura de los 20 o 40 duros de un artículo, una conferencia o una charla radiofónica, el novelista español malbarata en temas anecdóticos y forzosamente limitados por la censura, la mayor parte de su tiempo y de su afán creador. La defensa de la propiedad intelectual, por otra parte, de los legítimos derechos del autor constituyen una imperiosa necesidad frente a la piratería de ciertas grandes empresas editoriales que sistemáticamente estafan y despojan a los escritores españoles, al amparo de las ordenanzas oficiales.
Hay que terminar con la vergüenza de ver a poetas y escritores ya consagrados tener que costear la edición de algún libro suyo con los ingresos de sus actividades extraliterarias, ocuparse de colocar los ejemplares, de atender a su distribución. ¡Y todo este esfuerzo por una tirada de unos cuantos centenares de ejemplares, cuando en las amplias masas del pueblo trabajador existen fuertes deseos de saber, de ahondar y enriquecer el campo de sus conocimientos, de su cultura!
Semejante situación de asfixia económica predominante en todos los campos de la creación intelectual y artística constituye un obstáculo insuperable, en las condiciones actuales, al desarrollo de la cultura española. ¿Qué estimulo de creación puede sentir un músico no entronizado en los circuitos de los conciertos y encargos de la camarilla oficial, si sabe que las ganancias producidas por la ejecución de un poema sinfónico, ni siquiera le permitirá comprar el papel de su partitura? ¿Qué estímulo para un profesor de dirección de orquesta el tener que malvivir como corredor de comestibles o de cualquier otro producto comercial?
Igualmente trágica es la situación de los artistas, pintores y escultores, de los cuales ¿cuántos son los jóvenes valores que no llegaron a madurar por las terribles exigencias de la subsistencia diaria? Pintan paredes, se tienen que dedicar al dibujo industrial o publicitario o se ven en la obligación de tener que aceptar y ejecutar encargos de bodegones y retratos para el consumo privado de la «buena sociedad».
Se extiende el paro en las profesiones y carreras técnicas e intelectuales. Esta situación lamentable se agudiza cada año por el problema de las nuevas promociones universitarias lanzadas a la incierta aventura de la busca de trabajo, por la colonización sistemática de la vida económica y cultural del país. Y el ámbito español resulta cada vez más irrespirable para el intelectual y el artista de nuestra patria. La tendencia a salir de España, «porque aquí no se puede vivir», está muy extendida, y el régimen franquista fomenta criminalmente esa sangría de jóvenes valores y entusiasmos inempleados que tan a menudo van a perderse o a desviarse de su vocación en las difíciles condiciones de la emigración en otros países capitalistas azotados asimismo por la crisis. Y por cada uno que se abre paso en la vida, cientos son los que se estrellan y ven truncadas sus ilusiones y esperanzas en una existencia cargada de humillaciones y miseria. Igual que los pastores vascos vendidos por el franquismo como mercancía humana a los ganaderos de Texas, como miles y miles de obreros y campesinos embarcados para Venezuela o Argentina en virtud de los acuerdos comerciales concertados por el franquismo.
No cabe caracterización más cruda del fracaso económico y político del régimen franquista que esa angustiosa situación de una juventud enfrentada con la dramática perspectiva de una colocación, después de largos años de sacrificios familiares y de esfuerzo personal. Y cuando esa colocación se encuentra, no corresponde siempre, ni con mucho, a la capacitación profesional obtenida. Así tenemos economistas calificados trabajando de mecanógrafos, o peritos agrónomos copiando escrituras en alguna oficina. ¿Qué significan los discursos grandilocuentes de Franco sobre la industrialización de España, cuando se piensa que pese a su reducida cifra (210 ingenieros, por ejemplo, de las diversas ramas en 1950) no consiguen encontrar trabajo los cuadros técnicos formados en las Universidades y centros superiores de enseñanza? ¿Qué pensar de un régimen en el que cuando las estadísticas están clamando el atraso técnico y cultural del país «sobra gente con titulo académico», y se dificulta cada día más aún el acceso de los jóvenes a la enseñanza superior? Y es aquí, precisamente, en este terreno de los problemas juveniles, de las defraudadas esperanzas de las nuevas generaciones, de su clamoroso desconcierto donde se pueden valorar las promesas demagógicas del franquismo, donde se perfila con nitidez su espíritu ferozmente reaccionario y fundamentalmente hostil a la juventud.
El régimen que prometiera en su tiempo a la juventud una España grande, le presenta ahora una España colonizada y avasallada por su tradicional enemigo, el imperialismo yanqui, que la gibraltariza de punta a punta, que la saquea de mar a mar y prepara su aniquilamiento. Presentóse a sí mismo el franquismo como algo nuevo y joven que venía a remozar la vida política, económica y cultural del país y dar paso a la juventud, y en la práctica trata a ésta a baquetazos, la impulsa a irse peregrina y mendicante fuera de España, la cierra el paso a la vida, la calumnia y la escarnece, apareciendo ante ella, en fin de cuentas, tal como es: como el régimen de las fuerzas reaccionarias, seniles y caducas, que para tratar de prolongar su existencia se aferra a todo lo viejo, por putrefacto que sea, que teme y odia a la juventud que siente latir el pulso de la vida y se orienta hacia lo nuevo, hacia la democracia y el progreso social.
Y es que, como la realidad se encargó de demostrar, no basta proclamar: «España luz de Trento y martillo de herejes», e invocar glorias pasadas para sacar al país del marasmo en que se encuentra y hacer progresar su economía y florecer su cultura. Para ello hace falta abatir el poder de la reacción fascista e implantar la libertad y la democracia en España.
• • •
Si las condiciones de vida material de la sociedad, determinan la posibilidad misma de un desarrollo de la cultura, ésta necesita, además, libertad de expresión, libertad de creación y de crítica, como la cosecha necesita lluvia y sol. ¿Qué libertad existe, sin embargo, para la cultura bajo el régimen franquista?
La obsesión de la censura, de su arbitraria intervención, sistemáticamente esterilizadora, constituye un potente freno a la creación intelectual. Ya puede un poeta haber alcanzado renombre internacional, ser incluso académico de la lengua, no podrá cantar libremente su amor a la vida, a la naturaleza y al hombre. La censura tachará palabras y versos enteros de sus composiciones. Además de esas mutilaciones directas a sus obras, los escritores se ven en la obligación de someterse a una especie de autocensura, al tener que plantearse de antemano, en el proceso mismo de la creación, los modos y formas de evitar la prohibición de sus obras.
Uno de los Torquemadas más abyectos, el perfumado obispo de Madrid-Alcalá, Eijo y Garay, notorio fascista, ha llegado a prohibir el empleo de la palabra «seno», en poesía, la cual sustituye por la de «busto». Sin embargo, los levíticos jerarcas de la censura, tan «intransigentes» teóricamente en el terreno de la moral pública, permiten, mientras tanto, que circulen obras pornográficas, desmoralizadoras, que son el reflejo de la degradación moral de una sociedad y de un régimen en descomposición.
Otro aspecto de esta intervención constante de la censura es el aislamiento en el que la vida intelectual española se encuentra en relación con las corrientes culturales del universo, verdaderamente representativas de esta etapa histórica en que vivimos. La intelectualidad española vive como en una campana neumática, en un ambiente asfixiante, desprovisto del indispensable oxígeno de la discusión y asimilación nacional del contenido progresivo del movimiento cultural de todos los países. El franquismo se afana particularmente en perseguir y prohibir toda referencia al gigantesco desarrollo de la cultura socialista en la Unión Soviética. ¡Como si pudiera borrarse del mapa el país del mundo más adelantado desde el punto de vista de las relaciones sociales, de la técnica, de la ciencia y de la cultura en general, el país que marcha a la vanguardia de la civilización universal! Sin embargo, el prestigio de la ciencia, de la literatura, del cine y del teatro soviéticos, así como las grandes realizaciones en el terreno económico-social, no hay censura que pueda oscurecerlo, lo mismo que la prohibición de tocar las obras de los compositores soviéticos no puede ahogar en nuestros músicos el interés y la admiración por esas obras.
Paralelamente a este alejamiento del caudal, de la cultura progresiva de la humanidad, y en directa dependencia del avasallamiento de España por el imperialismo yanqui, se desarrolla la invasión de la literatura decadente, del cine, desmoralizador, de los norte-americanos. Gángsters, confidentes de la policía, morfinómanos, intelectuales degenerados, invertidos son los «héroes» que las traducciones y las películas yanquis ponen como ejemplo a nuestro pueblo. Y para esa podredumbre no hay censura; esas son las obras cuya competencia, sostenida por poderosísimos intereses financieros, incluida la Editorial Católica, desplaza nuestra producción nacional, agudiza la situación de nuestros creadores y técnicos provocando unánime descontento y unánime repulsa.
Según el franquismo, nuestro pueblo no debe aspirar a más que a una «cultura» que está al nivel de las historietas ilustradas yanquis rebosantes de sadismo y corrupción moral.
Pese a las repetidas vaciedades sobre la «hispanidad», la tradición realista, combativa y popular española, que constituye el fondo clásico de nuestra cultura, de nuestras artes, es radicalmente contraria a todo lo que quiere y representa el franquismo. Este se ve en la obligación de falsificar y encubrir esas tradiciones por todos los medios de que dispone. Resulta a este respecto pavorosa la ignorancia –fomentada por la enseñanza franquista– en que las masas de jóvenes se hallan sumidas en lo tocante a nuestro pasado nacional, al patrimonio inestimable de nuestra historia cultural y política. A esto se une, como otro rasgo distintivo y peculiar de la política cultural, vandálica y reaccionaria del régimen, la asimilación forzosa y vesánica destrucción de la cultura nacional de los pueblos de Cataluña, Euzkadi y Galicia, de sus libertades, de sus derechos, de sus tradiciones populares, de su idioma.
Explotación y asfixia económica, opresión cultural y agobio espiritual, aislamiento de las corrientes culturales progresivas del universo, invasión de los productos corrompidos pseudoartísticos del imperialismo yanqui, persecución sistemática del patrimonio cultural nacional y de las tradiciones humanistas y patrióticas, democráticas y progresivas de los pueblos de España, represión, incesante represión: esas son algunas características evidentes de la vida intelectual bajo el franquismo.
¿Significa todo ello que el régimen ha conseguido someter a nuestros intelectuales, doblegar su tradicional espíritu de libertad? ¿Significa un agotamiento realmente profundo de las capacidades de creación de nuestra intelectualidad? A estas preguntas hay que responder categóricamente: ¡NO!
A pesar de la opresión brutal del pensamiento y de la creación artística, en España se ha mantenido latente el amor a la libertad y al progreso, y han surgido en estos últimos años nuevos valores en todos los campos de la actividad cultural. El régimen franquista no pudo, ni puede suprimir las leyes objetivas del desarrollo social, no puede impedir el crecimiento de las fuerzas sociales nuevas, la lucha de las fuerzas progresivas que llevan en sí el porvenir de la patria.
• • •
Decía nuestro Partido en 1939, llamando al pueblo a la resistencia, a la unidad y a la lucha nacional de todos los españoles contra los explotadores y vendepatrias franquistas, que «a pesar del terror sangriento reinante, la dictadura de la burguesía y de los terratenientes reaccionarios que ahora gobierna España no puede hacer desaparecer las causas que llevaron a la lucha al pueblo español». Y la vida se encargó una vez más de darnos la razón. El pueblo español jamás se doblegó, y el espíritu de resistencia se fue tornando en acciones de lucha, de rebeldía y de protesta de los obreros, de los campesinos, de las capas medias de la industria y el comercio, de las profesiones liberales e intelectuales, del pueblo entero que muchos creían postrado y amilanado. Salió en marzo de 1951 en Barcelona, y después en otras varias ciudades, a gritar:
¡Basta ya de terror, hambre y miseria! ¡Basta ya de ignominia nacional! ¡Fuera de España los yanquis! ¡Abajo el poder de los ladrones y vendepatrias!
A esas luchas grandiosas de 1951 hay que referirse siempre porque ellas constituyen el hilo rojo que permite comprender todos los profundos cambios operados en la conciencia de las masas y explica la descomposición de un régimen que apesta ya a cadaverina. A ellas tendrán que referirse los intelectuales españoles para comprender plenamente y sacar todo el partido posible a los hechos nuevos que en su experiencia de cada día pueden constatar: el relajamiento del aparato del Estado, la aparición de nuevos temas y nuevos planteamientos inconcebibles en años anteriores, el clamor creciente de la avalancha popular que se vuelca sobre el régimen cada vez más aislado, las nuevas luchas de la clase obrera y de los campesinos, las acciones de los comerciantes, la oleada patriótica que corre por el país de punta a punta y subleva la conciencia nacional contra los vendepatrias franquistas y los invasores yanquis, el incremento incesante y radicalización de la oposición intelectual al régimen, la formulación, más o menos clara y abierta de las reivindicaciones relativas a las libertades democráticas.
Consciente de su aislamiento y extrema debilidad, el régimen franquista se esfuerza a toda costa por mantener divididos y dispersos a sus múltiples e infinitos enemigos para impedir que las numerosas corrientes de oposición y de lucha converjan en un poderoso frente nacional patriótico antifranquista que arrastre su sangriento tinglado, para impedir que el pueblo tome en sus manos la soberanía nacional, abrogue el pacto de guerra y dimisión nacional yanquifranquista y abra amplio margen al progreso democrático de la nación, al florecimiento de su economía y de su cultura.
En lo esencial, la política actual del franquismo en relación con los intelectuales consiste en tratar de mantenerlos aislados del pueblo en su conjunto, fomentar entre ellos las corrientes y tendencias individualistas de desprecio a las masas, cuyo decisivo papel en la historia se mistifica y se encubre de mil maneras. El arte por el arte, la poesía pura, el decadentismo más repugnante revelado, por ejemplo, en ese certamen de poesía organizado por los Villanueva, Dullos y otros poetas estipendiarios de la camarilla dominante, reunidos en Valdepeñas de Jaén para loar en sus cantos la libertad... ¡del jilguero local!, mientras España es vendida al extranjero y el pueblo se debate entre grillos y cadenas; la literatura para minorías, la «angustia existencial», los mitos reaccionarios de un Donoso Cortés, todos los subproductos de un sistema social en descomposición son utilizados para tratar de desviar a los intelectuales patriotas de su camino hacia la verdad, de su camino hacia el pueblo.
Pero esas maniobras, entre las cuales hay que contar también las caricaturas de «Congresos» que tienden a desviar por falsos derroteros los anhelos de organización de la intelectualidad trabajadora, presentan el régimen franquista en línea dispersa, desordenada y contradictoria. Y es que, al pasar a mejor vida la decantada «unidad del movimiento» y fraccionarse en diversas corrientes y grupos, se desgarra, rompiéndose por costuras y costurones, el frente ideológico franquista, zurcido a retazos por el tradicionalismo cavernario de la aristocracia terrateniente semifeudal y la traducción al castellano de diversos elementos de los programas fascistas de Hitler y Mussolini, para uso de los magnates del gran capital. Al descomponerse la «Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista» en los diversos grupos reaccionarios y fascistas, cada uno de ellos trata de defender sus intereses de clase con sus propias ideas. Cada uno descarga sobre sus compinches de ayer la responsabilidad del desastre nacional a que todos ellos han contribuido y, enarbolando su retazo de la desgarrada «ideología del movimiento», tratan de presentarlo como algo nuevo, a fin de agrupar en torno suyo las fuerzas políticas que salven al régimen de la catástrofe.
Por un lado, los jerarcas falangistas aferrados al pesebre de los cargos y sinecuras oficiales, impotentes y aislados pese a los desplantes y bravuconadas fascistas de los «dialécticos» de las pistolas, que empuñan en cuanto oyen las palabras «intelectual» y «cultural». Por otro lado, los monárquicos de la «tercera fuerza», con sus mitos culturales para aristócratas latifundistas, con sus pretensiones de «restauración» de todos los conceptos políticos y sociales de edades irremisiblemente pretéritas, que intentan hacer pasar por algo nuevo y de carácter liberal, y sus « ortodoxos» del trogloditismo. De otro lado, la Iglesia, que para mejor servir a las clases dominantes enemigas del pueblo juega con todas las cartas de la baraja franquista y hace actuar a fondo al «Opus Dei» para tomar más y más posiciones en el aparato del Estado, apuntalando al régimen por acá y ofreciendo por allá espejuelos reformistas a la intelectualidad liberal descontenta, entre la cual trata de reclutar cuadros para utilizar en sus combinaciones políticas.
En este orden de ideas está llevándose a cabo de manera sistemática, por parte de ciertos elementos del régimen, una maniobra de diversión de gran envergadura. Esta tendencia, encabezada por universitarios e intelectuales de procedencia falangista, ideólogos de determinados grupos capitalistas que pretenden salvar sus intereses del naufragio del régimen franquista, cuya descomposición ven acelerarse, defiende en sus órganos propios de expresión posiciones llamadas de «liberalización» o de «conciliación». Consiste lo esencial de dicha tendencia en hacer creer que los cambios, cuya necesidad objetiva se hace sentir tan imperiosamente, pueden producirse sin tocar la estructura misma del régimen, «simplemente» con apartar a éste de las fuerzas tradicionales de la reacción (alusión hecha a los latifundistas y a las jerarquías más reaccionarias del ejército y de la iglesia) y «liberalizarle» con Franco, ¡como si los cadáveres descompuestos que urge enterrar se pudieran reformar!
El objetivo de esta tendencia en el campo intelectual, donde interviene tomando la defensa de la cultura en abstracto y citando algunos nombres de intelectuales ilustres, para mejor despistar, consiste –Ridruejo y otros de sus representantes lo confiesan– en intentar cerrar el paso de la juventud formada en el S.E.U. y en el Frente de Juventudes a posiciones democráticas y patrióticas de lucha, en tratar de impedir que la joven generación intelectual se oriente hacia el pueblo y busque con él la solución común, nacional y patriótica a los problemas comunes y nacionales que se alzan ante todo el pueblo.
Para los intelectuales patriotas, vengan del campo que vengan, sean cuales fueren sus concepciones filosóficas, su ideario político y convicciones religiosas, que ven la salida a la trágica situación en la formación de un gran Frente Nacional Patriótico y Antifranquista y de lucha por la independencia nacional y la paz, por la libertad y la cultura, debe estar claro que la reconciliación entre los patriotas y los vendepatrias es tan inconcebible como la conciliación del hijo con el asesino de su madre. Que no se puede hablar honestamente de defender la cultura y saludar al mismo tiempo la vil traición nacional de la camarilla franquista y elogiar la colonización de España por el imperialismo yanqui. A los intelectuales procedentes del campo liberal republicano, como Ortega y Gasset, Marañón y otros, que por ceguera o pusilanimidad pretendieron «conciliarse» con el régimen, cabe preguntarles lo que piensan en su fuero interno de semejante experiencia. Para ellos el régimen sólo tiene desprecios y desconfianza y, aunque los utilice de vez en cuando para sus fines de propaganda de «liberalización», los somete a constantes vejaciones y humillaciones.
Ahora bien, ¿qué muestran, efectivamente, todos estos movimientos en el desarrollo de la situación actual? Muestran diversos aspectos de la descomposición del régimen. Por otra parte, cada día que pasa la faz de la taifa gobernante se hace más odiosa, más reaccionaria y oscurantista. ¿No es acaso signo de ello el que un Laín Entralgo, pese a su hoja de servicios falangistas, pese a sus cargos oficiales, se vea acosado desde las páginas de «Arriba» porque se declare hoy desencantado por la política cultural del régimen y que este mismo periódico se atreva a llamar «carne de horca» a Julián Marías y a otros intelectuales liberales de la «Revista de Occidente»; que el troglodita obispo de Canarias Pildaín insulte la memoria de Unamuno y se oponga al homenaje al gran maestro; que el cardenal primado franquista Pla y Deniel dé una bofetada moral a Marañón impidiendo a éste hacer el elogio de Unamuno en el jubileo de la Universidad de Salamanca; que la censura tache el nombre de Unamuno y prohíba incluso citar el título de una de sus obras teatrales; que se prohíba la circulación en España de un número de la revista «Indice» dedicado a Pío Baroja; que se pretenda revivir la gusanera falangista con desfiles fascistas en Madrid, indómito y heroico, y se prodiguen los espectáculos medievales como la Misión del Nervión?
Y ahí está como remate el Concordato entre el Vaticano y el franquismo que viene a reforzar más aún el papel reaccionario de la Iglesia en el seno del Estado y en la vida nacional; que reconoce a ésta prerrogativas tan «poco espirituales» como «la capacidad de adquirir, poseer y administrar toda suerte de bienes»; que profundiza sin límite alguno el carácter ultrarreaccionario y oscurantista de la enseñanza, permitiendo la intromisión directa de la Iglesia en todos sus escalones, desde la escuela de párvulos hasta la Universidad, dañando considerablemente los intereses del profesorado laico, y a la intelectualidad en general; que conceda a las instituciones y congregaciones religiosas tantas prebendas, privilegios y sinecuras a expensas de la nación, que hasta la conciencia de las masas católicas se ha visto turbada por este toma y daca en el que el Vaticano, al servicio de los magnates de Wall Street, recibe una tajada, y no pequeña, en la explotación del pueblo y en el saqueo de la Nación española, a cambio de su bendición al verdugo Franco, en los días en que este monstruo vendía oficialmente España a los imperialistas yanquis.
Sin embargo, estos desplantes y estos «éxitos» diplomáticos, como proclama el franquismo, no son síntomas de fuerza, sino de creciente debilidad. Estos «éxitos» brillantes, augures de inevitables derrotas, son victorias pírricas que preparan su derrota final y vienen a confirmar el carácter científico de la tesis marxista-leninista de que lo viejo, decrépito y senil que muere no se resigna pura y simplemente a morir, sino que lucha por su existencia y defiende su causa caduca, aunque con ello no haga más que debilitar su escasa fuerza y acelerar su muerte inevitable.
A los intelectuales patriotas, a aquellos que aman la libertad y la independencia de España por encima de todo, por cuanto ésta es la condición indispensable para el libre desenvolvimiento de la vida social y económica, política y cultural de la nación, el Partido Comunista les dice que la salvación de España hay que buscarla en la lucha junto al pueblo, supremo hacedor de la historia patria, creador de todos los valores materiales que sustentan a la nación y sola fuente inagotable de valores espirituales.
• • •
Muchas páginas de honor y de gloria ha escrito ya nuestro pueblo en lucha por la libertad e independencia, que no es la primera vez que, traicionado y vendido por las castas dominantes, viera el suelo patrio hollado por la planta del invasor extranjero. Pero las gestas más brillantes de su historia están aún por escribir. El pueblo español es algo muy difícil de enajenar. Apenas han pasado unos meses desde que el franquismo vendió lo que no le pertenece: la soberanía de la patria, y ya comienza a levantarse, protestataria, la conciencia nacional, vigilante, del pueblo español, incorruptible e insobornable, infundiendo pánico a los compradores y vendedores de patrias.
El pueblo que trajo en jaque durante 200 años a los esclavistas romanos y que en los primeros siglos de su sedimentación diera pruebas tangibles de su amor a la libertad en Sagunto y en Numancia, auroras sangrientas de su indomable ardor en la resistencia al invasor, no se doblegará al extranjero, no se dejará meter el collerón de la dominación yanqui.
Jamás se dejará avasallar el pueblo héroe de la Reconquista, que en el curso de cerca de 800 años de lucha batió al invasor, defendiendo al mismo tiempo sus libertades locales, haciendo respetar sus ayuntamientos por la nobleza y la soberanía de las Cortes, por los reyes. Nunca será pueblo esclavo el que supo derrotar la invasión napoleónica y darse durante la lucha contra ésta y la camarilla de la nobleza servil que lamía las botas del rey extranjero, Pepe Botella, la Constitución de 1812, la más avanzada y progresiva de su época, que daba libertad a los esclavos de las colonias y tierra a los campesinos combatientes soldados de la patria; que limitaba los privilegios de la aristocracia y de las jerarquías de la Iglesia; que abolía la inquisición y fue durante mucho tiempo la bandera de lucha de la democracia revolucionaria española. El pueblo que primeramente tomó las armas para cerrar el paso al fascismo y defender su independencia contra los fascistas alemanes e italianos y que realizara en cruenta lucha profundas transformaciones históricas que venían a romper siglos de atraso, de marasmo económico, decadencia y poquedad cultural, no se dejará dominar por los esclavistas yanquis.
El pueblo español, que cuenta con una cultura milenaria que arranca de Tarsis, del Estado más antiguo del Occidente de Europa; que inspiró las obras de Cervantes, Lope de Vega y Calderón; que dio artistas como Velázquez, Ribera, Murillo y Goya, filósofos materialistas como Huarte, humanistas como Luis Vives y Las Casas, navegantes como Solís, Pinzón y Sebastián Elcano, cosmógrafos como Enciso y Alonso de Santa Cruz, sabios como Servet y Cajal, librepensadores como Jovellanos, teóricos del realismo como Larra, escritores patriotas como Galdós y Antonio Machado, que tanto hicieron por forjar la conciencia nacional de las masas, sabrá defender su cultura humanista y popular, sus tradiciones de amor a la libertad, de lucha por su independencia, y no dará tregua ni cuartel al asimilador cosmopolita yanqui que roba y saquea las riquezas de su patria, que pretende destruir su gran cultura, ni a sus sátrapas franquistas. La lucha entablada por el pueblo español contra los vendepatrias franquistas y los imperialistas yanquis es a vida o muerte.
De su resultado victorioso para el pueblo depende que España salve su libertad e independencia, que el pueblo español salve su vida y su cultura de la amenaza terrible que sobre ellas pende. La firma de la afrentosa contrata, al herir en lo más profundo el legítimo orgullo nacional de nuestro pueblo, ha irritado la indignación d de las masas hasta su exaltación patriótica. Pero éstos son los primeros vientos que reúnen y concentran las nubes; la tormenta está por venir y estallará. No hay duda que estallará.
Cuando a consecuencia del Pacto aumente la miseria de las masas y encarezca la vida, cuando descienda aún más el valor de la peseta y suban los impuestos, cuando se agudice la crisis como resultado del empobrecimiento continuo del pueblo y la competencia rabiosa de los productos yanquis, cuando venga el cierre de las industrias que los norteamericanos y franquistas consideren «improductivas», cuando la soldadesca yanqui se instale en las bases de guerra y comience a gozar de los irritantes privilegios que los traidores franquistas le conceden, a ultrajar y vejar a los españoles, cuando aumente la corrupción, ya de por sí escandalosa, cuando como resultado de la cláusula del tratado que concede a los yanquis derecho a intervenir y tomar en sus manos la radio, la prensa, el cine, las publicaciones y demás medios de difusión de ideas, traten de transformar a nuestros escritores y artistas en panegiristas de su invasión y pillaje, o los cerquen por hambre, entren a saco en nuestro patrimonio cultural e inunden España con toda suerte de literatura negra, de «Reader's digest», «Comics», &c., se alzarán hasta las piedras. Los españoles dignos de tal nombre, que aun vacilan en cuanto a los caminos a seguir para salvar a la patria de la esclavización y la destrucción que la amenaza, se lanzarán airados a la lucha, y no habrá fuerza humana capaz de impedir al pueblo que tome de nuevo en sus manos la soberanía nacional.
Entonces, el frente nacional patriótico antifranquista surgirá de las profundas entrañas del pueblo, unido como en los momentos cumbres de su historia, sin distinción de ideas, creencias ni condición social, barrerá todos los obstáculos ficticios fomentados por el régimen que se sustenta en la desorganización de sus innumerables enemigos, y aplastará su tiranía; anulará los vergonzosos tratados yanqui-franquistas que él no aceptó ni firmó, y dará al país un gobierno de patriotas y demócratas que garantice la libertad y la independencia, que dé libertad al pueblo para decidir sus propios destinos.
El Partido Comunista, vanguardia de la clase obrera, dirigente del pueblo, que levanta en sus manos la bandera de la patria que la facción franquista arrojara por la borda al sublevarse contra la República y abrir las puertas de España a los intervencionistas italo-germanos, se dirige a los intelectuales patriotas llamándoles a sumarse con decisión a la lucha del pueblo: a marchar junto a los obreros y campesinos, comerciantes, industriales y militares con los hombres y mujeres del pueblo, junto a todas las gentes honradas y sencillas que sienten en lo más profundo de su ser la aflicción de la patria vendida y ultrajada, la angustia del peligro de guerra que amenaza.
El Partido Comunista no duda de que los intelectuales españoles dignos de tal nombre escucharán la llamada de la patria en peligro y pondrán todo su saber, toda su inteligencia y su arte al servicio de la justa causa de la lucha de nuestro pueblo por su libertad e independencia, tomando parte activa en ella, forjando la gran conciencia patriótica y nacional que acelere la unión de todos los patriotas en el frente común de lucha: el frente nacional de lucha de todos los patriotas contra los vendepatrias franquistas y sus amos los imperialistas yanquis, que les tienen sujetos por el ronzal de su traición nacional.
En el curso de estos años de lucha contra la oprobiosa tiranía franquista, en la marcha de la cual el pueblo, encabezado por la clase obrera, fue paso a paso recuperando fuerzas y acumulando energías, el franquismo vio alzarse frente a él una poderosa e irreductible opción intelectual, que de un pequeño movimiento cultural llamado «marginal» ha llegado a ser hoy una oposición intelectual ampliamente mayoritaria, junto a la cual lo marginal, lo ínfimo e insignificante, pasó a ser un pequeño grupo de rastacueros franquistas atrincherados en las instituciones y dependencias oficiales, los representantes públicos de la «kultura» oficiaI. Que esta oposición sea todavía esporádica, que conserva caracteres de espontaneidad y de confusionismo en cuanto a los métodos de lucha, así como sobre el objetivo mismo de la lucha, ello se explica por las circunstancias concretas, históricamente determinadas, en que se desenvolvió hasta ahora. Lo importante es la tendencia existente a la agrupación de todas las fuerzas disponibles, a la utilización de todas las posibilidades que se ofrecen. Lo indiscutible es que este movimiento de oposición crece y se fortalece de día en día, que el régimen ya no está en condiciones de impedir que se manifieste, que ni el aparato de censura ni las presiones de todo género pueden evitar ya la expresión pública con las inevitables limitaciones, del descontento y libre expresión de sus aspiraciones democráticas. Lo decisivo es que la mayor parte de la intelectualidad trabajadora vibra ya de patriótica indignación ante la abominable traición nacional que encierra en sí el pacto de guerra yanqui-franquista y se orienta con mayor decisión hacia las posiciones de lucha junto al pueblo.
De este movimiento, que reúne en sí a lo más nutrido y granado de las nuevas generaciones intelectuales, destacan ya magníficos valores que descuellan en todos los campos de la creación intelectual y difusión cultural. Sin embargo, es evidente que estos gérmenes de desarrollo que guardan en ellos las mejores tradiciones culturales de la patria, no podrán madurar plenamente hasta que el pueblo no restaure la independencia nacional y suprima las trabas económicas, sociales y políticas que el régimen franquista representa. No obstante, el movimiento intelectual se distingue por su no conformismo, por el sentido de patriótica oposición a la política antinacional del franquismo, y exige:
Medios de vida dignos de la elevada función social que los trabajadores de la ciencia, de la literatura, del arte y de la función docente desempeñan; libertad de asociación para la defensa de sus legítimos intereses; libertad de expresión y de creación; libertad de conciencia; seguridad personal y garantía del respeto de la dignidad humana; protección y fomento de la cultura nacional, comprendida la cultura de los pueblos de Cataluña, Euzkadi y Galicia, libertad de intercambio cultural con los países; reconstrucción radical de la vida cultural del país.
El Partido Comunista de España, vanguardia dirigente de la clase obrera, de la clase que por ser la espina dorsal del pueblo trabajador, por disponer de la inmensa ventaja que la otorga su papel decisivo en la producción, su fuerza numérica, su concentración y organización es el más seguro defensor de las aspiraciones de todos los trabajadores, hace suyas, apoya y defiende las reivindicaciones económicas y aspiraciones democráticas de la intelectualidad. Pero estas legítimas demandas de la intelectualidad, imprescindibles para su propia existencia y desarrollo y por consiguiente para la creación intelectual, difusión y progreso de la cultura, y que se funden con las aspiraciones de libertad y democracia, de paz e independencia nacional, de bienestar y cultura a que aspira el pueblo, sólo pueden ser plenamente satisfechas por un gobierno de patriotas y demócratas que no caerá del cielo, sino que surgirá de la lucha de todos los patriotas unidos en el Frente Nacional, dirigida contra la camarilla franquista que ha vendido la tierra patria por un puñado de dólares. Al sumar su esfuerzo a la unión de lucha de todos los patriotas por la salvación de España, los intelectuales contribuirán a abrir el porvenir venturoso que una España independiente, libre y feliz, culta y democrática y pacífica, les brinda. Con ello continuarán las mejores tradiciones de la intelectualidad progresiva española, el camino de honor por el que marcharon siempre los mejores representantes de la intelectualidad española que cultivaron en la conciencia del pueblo los nobles sentimientos de lucha por la libertad y la independencia de la patria.
• • •
No es un hecho nuevo en nuestra historia que la intelectualidad participe activamente en la lucha del pueblo por la libertad y la independencia de España. Con él y por ellas se batieron Quintana y Espronceda, Argüelles y Muñoz Torrero, Martínez de la Rosa, Juan Nicasio Gallego y otros muchos que tomaron parte en las Juntas Patrióticas y en las Guerrillas, que representaron al pueblo en las Cortes de Cádiz, en el fragor de la guerra de Independencia, contribuyendo con su inteligencia y genio creador a despertar la conciencia nacional, a elevar el espíritu de resistencia al invasor, a infundir seguridad al pueblo en la justeza de su causa y en la victoria. En un pasado no lejano, es imposible olvidar la actuación, bajo la dictadura de Primo de Rivera, de la mayor parte de la intelectualidad junto al pueblo en la lucha política por el establecimiento de la República democrática.
Persecuciones, prisión y destierro sufrieron en aquel entonces las figuras más ilustres de nuestras letras y artes, como Unamuno, Valle Inclán, Blasco Ibañez, Luis de Tapia, Bagaría y otros muchos que, junto a la actividad legal de oposición y de hostilidad constante, desplegaron una intensa acción clandestina, y con el apoyo entusiasta de editores y tipógrafos demócratas y progresivos –que nunca faltaron, ni faltan–, publicaron e hicieron llegar al pueblo llamamientos y proclamas; los poetas no escatimaron sonetos ni letrillas para fustigar a aquel régimen de corruptela y malversación. Tampoco regatearon su ingenio los artistas, al mismo fin. En la mente de los hombres de aquella época está «Alfonso XIII desenmascarado», lanzado en 1924 por Blasco Ibañez y otros escritores e intelectuales republicanos, liberales y demócratas, que despabiló tantas conciencias. Bajo su acción, la tribuna del Ateneo de Madrid se transformó en un bastión de lucha por la democracia, contra la monarquía y la vergonzosa dictadura. Jamás olvidará la clase obrera la emérita y abnegada labor realizada por aquellos maestros, médicos, abogados, ingenieros, arquitectos, por la intelectualidad técnica de donde salieron magníficos forjadores de conciencias que infundían en la clase obrera y en los campesinos pobres la idea de la unidad, de la organización y de la lucha por una vida mejor.
No todos estos hombres que supieron cumplir honradamente, en aquellas condiciones históricas concretas, su misión cívica en la sociedad, tenían las mismas ideas y creencias. Es inevitable que en la sociedad dividida en clases la intelectualidad refleje diversas tendencias ideológicas, expresión de un proceso lleno de contradicciones, que es el proceso mismo de la vida social, las profundas aspiraciones de las diversas clases y capas sociales que se hallan en movimiento. Su mérito estriba en que supieron encauzar la conciencia de la inmensa mayoría de la intelectualidad hacia el pueblo, fundirse con el pueblo y centrar su obra y su esfuerzo social en el objetivo común que perseguía entonces la inmensa mayoría de los españoles: el derrocamiento de la odiosa monarquía y la restauración de las libertades democráticas para que los españoles pudieran decidir en libres elecciones el carácter del régimen que quisiera darse la Nación.
No hay duda de que hoy, cuando la Patria está en peligro y llama al esfuerzo común de todos sus hijos para salvarla, cuando la gran corriente del frente nacional antifranquista se pone en movimiento, los intelectuales patriotas marcharán por el camino que trazaron sus mayores, por el camino de la lucha unida del pueblo, poniendo su talento y su arte a contribución de la gran empresa de elevar la conciencia nacional de resistencia, de organizarse para la acción y ayudar a la organización de las masas para la lucha contra los ocupantes yanquis; por el derrocamiento de la sangrienta tiranía franquista; por la paz y la independencia nacionales; por la libertad y la cultura que sólo podrá salvaguardar un régimen democrático español, digno de tal nombre, que goce de la confianza del pueblo.
• • •
En las filas de los heroicos adelantados de la lucha por el honor y la dignidad de España, ultrajada y vendida, por un gobierno del pueblo que dé legítima satisfacción a sus afanes y desvelos tienen también su puesto los estudiantes, la joven generación universitaria, para la inmensa mayoría de los cuales el SEU aparece tan desprestigiado, que está pasando a ser de «levadura de Falange», como el régimen se proponía, a levadura de descontentos y desilusionados.
La traición nacional de la camarilla franquista, que vende la madre Patria al invasor extranjero, que gibraltariza la cultura, que manda a nuestro país como peritos de la rapiña y de la colonización a sus técnicos y «especialistas», que exigirá la militarización intensa de la Universidad, pues también los jóvenes estudiantes, al igual que el resto de la juventud, han sido vendidos por los franquistas como carne de cañón, hace más sombrío y patético el ya negro porvenir que el franquismo les deparó. La salida para ellos está en la lucha decidida contra el régimen, junto al pueblo y su juventud trabajadora, remozando las honrosas tradiciones de lucha del estudiantazgo que marchara en la guerra de la independencia tras Mina el Mozo, en sus batallones de estudiantes; las tradiciones de las luchas de los estudiantes contra la dictadura de Primo de Rivera, la de los héroes de la Facultad de Medicina de San Carlos, la de los valientes de las barricadas de San Bernardo en Madrid y la de todos aquellos que transformaron las universidades e institutos en bastiones de lucha por la República, fundiéndose con el pueblo en la lucha por ella.
Otra salida no hay para los patriotas de la nueva generación estudiantil. Esto lo comprenden ya no pocos estudiantes que alzan su voz de descontento y pasan a la acción en las universidades y centros de enseñanza superior de Madrid, Barcelona, Sevilla, Valencia, Salamanca, Granada. El Partido Comunista saluda estas acciones de los estudiantes, saluda la lucha de los estudiantes de Barcelona en febrero-marzo de 1951, las valerosas acciones de los estudiantes madrileños y sevillanos contra la policía franquista en febrero y marzo de 1954. Sin embargo, el movimiento de oposición estudiantil, que abarca a buena parte del estudiantazgo, tiene todavía, al igual que el movimiento de oposición intelectual, un carácter de espontaneidad y de dispersión que constituye un obstáculo a su desarrollo pleno. Los patriotas de las universidades pueden unirse, tener sus propias organizaciones para la lucha por sus reivindicaciones contra los violentadores de conciencias que tratan de introducir en sus cerebros las ideas del oscurantismo medieval y del fascismo, que pretenden embotar su razón; que falsean la historia de la Patria, y les ocultan la grandeza inconmensurable de nuestro pueblo; que hacen insoportable el coste de la carrera; contra el régimen que les cierra las puertas del porvenir y les amarga sus años mozos truncando sus ilusiones, anhelos y esperanzas; contra el régimen que vendió la patria. Los patriotas de los institutos y universidades pueden y deben unirse y marchar a la lucha junto al pueblo por la independencia, la paz y la libertad de España, por el porvenir y la vida, contra el invasor yanqui y el régimen franquista de vendepatrias que pretende llevarles a la muerte enregimentados en la Legión Extranjera yanqui en España, que eso y no otra cosa ha hecho el régimen franquista del ejército español. ¡Que la juventud estudiantil se ponga en pie, que la generación de la amargura se sume a la lucha del pueblo por una España española, en la gran corriente del frente nacional patriótico, por un gobierno del pueblo que no truncará, sino que pondrá alas a todas las nobles aspiraciones de la juventud que hallará pleno campo de desarrollo en una España libre e independiente, culta y democrática, sacada del atraso y del marasmo actual por el esfuerzo común del pueblo trabajador, de los obreros, de los campesinos, de los intelectuales, de todas las fuerzas vivas de la nación!
• • •
En pos del máximo beneficio que les asegure la reproducción ampliada de su inmenso capital que no pueden realizar en los límites de su propio mercado, en virtud de las contradicciones insolubles del modo capitalista de producción, los millonarios y los multimillonarios yanquis dan pasos tan arriesgados como el saqueo sistemático de las colonias y de otros países atrasados, la conversión de países independientes en países dependientes, la política de rearme y provocaciones bélicas, la organización de nuevas guerras de rapiña con vistas a la dominación económica del mundo.
En el marco de esta política rapaz, que tiene su base en la propia naturaleza del capitalismo monopolista, los imperialistas yanquis han clavado su zarpa en España. Lo han hecho con la complicidad de la camarilla franquista, que baja la testuz y dobla el espinazo ante el poder extranjero que se dispone a hacer de España la base maestra de su agresión en Europa. Con ello, el peligro de una irreparable tragedia nacional se yergue ante la Patria. La vida de 28 millones de españoles, todo el patrimonio nacional con sus valores materiales y espirituales, ha sido puesto por la banda de forajidos del sátrapa de El Pardo en manos de los imperialistas yanquis, provocadores profesionales de guerra, organizadores del «hundimiento del Maine», de la agresión del 38 paralelo que incendió la guerra en Corea, del golpe de fuerza de Formosa, del putch fascista de Berlín, de la provocación de Trieste, en manos de los predicadores de la cruzada antisoviética y de la intervención en China, en manos de los predicadores de la restauración del capitalismo por las armas en las Democracias Populares, de los que arman a los revanchistas nazis, de los apóstoles de la nueva guerra de exterminio universal.
Los pueblos no se han plegado ni se plegarán jamás a la idea de su esclavización y aniquilamiento. Y de la lucha contra las fuerzas de la agresión y de la nueva guerra que encabeza el belicoso imperialismo yanqui ha surgido un poderoso movimiento mundial por la defensa y mantenimiento de la paz, por la prohibición de las bombas atómicas y otras armas de exterminio en masa, por el desarme y la solución pacífica de los conflictos concretos mediante la negociación y el acuerdo. Este movimiento de partidarios de la paz, que expresa el más ardiente anhelo de los pueblos, se funde con la política de paz de la URSS, de China y de las Democracias Populares, y representa una fuerza inmensa que ha obtenido ya éxitos concretos en el armisticio de Corea y en la reducción de la tensión internacional, un freno a las fuerzas de la agresión. En él toma parte lo mejor de la intelectualidad del mundo, figuras como Joliot Curie, Picasso y Aragon, Jean-Paul Sartre y Ehrenburg, Howard Fast y Robeson, Bernal, Neruda, y tantos otros hombres de espíritu y buena voluntad que unidos a los pueblos tratan de salvar la civilización humana del más espantoso desastre que jamás los siglos conocieron, En este gran movimiento, representando la reconocida voluntad de paz de la inmensa mayoría de los españoles, toman parte figuras relevantes de nuestra intelectualidad como el doctor Giral, Bergamín, Wenceslao Roces, Honorato de Castro, Sánchez Arcas, Alberti y muchos otros. Pero los intelectuales que aman la paz, que están en el interior del país, no pueden ni deben quedar al margen de esta gran batalla que libra la humanidad entera contra las bestias incendiarias de guerra. A pesar de todos los obstáculos, millares son ya los españoles que han hecho llegar su adhesión y su firma a las campañas promovidas por el Consejo Mundial de Partidarios de la Paz. Ello demuestra la ardiente voluntad de paz de nuestro pueblo, la enorme posibilidad de aunar voluntades y crear un impetuoso movimiento de lucha de todo el pueblo, independientemente de ideas y creencias, de condición y posición social, por la paz y la independencia nacional de España, por la abrogación del pacto de guerra yanqui-franquista, contra la instalación de bases de guerra norteamericanas en España, contra los monstruosos proyectos de acumulación de las bombas atómicas yanquis en nuestro país.
La lucha por la paz en España ya no es una cuestión más o menos teórica o sentimental, como se imaginaban, aun no hace mucho, algunas gentes que habían caído en el engaño de los lacayos diplomados de la propaganda oficial franquista encargados de adormecer la conciencia de las masas de nuestro pueblo mientras se preparaba la gran traición nacional que ha transformado España en la punta de lanza de la agresión atómica yanqui. Esta brutal realidad ha sobrecogido de espanto a millones de españoles, que comienzan a comprender ahora la profunda razón que asistía a nuestro Partido al proclamar, hace ya muchos años, que el franquismo personificaba el avasallamiento del país y la guerra, que la guerra lleva en sí el aniquilamiento de toda España y el exterminio de la mayoría de los españoles. Por eso, la tarea de poner en pie de lucha a la mayoría de los españoles por la paz y la independencia de España, por la abrogación del pacto de guerra yanqui-franquista es una necesidad. Y está claro que en esta noble misión, eminentemente nacional y patriótica, deben de ocupar un puesto de honor los intelectuales españoles que desean la supervivencia de la patria.
Nuestro pueblo no quiere verse envuelto en una guerra vergonzosa contra la Unión Soviética, con un país con el cual jamás tuvo nuestra patria conflicto ni litigio alguno, con el Estado del Socialismo triunfante, cuya aspiración es la construcción pacífica de la nueva sociedad comunista, con la nación que marcha a la cabeza de la civilización y del progreso, baluarte de la paz, defensora insobornable de la independencia y de la libertad de los pueblos. El pueblo español no olvidará jamás que la Unión Soviética estuvo a nuestro lado de manera incondicional en los años memorables de nuestra lucha armada contra Hitler, Mussolini y Franco. No olvidará nunca nuestro pueblo que en todas las asambleas internacionales la Unión Soviética ha elevado su voz y ha propuesto medidas efectivas contra Franco, en ayuda del pueblo español. El pueblo español, leal, pacífico y generoso, no seguirá a los yanqui-franquistas en su carrera de guerra de agresión. El pueblo español, ha dicho y sostiene nuestro Partido, está por la paz, luchará por la paz y jamás empuñará las armas contra la Unión Soviética ni contra ningún país pacífico.
Al llamar a los intelectuales patriotas a jugar el papel que les corresponde al lado del pueblo en la lucha por la paz, infundiendo conciencia a las masas de lo que la guerra significa, a tomar parte activa en este gran movimiento que refuerza más aún el campo mundial de los partidarios de la paz, de la democracia y del progreso, el Partido Comunista de España saluda a los intelectuales que han puesto ya su inteligencia y su arte al servicio de esta noble y justa causa en el interior del país y les invita a proseguir su camino. Les llama a unirse más estrechamente aún con el pueblo, al cual deben llegar con su patriótica y meritoria labor, a aunar voluntades y mancomunar esfuerzos entre el resto de la intelectualidad para que ésta abrace con decisión la bandera de la paz, y con ella por delante, marche fundida con el pueblo en la lucha contra el pacto de guerra yanqui-franquista y por la paz: Por salvar a España y a la cultura española de la inmensa tragedia nacional que sobre ellas se cierne.
• • •
Una vez más, la carroña franquista trata de justificar su vil traición invocando la lucha contra el comunismo. Esto, naturalmente, no es nuevo. Hace ya muchos años que viene jugando a fondo esta carta con apuesta redoblada, que añade una cuenta nueva a su gran rosario de infinitas villanías. Lo hace con el fin de dividir el pueblo y seguir cabalgando en el poder, desde el cual explota a la inmensa mayoría de los españoles y saquea y vende a la nación.
Tras la bandera de la lucha contra el comunismo, los vendepatrias franquistas luchan contra el pueblo, combaten la democracia, oprimen a todos los españoles que no forman parte de su corro explotador, ahogan toda libertad, asfixian la cultura, venden jirones de la independencia nacional, preparan la guerra por cuenta del yanqui, combaten a las fuerzas de la nación que luchan por la paz, la libertad y la independencia de España. Y cualquiera que tenga uso de razón aunque también trata el franquismo de embotarla, puede comprobar esta gran verdad en la experiencia viva de la Patria.
En nombre del anticomunismo, los franquistas, apoyados en las armas de la intervención extranjera, aplastaron en España la República democrática burguesa; en nombre del anticomunismo asesinaron a García Lorca y a Companys, Presidente de la Generalidad de Cataluña; prohibieron los libros de Zola y Víctor Hugo; proscribieron las ideas de la Revolución francesa e incluso del Renacimiento. En nombre del anticomunismo consideran hoy subversiva la cita misma del nombre de Unamuno, impiden la organización de otros partidos políticos burgueses y la aparición sin censura de su propia prensa. En nombre del anticomunismo impiden, no ya a la clase obrera, sino a todos los grupos y capas sociales que no forman parte de los intereses privados que su camarilla representa, organizarse para la defensa y la expresión de sus intereses económicos. En nombre de la defensa de la propiedad privada contra el comunismo, están dejando a los pequeños y medios propietarios sin otra propiedad que su fuerza de trabajo, es decir, los conducen a la ruina y a la proletarización. En nombre de la defensa de la religión y de la fe contra el comunismo, que no oprime sino que proclama la libertad de conciencia, el franquismo atropella no sólo la conciencia de los librepensadores, sino de no pocos estólicos que intervienen contra él y su política de corrupción moral y de degradación humana. En nombre del anticomunismo, venden la Patria lo mismo que los truhanes sin honor y conciencia pueden vender a su madre. Y porque los comunistas son los más ardientes patriotas, los más fervientes partidarios de la democracia y la libertad, los abanderados de la paz y de la independencia de España, los herederos directos de la cultura y de la tradición nacional popular, democrática y progresiva, los representantes genuinos de la clase obrera, los dirigentes del pueblo, por eso se persigue a sangre y fuego a los comunistas. Y porque el Partido Comunista de España es el partido dirigente de la democracia española, el único partido capaz de agrupar a las fuerzas sanas de la nación en la lucha por su independencia, la única fuerza organizada capaz de organizar, a su vez, la gran fuerza social que derroque su ya vacilante y ruinoso tinglado; por eso dirige el franquismo el filo de su terror contra el Partido Comunista, que representa el próximo futuro democrático de España y el porvenir socialista de nuestra Patria.
Al Partido Comunista se le puede perseguir, pero no suprimir. Eso no le es dado ni siquiera al hacha del verdugo, porque el desarrollo histórico que el Partido Comunista representa e impulsa con su lucha no se puede detener a golpes de hacha. Y esa es la experiencia histórica de estos años de dura prueba. Decenas de miles de nuestros mejores militantes, obreros, campesinos, intelectuales, militares, empleados y funcionarios, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, gentes sencillas y modestas, ardientes patriotas fieles a España y a su pueblo, del cual son carne y sangre, músculo, cerebro y nervio, cayeron en la lucha víctimas del salvaje terror franquista que engendró monstruos como Conesa y Polo, Morales y Bachiller, el auditor Aimar, con instintos policíacos y almas de verdugos. Se pretendió terminar con nuestro Partido aniquilando a sus militantes, persiguiendo sus invencibles ideas, calumniándole por todos los medios de una propaganda falaz y encanallada, a lo Goebbels y MacCarthy. Y sin embargo, la historia marcha con paso inexorable. Y hoy, tan desprestigiado está el envilecido régimen franquista, que no pocos de los que se batieron por él dicen: «¿Y todo para qué?», mientras que la influencia ideológica del comunismo jamás fue tan grande en España como en nuestros días, y la autoridad y el prestigio del Partido Comunista crecen sin cesar entre las masas del pueblo, que ve en él al Partido que encarna sus aspiraciones democráticas de libertad, cultura y progreso, de paz e independencia nacional.
Al examinar la situación actual de nuestra intelectualidad, el incesante crecimiento de su resistencia activa al franquismo, el Partido Comunista de España puede constatar con legítimo orgullo el gran papel movilizador que desempeñan sus ideas, la ideología del comunismo, la ideología victoriosa bajo cuyas banderas se ha edificado en la Unión Soviética una sociedad enteramente nueva, socialista, libre de explotadores. Resulta hoy evidente que en el desarrollo de la oposición intelectual al régimen franquista el fermento ideológico del marxismo-leninismo, el interés y la admiración ante las prodigiosas realizaciones de la Unión Soviética en todos los campos de la actividad humana han jugado y juegan un papel de primera importancia. Esto no se debe al azar. El Partido Comunista de España, destacamento organizado y consciente del proletariado, vanguardia dirigente de la clase obrera, columna vertebral del pueblo, que representa los destinos de la Patria, es también el partido político en el cual los intelectuales españoles han encontrado y encontrarán mayor comprensión de su misión social porque, como decía nuestro Secretario General, Dolores Ibárruri: «En la creación de la nueva sociedad, los intelectuales han de jugar un papel importantísimo en la formación de la nueva cultura, en la educación de las nuevas generaciones.»
El Partido Comunista es el partido que ha valorado justamente la función de los intelectuales en la vida nacional; el Partido en el cual más justamente se ha valorado la aportación señalada que los intelectuales deben y pueden prestar a la causa del pueblo. En el campo de la vida cultural, frente a los problemas de la intelectualidad española, nuestro Partido ha sabido aceptar y cumplir, en cada momento, con las responsabilidades que históricamente le correspondían. Cuando las bombas hitlerianas de la aviación franquista caían sobre los Museos y Monumentos españoles, nuestro Partido organizó la protección y salvación de los tesoros artísticos, patrimonio del pueblo, y a esa acción se debe que el Museo del Prado, por ejemplo, sea todavía orgullo legítimo de la nación española. Nuestro Partido organizó la evacuación de los sabios, escritores y artistas de todos los lugares amenazados por la guerra, poniendo a disposición de aquéllos, medios de trabajo y de vida. Nuestro Partido impulsó la lucha contra el analfabetismo, por la difusión de la cultura entre las masas. Nuestro Partido editó por decenas de miles los textos clásicos de nuestra literatura y dio a conocer, en todos los rincones de la Patria, las obras maestras de nuestro teatro. Esa labor del Partido Comunista de España, en la memoria de nuestros intelectuales ha quedado grabada.
Por otra parte, la ideología del Partido Comunista, la concepción científica del mundo y de la sociedad que representa el marxismo-leninismo, constituye un foco de atracción para muy amplios sectores de intelectuales y artistas, que han comprobado en su más personal experiencia de creación y búsqueda, el fracaso de todas las ideas y teorías sustentadas o toleradas por el régimen franquista. Una circunstancia fomenta además, y en no pequeña escala, el interés que despierta la ideología del comunismo, y es que no se trata de una concepción política y sociaI entre otras, de una variante de las múltiples utopías maduradas en la cabeza de pensadores con más o menos inventiva, sino de una teoría científica que ha inspirado la transformación radical de la vida de 800 millones de personas.
Y no basta con proclamar heréticas las doctrinas del marxismo-leninismo para ocultar esa realidad: constituye, quiérase o no, la cuestión fundamental de nuestra época. A esa realidad conducen, en el siglo XX, todos los caminos: una sociedad liberada de toda clase de explotadores, en la que puedan desarrollarse plenamente todas las facultades humanas. No cabe olvidar, sin embargo, que la atracción de amplios núcleos intelectuales por la ideología del comunismo se ejerce en el marco concreto de un régimen cuya constante propaganda tiende a deformar y calumniar sistemáticamente la situación, los objetivos y las teorías de nuestro Partido. Pero el Partido Comunista de España, el Partido de Miguel Hernández, el partido junto al cual transcurrieron los últimos años de vida y de trabajo de Antonio Machado; el Partido de Pablo Picasso tiene derecho a pedir a los intelectuales, incluso a los más alejados de su política, que traten de conocerle tal cual es, objetivamente, a través de su propia ideología, de sus propios principios y objetivos, y no a través de la pintura grosera que de ellos hace el franquismo, enemigo del pueblo y enemigo de la intelectualidad. Semejante conocimiento objetivo, incluso si no implica la adhesión a nuestras ideas, sólo puede facilitar el establecimiento de un frente de lucha común contra los enemigos de nuestra Patria, los imperialistas yanquis y sus perros franquistas.
• • •
El Partido Comunista de España surgió del tronco añoso del socialismo español, como una necesidad histórica del movimiento obrero de nuestro país, al calor de la Gran Revolución Socialista de Octubre de 1917 en Rusia, que fue también una revolución en los cerebros, en la ideología de la clase obrera mundial. Nació el Partido Comunista y existe para llevar a cabo la gran misión histórica de organizar y dirigir la acción de la clase obrera y de todo el pueblo español a fin de realizar la revolución democrática en España, y para transformar ésta, en el curso de su desarrollo, en revolución socialista; para liberar al proletariado y a los campesinos de las cadenas de la explotación capitalista y para elevar al proletariado a la condición de clase dirigente y dominante, aplastando a las clases explotadoras, suprimiendo la explotación del hombre por el hombre; construir la sociedad socialista de obreros, campesinos e intelectuales, abriendo paso a la sociedad comunista sin clases, de trabajadores libres, donde cada miembro de la sociedad dará a ésta según su capacidad y recibirá de ella según sus necesidades.
Esos son los objetivos, claramente afirmados ante las masas, defendidos sin oportunismo ni vacilación de ningún género. Cuando el Partido Comunista se proclama el más ardiente luchador de la democracia, no lo hace a fin de «maniobrar», como grita el franquismo, que plantea ante nuestro pueblo la falsa disyuntiva del «yo o el comunismo». Al comunismo conduce la vida en el curso del desarrollo histórico social. Quien quiera saltarse las épocas de este desarrollo se estrellará. Lo mismo que se estrelló Cuvier en las ciencias naturales con su teoría de las catástrofes, que negaba la evolución en el proceso de desarrollo del mundo orgánico. Evolución y revolución son dos aspectos del movimiento, del desarrollo, inconcebible el uno sin el otro. No es posible ir al comunismo y construir la sociedad sin clases sin pasar por la Revolución Socialista, sin que la clase obrera, aliada a los campesinos y a la intelectualidad trabajadora, tome el Poder. Como tampoco es posible ir a la Revolución Socialista sin desarrollar la democracia, sin destruir los restos feudales que aun perviven en España y que fueron abatidos hace ya más de un siglo en los principales países capitalistas de Europa occidental, y que, al persistir en España, condicionan el atraso económico, social, político, cultural de nuestro país, son la causa de la miseria y los sufrimientos de nuestro pueblo, sobre todo después de que el régimen fascista de Franco vino a afianzar las lacras medievales que asfixian a España.
Por eso, la disyuntiva que el desarrollo histórico plantea ante la nación española no es «franquismo o comunismo», sino franquismo o democracia. Para impedir la salida democrática a la actual situación el franquismo ha entregado el país al imperialismo yanqui, pensando eludir así el veredicto de la Historia, cuyo desarrollo pretende impedir, y el juicio del pueblo que le odia y le maldice y lucha por su destrucción. Y esto sí que sitúa a los españoles ante una disyuntiva planteada ya por nuestro Partido en su manifiesto de primero de Octubre de 1953, en el que se dice:
«En esta hora grave para España, la disyuntiva es clara: ser esclavo de los yanquis o vivir con dignidad de hombres libres en una Patria libre e independiente... Vivir bajo la ignominia del oscurantismo inquisitorial u obtener la libertad y el derecho a regir nuestros propios destinos.»
Así está, pues, planteada la cuestión. Y el Partido Comunista de España no regateará esfuerzo alguno en la lucha por unir a todos los patriotas españoles, por impulsar la gran corriente del frente nacional patriótico que barra al régimen, abrogue los acuerdos yanqui-franquistas y establezca en el país un Gobierno de patriotas y demócratas que dé al pueblo libertad para decidir su propio destino.
Pero una cuestión surge inmediatamente en relación con estos problemas. ¿En qué se basa nuestro Partido para establecer su política? En España, como en todos los países capitalistas, la sociedad está dividida en clases. Cada una de estas clases defiende sus intereses con su propio partido político, cuyas teorías y programa son el arma ideológica con los cuales defienden sus intereses de clase. El Partido Comunista de España, Partido de la clase obrera, defiende los intereses de todos los trabajadores, de todos los oprimidos y explotados. Y el arma ideológica que al servicio de sus intereses coloca, en los resultados de cuyo análisis se basa su línea política, es la teoría del marxismo-leninismo: la ciencia de las leyes del desarrollo de la naturaleza y de la sociedad, la ciencia de la revolución de las masas oprimidas y explotadas, la ciencia de la victoria del socialismo en todos los países, de la edificación de la sociedad comunista. Como ciencia, el marxismo no puede permanecer inmóvil: se desarrolla y se perfecciona, se enriquece con nuevas experiencias y nuevos conocimientos, cambiando, por consiguiente, algunas de sus fórmulas y conclusiones, que ya no corresponden a las nuevas tareas históricas. Porque el marxismo no admite conclusiones y fórmulas inmutables, obligatorias para todas las épocas y todos los períodos. El marxismo, en tanto que ciencia es enemigo de todo dogmatismo. Esos principios científicos se ven groseramente falsificados por los «especialistas» que el franquismo dedica a su labor de sistemática falsificación. Inspirándose en la metafísica escolástica, procediendo por afirmaciones arbitrarias, recurriendo a la revelación teológica cuando la lógica y las ciencias naturales y sociales rebaten esas afirmaciones, o sencillamente por medio de insultos destinados a suplir las debilidades de la argumentación, esos jenízaros de la pluma intentan hacer pasar el marxismo por un determinismo positivista y mecanicista en el terreno de las ciencias de la naturaleza, y por un ciego fatalismo económico en el de las ciencias sociales e históricas.
De hecho, el materialismo marxista es una concepción del mundo que, según las palabras de Federico Engels, «significa sencillamente concebir la naturaleza tal y como es, sin ninguna clase de aditamentos extraños». Esto quiere decir que el marxismo concibe el mundo como algo material, constituyendo la multiplicidad de los fenómenos las diversas formas y modalidades del movimiento de la materia, que se efectúa según las leyes objetivas que el método dialéctico permite poner al descubierto, sin necesidad de ningún «espíritu universal». La naturaleza, la materia, el ser constituyen realidades objetivas, independientes y anteriores a nuestra conciencia, la cual es un fenómeno derivado, reflejo más o menos exacto de la realidad del ser. Consecuencia precisamente de esa realidad objetiva es su cognoscibilidad. Las leyes de la naturaleza pueden ser descubiertas por el entendimiento del hombre, y la veracidad de ese descubrimiento se experimenta, demuestra y profundiza mediante la actividad práctica, mediante la acción del hombre sobre la naturaleza. No hay en el mundo misterios incognoscibles: que deben ser catalogados en un mitológico reino de «cosas en Sí»; sólo hay fenómenos y leyes aún no conocidos.
De la misma manera, los hombres pueden llegar a descubrir las leyes objetivas del desarrollo social, conocerlas, estudiarlas, tomarlas en consideración al actuar, y aprovecharlas en interés de la sociedad. Y éste fue uno de los grandes méritos de Marx, del cual decía Federico Engels:
«De la misma manera que Darwin descubrió la ley del desarrollo del mundo orgánico, Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia de la humanidad, aquel simple hecho que hasta los últimos tiempos se venía ocultando bajo una envoltura ideológica, de que las personas en primer lugar deben comer, beber, tener vivienda y vestirse, antes de estar en condiciones de ocuparse de política, ciencia, arte, religión, &c., que, por consiguiente, la producción directa de los medios materiales de vida y con ella cada grado determinado del desarrollo económico del pueblo o época, forman la base de la cual se alzan las instituciones estatales, los puntos de vista jurídicos, artísticos e incluso las representaciones religiosas de las personas en cuestión. Y a partir de la cual se pueden explicar éstas y no al contrario, como se hacía hasta entonces.»
Al deformar los principios del marxismo, la falaz propaganda franquista pretende hacer creer que nuestro Partido niega la importancia y el papel de las ideas en la sociedad. Pero cuando el marxismo establece científicamente que la conciencia, las ideas, son lo secundario, que lo primario es la naturaleza, la base económica, sólo quiere decir que éste determina en última instancia el origen y desarrollo de las diversas ideologías y teorías. En cuanto a su importancia, a su misión en la sociedad y en la historia, el marxismo no sólo no las niega, sino que las concede, por el contrario, una significación indiscutible. Nacidas en una estructura social determinada, las ideas ejercen a su vez una influencia sobre el ser social, frenando o acelerando el desarrollo de la sociedad en su conjunto. De no ser así, ¿para qué el gigantesco esfuerzo de propaganda y esclarecimiento ideológico de nuestro Partido entre el pueblo? De no ser así, ¿cómo explicar el furor vesánico de las clases reaccionarias, que el franquismo representa, en la persecución de nuestras ideas? Para los comunistas, las ideas tienen tanta importancia que en nombre de elevado ideal cayeron miles y miles de heroicos militantes que dieron su vida por la felicidad del pueblo, seguros de que su causa está llamada irremisiblemente a triunfar; que ya ha triunfado en una parte del mundo y triunfará en el mundo entero. Y no sólo por su humanismo y grandeza, sino porque sus ideas reflejan científicamente las necesidades objetivas del desarrollo social y por tanto van abriendo camino a éste.
Prueba evidente de la importancia que el marxismo-leninismo atribuye a las ideas, a su papel en la sociedad, son las discusiones a que se someten en la Unión Soviética todas las teorías científicas, literarias, filosóficas y artísticas. No cabe olvidar, frente al papel revolucionario progresivo de las nuevas ideas y teorías, el papel reaccionario de las viejas ideas y teorías, cuya misión consiste en frenar el desarrollo de la sociedad. Este influir de las ideas en el desarrollo social hace necesario el rebatir y eliminar todas las teorías y concepciones erróneas y anticientíficas refutadas por la experiencia y práctica social, ya que su existencia sólo puede conducir a frenar el progreso de la ciencia y obstaculizar la marcha de la sociedad hacia adelante, hacia el comunismo. Sin este contraste de ideas y opiniones, sin estas discusiones científicas donde cada participante ejerce plenamente su derecho intangible a la crítica y autocrítica, no sería posible el desarrollo, el triunfo de lo nuevo, portador del progreso, sobre lo viejo que tiende a cerrarle el paso, que opone la rutina, el estancamiento, al espíritu innovador revolucionario. En el socialismo, donde no existe la explotación del hombre por el hombre, el criterio de toda libre discusión es la rica experiencia acumulada por la sociedad en la construcción práctica del comunismo, el móvil de esas discusiones es coadyuvar al incremento continuo del nivel de vida material y cultural de toda la sociedad, lo cual hace que la vida espiritual en el socialismo alcance cumbres inaccesibles en el capitalismo.
Ya pueden los filisteos franquistas simular indignación y poner el grito en el cielo, cuando un criterio, una opinión o teoría errónea es combatida y desechada en la Unión Soviética tras pública y profunda discusión. Con ello no hacen más que encajar el golpe que recibe su régimen oscurantista y fascista sustentando la más brutal represión de toda idea o pensamiento que le sea contrario: un régimen que teme la crítica como el perro al palo, por cuanto la terrible experiencia práctica de la inmensa mayoría de los españoles condena su existencia. Y, en efecto, ¿cuántos días, cuántas horas duraría el régimen franquista si el pueblo pudiera ejercer libremente la crítica contra él, por ejemplo, en libres elecciones? Es evidente que ese régimen no podría aguantar tamaña prueba. Y de eso están al cabo de la calle todos los españoles sin excepción, y, en primer lugar, claro está, los franquistas.
Si en la sociedad socialista de obreros, campesinos e intelectuales, el Poder apoya todo lo nuevo y progresivo que surge a la vida, frente a todo lo viejo y anquilosado, facilitando así, ininterrumpidamente, el progreso social, el Poder franquista, que representa la dominación de los elementos parasitarios de la sociedad, apoya todo lo viejo, decrépito y regresivo, reaccionario, en lucha contra todo lo nuevo y progresivo que existe en España. Con ello pretende poner un valladar al desarrollo social, pero, como esto no es posible, lo único que consigue es frenarle, ir acumulando material explosivo, agudizar la lucha de clases que arde en la sociedad española desgarrada por múltiples contradicciones antagónicas, hasta producir el estallido revolucionario encargado de barrer los obstáculos y muros que se oponen al desarrollo social.
Esta verdad objetiva de fácil constatación, que tiene por base la lucha de clases, eje de la vida social española, pretende el franquismo ocultarla mediante su famosa «teoría» de la «superación» de la lucha de clases en España. Pretende el franquismo haber abolido ¡por decreto! la ley objetiva de la lucha de clases, ya que ésta se produce, según él, por obra y gracia de los comunistas, por la voluntad de los hombres. Según esto, con poner a los comunistas fuera de la ley, encarcelarlos o suprimirlos, al tiempo que se declaran heréticas sus ideas, ya está resuelto el problema. La vida se ha encargado de demostrar lo absurdo de esta quimera. El franquismo mató y reprimió, mata y reprime. Ahora bien, ¿cómo se explican los grandes movimientos de masas de la primavera de 1951? ¿Cómo se explican las huelgas crecientes de la clase obrera, las reivindicaciones y las luchas de los campesinos, la rebeldía de los intelectuales, la lucha intestina que arde entre las clases dominantes que ha conducido a la destrucción del conglomerado franquista, a la desmembración de la Falange? ¿Cómo explicar el profundo descontento y malestar que amarga a toda la sociedad española, la lucha de los patriotas contra los vendepatrias, de las fuerzas democráticas portadoras del progreso y la cultura contra las fuerzas reaccionarias que personifican el retroceso y el oscurantismo? La razón estriba en que la lucha de clases es una ley objetiva en todos los sistemas basados en la explotación del hombre por el hombre. Mientras existan clases dominantes explotadoras y clases explotadas y oprimidas, el Estado no es un organismo por encima de las clases, sino instrumento coercitivo mediante el cual asienta su dominación la clase dirigente. Cuando el franquismo declara, por tanto, que en España el régimen es un organismo de conciliación de las clases, comete, a sabiendas, una grosera falsificación.
Para suprimir la lucha de clases sólo hay un camino: el de la supresión de las clases antagónicas, el de la revolución socialista. En el curso de ésta, la clase obrera, dirigida por el Partido Comunista, aliado con los campesinos pobres y al frente de todos los explotados y oprimidos de la sociedad, derroca el Poder de los opresores y explotadores, se emancipa como clase, emancipando a un tiempo a toda la sociedad y suprimiendo toda clase de explotación y opresión. Para esto, naturalmente, hace falta un Poder que, dirigido contra los explotadores y opresores derrocados, represente la democracia más amplia del pueblo trabajador: la democracia que hace participar directamente a los obreros, a los campesinos y a los intelectuales en la gobernación del país. Ese es el camino de las Democracias Populares, que edifican el socialismo, es el camino de la China Democrática Popular, que lleva adelante las tareas de la revolución democrática y antiimperialista e inicia la construcción del socialismo. Ese es el camino que para toda la humanidad abrió la Unión Soviética, donde se construye el comunismo, que representa una sociedad infinitamente superior a todas las anteriormente existentes.
• • •
Cuando en 1848, Marx y Engels publicaron el «Manifiesto Comunista», podía pensarse que era un manifiesto más entre los de aquella época revuelta, en la que se desarrollaban grandes transformaciones sociales. Un manifiesto más entre los de Proudhon, de Víctor Considerant, de Bakunin, de tantos otros ideólogos burgueses, bajo su máscara revolucionaria. Pero aquel «fantasma que recorría Europa» ya ha recorrido el mundo; aquel joven fantasma perseguido por todos los gobiernos, por todos los políticos y por todas las policías de Europa, es hoy, genuinamente representado por el Estado más potente del universo, el invencible Poder socialista de los obreros, campesinos e intelectuales.
De la Rusia zarista, país económica y culturalmente atrasado, el «bastión más potente», según la expresión de V.I. Lenin, «no sólo de la reacción europea, sino también de la reacción asiática», hasta la Unión Soviética, país del mundo más adelantado en todos los dominios de la técnica y de la ciencia, de la cultura y de la conciencia social, la trayectoria es, en 36 años, tan vertiginosa que parece un sueño. Y en efecto, es la realización del sueño más antiguo, del más noble ideal de los explotados y oprimidos de todos los tiempos: Una sociedad liberada de toda clase de explotadores, en la que «el hombre, como dijo J.V. Stalin, es el más precioso de todos los capitales».
Y en esta fórmula se expresa la riqueza y la elevación de contenido del humanismo socialista. Humanismo de tipo superior, que emana de la propia ley económica fundamental del socialismo, descubierta y formulada por el gran Stalin como sigue: «Asegurar la máxima satisfacción de las necesidades materiales y culturales, en constante ascenso, de toda la sociedad, mediante el desarrollo y perfeccionamiento ininterrumpido de la producción socialista sobre la base de la técnica más elevada». Y esta ley fundamental, que no es un cuerpo jurídico o legal votado por los organismos de Gobierno, sino el reflejo de los procesos objetivos, tiene en su centro al hombre, a su rica vida material y espiritual, a su felicidad. Sobre esta base se ha edificado la nueva moral socialista, impregnada de amor al trabajo, considerado como cuestión de honor, de amor a la Patria, de amistad entre los pueblos, y de sentimientos de camaradería y de solidaridad: nueva moral de un hombre nuevo. Porque el hombre soviético es un ser libre, dueño de sus destinos, dueño de su trabajo, dueño de la naturaleza que le rodea; porque en él se ha hecho conciencia el reconocimiento de la realidad social y natural. La realidad es ésta: la personalidad del hombre sólo puede desarrollarse plenamente en un régimen en que hayan desaparecido la explotación y los antagonismos de clase.
En una sociedad de este tipo resulta evidente que el desarrollo de la cultura, su constante enriquecimiento, son indispensables, ya que el impetuoso desarrollo de las fuerzas productivas plantea incesantemente a la sociedad nuevos problemas de carácter técnico y moral que sólo pueden resolverse sobre la base de una elevación acelerada del nivel cultural del pueblo en su conjunto. Este ascenso cultural, en el marco grandioso de la construcción del comunismo, se ha de conseguir aún más mediante la reducción de la jornada de trabajo, a fin de que, según la frase de Carlos Marx, «el criterio de la riqueza sea, no ya el tiempo de trabajo, sino el tiempo libre»; mediante la implantación de una enseñanza politécnica obligatoria, que permita a los hombres cambiar de profesión y no verse ligados de por vida a un solo oficio, lo cual sentará las bases concretas de la definitiva liberación de los hombres; y, por fin, mediante el mejoramiento radical de las condiciones de alojamiento y del nivel de los salarios reales.
Por eso desempeña la intelectualidad un papel tan importante en la Unión Soviética. «Ingenieros de almas», han sido denominados los escritores soviéticos; y no cabe mejor definición, porque sus obras participan efectivamente en la grandiosa empresa de forjar el carácter del hombre nuevo, del hombre del comunismo. En la lucha heroica por la creación de la nueva sociedad socialista, por desarraigar los restos del capitalismo de la conciencia de las personas, y la educación del hombre soviético en los elevados y nobles principios de la moral socialista surgió, desarrollándose, un nuevo método de creación en la literatura y en el arte: el realismo socialista, que ha inspirado las magistrales obras del arte soviético, del arte más humano, avanzado y progresivo del mundo entero, que ha situado a la literatura, al cine, al teatro, a la música y demás manifestaciones del arte soviético a la vanguardia de la creación artística universal.
Siguiendo las mejores tradiciones realistas del pasado de su arte nacional, haciendo suyo todo lo avanzado y progresivo que encierra el arte realista universal, el realismo socialista aparece como un escalón superior en la historia universal del arte. Este realismo está inspirado por la ideología comunista, por la lucha en nombre de la transformación revolucionaria de la sociedad y la construcción del comunismo. Este realismo se basa en las ideas del socialismo científico, superando con ello la limitación ideológica del viejo realismo artístico, arma al artista permitiéndole ver las fuerzas motrices de la sociedad, el papel decisivo de las masas populares en la historia, el significado del proletariado, dirigente de las masas explotadas y oprimidas que luchan contra el capitalismo. Por ello, el realismo socialista es la forma más consecuente y superior del realismo artístico.
La exigencia fundamental del realismo socialista es la veracidad de la representación de la realidad histórica concreta y de su desarrollo revolucionario, conjugada con la tarea de la transformación ideológica y de la educación de los trabajadores en el espíritu del socialismo. El realismo socialista no excluye, sino que incluye en sí, como una parte consustantiva, el romanticismo revolucionario, la capacidad de ver en los embriones y brotes apenas perceptibles de lo nuevo, la fuerza a la cual pertenece el porvenir, la realidad grandiosa del mañana, la grandeza de la nueva vida que, al representarla artísticamente, transforma el arte en un arma formidable de lucha revolucionaria de las masas por una vida mejor.
El método del realismo socialista no sólo no excluye, sino que presupone la más amplia y completa libertad del artista, la iniciativa ilimitada del artista para elegir las más diversas formas, estilos y géneros de creación.
El realismo socialista es enemigo, por principio, del formalismo y de la teoría del «arte puro», del «arte por el arte », aboga por un arte comprensible por las masas, que tienda a elevarlas, a derribar las barreras que la burguesía erige entre el pueblo y el arte, contribuyendo con ello mismo a su difusión y florecimiento.
El método del realismo socialista en el arte representa un escalón cualitativamente nuevo en la historia del arte, no sólo con relación al contenido ideológico, sino con relación a las formas artísticas, exigiendo además de un profundo contenido ideológico, las formas más perfectas y bellas en el arte. Por este camino marcha el arte soviético, por esta amplia vía de progreso marcha también el arte en China y en las Democracias Populares, haciéndose cada vez más el realismo socialista el método de creación y combate que los artistas progresivos y avanzados de los países capitalistas ponen al servicio de las clases ascendentes de la sociedad, de la clase obrera, gigante invencible, llamada a forjar, a la cabeza del pueblo trabajador, la nueva sociedad.
No hay duda que el método del realismo socialista puede y debe inspirar la obra de nuestros artistas revolucionarios, que sienten latir el pulso firme de la vida que bulle en las entrañas de nuestro pueblo. El franquismo no ha podido degradar ni envilecer a nuestro pueblo, y si hoy se debate encadenado, explotado y oprimido, en la lucha por la libertad y la independencia de España contra los imperialistas y sus sátrapas franquistas, hará saltar las cadenas, restaurará la democracia y forjará bajo la dirección de la clase obrera su brillante porvenir. ¡Basta ya de impotente angustia «existencial»! ¡Basta ya de tremendismo decadente y degradante en la literatura y en el arte! ¡Que las fuerzas progresivas que actúan en el campo de la creación literaria y artística levanten la bandera del realismo socialista en el arte y, apoyándose en las mejores tradiciones del grandioso patrimonio del realismo clásico español, pongan su arte al servicio de la lucha del pueblo! ¡Que se inspiren en Máximo Gorki, el gran escritor proletario y ardiente revolucionario que sentó los cimientos del método del realismo socialista que le permitiera crear joyas inmortales de la literatura universal como «La Madre» y otras, escritas por él en las terribles condiciones del absolutismo zarista! ¡Que sigan el camino de Miguel Hernández, que consagró su vida y su obra a la lucha invencible del pueblo por una vida mejor en una España española!
• • •
En la lucha contra el franquismo, por la independencia nacional y la paz, por la conquista de las libertades democráticas, en el combate, junto con todo el pueblo español, un puesto de honor en las filas corresponde a los intelectuales comunistas. En la labor de esclarecimiento ideológico, en el trabajo de organización práctica del movimiento intelectual de lucha contra el franquismo, su papel es primordial. Los intelectuales comunistas deben tener grabado en su mente el consejo de nuestro Secretario General, camarada Dolores Ibárruri:
«Nuestros intelectuales no pueden conformarse con ser escritores, historiadores, poetas, músicos, pintores, sino que deben ser, además, propagandistas del marxismo, de la ciencia más revolucionaria, de la ciencia que da al hombre sentido de la vida y le prepara para la realización de las grandes transformaciones sociales que el desarrollo de la historia ha colocado ante los pueblos como una tarea urgente e inmediata.»
El Partido les forma en la fidelidad a la causa de la clase obrera, a la causa del pueblo. El Partido les educa en el amor a la Patria y a su independencia. El Partido les prepara para utilizar con agilidad todas las posibilidades de lucha, para mantener, proteger y desarrollar su organización clandestina. Todas estas condiciones crean la posibilidad para que los intelectuales comunistas sean los organizadores y animadores imprescindibles del movimiento patriótico nacional de la intelectualidad junto al pueblo, contra la colonización yanqui y la satrapía franquista. Pero la posibilidad hace falta transformarla en realidad. Al declararse de acuerdo con la línea política del Partido, un intelectual comunista ha de luchar prácticamente por ella, y debe, por consiguiente, convertirse en un organizador del Partido entre los numerosos grupos de intelectuales simpatizantes, debe realizar entre ellos una actividad práctica organizada y consciente en la difusión de la ideología marxista, tomar la defensa de sus aspiraciones democráticas y ponerse a la cabeza de la lucha por la satisfacción de sus reivindicaciones profesionales; ser el más ardiente defensor y propagandista de la idea de la unión de lucha de los intelectuales con el pueblo.
El Partido Comunista se siente orgulloso de sus intelectuales, de aquellos escritores, poetas, pintores, ingenieros, profesores, médicos, periodistas, arquitectos que aportaron a la lucha de nuestro pueblo su inteligencia, su capacidad, su espíritu y su cultura y que en su mayoría se han mantenido fieles a la causa del Partido, de la clase obrera y del pueblo, a pesar de las indecibles dificultades y monstruosas coacciones que sufrieron en el interior del país. Pero es preciso que tengan siempre presente, para obrar en consecuencia, las palabras que a ellos les ha dirigido directamente la camarada Dolores Ibárruri:
«En el interior de España ha surgido una generación de intelectuales que se acercan al Partido Comunista. que quiere luchar junto al Partido y con el Partido, a los cuales hay que prestar una particular atención en su formación como intelectuales comunistas.»
Que los intelectuales comunistas que aun no lo hayan hecho, salgan de su aislamiento y se fundan con las masas, con el movimiento intelectual patriótico y antifranquista. Que sientan latir el pulso de lo nuevo que surge y aflora en nuestra vida social y vayan con decisión hacia las fuerzas de la joven generación, intelectual que se aproximan y buscan al Partido, que lleven a ella su espíritu de partido y su experiencia de organización, que cultiven como el jardinero a la planta su formación ideológica marxista.
Que los comunistas que toman ya parte activa en el movimiento intelectual cultural que se desarrolla en nuestra Patria no se dejen arrastrar por la espontaneidad, dando a sus producciones un contenido y un sentido popular nacional realista, que las haga eternas porque reflejen las aspiraciones de paz y de justicia de las masas, las aspiraciones de las fuerzas progresivas. Que unan la más ágil flexibilidad al mantenimiento inquebrantable de nuestros principios en toda su actuación legal y clandestina. Que cumplan con honor su misión de hombres de vanguardia y se agrupen, en tanto que comunistas, y emprendan con decisión en el seno del movimiento intelectual su labor de esclarecimiento ideológico y político, de organización y dirección. Difundiendo siempre las ideas del frente nacional de lucha de los patriotas contra los vendepatrias, aunando voluntades y barriendo todos los obstáculos que se alcen en la unión de todas las fuerzas que luchan contra el régimen por la independencia de España y la paz. Impulsando sin desmayo la lucha unida de los intelectuales patriotas junto al pueblo contra los invasores yanquis y el régimen franquista, por la libertad de España y de los españoles, por la democracia, el progreso social y la cultura.
En este movimiento tienen su puesto y su misión todos los intelectuales patriotas españoles. Todos los trabajadores de la ciencia, del arte y de la literatura, los maestros de la cultura, los estudiantes, todos los hombres dignos de la estirpe española que quieran una España suya, española, una cultura suya, la cultura española, humanista, popular y progresiva; que quieran vivir y crear en paz en una España libre y democrática; que quieran salvar a España de la humillante ocupación yanqui y eludir la catástrofe nacional que ésta la depara. Todos aquellos que sientan el clamor que surge de las mismas entrañas de la Patria deben alzarse junto al pueblo y contra el franquismo. Todos unidos, sin distinción, independientemente de las posiciones que les enfrentaran, de sus ideas políticas y convicciones religiosas, de sus concepciones filosóficas o artísticas, de su origen y posición social, en el frente nacional. Porque el momento es grave, porque el pacto de guerra y de entrega de España a los yanquis pone en peligro el porvenir de la Patria, porque se trata, por encima de cualquier divergencia, del ser o no ser de España, de la propia existencia de los españoles.
¡Intelectuales españoles! La Patria traicionada y vendida nos llama en su defensa. Cerrad filas y organizaos en la lucha por la independencia y la libertad de España, por la paz, por la democracia y la cultura. Junto al pueblo y con el pueblo, porque en éste reside la fuerza que ha de salvar a España. En el gran frente patriótico, por el honor de la Patria ultrajada y vendida, contra el franquismo y los invasores yanquis que hozan en nuestro suelo y destruyen nuestra cultura. Por un gobierno del pueblo y para el pueblo, al servicio del pueblo y de España; por la libertad y la democracia, por el florecimiento de la cultura nacional en una España pacífica, democrática y progresiva, contra el régimen de los vendepatrias franquistas.
¡Abajo el gobierno franquista, gobierno de guerra y de traición nacional!
¡Fuera de España los yanquis!
¡Viva la intelectualidad española unida al pueblo en lucha por la libertad y la independencia de España!
¡Viva España, independiente, democrática y soberana!


Comité Central del Partido Comunista de España

Abril 1954.

No hay comentarios:

Publicar un comentario