sábado, 28 de marzo de 2009

67 ANIVERSARIO DE LA MUERTE DEL POETA MIGUEL HERNÁNDEZ

Miguel Hernández en el frente.

CUATRO CARTAS DE MIGUEL HERNÁNDEZ

Tres cartas del gran poeta alicantino fueron dirigidas a Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca y Pablo Neruda. En abril de 1939, tras la caída de Madrid, Hernández intentó huir a través de la frontera con Portugal, pero fue detenido en Rosal de la Frontera (Huelva). Allí permaneció en prisión hasta el 17 de sep­tiembre de 1939. Cinco días antes escribió a su esposa, Josefina Manresa, la cuarta carta que reproducimos. Su suerte no duró mucho. Cuando re­gresó a Orihuela para reunirse con su fa­milia, la policía franquista lo detuvo nuevamente. En enero de 1940, fue condena­do a muerte; en junio de 1940, la senten­cia fue conmutada por una pena de trein­ta años. Tras pasar por cárceles de Ma­drid, Palencia, Ocaña y finalmente Alicante, falleció de tuberculosis el 28 de marzo de 1942. A los 31 años.

A Juan Ramón Jiménez
(Orihuela, noviembre 1931)


Venerado poeta:

Sólo conozco a usted por su Segunda Antología que -créalo- ya he leído cincuen­ta veces aprendiéndome algunas de sus composiciones. ¿Sabe usted dónde he leído tantas veces su libro? Donde son mejores: en la soledad, a plena naturale­za, y en la silenciosa, misteriosa, llorosa hora del crepúsculo, yendo por antiguos senderos empolvados y desiertos entre sollozos de esquilas.

No le extrañe lo que le digo, admirado maestro; es que soy pastor. No mucho poético, como lo que usted canta, pero sí un poquito poeta. Soy pastor de cabras desde mi niñez. Y estoy contento con ser­lo, porque habiendo nacido en casa po­bre, pudo mi padre darme otro oficio y me dio este que fue de dioses paganos y héroes bíblicos.

Como le he dicho, creo ser un poco poe­ta. En los prados por que yerro con el cabrío ostenta natura su mayor grado de belleza y pompa; muchas flores, muchos ruiseñores y verdores, mucho cielo y muy azul, algunas majestuosas montañas y unas colinas y lomas tras las cuales rueda la gran era del Mediterráneo.

Por fuerza he tenido que cantar. Inculto, tosco, sé que escribiendo poesía profano el divino arte... No tengo culpa de llevar en mi alma una chispa de la hoguera que arde en la suya ...

Usted, tan refinado, tan exquisito, cuan­do lea esto, ¿qué pensará? Mire: odio la pobreza en que he nacido, yo no sé... por muchas cosas... Particularmente por ser causa del estado inculto en que me hallo, que no me deja expresarme bien ni claro, ni decir las muchas cosas que pienso. Si son molestas mis confesiones, perdóne­me, y... ya no sé cómo empezar de nuevo. Le decía antes que escribo poesías... Ten­go un millar de versos compuestos, sin publicar. Algunos diarios de la provincia comenzaron a sacar en sus páginas mis primeros poemas, con elogios... Dejé de publicar en ellos. En provincia leen pocos los versos y los que los leen no los entien­den. Y heme aquí con un millar de versos que no sé qué hacer con ellos. A veces me he dicho que quemarlos tal vez fuera lo mejor.

Soñador, como tantos, quiero ir a Ma­drid. Abandonaré las cabras -¡oh, esa es­quila en la tarde!- y con el escaso cobre que puedan darme tomaré el tren de aquí a una quincena de días para la corte. ¿Po­dría usted, dulcísimo Juan Ramón, reci­birme en su casa y leer lo que le lleve? ¿Podría enviarme unas letras diciéndome lo que crea mejor? Hágalo por este pastor un poquito poeta, que se lo agradeceré eternamente.

Miguel Hernández

A Federico García Lorca
(Orihuela, 10 de abril de 1933)


Admirado poeta amigo: Le escribí hace mucho pidiéndole elo­gios, aunque ya se los había oído para mi Perito en lunas. Y aquí me tiene usted es­perándolos -entre otras cosas. He pensado, ante su silencio, que usted me tomó el pelo a lo andaluz en Murcia -¿recuerdaaa?-, que para usted fuimos, o fui, lo que recuerdo que nos dijo cuando le preguntamos quién era uno que le saludó. "Ese -dijo- uno de los de: ¡adiós!, cuando les vemos." Y luego "me escriben muchas cartas a las que yo no contesto". ¿Puedo estar ofendido contigo? Perdone. Pero se ha quedado todo: pren­sa, poetas, amigos, tan silencioso ante mi libro, tan alabado -no mentirosamente, como dijo- por usted la tarde aquella murciana, que he maldecido las putas horas y malas en que di a leer un verso a nadie.

Usted sabe bien que en este libro mío hay cosas que se superan difícilmente y que es un libro de formas resucitadas, reno­vadas, que es un primer libro y encierra en sus entrañas más personalidad, más valentía, más cojones -a pesar de su aire falso de Góngora- que todos los de casi todos los poetas consagrados, a los que si se les quitara la firma se les confundiría la voz.

Por otra parte, aquí, en mi pueblo -¡pue­blo mío!-, donde el que me gritaba: Yo te he comprado un libro creyéndole bueno y me has dado arpillera, yo he leído a Campoamor... -¡ea!-, decía yo: Ved los periódicos de Madrid pronto, he quedado en ridículo, porque de toda la prensa madrileña, sólo Informaciones se desvirgó hablando de mis poemas por el pico de Alfredo Marqueríe, diciendo cuatro burradas. El tío, antes de decir: ¡Qué bu­rro soy!, dijo: ¡Se ha extraviado el poeta, se ha oscurecido!

Por otra parte, en mi casa soy el cristo de los cinco sanpedros: me niegan la mitad del pan; me niegan, padre y madre y sus hijos, como hijo de aquéllos, como her­mano de éstos; les avergüenza el que haga versos; no quieren darme vestidos nuevos, y hasta a los pantalones viejos que tengo no les quieren poner remien­dos, que amordacen rotos proclamadores de nalgas mías. Hoy mismo, hoy, me han escondido la llave del huerto para que no pudiera entrar en él. Y yo he saltado a la torera la tapia, no la valla, y aquí, en este chiquero de abril, aquí, donde ha tenido el suyo “Perito en lunas” este estío, bajo esta higuera, que dilataban hasta sus pámpanos mi carne de acordeón seme­jante a una palmera degollada, aquí le escribo esto desesperado, desesperado. Me alegran las noticias que leo -de prestado- de los triunfos que se suceden, que se suceden. ¡Me alegran! y le envidio. El otro día he visto en El Sol la crítica de un libro de romances. El crítico dice que al pronto resuena la voz suya, pero que sólo a primera vista. Yo, nada más por el ejemplo que pone allí de romance, adivi­no en ese Félix no sé qué un plagiador casi.

Federico: no quiero que me compadezca; quiero que me comprenda. Aquí, en mi huerto, en un chiquero, aguardo respuesta feliz suya, y pronto, o respuesta simplemente; aquí, pegado como un cartel a esta tapia, detrás, de la cual viven padres pobres, con tantos hijos y tan poca casa, que, para que los niños no vean los orígenes de su fabricación, el comienzo de sus hermanos, se salen al callejón a reanudarse las noches más empinadas.

Un abrazo,

Miguel Hernández G.

A Pablo Neruda
(Orihuela, diciembre de 1934)


Desde Orihuela -¿Quién le ha dicho que me he venido, querido Pablo?- me despi­do de usted. Una carta desperada o mi bolsillo casi acabado me hizo precipitar mi viaje. He sentido bastante no verle para matrimoniar nuestras manos y di­vorciarlas con un adiós te encomiendo. Desde aquí, mi pueblo, mi casa, mi limo­nero de mi huerto soleado por un sol inacabable lleno de limones que lo enjoyecen fríamente, atiendo a su voz, su per­sona y su amistad poéticas y humanas; aquí espero que me diga, lo antes posi­ble, qué hay de aquello que me dijo la otra noche -lunes- en que me invitó a una cena para la otra noche -miércoles-. Gracias. ¿Qué hay, Pablo? ¿Se queda en Madrid? ¿Se irá -¡dolor!- a Barcelona? ¿Hará la revista? ¿Me llamará generosa­mente a su lado?

Aquí, aquí en mi pueblo, mi casa, mi huer­to, mi limonero y mi problema espero angustiado su contestación. Escríbame, que lo oiga su voz dolorida que duele: alívieme esta soledad de palma sin compaña, dígame algo aunque no me diga nada de lo que me importa. Le abraza siempre.

Miguel Hernández

¡Ah!: Invite a Federico a que se interese lo más posible del estreno de mi “El torero más valiente”. Gracias.

Carta a Josefina Manresa
(12 de septiembre de 1939)


Mi querida Josefina:

Esta semana, como las anteriores, llega martes y no ha llegado tu carta. También empiezo a escribir ésta para que me dé tiempo a echarla después, cuando el correo me traiga la tuya, que no creo que falte hoy. Estos días me los he pasado cavilando sobre tu situación, cada día más difícil. El olor de la cebolla que comes me llega hasta aquí, y mi niño se sentirá indignado de mamar y sacar zumo de cebolla en vez de leche. Para que lo consueles, te mando esas coplillas que le he hecho, ya que aquí no hay para mí otro quehacer que escribiros a vosotros y desesperarme. Prefiero lo primero y así no hago más que eso, además de lavar y coser con muchísima seriedad y soltura, como si en toda mi vida no hubiera hecho otra cosa. También paso mis bue­nos ratos espulgándome, que familia menuda no me falta nunca, y a veces la crió robusta y grande como el garbanzo. Todo se acabará a fuerza de uña y pacien­cia, o ellos, los piojos, acabarán conmigo. Pero son demasiada poca cosa para mí, tan valiente como siempre, y aunque fue­ran como elefantes esos bichos que quie­ren llevarse mi sangre, los haría desapare­cer del mapa de mi cuerpo. ¡Pobre cuer­po! Entre sarna, piojos, chinches y toda clase de animales, sin libertad, sin ti, Josefina, y sin ti, Manolillo de mi alma, no sabe a ratos qué postura tomar, y al fin toma la de la esperanza que no se pierde nunca. Así veo pasar un día y otro día, esperanzado y deseoso de correr a vues­tro lado y meterme en nuestra casa y no saber en mucho tiempo nada del mundo, porque el mundo mejor está entre tus brazos y los de nuestro hijo. Aún es posible que vaya para el día de mi santo, guapa y paciente Josefina. Aunque yo, la verdad, creo que estos amigos míos lle­van las cosas muy despacio. Han estado de vacaciones fuera de Madrid y han regresado esta semana pasada. No han podido venir a verme porque ahora es imposible para todo el mundo. Es casi seguro que los veré la semana que viene.

Me decías en tu anterior que guardara la ropa cuanto pudiera. No te preocupes, que si no tengo ropa cuando salga, con ponerme una mano en el occipucio y otra en el precipicio, arreglado. Así y todo procuro conservarla y uso la más vieja y todo son cosidos y descosidos y ventanas por todas partes. El pijama se me ha roto y le he puesto un remiendo que es media camisa, porque se me veía toda la parte de atrás y era una verdadera vergüenza. Por lo que a mí me pasa, me figuro lo que os pasará a vosotros y como esto siga así, me veo contigo como Adán y Eva en el Paraíso. ¡Ay, Josefina mía! No nos queda otro remedio que aguantar todo lo malo que nos viene y nos puede venir, para el día que nos toque aguantar lo bueno. ¿Verdad que llegará ese día? Yo nunca he dudado de que llegará y de que seremos más felices que hasta aquí hemos sido. Esta separación nos obliga a respetar a nuestro Manolillo más que respetamos al otro. Manolillo del que no dejo de acor­darme nunca. Dentro de un mes hará un año que se nos murió. Eso de que el tiem­po pasa deprisa, para nadie es más ver­dad hoy como para nosotros y a mí me cuesta trabajo creer que ha pasado un año desde que cerró nuestro primer hijo los ojos más hermosos de la tierra. Dios, a quien tú tanto rezas, hará que el día die­cinueve de octubre lo pasemos juntos, si no hace que lo pasemos el día 29 de este mes. No quisiera pasar ese día lejos de ti. Iremos a dar una vuelta al campo y si tú eres decidida, visitaremos la tierra donde nos espera. Tengo ganas de hablar conti­go. La otra noche soñé a Manolillo ya con cinco o seis años de edad. Cuídalo mu­cho, Josefina, que crezca fuerte y defendi­do contra toda enfermedad. Cuando te sea posible come mucha fruta y mucho vegetal, principalmente patatas. Es lo que más conviene a tu salud y a la de nuestro sinvergüencilla. No me dices muchas cosas suyas. Supongo que ya hablará más que un loro. Si supieras qué ganas tengo de oír su voz: se me ríen los huesos sólo de imaginarla, con que mira lo que me voy a reír el día que la oiga de verdad. Dime el peso que tiene, que no lo has pesado hace mucho tiempo. Estoy enfadado con Ma­nolo y con las Marianas, a ninguno de los cuatro se les ocurre escribirme unas letras. No se acuerdan de mí, que no los olvido. Dime también algo de la abuela y la tía, que tampoco me han mandado una sola letra (...).

Bueno. Voy a dejar el lápiz y a esperar tu carta, a ver qué me trae de bueno. Nada. Hoy no recibo carta tuya. No me gusta que te retrases en escribirme. Vaya plantón que me he llevado al pie del que vocea el correo. No hay derecho. Espero que me digas algo de nuestra familia de Orihuela, de mi madre especialmente y de la de Pepito. Anteayer he recibido una carta de un amigo de la huerta, Trinitario Ferrer, muy amigo de mi hermano y me dice que se ve con él todos los días. Di a Vicente que le diga que por ahora no puedo contestar­le, pero que me alegra mucho saber de él. Voy a terminar mi carta diciéndote que seas menos perezosa conmigo o de lo contrario no te voy a escribir en un mes. Y nada más porque no parezca larga ésta a la censura y porque hagan todo lo posible para que llegue a tus manos. Manolillo: adiós, un beso ¡pum! Otro beso ¡pum! Otro, otro, otro, ¡pum, pum, pum! Manolo: escribe, dejando a un lado por un rato las barbas y las perezas. Marianas: a ser buenas y a pelearos una vez a la semana solamente. Josefina: recibe para ti y para nuestro hijo y para nuestros hijos mayores el cariño encerrado y empiojado y... perdido de tu preso.

¡Adiós!

Miguel

Selección de cartas a cargo de Matilde Mur Comorera

Fuente: El Viejo Topo, nº 242 (Marzo, 2008)

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