León Felipe sufrió en carne propia los desastres de la primera mitad del siglo XX español y su obra es un escalpelo que explora con pasión las raíces y claves de lo ocurrido.
Su vida es un peregrinaje antes incluso de que el fascismo lo condenara a ser un “español del éxodo y del llanto” y está llena de momentos memorables. Jordi Maíz y Carlos Coca nos aproximan a algunos de ellos en Un verso en la trinchera. El grito revolucionario de León Felipe, un libro que acaba de editar Calumnia y más que una biografía al uso ofrece un recorrido por los escenarios que marcaron el rumbo del más lúcidamente comprometido de nuestros poetas.
Hijo de un notario, León Felipe nació en 1884 en un pueblo de Zamora y fue en su juventud boticario y actor, conoció la cárcel convicto de desfalco, y trabajó después para la administración colonial en Guinea Española, como bibliotecario en México y de profesor universitario en Estados Unidos. Regresó a España al comenzar la guerra civil para apoyar a la república, y en esta tarea se volcó, pero su lealtad no le impidió constatar dolorosamente las banderías que en ella anidaban. En 1938 se exilió en México, donde falleció treinta años después.
Ambientes y momentos decisivos en la vida de León Felipe
Maíz y Coca nos acercan al ambiente de los escritores que nuestro vate conoció en la Nueva York de los años 20, y al paso de Pablo Neruda por España en la década siguiente, cuando describe al zamorano como “encantador y con cierto aire nietzscheano”. En esta misma época, el auge internacional del fascismo provoca una reacción entre los intelectuales, que ven la posibilidad de un antídoto contra él en una cultura humanista y emancipadora. León Felipe colabora en esta labor con poemas, artículos y conferencias. En febrero de 1937 aparece en el diario madrileño El Sol “Don Quijote toma las armas”, un texto suyo en el que se quieren ver en lo mejor de la literatura española unas raíces capaces de dotar al sufrido pueblo abandonado por todos, del coraje necesario para vencer al fascismo.
El libro nos aproxima a personajes notables de la España republicana y exiliada, gentes como la periodista y crítica cinematográfica Silvia Mistral, militante de CNT, que en Éxodo, publicado en 1940 en México, reunió sus recuerdos sobre la caída de Cataluña y las desventuras de los republicanos en Francia. Otro periodista ácrata, Jacinto Toryho, dirigió Solidaridad Obrera durante buena parte de la guerra civil y después de ésta se exilió en Argentina. En sus memorias, No éramos tan malos (1975), describe así a un León Felipe cincuentón: “Vestía boina y traje de pana oscuro. Se tocaba con una boina vasca, que llevaba con gracia y le confería personalidad. Lucía unas barbas negras apostólicas y aborrascadas, en las que comenzaban a aparecer hilos de plata, y unas gafas de carey, negras como la boina. Tenía un perfil rabínico ingénito. Era expansivo y locuaz. Corpulento, hablaba fuerte y pisaba fuerte.” Toryho recuerda que le dijo: “Yo (…) soy ácrata, no me cabe duda. Primero, por español; luego por convicción, por idiosincrasia y por carácter. Y esto desde mi adolescencia y no me abochorno de ello.”
Recupera el libro el ambiente de aquella Barcelona revolucionaria de 1936 que sedujo a George Orwell, donde alentaba el embrión de una sociedad colectivizada y democrática, aunque las cartas venían mal dadas. Allí, en marzo de 1937 recita León Felipe en el Cine Coliseum su poema “La insignia”, que transpira el dolor de la caída de Málaga y las matanzas que siguieron. En él clama contra la nefasta división que observa en “su” bando republicano y contra el abandono de los ideales revolucionarios, imprescindibles a su juicio para derrotar al fascismo.
Un verso en la trinchera nos habla de la profesora y traductora mexicana Berta Gamboa (1888-1957), con quien León Felipe contrajo matrimonio al poco de conocerla en 1924 y que fue su sólido apoyo en los años más duros de su vida. Pasan por sus páginas también ilustres anarquistas exiliados en México, como Alejandro Finisterre, inventor del futbolín y editor de nuestro poeta, o la fotógrafa Mollie Steimer, que predicó la revolución por medio mundo antes de recalar en el país azteca. Amigos del autor de Ganarás la luz fueron allí también los exiliados Max Aub, Juan Larrea y Luis Buñuel.
El último capítulo está dedicado a los judíos que acudieron a arrimar el hombro en la Cataluña revolucionaria, hombres y mujeres como el hispanista Waldo Frank, que practicó aquí el romance sefardita aprendido con su familia en Nueva York, Emma Goldman, Simone Weil, la también escritora Etta Federn o la fotógrafa Kati Horna. León Felipe fue buen amigo de un pueblo en el que veía encarnada su propia esencia viajera y perseguida, pero hay que lamentar que este impulso lo llevara a apoyar en sus últimos años el proyecto colonial sionista del estado de Israel.
Entre los poetas españoles del siglo XX, todos con membretes de escuelas y generaciones, León Felipe luce como una estrella solitaria. Esto es así porque su estética sirve por encima de todo a la expresión de la lucha contra un destino aciago y a iluminar las amarguras de este combate con el aliento más noble de la solidaridad. En sus vagabundeos juveniles, en la experiencia decisiva de la guerra civil y en el largo y doloroso exilio, él es siempre un poeta prometeico, empeñado en entregar a los humanos el fuego sagrado robado a los dioses. Así, sus versos son señales luminosas que buscan, en palabras de su autor: “Levantar al hombre de lo doméstico a lo épico, de lo contingente a lo esencial, de lo euclidiano a lo místico y de lo sórdido a lo limpiamente ético.”
Con Un verso en la trinchera. El grito revolucionario de León Felipe, Jordi Maíz y Carlos Coca nos acercan a algunos de los mundos que habitó un poeta profundo y original, cuya obra es un esfuerzo insobornable por la emancipación humana.
Jesús Aller
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