El patetismo de Rodríguez Luna
Esta nueva exposición de Antonio Rodríguez Luna (Galería de Arte Mexicano, Milán 18), nos ofrece, por suerte, ocasión de comprobar que no todo, en pintura de este momento, es simple afán de sensacionalismo, ni tampoco simple persecución de aciertos decorativos.
Tan sólo quince lienzos. Algunos de proporciones relativamente grandes. Varios de ellos naturalezas muertas, apelación que nunca nos ha parecido congruente, pero que, esta vez, se nos hace aún menos propia, por la vida que el artista sabe insuflar a la más modesta presencia de un objeto. Y, más que nunca, nos gustaría disponer, en el vocabulario castellano, de una palabra que fuere exacta traducción del intraducible término germano: “Stilleben”, o sea literalmente dicho: Vida en silencio.
“Pescados”, “Sardinas”, “Peras”, “Granadas”, “Botellas” y en fin, ese “Queso Manchego” que, en la sobriedad de su gama cromática, y la extremada simplicidad de sus contornos es un alarde de dominio técnico rayano en el virtuosismo.
Más de una vez hemos oído, a propósito de Antonio Rodríguez Luna, hablar de Braque y de Buffet: mas, por encima de ciertas asociaciones externas que fuere absurdo pretender disimular, el acento personal de Rodríguez Luna tiene un fondo patético absolutamente distinto de los ritmos respectivos de los pintores franceses citados.
Frente a composiciones como las tituladas “Casi mendigos”, o “Personajes de la farsa”, que agrupan una muchedumbre en la diversidad de sus tipos, antes cabe evocar la trayectoria natural del artista que, por su origen y formación, pertenece de lleno a esa Escuela Española que nunca, ni aun en sus gracias dieciochescas o en el pintoresquismo de sus escenas románticas de mediados de la pasada centuria, supo apartarse de esa inveterada tragedia que consiste en tomar la vida, todos los aspectos de la vida, en trágico. Y ese unamunesca sentimiento trágico de la vida que ha originado, en los Valdés Leal del Hospital de la Caridad de Sevilla, las expresiones artísticas más próximas al Eclesiastes que puedan darse, y que el Goya de encendida y refinadísima paleta le llevó a pergeñar esos lienzos de su “manera negra”, que decoraban su residencia madrileña (la famosa “Casa del Sordo”, de la cual partió una madrugada, para tomar apuntes en caliente, de los ajusticiados que serían tema de “Los fusilamientos del Tres de Mayo”, traslado pictórico inmortal de la inmortal gesta del pueblo español recobrando su independencia de la opresión napoleónica).
A través de Goya, de se su sucesor inmediato, el Eugenio Lucas de las escenas de la Inquisición y, ya en nuestros días, del Gutiérrez Solana replegando su ciencia colorística sobre su desbordado dramatismo, la estela de aquellos “Pequeños Maestros” flamencos le ha llegado, al Rodríguez Luna de estas figuras de la presente exposición, con insoslayable acuidad. La urdimbre patética conjúgase de este modo con la visión sarcástica de una realidad cuyos perfiles el pintor acentúa en ocasiones en análisis tan despiadados con la figura de la “Dama intolerante”, o como en la que queda centrada en la atmósfera palpable del cuadro titulado “Teatro”. Actitud clarividente ante el espectáculo diario brindado por la comedia humana, pero siempre impregnada de una efusión que le hace, al artista, solidario de dolores y rebeldías. “El Cojito”, verbigracia, es, a la vez que soberbia realización pictórica, obra de infinita piedad.
En resumen, una exposición cuya expresividad patética nos consuela de la frivolidad de tantas otras.
Boletín de Información de la Unión de intelectuales españoles en México, nº 14, abril-mayo 1961
Margarita Nelken Mausberger
(Madrid, 1896 - México, 1968). Escritora, crítica de arte, pintora y
política española. Su compromiso socio-político le llevó a formalizar su
militancia en el Partido Socialista en 1931, en cuyas listas se
presentó a las elecciones generales como candidata por la provincia de
Badajoz, llegando a ser elegida diputada, al igual que en 1933 y 1936.
Posteriormente, desde la militancia en el sector "largocaballerista" del
PSOE, el más radical en sus planteamientos, pasó a las filas del
Partido Comunista de España, al que se adhirió en otoño de 1936 tras
organizar la Unión de Mujeres Antifascistas, organización afín al PCE.
Acabada la guerra, hubo de partir al exilio. Primero se instaló en
Francia, luego en la URSS (donde perdió la vida un hijo suyo en 1944,
alistado como oficial del ejército soviético en la II Guerra Mundial) y,
por último, en México, en donde retomó sus aficiones literarias y
artísticas hasta que llegó su muerte en 1968.
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