Al leer hoy juntas estas tres palabras, la-familia-Lavapiés, pensaremos que es una manera literaria de referirse a uno de los barrios de Madrid con una identidad más definida, cohesionada y de mayor tradición política de izquierdas. Sin embargo, se trata también del nombre de una importante célula de activismo político-cultural que operó a finales de los años setenta.
La trayectoria de La Familia Lavapiés es muy desconocida hoy, seguramente por sus vínculos con grupos de la izquierda radical de la época, alguno de ellos incluso practicante de la lucha armada. También, es posible, porque en la historia del marxismo, fuera del PCE hace más frío. Durante los años finales del franquismo y los primeros de la transición, la militancia política y la cultural eran un todo indiferenciado, y por ello LFL tuvieron vínculos tanto con la Unión Popular de Artistas (UPA), formada en 1972 en París, como con el FRAP o el PC (marxista-leninista).
La casa de la artista Amelia Moreno, en el número 50 de la calle Embajadores, se acabó convirtiendo en el centro neurálgico de militantes de extrema izquierda que formaron La Familia Lavapiés en 1975. Decidieron tomar el nombre del barrio donde llevaban a cabo parte de su actividad política y donde se veían. “Con el nombre queremos expresar una idea y un deseo sobre el lugar y la clase social a quienes dirigimos nuestros documentos”, se podía leer en una entrevista realizada por Joaquín Estefanía para Informaciones en 1975.
No debió ser fácil compaginar, dentro de la célula militante, la permebilidad cultural de los agitados setenta con la verticalidad del maoísmo, disonancia que llegó a convivir en algunas de sus obras. Así, en la obra CL QR de Darío Corbeira (integrante del grupo) se componen acciones revolucionarias llevadas a cabo por el FRAP en la Complutense o Lavapiés con referencias a Led Zeppelin, The Who, Ovidi Monllor o Yes, entre otros conjuntos de la época.
El arte se ponía al servicio del proyecto político y del pueblo, como ya había sucedido en la primera mitad del siglo XX, pero ahora el agit-prop llegaba contaminado de los postulados semióticos del sesentayochimo francés, el arte pop y, desde luego, la cultura popular juvenil, bien representada en el rock. Participaban, de alguna manera, del espíritu libertario de la época, paradójicamente encuadrados en una organización estalinista.
Darío Corbeira, uno de los fundadores del grupo, expresaba así las distintas militancias cruzadas en un documento de la revista Desacuerdos:
“… en otoño de 1974 vi la luz. El primer concierto de King Crimson en Madrid me abrió los ojos: 'O milito con creatividad o me marcho'. Me quedé, y nos quedamos. De algún modo Robert Fripp embarazó a la madre de La Familia Lavapiés. El rock era, ya para siempre, un filtro luminoso que te ayudaba a hacer más llevadera la mili revolucionaria”.
La primera acción del grupo fue una exposición en la Galería Antonio Machado llamada Artecontradicción, que llamó mucho la atención y reunió a bastante gente en la inauguración (la policía no faltó a la cita). La muestra fue girando por distintos colegios mayores hasta acabar en una galería de Cuenca, donde prendieron fuego al material, quizá para exorcizar los cantos de sirena y ofertas expositivas propiciadas por el inesperado éxito. Sin embargo, la actividad pública seguía compaginándose con detenciones y el arte de guerrilla en las barriadas.
Llegar a los barrios obreros fue una prioridad para la izquierda radical de la época, lo que se resuelve dentro de la actividad del grupo con la realización de murales en barrios periféricos, organización de charlas, acciones en fiestas (como las del barrio de Portugalete, donde colaboraron con la asociación vecinal haciendo un mural que incluía un fragmento de El Guernika y el lema “la ciudad debe ser nuestra” o una performance sobre las condiciones materiales de la clase trabajadora). También llevaron a cabo acciones similares en otros barrios, como La Ventilla, en oposición a los planes urbanísticos que pretendían acabar con la barriada sin garantías para el realojo de los vecinos.
La memoria de la Guerra Civil estaba muy presente en el arte político de la LFL, lo que resulta evidente al ver el recurso constante al poeta Miguel Hernández, sobre cuya figura basaron diversas acciones e, incluso, hicieron un mural en Orihuela.
Tocaron muchos palos. Desde fotomontajes que reproducían la portada del entonces popular periódico de sucesos El Caso, performances con caretas en manifestaciones, exposiciones (Arte-contradicción, en 1975), pintadas políticas…
Eran muy jóvenes y la mayoría de ellos ni tenía formación artística ni hicieron del arte una profesión en ese momento. Según Jaime Vindel, que ha escrito sobre el grupo, “la extracción social de sus integrantes era la clase obrera emigrada a Madrid durante el período desarrollista, un aspecto que era extensible a numerosos militantes de la UPA y el FRAP. A excepción de Corbeira, con estudios universitarios, el resto de los miembros se había autoformado en sus oficios y provenía de barrios humildes de la ciudad”. Los miembros fundadores, provenientes de la militancia en la UPA, se conocieron en reuniones clandestinas en lugar de en inauguraciones de exposiciones y no usaban nombres ficticios por impostura artística sino por los dictados del catecismo de la clandestinidad. Montaron La Familia Lavapiés con voluntad de autonomía, por lo que mantenían una relación de constante tira y afloja con el PC (m-l). Fueron Santiago Aguado, Darío Corbeira, Javier Florén, Amelia Moreno y Félix de la Torre Fajardo.
La Familia Lavapiés se disolvió a finales de 1976 o principios de 1977 y lo hizo de forma dadaísta: enviando por correo su obra a un destinatario ficticio, con un remitente falso. Algunos de sus miembros continuaron su militancia. Por ejemplo, Paco Gámez hizo en 1977 un cartel en el que Marx bailaba con un travesti. Otros de sus integrantes han continuado también con una carrera en el mundo del arte, como Amelia Moreno o el propio Corbeira. Su legado se encuentra a buen recaudo en el Archivo Lafuente de Santander, el nombre del grupo aparece citado en cada vez más estudios culturales sobre la transición y, de vez en cuando, su legado forma parte de muestras, como sucedió con El pintor de canciones, que se pudo ver en el Centro Cultural de la Villa en 2018. La arqueología de la memoria reciente encuentra, de vez en cuando, metralla agit-prop de La Familia Lavapiés y la data en una época, no muy lejana, en la que el arte político era algo más que hablar de política en el arte.
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