VICTORIA EN LA VICTORIA
Este editorial de la revista Le Point fue reproducido en el número de mayo-
junio de 1968 de “Les Temps Modernes”.
Es la primera vez que un Editorial de “Les Temps Modernes” no es
redactado por un miembro de nuestro equipo. “Victoria en la victoria” es
un artículo no firmado, aparecido el 11 de mayo, al día siguiente de la
“nuit des barricades”, en la revista mensual política y estudiantil “Le
Point”. Se trata, en nuestra opinión, de un análisis, admirable en rigor y
lucidez, sobre el sentido de las jornadas que acabamos de vivir y de la
impugnación radical que implican. Estamos de acuerdo en todo con lo
que aquí se dice y juzgamos que no podríamos decirlo mejor. En el
momento en que los estudiantes acaban de manifestar brillantemente
su audacia y su inteligencia –la identidad de la audacia y de la
inteligencia– es más justo darles a ellos la palabra que tomarla nosotros,
incluso para aprobarlos.
T. M.
*
Sin duda asistimos, con las manifestaciones de los estudiantes alemanes,
italianos y franceses, al más extraordinario acontecimiento político
revolucionario que haya conocido Europa occidental desde la huelga
belga de 1960, las manifestaciones del Metro Charonne y la del pueblo
argelino en París, preludio de la independencia conquistada en Argelia.
Simplemente, la escalada en la desintegración del orden de la legalidad
burguesa se ha acentuado aún más: la burguesía es puesta fuera de la
ley por sus propios hijos. Esta vez, la sociedad burguesa ve establecerse
la guerra civil en su seno: no la guerra de dos naciones, ni la de dos
clases; la burguesía misma es la que se encuentra dividida en dos,
literalmente desgarrada por la ruptura de generación entre su teoría y su
práctica, más aún: entre su teoría ecuménica del hombre universal de
los ”derechos del hombre” y la teoría revolucionaria del hombre de la
contraviolencia, de la juventud que desenmascara y pone al desnudo
toda la violencia difusa, secreta y ante todo ideológica, detrás de la cual gracia inventada de la sociedad laica, el don del Espíritu Santo trasmitido –a nadie le está permitido ignorar la ley– a todo heredero digno de este nombre.
acuerdo a la verdad, que analice rigurosamente los hechos, algo que en
sí mismo es aceptable (siempre que le esté permitido hacerlo). Pero
además de todo esto se le pedirá que esté de acuerdo, ¡que dé su
adhesión! Lo que es ya llevar un poco lejos el vicio, dar el látigo para ser
flagelado: que se embrutezca a las masas a golpes de informaciones
fragmentadas y falseadas, de medios masivos de condicionamiento, pero
que no se les pida además que se embrutezcan ellas mismas. En efecto,
sólo hay un hecho que descubrir si se observa el funcionamiento de la
sociedad: la violencia establecida de este estado de cosas, de este
estado arbitrario que es el Estado burgués, definida por todos los
monstruos reprimidos por sus rechazos: libertad, locura, pobreza,
delincuencia, sexualidad, responsabilidad, espontaneidad, democracia
real, felicidad, raza negra, amarilla, roja, fuerza de trabajo, etc., en fin,
todas esas zonas descalificadas por su nombre mismo y que son
precisamente el producto del contraterror que se inflige la burguesía
para erigir su imperio generalizado de sumisión a la ley única de la
ganancia, del rendimiento, de la productividad. Calvinismo impenitente
de los instintos humanos en beneficio de la única ley del orden
productivo y progresista. Esta pequeña verdad, indudablemente
fundamental la de contradicción entre su Ley y la Libertad, suelo común
y raíz de estabilidad por cerca de dos siglos de existencia social
burguesa, que estalla y deja perpleja a la burguesía viendo de repente
vacilar la plataforma de su existencia inmemorial bajo los pasos de la
progresión histórica de sus hijos: negación de la herencia, he aquí la
justicia inmanente que se da una clase a través de sus hijos y que la deja
sin recursos contra esta impugnación repentina de su legislación.
Durante mucho tiempo la revolución fue optimista: la violencia iba a la
par con la razón. Las mismas causas provocaban la rebelión y la proveían
de los medios para triunfar y realizarse. La humanidad sólo se planteaba
los problemas que podía resolver. Desde hace poco, y éste es el golpe de
genio del neocapitalismo, las rebeliones y los instrumentos racionales de
su realización se han desunido: los países subdesarrollados (sin fuerzas productivas), los estudiantes (sin inserción social), encarnan la rebelión y la violencia; la burguesía capitalista encarna la razón y el poder efectivo.
¿Está acaso la sociedad industrial en camino de volverse la verdad de la
humanidad? Pues bien, ¡no! Esta violencia totalmente nueva y paroxística
reinventa instrumentos, una racionalidad original, y encuentra de nuevo
recursos para la impotencia que se había apoderado de ella.
Simplemente amplía con una maniobra el alcance de lo que ella acepta
poner en juego en el combate, y que en este caso es directamente la
vida, la existencia. Basta esto, y todo cambia de sentido: lo que parecía
condición imposible demuestra ser ampliamente suficiente para alcanzar
el resultado: simplemente se multiplican los riesgos.
Hay que haber visto a los vietnamitas reparar la rueda de una bicicleta
con un remache sacado de un avión norteamericano abatido para
comprender que los revolucionarios no abandonan ninguna racionalidad,
ni la de las metas lejanas, ni la de los objetivos inmediatos, que
simplemente la cambian de sentido, que ella será la de la invención
racional puesta al servicio de la razón fundamental que constituye el
sacrificio de su existencia, su existencia dispuesta al sacrificio: la nada de
un perno, símbolo ridículo de la más grande sociedad industrial del
mundo, volviéndose el todo de la Razón a partir del contexto absoluto en
el cual han decidido exponer su vida.
Hay que haber visto a los estudiantes parisienses arrancar los adoquines
de las calles de París para saber que la Razón es menos exigente de lo
que nos lo enseñan los especialistas en ella, ya que está dispuesta a
sostener la rebelión en acción, frente a las exigencias complejas de esta
razón en manos de los policías, que no tienen nada que arriesgar porque
tienen todo por perder, y que deben refugiarse detrás del blindaje
complicado de sus carros, del plexiglás de sus escudos y de otros
instrumentos refinados de autodefensa.
Hay que haber seguido la lección de Castro y de Guevara para saber en
qué medida es posible reinventar la estrategia en cada circunstancia,
cuando la revolución depende directamente de la pura espontaneidad
de la existencia del combatiente puesta en juego: escaramuza indecisa,
mitin político, ocupación provisional del terreno, provocación, revelación
de la violencia del enemigo, armas todas de movilización revolucionaria y de acción racional, que aniquilan la pseudorracionalidad del adversario,
que no dispone de más armas que el bombardeo masivo y exterminio.
Y por supuesto, es preciso aprovechar las limitaciones del adversario: el
hecho de que la burguesía no esté dispuesta todavía a mandar disparar
sobre sus propios hijos a sus guardias pretorianos, y que éstos se vean
acorralados en una cierta forma de ofensiva-defensiva. Este es
precisamente el precio de la pureza ideológica en que se origina la
rebelión estudiantil, puesto que son hijos de su padre es que los
estudiantes son capaces de ofrecer combate en esta guerra civil
completamente sui generis, en el cual luchan contra sus propios
privilegios, y que son capaces al mismo tiempo de atrapar al adversario
en un punto y sobre un terreno en que es imposible para éste responder
como lo haría frente a un enemigo de clase.
Por el hecho de que golpean en el eslabón más débil del imperialismo
occidental, su eslabón ideológico, es que su rebelión es peligrosa y
alcanza al mismo tiempo la violencia explosiva de la cual es una
manifestación. Y no hay que tener escrúpulos, pues se trata de lo mismo
que en Vietnam: el combate se determina cada vez en función de los
combatientes y del estado de fuerzas presente, y no en función de la
pureza del sacrificio emprendido.
Se debe a que la opinión mundial no aceptaría el uso de la bomba
atómica el que, excluyendo este medio, todas las invenciones
revolucionarias de las fuerzas vietnamitas se vuelven posibles.
“Sin un objetivo, sin reivindicaciones precisas, sin ofrecer una alternativa”:
los padres quedan petrificados frente al fenómeno de esta revolución
aparentemente sin programa y que parece ser literalmente lo contrario
de lo que corresponde a la esencia de toda reivindicación. Y es que se
trata precisamente de esto: de colocarse fuera de todos los órdenes de
la racionalidad, dado que la burguesía se ha apoderado de todas las
racionalidades existentes, de impugnarla, pues, donde se le acaban los
recursos, ya que su existencia misma es la que allí está en juego: su
existencia como verdad de la historia del mundo desarrollado, avanzado
e industrial, verdad que afirma que los actos tienen siempre su razón, es
decir, su motivo y finalmente su interés.
Y es que toda razón está del otro lado, del lado de la paternidad, de la
ley, de la razón justa y perfecta, en resumen, del lado del terror, y que
con el terror es como los estudiantes quieren acabar con éste, con esta
imposición obsesiva de la ley trasmitida, heredada, sujetadora y
neutralizadora.
Con este título es que la violencia constituye todavía la representación
más adecuada de la meta perseguida y de la transgresión reivindicada.
Mediante ella los estudiantes se ven confrontados súbitamente con la
base misma del Estado burgués, obligados a volverse contra él, a
arrancar los adoquines y lanzarlos, con el gesto de la violencia pura, a la
cabeza de los policías rabiosos, blindados y especializados. Máximo
momento revolucionario en el cual el hombre se define ya no por su
herencia sino por su posibilidad de hacerse a sí mismo sobre la base de
su sola decisión que decide su destino. Estemos tranquilos: no faltan
objetivos concretos, pero su irrealidad debe permanecer en silencio
mientras no hayan adquirido la realidad que les conferirá el derribo del
régimen existente.
Estamos en la época de las “locuras” colectivas: Castro toma con trece
hombres una isla; Mao cierta las universidades por un año, creando así
una masa de maniobra antiburocrática (lo haya querido o no) que
asegurará la perennidad de la revolución; los vietnamitas, en fin, que con
simples bicicletas resisten a la más potente nación militar e industrial del
mundo. Estemos seguros de que asistimos al nacimiento de una nueva
“locura” colectiva que, como las precedentes, habrá de triunfar: que ha
triunfado ya.
Fuente: El Sudamericano
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