Fidel Castro impone la Orden “Félix Varela” de Primer Grado a Mario Benedetti. 7 de enero de 1983
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Dice Gunter Grass que en los últimos tiempos ha visto a tantos personajes de izquierda pasar raudos y olímpicos hacia la derecha, que semejante mudanza le provoca tortícolis. En América Latina, y concretamente en nuestro país, esos deslizamientos no son tan frecuentes, y en consecuencia el collum distortum o sea el tortícolis, también llamado en la jerigonza médica caput obstipum, ha sido más leve. No obstante, quienes hace treinta y seis años concurrimos a la Explanada Municipal de Montevideo para escuchar a un Fidel flamante de triunfos y con sólo cuatro meses de ejercicio del poder, quizá experimentemos nuestro propio caput obstipum al registrar unas cuantas bajas entre aquellos militantes del primer entusiasmo y detectar ahora sus nombres en filas de la derecha inmovilista.
Treinta y seis años después, ¿quién se acuerda de Frondizi, Alessandri, López Mateos, Betancourt, Lleras Camargo, Luis Somoza y -last but not least- Eisenhower y otros mandamases de esa época? Fidel, en cambio, sigue presente y coherente. Más de treinta veces intentó la malemérita CIA acabar con su vida y milagros, y pese al demostrado profesionalismo de la Agencia para el crimen político, en esa concreta misión no tuvo éxito. Por otra parte, ni Eisenhower ni Kennedy ni Johnson ni Nixon ni Ford ni Carter ni Reagan ni Bush, tampoco pudieron con él. En pleno 1995 Fidel sigue desacreditando las ínfulas del Departamento de Estado y las fantasías del lobby cubano en Miami. Al menos ahora hay gente en el entorno de Clinton que ha empezado a mirar a Cuba con más realismo, admitiendo por fin que los tan reclamados cambios en la isla no van a ser logrados por Mas Canosa y otros figurones del exilio cubano, sino por el mismísimo Fidel, quien, pese a la retahila de invectivas que le dedican a diario, sigue siendo el único personaje con suficiente autoridad (tanto en el campo amigo como en el enemigo) como para sacar a Cuba de este atolladero.
Hay un hecho revelador. Siempre que Fidel concurre a algún evento internacional, la recepción que le dedican los anfitriones suele respetar, con más o menos cordialidad, las elementales normas del frío protocolo, pero en cambio la recepción popular es siempre calurosa, entusiasta, agradecida. Los pueblos (perdón por rescatar esta palabra en desuso) siempre han reconocido en el líder cubano su obsesión por la justicia, por la autodeterminación, por la soberanía de cada nación, pero también por la solidaridad con otros pueblos. En este fin de siglo, cuando el egoísmo y la mezquindad (baste con mencionar los casos de Bosnia, Chechenia, Ruanda, Somalia, etcétera) representan los rasgos más infames de la política internacional, nombres como Vado del Yeso, Ñancahuazú, Maquela do Sombo u Ogaden, siguen integrando la geografía solidaria de la Revolución Cubana, que nunca pidió nada a cambio de s.u sacrificio y de su amparo.
¿Que Fidel ha cometido errores? Por supuesto que sí. En lo económico, en lo político. No en lo social. No en la defensa y garantía de la salud y la educación de su gente. Después de todo, ¿qué gobernante no se ha equivocado? Sólo que a los demás se les disculpa; a Castro, jamás. Al menos los errores de Fidel no fueron comprados, negociados, ni han sido (como en tantos otros casos de Europa y América) meros capítulos de esa Gran Corrupción que se ha convertido en la transnacional más importante y decididora de este confuso fin de siglo. Cuando los hubo, si los hubo, los suyos fueron errores de pobre.
Es posible que la invitación cursada por el presidente Sanguinetti incluya ingredientes de autopromoción y aspiraciones de liderazgo regional. Sin embargo, y aún en el caso de que ese propósito haya verdaderamente existido, de ningún modo rebaja un gesto loable, que incluye una buena dosis de independencia. También es síntoma de un tácito reconocimiento: que Fidel Castro es hoy por hoy la más importante figura política del continente americano. Tal vez no sea "democrático" de acuerdo a los cánones de la hipocresía finisecular, pero no hay que olvidar que en cambio merecieron y/o merecen ese adjetivo entre comillas gente tan poco recomendable como el venezolano Carlos Andrés Pérez, el brasileño Collor de Mello, el quisling panameño Guillermo Endara, el mexicano Salinas de Gortari, los golpistas Balaguer y Fujimori, y, si nos trasladamos a Europa, el curda e incendiario Yeltsin y el democristiano y/o presunto mafioso Giulio Andreotti, devoto de misa diaria como el general Videla. Hasta el general Pinochet, encaramado en su pila de cadáveres, pretende ser otro de los senadores vitalicios de la "democracia" chilena.
La nueva visita de Fidel es, por ésas y otras razones, una saludable ocasión para que nuestra izquierda (o al menos el más tibio sector de la misma) no sienta rubor de su izquierdismo. La figura de Fidel sigue siendo aleccionante. Pese a sus errores, tozudeces (por ejemplo ¿cuándo se abolirá en Cuba la pena de muerte?), ofuscaciones y despistes, no encuentro, en este siglo y en toda la extensión de nuestra América, una figura política que, como él, haya puesto su conocimiento, su experiencia, su vitalidad, su resistencia y su propia vida, al servicio de "los de abajo". Darle hoy la bienvenida, después de treinta y seis años tan cargados de hechos y palabras, es también agradecerle su impulso, su sinceridad, su calidad humana. No descarto que algún día los latinoamericanos del montón recuperemos la inocencia perdida y le nombremos de una vez por todas nuestro Prójimo número Uno.
Brecha, Montevideo, 6 de octubre de 1995.
Mario Benedetti
Fuente: http://www.fidelcastro.cu
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