La proclamación de la República Española en 1931 dio un sentido a la poesía de Luis Cernuda, hasta entonces perdida en anacronismos líricos de escasa relevancia. La rígida educación impuesta por el padre militar y en un colegio de frailes tuvo alicortada su inspiración poética hasta entonces, hasta sus 28 años. Dilapidó sus facultades líricas en una escritura desprovista de intención comunicadora, a la que concedieron poca atención los críticos literarios e incluso sus amigos, los que por haber celebrado unidos en 1927 el tercer centenario de la muerte de Góngora serían conocidos como grupo poético del 27, o algunas veces con menos exactitud generación del 27.
Dominaba el oficio, pero le faltaba lo que
suele denominarse el espíritu de la letra, por lo que sus versos de apariencia
formalista bien estructurada resultaron fríos. En Perfil del aire (1927) reunió un conjunto de primeros poemas
impresionistas de inspiración estética, en los que demostró saber realizar un
adecuado ejercicio, nada más. Con Égloga,
elegía, oda, compuesto entre 1927 y 1928, afianzó su formalismo esteticista
con unos caracteres de moda en aquel momento, de absoluta devoción al
clasicismo.
Culminó ese desencuentro consigo mismo en 1929,
un año altamente significativo en su evolución creadora. Compuso el libro Un río, un amor, en el que se lee el
poema “Oscuridad completa”, exposición de su anonadamiento anímico total ante
la carencia de significado que veía en su existir y su escribir. Como resultado
de ese ambiente se leen dos versos en los que reveló una inquietud acerca de la
finalidad de la poesía:
“No sé por qué he de cantar
O verter de mis labios
vagamente palabras”
demostración de su desánimo y a la vez indecisión. Las citas de Cernuda se toman de sus Obras completas, edición de Derek Harris
y Luis Maristany, Madrid, Siruela, en tres volúmenes, el primero de Poesías completas, 1993, y los otros dos
de Prosa, 1994. Se sitúan con el
volumen en números romanos y la página en arábigos. En este caso, I, 50.
De modo que en 1929 todavía Cernuda se
hallaba desconcertado, sin saber qué hacer con su vida y con su escritura. Le
dominaba el hastío por todas las cosas, decía sentirse cansado de vivir y de
escribir, y no acertaba a tomar una decisión. Fue lector de español en la École
Normale de Toulouse, empleado en una librería madrileña, y el cansado integral
en un mundo con el que se hallaba en completo desacuerdo. Al carecer de
horizonte comprensible sus 27 años, se planteaba la duda de estar de más en un
mundo incomprensible.
Llegada
de la poesía
La historia de España dio un cambio radical
con el triunfo de la conjunción republicano—socialista en las elecciones
municipales del 12 de abril de 1931. Dos días después se proclamaba
oficialmente la República Española, tras la huida apresurada del ya exrey. Ha
contado Vicente Aleixandre que aquella tarde acompañó a Cernuda hasta la Puerta del Sol madrileña,
en donde se congregó una multitud incontable e incontenible de personas ansiosas
por ver cómo era izada la bandera tricolor. Por fin terminaba el caótico y
represivo período monárquico, al instalarse la libertad en España.
También cambió entonces la poesía de Cernuda.
Los días 13, 14 y 15 de abril compuso los poemas constitutivos del núcleo
principal de Los placeres prohibidos, el
libro que por primera vez dio a conocer al verdadero poeta, hasta entonces
velado por consideraciones familiares y sociales. Con el triunfo de la libertad
política, representada por la
República, también Cernuda se atrevió a desatar sus sentimientos
más ocultos.
Un ansia incontrolable de comunicación de sus
vivencias íntimas dominó al poeta durante ese histórico mes de abril, puesto
que compuso 26 poemas entre los días 13 y 30, a los que solamente añadió uno en
mayo y otro más en junio para completar el libro. Lo dio a conocer en la
primera edición de La realidad y el deseo
en 1936, un título que deseó imponer a la totalidad de su escritura lírica,
y entonces eliminó dos poemas por rigor estético.
El anuncio de libertad que ondeaba con la
bandera tricolor le animó a declarar públicamente su erotismo homosexual,
condenado por la moral oficial de la Iglesia catolicorromana con toda clase de
penas, incluida hasta hacía poco la de la muerte en la hoguera, pese a ser los
sacerdotes de esa secta los más aficionados a la práctica del llamado por ellos
mismos el pecado nefando.
La liberación social de España por la
República desató la timidez de Cernuda para exhibirse públicamente en la
aceptación de su condición homosexual. Puede afirmarse que al atreverse a
comentar con libertad sus sentimientos equilibró la realidad con el deseo. Por
eso es posible calificar de auténticamente republicano el poemario Los placeres prohibidos, en donde el
poeta liberó sus opiniones de las ataduras convencionales que le ordenaron
sostener hasta entonces, y así se reveló el inmenso poeta que era, hasta ese
momento solamente insinuado a causa de los convencionalismos.
Uno del pueblo en marcha
Deseoso de participar activamente en la
nueva sociedad española, se integró en las Misiones Pedagógicas, uno de los
grandes medios de culturalización popular creados por la República. Con ellas
recorrió España entre 1932 y 1935, explicando a campesinos, marineros y obreros
el patrimonio cultural que les pertenecía, aunque hasta entonces hubiera
pertenecido a la nobleza y al clero. El contacto con el pueblo auténtico, el
residente en los pueblos, que es muy distinto del proletariado urbano, por más
que coincidan en sus reivindicaciones laborales, sirvió para radicalizar su ideología
política. Con algo de melancolía rememoró Rafael Alberti ese período de
actividad intelectual tan intensa, en la segunda parte de sus memorias, La arboleda perdida (Barcelona, Seix Barral,
1987, p. 57):
Con María Teresa fundé la revista Octubre, la primera española que dio el
alerta en el campo de la cultura y que agrupó a una serie de jóvenes escritores
–entre los que se encontraban Luis Cernuda, Serrano Plaja, José Herrera Petere…--
cuyo concepto del pueblo español cada vez se iba haciendo menos vago, menos
folklórico, es decir, más directo.
Esa
desconocida experiencia vital modificó el carácter de Cernuda, al producirse el
proceso de asimilación del concepto de lo popular, tan falsificado a cuenta de
quienes lo aprovechan en su beneficio. Sus coetáneos han hecho referencia a su
retraimiento, incluso a su carácter insociable, a sus rarezas. Es lo que él
mismo denominó “mi leyenda” en el último y terrible poema que escribió, dirigido
con rabia “A sus paisanos”, con el distanciamiento de la tercera persona en el
título.
El origen de esa leyenda derivó del desprecio que
sentía por las gentes dedicadas a perseguir en todo momento el medro personal,
en la vida y en la escritura. No le interesaba tomar contacto con ellas, y por
eso no se recataba de expresarles su desdén. Por el contrario, en su deambular
por los pueblos se sentía a su gusto entre las personas sencillas, las
iletradas y modestas, con las que era capaz de hablar como un igual. En esa
aventura se encontró a sí mismo, y en consecuencia al sentido de su existencia.
Como era inevitable, repercutió en su ideología, y por derivación lógica en su
escritura. Con la República se integró Cernuda en el pueblo español, y gracias
a él descubrió su voz personal auténtica. Su poema “La familia”, de Como quien espera el alba (1947), cuenta
la imposibilidad de integrarse en el mundo burgués que le estaba reservado por
herencia y tradición. La República
dio un sentido a su vida y a su poesía, anhelado hasta ese momento, pero
desconocido. No había sido del pueblo por razón de su nacimiento, pero en
cuanto lo descubrió se hizo uno del pueblo con toda su voluntad.
Con la Revolución comunista
Desde ahí el desenlace forzoso de su integración
en el pueblo debía ser su asentimiento a la Revolución Soviética. Sus biógrafos
han desatendido gustosamente esta faceta, con variados pretextos, pero resultó
fundamental en su vida, con repercusión en su escritura. Prueba de la
trascendencia que él mismo concedía a su apoyo a la revolución de acuerdo con
las consignas de Lenin, es que lo hizo constar como noticia resaltable en la
escueta nota autobiográfica redactada para anteponerla a la selección de sus
versos en la muy famosa edición de Poesía
española. Antología (Contemporáneos), seleccionada por Gerardo Diego y
editada en Madrid por Signo en 1934. En su página 516 está escrito:
En el otoño
de 1933 la revista Octubre publicó
unas líneas suyas de adhesión a la Revolución Comunista.
No pudieron ver esta confidencia los
lectores de las reediciones de esa antología hechas conjuntamente con su
predecesora, la publicada en 1932, impresas en Madrid por cuenta de Taurus a
partir de 1959. La referencia fue eliminada, pese a haber asegurado Gerardo
Diego en el nuevo prólogo que se reproducían “íntegros” ambos libros,
respetando “el texto hasta en sus mínimos errores”. Falso: durante la dictadura
no era admisible imprimir en España ningún libro en el que alguien se declarase
comunista. La explicación que me facilitó Gerardo, cuando le hice notar esa
mentira bibliográfica, fue que suprimió el párrafo porque en realidad Cernuda
nunca había sido comunista. Insólita perspicacia psicológica del vate
falangista.
La verdad es que esa pequeña noticia aportada
por el propio poeta al final de su brevísima nota autobiográfica, con escasos
hechos memorables, demuestra que tenía mucho interés en que se supiera su
adhesión a la Revolución Soviética. Confirma que fue una decisión arraigada en
su ánimo, y así lo prueban los acontecimientos sucesivos de su vida, porque
siempre se mantuvo fiel a su compromiso con el pueblo y con la Revolución,
hasta morir en el exilio de español libre.
Las líneas de adhesión señaladas aparecieron en el ejemplar con los números 4--5 de la revista Octubre, correspondiente precisamente a octubre y noviembre de 1933. Se titulan “Los que se incorporan” y llevan esta aclaración probablemente redactada por Alberti:
Luis Cernuda, poeta andaluz de quien la
burguesía no ha sabido comprender su gran valor, se incorpora al movimiento
revolucionario.
Se agrupaba con todos los revolucionarios
del mundo para comenzar la destrucción del imperio burgués, y sustituirlo por
la fuerza del proletariado imparable. El momento histórico reclamaba acción
contundente, puesto que en enero de ese año había sido nombrado Adolf Hitler
canciller de Alemania, gracias al apoyo de una mayoría del pueblo germano,
dispuesto a seguirle fanáticamente hasta la muerte. Era sin duda uno de los
motivos que indujeron a Cernuda a expresarse así:
Este
mundo absurdo que contemplamos es un cadáver cuyos miembros remueven a
escondidas los que aún confían en nutrirse con aquella descomposición. Es
necesario, es nuestro máximo deber enterrar tal carroña. Es necesario acabar,
destruir la sociedad caduca en que la vida actual se debate aprisionada. Esta
sociedad chupa, agosta, destruye las energías jóvenes que ahora surgen a la
luz. Debe dársele muerte; debe destruírsela antes de que ella destruya tales
energías y, con ellas, la vida misma. Confío para esto en una revolución que el
comunismo inspire. La vida se salvará así. (III, 63.)
El programa era preciso, pero irrealizable
por el momento. Es probablemente que el mundo resultara siempre absurdo para
sus habitantes en cualquier momento de su evolución, pero es cierto que el de
1933 superaba a todas las épocas anteriores, aunque todavía faltaba por llegar
lo peor. En España, tras la dimisión forzada de Azaña como presidente del
Gobierno en el mes de setiembre, se sucedieron los gobiernos de Lerroux y
Martínez Barrio, hasta que en las elecciones legislativas del 19 de noviembre
triunfó la derecha anticonstitucional, lo que también era el comienzo de un
desastre total. Así comenzó el llamado bienio negro de la República.
Denuncia contra los amos
En el número 6 de Octubre, correspondiente a abril de 1934, se publicó un poema de
denuncia social firmado por Luis Cernuda, “Vientres sentados”, no recogido en
sus libros. Denominaba así a los poderosos del mundo, los que reciben
tranquilamente sentados las ganancias aportadas por los trabajadores que
realizan su ocupación de pie o de rodillas. Les advertía que la Revolución
avanzaba por toda la Tierra, para ponderar el triunfo de los oprimidos y acabar
con los inicuos privilegios de casta poseídos por los vientres sentados, a
favor de la igualdad social en un mundo sin clases. Recordemos algunos de sus
versos, carentes de puntuación:
Con
satisfacción
Como quienes
saben
Como quienes
tienen en su puño la verdad
Bien apresada
para que no se escape
Y con orgullo
Como
vigilantes de vosotros mismos
Domináis a lo
largo a lo ancho de la tierra
Vosotros
vientres sentados. […]
Alado el pie
vigoroso
El pie
juvenil y vigoroso
Que
derrumbará bien pronto
Ese saco
henchido de fango de maldad de injusticia
Arrastrando
consigo vuestro trasero y vientre
Vuestra
triste persona que mancha el aire
El aire
limpio y justo
Donde hoy nos
levantamos
Contra
vosotros todos
Contra
vuestra moral contra vuestras leyes
Contra
vuestra sociedad contra vuestro dios
Contra
vosotros mismos vientres sentados (I, 713 s.)
El poema
demandaba una revolución social para derrotarlos e instaurar la justicia social
en un mundo sin clases. Era un buen deseo, pero generalmente los vientres son
los amos de la Tierra. El programa revolucionario expuesto en el poema se halla
en línea con las ideas aceptadas por algunos políticos, al comprobar la deriva
ultraconservadora tendente al fascismo en el Gobierno anticonstitucional.
Los vientres sentados españoles triunfaron
en 1934, y lanzaron a sus militares contra el pueblo, con escenas criminales en
Asturias, que destrozaron el ánimo de Cernuda. En unos apuntes redactados en
1934 y 1935, sin llegar a ser estrictamente un diario, dejó constancia de su
rechazo a Lerroux y a la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA):
6
abril 1935
Lo más abyecto que he contemplado hasta
ahora es la política. Repugnante espectáculo el de estos días. Qué mar anegaría
y sepultaría esos miserables que chillan y esos miserables que se agarran como
ventosas. Asco, asco. (III, 755 s.)
Madrid,
5 octubre [1934]
Huelga general. Gobierno Lerroux—CEDA. […]
Huelga, huelga. Pocas veces he tenido un
disgusto, una preocupación colectiva como anoche. Qué asco, qué vergüenza que
haya podido formarse semejante engendro de gobierno. (III, 761.)
Quedan reflejados estos sentimientos, como
era obligado, en Donde habite el olvido, libro
desolador publicado en 1934, en donde se presenta a los seres humanos
encerrados dentro de un “invisible muro” (poema XV), sin comunicación posible,
en un universo de mentiras descrito en el poema final. Por entonces también
redactaba las Invocaciones a las gracias
del mundo, libro no editado aparte, que termina con un “Himno a la tristeza”
en oposición a la apoteosis culminante en la Novena sinfonía de Beethoven.
Le quedaban todavía las esperanzas puestas
en la Revolución Soviética. Así se comprueba al leer una carta manuscrita para
Federico García Lorca, fechada el 23 de marzo de 1935, incluida en el Epistolario 1924—1963, edición de James
Valender publicada por la Residencia de Estudiantes, Madrid, 2003, página 184.
En ella pidió a su amigo que retirase la firma puesta en un manifiesto de
homenaje a Pablo Neruda. Se basaba en que el texto aludía a Vicente Huidobro de
manera denigrante, y se sentía solidario con él por estar afiliado al Partido
Comunista de Chile; en esa fecha Neruda todavía no se había afiliado, no lo
hizo hasta 1945, por lo que se distanciaba políticamente de él:
Mi querido Federico: el otro día, una vez
que firmé tus líneas de homenaje a Neruda, al enterarme de que Huidobro ha
ingresado en el partido dudé acerca de si debía
o no mantener mi firma en ese documento.
Pienso en conclusión que no. Deseo que no
aparezca mi nombre en el asunto. Aunque yo no esté inscrito en el partido no
por ello debo ir tan abiertamente contra un camarada.
Pese a la opinión interesada del falangista
Gerardo Diego, ahí se encuentra una declaración inequívoca de su compromiso con
el ideario comunista, aunque no se hubiera afiliado al partido. Resulta
significativo que mencionase al partido simplemente, sin añadir su calificativo
definidor. Para los dos amigos no existía más que un partido político fiable,
el Comunista.
Con un
fusil y un libro a la trinchera
Al comenzar el año 1936 pareció que la
situación social se volvía favorable para España y para Cernuda. El 16 de
febrero ganó las elecciones legislativas el Frente Popular, que devolvió el
poder político al pueblo, y el 1 de abril se acababa de imprimir La realidad y el deseo, recopilación de
sus poemas, lo que motivó que el día 21 se le ofreciera un homenaje público. El
10 de mayo era elegido presidente de la República Manuel Azaña.
Las buenas perspectivas se terminaron
bruscamente el 17 de julio, al sublevarse en Marruecos los militares
monárquicos, acción repetida al día siguiente en España. Al encontrarse
empleado en la Embajada de la República en París, como secretario del embajador
Álvaro de Albornoz, pudo Cernuda quedarse allí a salvo de los peligros de la
guerra, pero no dudó en dónde estaba su puesto, junto al pueblo combatiente, así
que regresó a Madrid. La revista El Mono
Azul insertó en su número 6, del 1 de octubre, una nota titulada “Luis
Cernuda, en Madrid”, con este texto:
Ha
vuelto de París Luis Cernuda. Viene cuando algunos se van. Doblemente nos
alegra, por eso, su llegada. Por tenerle de nuevo al lado nuestro, con nosotros.
El puro poeta, auténtico escritor de la más
pura calidad de inteligencia, no podía vacilar al elegir su sitio. Con el
pueblo, con Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Rafael
Alberti, con la verdad.
La llegada de Luis Cernuda ha sido acogida
por todos con alborozo.
Se alistó de inmediato en las Milicias
Populares de la República, y fue destinado a la sierra de Guadarrama para
defender a Madrid del asedio faccioso. Contó Arturo Serrano Plaja, su compañero
en aquellas aventuras, heroicas por tratarse de poetas que ignoraban el manejo
de las armas, que llevaba por todo equipaje un fusil y un libro de poemas de
Hölderlin. Fueron asiduas sus emisiones radiofónicas a favor de la causa
popular, colaboró en las revistas leales, como Nueva Cultura, Hora de España y El
Mono Azul, además de firmar manifiestos contra la agresión nazifascista
contra la República,
y participó en el II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas. Los
poemas de esos años pasaron a formar el libro Las nubes, editado en 1943 en Buenos Aires, sin su autorización,
según declaró.
El poeta es un revolucionario
La situación bélica le obligó a plantearse el papel que debe desempeñar un poeta en esa circunstancia anómala. En junio de 1937 apareció en el número VI de la excelente revista republicana Hora de España una colaboración en prosa de Cernuda, titulada “Líneas sobre los poetas y para los poetas en los días actuales”. Pese a la limitación temporal impuesta por el título, es una reflexión que debe ser proyectada al polémico lugar reservado para los poetas en la sociedad, si los filósofos se lo permiten:
El poeta es fatalmente un revolucionario, y
estas palabras aquí dichas son repetición de otras escritas hace unos años; un
revolucionario con plena conciencia de su responsabilidad. Rigor en su trabajo
y disciplina en su actitud; esto aprendieron los actuales líricos españoles de
sus maestros en poesía a través de los siglos. (III, 121.)
Desde ese convencimiento nacieron los poemas
integrados en Las nubes, en momentos
de angustia y abatimiento, por lo que en ellos se suele alternar el tono esperanzado
con la convicción de la derrota. Todo el mundo sabía, incluidos los gobernantes
de los países considerados democráticos, que en España se enfrentaba el pueblo
contra los militares y el armamento de la Alemania nazi, la Italia fascista y el Portugal
ultraconservador, bendecidos y remunerados con el dinero aportado por las
iglesias catolicorromanas. Los poetas revolucionarios unidos al pueblo del que
formaban parte, se enfrentaron entonces a los mercaderes, como se explica en “Lamento
y esperanza”:
Y en la
revolución pensábamos: un mar
Cuya ira azul
tragase tanta fría miseria. […]
Un continente
de mercaderes y de histriones,
Al acecho de
este loco país, está esperando
Que vencido
se hunda, solo ante su destino,
Para arrancar
jirones de su esplendor antiguo. (I, 268.)
No
hace falta decir que el “loco país” es el nuestro, condenado por un destino
trágico a deshacerse en las peores empresas, bajo la dirección de unos reyes
tan fanáticos como imbéciles, según demuestra la historia. En “este loco país”
los revolucionarios están siempre condenados a morir en el tormento o en el
exilio.
Con la
España peregrina
El 14 de febrero de 1938 salió de España,
contratado para dictar unas conferencias en Londres, con las que pensaba apoyar
a la causa leal, dada la declarada hostilidad que profesaba el Reino Unido de la Gran Bretaña a la República Española,
debido a las recomendaciones de la exreina a sus parientes. Pensaba regresar,
pero la evolución de la guerra le disuadió de hacerlo, obligándole a integrarse
en la llamada España peregrina.
Desde entonces su poesía estuvo marcada por
el exilio, inevitable para un español ansioso de vivir en libertad. Completó la
redacción de Las nubes, con algunos
de sus mejores poemas. Es forzoso definir a Cernuda como un poeta político,
pese las reticencias de la mayor parte
de los críticos e historiadores, empeñados en defender la imagen del poeta puro
preocupado por defender la belleza de las palabras. No es cierta esa imagen
deformadora de la realidad, incapaz de representar al poeta del pueblo
integrado en sus inquietudes sociales para exponerlas en sus versos.
Escribió en la elegía por Federico García
Lorca, asesinado por los militares rebeldes, que es triste ser español cuando
se posee “algún don ilustre”, porque la miseria de sus conciudadanos le arroja
“El insulto, la mofa, el recelo profundo” (I,
255). Otro poema dedicado a Larra asegura que “Escribir en España no es llorar,
es morir”, por el mismo motivo (I, 267). En una reunión mantenida en Londres
alguien habló de España, pero otro advirtió que esa palabra sólo significaba
“Un nombre. / España ha muerto” (I, 295.) Termina el libro con esta confesión:
“Mucho enseña el destierro de nuestra propia tierra. / ¿Qué saben de ella
quienes la gobiernan?” (I, 313 s.)
Se resignó al exilio como una fatalidad
inevitable, condicionadora de su destino de español en aquel tiempo de horror
sin esperanza. Tenía muy claro que jamás regresaría a la patria sometida al
terror de la dictadura fascista, pasara lo que pasase en el mundo. El 15 de
diciembre de 1942 escribió en Glasgow a Nieves Mathews, y le confió sus
pensamientos sobre la realidad de la patria; la carta se halla en la página 330
de la edición citada del Epistolario
1924—1963, y dice en sus párrafos más esenciales:
[…] sólo el nombre de franquista basta para
levantar una ola de asco y repulsión en mis sentimientos. Para mí, el
levantamiento es responsable no sólo de la muerte de miles de españoles, de la
ruina de España y de la venta de su futuro, sino que todos los crímenes y
delitos que puedan achacarse a los del lado opuesto fueron indirectamente
ocasionados también por los franquistas.
A su libro siguiente, Como quien espera el alba (1947) le incorporó algunos poemas de
motivación religiosa, aunque más cercana a lo demoníaco que a lo divino. Al
mismo tiempo meditaba sobre la misión del poeta en un mundo que lo ignora, cuando
no lo desprecia. El poema “La familia” es un retrato negativo de la suya,
verdadero ajuste de cuentas con un pasado que formó su carácter. En la
distancia física y temporal, su familia y su patria le enseñaban claramente sus
miserias, y comprendía que no tenía ningún lazo afectivo con ninguna de las
dos.
Exilio sin dolor
Tal vez por ese convencimiento Cernuda no
padeció el dolor del exilio que tanto daño causó a otros, hasta la muerte. Le
disgustaron los lugares en los que se vio forzado a residir, por su clima y por
sus gentes, pero no echaba de menos a la patria ni a la tierra natal. Lo
manifestó así en varias ocasiones; por recordar la más significativa
seguramente, en la “Presentación a una lectura poética”, texto leído ante la
radio de Londres el 4 de marzo de 1946, donde protestó de que se le achacase
sentirse dolorido por hallarse en el exilio obligado de su patria encarcelada:
En alguna de las referencias que acerca de
mi trabajo he visto hechas en España ahora, se da por supuesta la resonancia en
mí del dolor de la separación. No creo yo que tal dolor exista. Pasemos toda
alusión a aquello que motiva mi alejamiento de España, porque de hacerla,
entonces ciertamente habrían de aparecer resonancias dolorosas. Mas en la
separación misma, yo no encuentro nada doloroso. (III, 769.)
Repárese en la declaración de que sí le
proporcionaba dolor el triunfo de los militares monárquicos rebeldes, pero no
el que debido a ese motivo tuviera él que permanecer fuera de España. La visión
realista poseída por Cernuda de su patria y de sus conciudadanos le impelía al
desprecio. España en este contexto no es el territorio físico, sino la parte
preponderante de la gente que la puebla.
Está
claro que durante esos años en los que formó parte de la España peregrina, como
la mayor parte de los intelectuales españoles, y desde luego los mejores,
Cernuda alcanzó su más acertada expresión lírica. Los terribles sucesos de los
que tuvo noticia primero durante la guerra española, y después en la mundial,
depuraron su expresión al máximo, pero no para convertirle en un poeta puro,
sino para hacerle un poeta comprometido con la Revolución.
Entre 1944 y 1949 escribió Vivir sin estar viviendo, con la misma
inspiración motivadora de los dos títulos anteriores. Así, en una evocación de
Juan Ramón Jiménez, también exiliado, aseguró que lo único importante es la
poesía en sí misma: “Para el poeta hallarla es lo bastante, / E inútil el renombre
u olvido de su obra” (I, 405), ya que la realización del ser humano se cumple
en la ejecución de los dones de que está dotado, sea cual fuere la estimación
que obtenga con su ejercicio.
Desde octubre de 1947 a octubre de 1952 fue
profesor de literatura española en Massachusetts, con enorme desgana, porque le
disgustaban el trabajo, el clima, los alumnos y los profesores. Así se
comprende el título impuesto a ese libro, Vivir
sin estar viviendo, porque en los Estados Unidos de Norteamérica no se
vive, sino que se espera la muerte.
En una tierra viva
Para escapar de la opresión de aquel
malvivir hizo viajes a Cuba y a México, y en 1952 decidió perder la buena
situación económica de que gozaba, y abandonar un país que le desagradaba tanto
como su patria encarcelada. Al cruzar la frontera con México sintió la alegría
de un pueblo que sabe vivir y lo hace bien. El contraste entre los dos países
le inspiró las prosas líricas de Variaciones
sobre tema mexicano, escritas en 1950 y expresadas en segunda persona, con
sólo dos excepciones, en las que meditó sobre una tierra poblada de pobreza,
pero viva, no como los Estados Unidos muertos, según se lee en “Lo nuestro”:
Aquella tierra estaba viva. Y entonces comprendiste
todo el valor de esa palabra y su entero significado, porque casi te habías
olvidado de que estabas vivo. Acaso el precio de estar vivo sea esa pobreza y
duelo que veías en torno; (I, 629.)
En Massachussets había olvidado casi que
vivía, en medio de todas las tecnificaciones de la sociedad de consumo. En
cambio, al contemplar la realidad del pueblo mexicano recobró la vitalidad, y
con ella el entusiasmo. Desde entonces se radicó en México, aunque realizó
visitas a los detestados Estados Unidos para atender compromisos profesorales.
Así que México fue su patria de adopción, en la que murió. No se elige el lugar
del nacimiento, pero sí es posible escoger el de la muerte. Cabe preguntarse,
por ello, cuál es la verdadera patria, y si no habrá que revisar el concepto
generalmente aceptado, que hace a una persona soportar un empadronamiento que
no pudo buscar.
Es un asunto de importancia en sus últimos poemas.
Tituló significativamente Con las horas
contadas un poemario iniciado en noviembre de 1950, en momentos depresivos
que le hacían suponer próximo el fin de su vida. Merece leerse con atención una
copla, titulada “Soledades”, que resume su opinión sobre los lectores de poesía:
¿Para qué
dejas tus versos,
Por muy poco
que ellos valgan,
A gente que
vale menos? (I, 464.)
A pesar de ello continuó escribiéndolos, y
en noviembre de 1962, justamente un año antes de su muerte, vio la luz su
último libro, Desolación de la Quimera, al
cumplir los 60 años de su edad. Aunque no le gustase su patria obligada, o
precisamente por ello, sigue estando presente en esos poemas finales. Uno de
los más importantes, titulado simplemente con las cifras de “1936”, el año de
la sublevación militar, relata su conversación con un antiguo miembro de la
Brigada Lincoln, que vino a combatir junto al pueblo español. Hablándose a sí
mismo se decía Cernuda:
Por eso otra
vez hoy la causa te aparece
Como en
aquellos días:
Noble y tan
digna de luchar por ella.
Y su fe, la
fe aquella, él la ha mantenido
A través de
los años, la derrota,
Cuando todo
parece traicionarla.
Mas esa fe,
te dices, es lo que sólo importa. (I, 545.)
Indudablemente, siempre será noble y digno
luchar por la libertad de los pueblos y de los individuos, allí en donde quiera
que esté amenazada, incluso cuando las gentes a las que se protege no lo
merezcan. Desde luego, Cernuda nunca hubiera escogido España como patria, en el
hipotético supuesto de poder hacerlo. Así lo demuestra el poema final del
libro, “A sus paisanos”, un rechazo de su españolidad forzada, y una queja por
tener que utilizar el español como lengua porque “Criado estuve en ella y, por
eso, es la mía, / A mi pesar quizá, bien fatalmente” (I, 547). No quería
comunicarse en el mismo idioma utilizado por los vencedores para ensalzar a su
dios y a su dictadorísimo, de los que Cernuda renegaba y les dejaba toda la patria
para ellos solos. Por eso mismo era un gran patriota.
ARTURO DEL VILLAR
PRESIDENTE DEL COLECTIVO REPUBLICANO TERCER MILENIO
Fuente: Amistad Hispano Soviética
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