PRÓLOGO PARA "MOSCÚ DE LA REVOLUCIÓN", DE MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN
Para la traducción italiana. INÉDITO EN ESPAÑOL.
Comencé a escribir este libro con el inicio del espíritu de la "glasnost" y la "perestroika" y lo terminé en 1990 cuando tras la caída del muro de berlín aun era una obra abierta el final feliz o infeliz de la experiencia soviética, del orden mundial directa o indirectamente condicionado por la Revolución de Octubre de 1917. Quise escribir el balance de una ciudad-imaginario, referencia obligada de una finalidad histórica marcada por la lucha de clases a nivel internacional. Desde los años veinte, Moscú no sólo había sido la capital de la URSS sino también el skyline de la sociedad socialista, la meca de los soñadores revolucionarios del mundo entero que muchas veces contemplaron como sus sueños se volvían pesadillas, como su razón producía monstruos.
Ahora me doy cuenta de que realicé el retrato escrito de un fracaso, por cuanto mi libro atendía sobre todo aquel Moscú creado por el sueño vanguardista de la Revolución de Octubre y de hecho arruinado por los decretos de unificación del stalinismo a comienzos de los años treinta. Decretos de unificación de todas las vanguardias, fueran del arte o de la política. Que yo escribiera esa remembranza desde el Moscú de la perestroika daba un especial sentido al balance que todavía hubiera podido ser revolucionario, si la perestroika no hubiera sido el signo de una quiebra irremediable y no un punto de llegada de lo negativo para iniciar una lectura democrática y participativa de la Revolución de Octubre. En 1990 al comunismo soviético no le quedaban comunistas. Sospecho que los comunistas reales habían sido asesinados por el stalinismo o habían muerto luchando con generosidad y sin coartadas burocráticas en la Gran Guerra patria. En 1990 la URSS estaba dominada por una nueva clase de yuppies de la nomenklatura con deseos irrefrenables de practicar cuanto antes la transubstanciación capitalista. La URSS había perdido la Guerra Fría y la peculiaridad de esta guerra condicionaba la peculiaridad de la rendición y del sálvese quien pueda.
Comprobada la cualidad de cartón piedra de los países llamados de "socialismo real", el orden internacional parecía quedar otra vez como una obra abierta, incluso durante algunos años se instaló el sueño de una Racionalidad Universal al servicio de una Ética de la Democracia garantizada por la ONU y su policía militar global, el ejército de los Estados Unidos. Han pasado las suficientes evidencias como para comprobar que la racionalidad universal emancipatoria sigue siendo una utopía necesaria que ha devorado personas, doctrinas e imaginarios, uno de ellos Moscú, el Moscú de la Revolución Octubre. Cuando se planteó la reedición de este libro en mi pais y la traducción a otras lenguas, tuve que decidir entre "actualizarlo" o convertirlo en el testimonio de una época, como el Viaje a la URSS de Gide o el Viaje a Moscú de Walter Benjamin, tan utilizados para la escritura de mi libro. He preferido no tocar ni una línea para que las generaciones futuras sepan cómo fue el sueño de los idealistas del siglo XX y la pesadilla de la reacción socialista conservadora, sueño y pesadilla contamplados en el principio del fin, en los meses en que la perestroika consigue un primer Congreso Soviético parademocrático, cuando Gorbachov dirige el ensayo aún con maneras autócratas. Por aquellos días yo iba de descubrimiento en desdubrimiento, pero como casi todos los saberes y los mandamientos, mis descubrimientos se resumían en dos: en la URSS no quedaban comunistas y lo deseable era que después de los bolcheviques volvieran los mencheviques.
Pero también por aquallos días apreciaba en la juventud interlocutora ansiedades zaristas, eslavófilas, de capitalismo tan heavy como el rock que les gustaba, junto al renacimiento de una creatividad crítica que daba lugar a un nuevo cartelismo evidenciador, a la manera del cartelismo inimitable de la prodigiosa vanguardia de los años veinte. Y en uno de aquellos carteles titulado "perestroika" se veía a Gorbachov dirigiendo una orquesta, sobre el atril la partitura, pero la partitura... vacía. El cartel me estaba anticipando lo que iba a ocurrir, cuando en los análisis más constructivos todavía se pensaba que Gorbachov estaba en condiciones de dar un paso cualitativo adelante, más allá del comunismo empantanado: un socialismo democrático participativo e igualitario, en lo posible. Pero las palabras tienen dueño, camo asegura Lewis Carroll en Alicia en el país de las maravillas y de palabras como socialismo o comunismo se habían apoderado el stalinismo y el breznevismo hasta hacerlas inservibles durante décadas, hasta que se apoderen de ellas otra vez una izquierda tan inocente como la que inició la marcha reivindicativa a partir de la Revolución Industrial.
Mientras tanto, este libro, consideradlo como el retrato de una esperanza y su fracaso marcada en una ciudad concebible como materia y manera de ua salto histórico. Y aceptadme la paráfrasis de la frasa atribuida a Tayllerand: "Nadie sabrá qué fue el sueño revolucionario si no vivió aquel Moscú anterior a la contrarrevolución". De qué contrarrevolución se trata, el lector es dueño de decidirlo.
Fuente: vespito.net
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