lunes, 8 de junio de 2015

"EL PUTO JEFE", NUEVO LIBRO DE RELATOS DE ISAAC ROSA

‘El puto jefe’, la nueva colección de relatos de Isaac Rosa, ya está a la venta. Este ejemplar recopila los doce relatos escritos por el autor en los últimos números de La Marea, precedidos por un prólogo bajo el título ‘Los cuentos no son para el verano’. La ilustración de portada es de Diego Quijano.


Los cuentos no son para el verano, de Isaac Rosa


Cada año, al llegar junio, los responsables de Cultura de periódicos y revistas -de papel y digitales- sacan la agenda de contactos y telefonean a unos cuantos escritores. Novelistas, sobre todo, aunque también caben dramaturgos, poetas y directores de cine. Todo aquel que, se supone, tiene algo que contar.

– Oye, que como ya llega el verano, ¿qué tal si nos escribes un cuento para publicar en agosto? Sí, para el suplemento veraniego, ya sabes. Algo fresco, propio de esas fechas.

Algo fresco. Un relato de misterio, una investigación detectivesca, si se va a publicar por entregas. O un cuento humorístico, risas garantizadas. Sin olvidar un poco de erotismo, que en verano se agradece. Pero si lleva un toquecito de conciencia social, también se agradece, que no todo va a ser frivolidad.

No tengo nada en contra del entretenimiento, y mucho menos el veraniego. Yo soy el primero que en vacaciones busca poco esfuerzo y menos preocupación. Si recreo la escena anterior entre un director cualquiera de periódico y un escritor, no es para criticar los “cuentos de verano”, sino para mostrar qué idea tienen de la ficción narrativa la práctica totalidad de medios, y qué lugar le reservan en sus páginas: el relleno veraniego, cuando sobran páginas porque faltan noticias. El adorno vacacional, ese toque ligero que diferencia el periódico en agosto del resto del año. El descanso del lector, el gancho para que siga leyendo cuando no quiere saber nada de la realidad.

Los cuentos son para el verano, piensa el periodismo. La ficción no cabe en un medio serio, es cosa de revistas culturales y de creación. Y si un medio generalista le da espacio es solo cuando el tono informativo se vuelve fofo, en el suplemento de playa, junto a la entrevista simpática, las recetas refrescantes y los pasatiempos. De hecho, un pasatiempo más.

Insisto: nada contra los pasatiempos ni contra los momentos de aflojar la tensión informativa. Pero déjenme que reclame un espacio más relevante para la ficción, para los relatos. Para los otros relatos, pues qué otra cosa es un medio de comunicación sino una sucesión de relatos, de ficciones incluso, de representaciones de la realidad. ¿Por qué la ficción pura, el cuento en este caso, no puede sumarse a sus páginas el resto del año, en tanto que representación de la realidad también?

La Marea, la revista mensual que desde enero de 2013 edita una cooperativa de periodistas, no es una publicación cultural ni de creación. Es un medio que apuesta “por el periodismo riguroso y comprometido, los reportajes en profundidad y la cultura”. En sus páginas hay sobre todo temas políticos y sociales, una mirada crítica al tiempo conflictivo que vivimos. Y sin embargo, en sus páginas cabe la narrativa de ficción, el cuento. Y no solo en verano. Todo el año, en cada número.

Cuando desde La Marea me propusieron escribir un cuento cada mes, estábamos pensando en lo mismo: no un relleno, no un adorno, no un momento de descanso para el lector, sino una ficción que fuese parte de la revista. Una pieza más de esa mirada a la realidad que el medio propone propone, junto a los reportajes, los análisis o las entrevistas. Que hubiese continuidad en el discurso, que de cada cuento se pudiese decir que sirve a los mismos principios editoriales que el resto de secciones de La Marea: “la libertad, la igualdad, la laicidad, la defensa de lo público, la soberanía de los pueblos, la economía justa, la regeneración democrática y la denuncia de la ilegitimidad de la monarquía, la memoria histórica, la cultura libre, el trabajo y la vivienda dignos y el respeto por el medio ambiente.”

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Ya sé, ya sé: qué tendrá que ver un cuento, una ficción literaria, con todo lo anterior. Qué hace un creador sometiéndose a unos “principios editoriales”, en vez de dejar volar su imaginación y disfrutar de su libertad creadora, de la feliz irresponsabilidad de quien ficciona y no tiene que preocuparse por las consecuencias de su escritura. ¡Que esto es un cuento, oiga, no un reportaje! ¡Que los lectores no te van a exigir objetividad, rigor y honestidad! ¡Que para la ficción no hay libro de estilo, ni código deontológico!

Por supuesto que no. Pero créanme si les digo que, para mí, escribir integrando mi ficción en un discurso periodístico compartido no ha sido un corsé sino un ejercicio de libertad, y una forma de expandir antes que constreñir mis ficciones.

La intención fue, desde el principio, mirar a la realidad, y proponer una representación de la misma. Una que compita con las numerosas representaciones (ficciones la mayoría, aunque no las tomemos por tales) que consumimos cada día y que no nos llegan con forma de cuento, sino de noticia, entrevista o crónica (ficciones periodísticas); de mitin, comunicado, rueda de prensa o programa electoral (ficciones políticas); de estadística, resultados o presupuestos (ficciones económicas); de promesas, espejismos y deseos (ficciones publicitarias). ¿Qué puede un cuento frente a todas esas ficciones poderosas? Poco, sí: pero mucho más que nada.

Relatos que encajen entre las piezas periodísticas de una revista, pero sin renunciar a las armas de la ficción literaria. Mirar a la realidad, pero no desde donde ya lo hace el (buen) periodismo en forma de crónica o reportaje (y en La Marea hay mucho de ese buen periodismo). Mirar, pero no para describir sin más, no para dar testimonio, sino para torcer la mirada como solo la ficción puede hacerlo; para obligar al lector a mirar desde ángulos inusuales, en incómodos escorzos. Mirar la realidad en lo que tiene de extraña, de violenta, de monstruosa incluso, aunque no la percibamos como tal a fuerza de naturalizarla.

Vivimos saturados de ficciones, pero en realidad necesitamos más ficciones. Las nuestras, las que nos sirvan como escudo frente a todas esas ficciones aplastantes. Nuestro propio relato.

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Estos doce cuentos, publicados en otras tantas Mareas mes tras mes, pretenden ser esquirlas de esa realidad, fragmentos estallados, formas de pensar lo que nos pasa: dos mujeres que con el tabique que las separa construyen un puente invisible. Una carrera de trabajadores en la que correr es una forma de seguir en pie. La prisa agónica de quien repite eso tan de nuestro tiempo de “no me da la vida para más”. El extraño viaje de quienes comparten mucho más que un coche. Una pancarta en un balcón que se convierte en declaración de guerra. La enigmática identidad de quien es sospechoso de todo por no tener nada que ocultar. La sospecha en los centros de trabajo a partir de un reality perverso. Una subida de sueldo que provoca un terremoto económico al cuestionar lo más sagrado: el beneficio. La interminable subcontratación llevada a un terreno poco habitual: tu propio hogar, abierto de par en par por una confianza ciega. El desconcierto de un batallón policial preparado para la resistencia más feroz pero no para la soledad. Los negocios sucios que se cierran con una buena comida en la que no esperas testigos. La risa como próximo bien a privatizar por el management.
Doce cuentos, doce ficciones, doce representaciones de la realidad que no pueden esperar al verano. No porque no nos guste el verano, todo lo contrario: porque hasta el verano nos quieren quitar.

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Escribir cuentos todos los meses para una revista sí implica dos condicionantes que, en principio, chocan con la “libertad del creador”: la extensión y el plazo de entrega. Del primero, solo quien escriba cuentos entiende lo que significa tener que encerrar una ficción en una caja de dimensiones fijas, donde no cabe ni sobra una sola frase. Lo que en principio era un problema –recortar cuentos demasiado largos, prolongar otros demasiado cortos-, con el tiempo se ha convertido para mí en un desafío (que tu imaginación encaje en un lugar cerrado), pero también en una forma de orden que he acabado disfrutando.

Y en cuanto al plazo de entrega, tampoco es habitual que alguien escriba literatura bajo la guillotina del día de cierre, que en el caso de una revista es mucho más inflexible que en una editorial. Si lo comento es para agradecer la inmensa paciencia y confianza de mis compañeras y compañeros de La Marea, que a la agitación propia de un cierre suman la del dichoso escritor que todavía no ha enviado su cuento.

Publicar cuentos en una revista tiene un tercer aliciente: la ilustración. Desde el principio tengo la suerte de escribir teniendo al lado a uno de los mejores ilustradores de nuestro tiempo: Diego Quijano. Su capacidad de leer mis relatos, su velocidad de pensamiento y su búsqueda siempre del camino más difícil resistiendo a las imágenes más literales, consiguen ensanchar los significados de estas ficciones. Tengo que dar las gracias a Diego, y a la vez lamentar que al reunir los cuentos en un libro su trabajo quede fuera –salvo la genial ilustración de portada-.

Y por último, lo más importante: si algún sentido tiene este libro es apoyar y dar a conocer uno de los proyectos más esperanzadores que ha dado el periodismo en España desde que comenzó esto que llaman crisis: la cooperativa MásPúblico, su revista La Marea y la web del mismo nombre. Si vosotros también queréis desearle larga vida a La Marea, ya estáis tardando en suscribiros.

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