El autor de 'El halcón', cuya obra fue traducida a más de 40 idiomas, fallece a los 92 años
Decía ser hijo de Homero, y lo decía con toda humildad. Aprendió a narrar escuchando a los cuentacuentos y los âşık, los trovadores que en Turquía recorrían aldeas y pueblos cantando historias acompañadas de un laúd de luengo mástil, que en estas tierras se conoce como bağlama. Siendo aún niño, descubrió que ese tartamudeo que arrastraba desde que a los 5 años presenciara cómo su padre era asesinado, desaparecía al entonar canciones. Esas que hablan de la vida corriente, y de amores trágicos, y de héroes justicieros.
Kemal Sadik Gökçel, más conocido como Yasar Kemal, cerró sus ojos para siempre este sábado en Estambul, dejando un hueco irremplazable en el panteón de la literatura turca. Nació en 1923 en la aldea de Hemite (Osmaniye, sur de Turquía), en el seno de una familia humilde que mezclaba orígenes kurdos y turcos, y la temprana muerte de su padre le obligó desde muy joven a enfrentarse a la dura vida laboral. Conducía tractores, vigilaba canalizaciones, compartía la vida con los campesinos de los arrozales. Y escribía. Escribía poemas, recogía los cuentos del folclore popular y redactaba cartas a los vecinos que no sabían leer ni escribir.
Y aunque en 1946 se trasladó a Estambul, donde los hermanos Arif y Abdidin Dino le introdujeron en los círculos intelectuales de la época, jamás olvidó su tierra ni sus gentes. Las llanura de Çukurova, con sus arrozales y campos de algodón; los riscos y las ruinas de Anavarza; los montes Taurus; los campesinos sin tierra, los obreros, los bandidos… Como el que le hizo internacionalmente famoso: Ince Memed, Memed el flaco (traducido al español como El halcón), hijo de pobres braceros que se rebela contra la opresión del cacique que explota a su aldea. “No creo en un arte separado del pueblo”, subrayaba el autor: “Mi literatura está al servicio del proletariado”.
Fue un escritor con raíces, que renovó la prosa turca ya desde su primer libro de cuentos, Calor amarillo (1952), sustituyendo los barroquismos de la literatura otomana –muy influida por la poesía persa- por un lenguaje popular y directo. Pero no para empobrecerlo: la escritura de Kemal es tan rica y precisa, refleja tantos dejes y términos propios de su tierra, que incluso existe un diccionario para que los turcos no se pierdan en su obra.
Sus historias, pese a mezclar el realismo desnudo con una fantasía propia de los cuentos populares (probablemente el ejemplo más claro es La furia del monte Ararat, escrita como una moderna epopeya) no caen en ningún momento en la idealización de la vida rural. Al contrario, libros como Calor Amarillo o Si aplastaran la serpiente –basado en las confesiones hechas en prisión por un joven que había cometido un crimen de honor- presentan la realidad cruel y despiadada que se esconde tras las paredes de la aldea.
“Fue el gran escritor de Turquía, anterior a la generación de Orhan Pamuk”, sostiene su traductor Rafael Carpintero: “Y al mismo tiempo era una persona muy agradable con un gran compromiso político y social”. Dijo una vez Pamuk que en Turquía, no se es un escritor o un periodista de talla hasta que no se pasa por los tribunales. Kemal era ambas cosas, y además nunca escondió sus ideas izquierdistas: siempre estuvo al lado de los trabajadores, fue dirigente del Partido Obrero en los sesenta y presidente de varios sindicatos y asociaciones de artistas. A los 17 años fue arrestado por primera vez. A los 27 sufrió la cárcel, acusado de hacer “propaganda comunista”. En 1995, fue condenado a una pena en suspenso de otros 20 meses de prisión acusado de defender el separatismo kurdo. El novelista no tragaba con el nacionalismo imperante en su país, pues su conocimiento de Anatolia le hizo defensor de su multicultural riqueza. Por ello mantenía que “un mundo en el que quede una sola lengua” será “peor que el infierno”.
Pese a no lograr el ansiado Nobel –fue su eterno aspirante turco desde que lo propusiesen en 1973- acumuló a lo largo de su vida importantes distinciones, entre otras, la Legión de Honor francesa, el Premio de la Paz de los libreros alemanes, el Premi Internacional Catalunya o la Medalla Krikor Naregatsi de Armenia.
Yasar Kemal ha muerto, pero sus novelas son ya universales porque, aunque la mayoría de sus personajes son gentes sencillas, sus historias nos hablan de amores prohibidos, de la brutalidad de la tradición, de la desigual modernidad, de la explotación humana, de la búsqueda infatigable de la justicia, excediendo así –como los mitos, las leyendas- la reducida geografía que describe. A fin de cuentas eso es la Literatura, con mayúsculas.
Fuente: El País
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