Año: 1969
País: Bolivia
Director: Jorge Sanjinés
Reparto: Marcelino Yanahuaya, Benedicta Mendoza, Vicente Verneros Salinas, Danielle Caillet, Felipe Vargas
Duración: 67 minutos
Como grandes admiradores que somos en Cine Maldito de las gentes, cultura y cine procedentes de Iberoamérica, nos enorgullece incluir de vez en cuando alguna perla esculpida en el continente hermano. En esta ocasión reseñamos La sangre del cóndor, cinta de nacionalidad boliviana realizada en los años sesenta por el interesante Jorge Sanjinés, uno de los pioneros del cine andino que también cuenta en su haber con otra joya del cine indigenista, multilingüe y nacionalista titulada Ukamau, cinta rodada unos años antes que la protagonista de esta reseña y que igualmente denunciaba las injusticias y el aplastamiento de las ancestrales costumbres andinas que los campesinos indígenas bolivianos padecían en manos de las razas mestizas e indoeuropeas, las cuales no solamente atentaban contra la dignidad moral de los habitantes originarios de las montañas bolivianas, sino que del mismo modo trataban de imponer su poder racial y económico humillando el orgullo de los indígenas.
Es complicado dejar a un lado en la reseña las claras intenciones políticas de la película, que sigue las doctrinas revolucionarias campesinas y anti imperialistas que el Che Guevara trató de llevar a cabo en Bolivia y que le causó la muerte en estas tierras justo dos años antes de la realización de esta obra, y por tanto obviar uno de los principales objetivos de Sanjinés a la hora de sacar adelante este proyecto, que no es otro que lanzar un feroz grito de protesta para concienciar a los indígenas de su valor como raza, valor que se había puesto en entredicho desde ciertos sectores burgueses de la sociedad boliviana y también desde el propio subconsciente de los indígenas, ya que algunos de los cuales estaban adoptando un patrón religioso y cultural ajeno a su etnología con el objeto de no sentirse desplazados por la minoría poderosa, siendo este abrazo cultural el único medio para no quedar excluidos del estilo de vida occidental que se estaba apoderando del continente americano.
Este sentido crítico que brota de la cinta está impregnado en lo más profundo de los cimientos de la obra y por tanto es necesario reseñarlo. Al espectador occidental le llamará mucho la atención el planteamiento de Sanjinés, en el cual no hay grises ni términos medios. Todo es blanco o negro, es decir, la película no engaña a nadie. La trama señala como héroes a los campesinos moradores de los míseros poblados sitos en los agrestes paisajes andinos, que únicamente se comunican y hablan en quechua y cuya tranquilidad se ve violada tras la llegada al poblado de los villanos de la epopeya, que no son otros que unos siniestros indoeuropeos —originarios de Estados Unidos— que en un principio se presentan como unos filántropos que han arribado al pueblo en misión humanitaria para ayudar a sus moradores y que en realidad son un escuadrón de la muerte compuesto por unos inquietantes científicos a los que el Gobierno ha asignado la indigna misión de esterilizar a las fértiles mujeres indígenas con objeto de controlar su demografía (trama inquietantemente similar a casos no muy alejados en el tiempo como los famosos sucesos de esterilización de poblaciones indígenas acontecidos en el Perú de Alberto Fujimori). También se reviste de malvados a los miembros de la policía y ejército bolivianos (mayoritariamente mestizos que solo hablan castellano y de religión católica, frente al chamanismo de los indígenas), a los urbanitas que han plegado su raza a favor del capitalismo, así como a las clases gobernantes y adineradas de origen europeo que vierten su odio y racismo en contra de los salvajes indígenas. Sin embargo, este hecho que puede asustar a algún espectador, está tratado muy inteligentemente por Sanjinés, ya que la película adopta el patrón de una legítima aventura en favor de los derechos humanos que denuncia los abusos que sufren los más débiles por parte de los poderosos, dando como resultado un producto ameno y grato para la vista y la moralidad.
Cinematográficamente hablando la película adopta la forma de un documental de ficción. Podríamos calificarla como una película neorrealista extrema: rodaje en maravillosos e hipnóticos espacios exteriores bellamente fotografiados para deleite de los amantes de la geografía andina, presencia de actores no profesionales que interactúan e improvisan con total naturalidad con los lugareños en alguna de las escenas más potentes del film (los fans del neorrealismo disfrutarán con la maravillosa escena rodada en el mercadillo de la ciudad), escasez de medios y recursos los cuales son sustituidos por ingenio y oficio, corta duración (apenas 66 minutos de metraje) y empleo del idioma quechua entremezclado con el castellano, hecho éste que confiere un halo de realismo místico a la cinta difícil de igualar.
Sanjinés innova narrativamente adoptando los esquemas que imperaban en el cine de los sesenta. Así la escena inicial de la película muestra a un indígena borracho (Ignacio) que se lamenta de la muerte de sus tres últimos hijos recien nacidos. Las inconexas frases que lanza a su esposa (Benedicta) a la que reprocha haber acudido a un enigmático centro de ayuda a la mujer, -centro al que el indígena culpa de la muerte de los neonatos-, hacen creer en un primer instante que Ignacio se ha vuelto loco. Acto seguido una patrulla policial arresta a punta de rifle a Ignacio y a otros campesinos del poblado. Intuimos que algo ha sucedido el día anterior, pero la película no facilita ninguna información acerca de los motivos del arresto. Los arrestados son trasladados a un lugar solitario sito entre las montañas para ser ejecutados a sangre fría por los agentes policiales, sin embargo Ignacio consigue sobrevivir gracias a que el policía encargado de rematarle (de facciones claramente indígenas) dispara al aire simulando de este modo la ejecución del indígena.
Gravemente herido Ignacio se traslada junto con Benedicta, en un onírico e icónico viaje, a la ciudad para tratar de curar las graves heridas que ha sufrido tras el intento de ejecución. En la ciudad contarán con la ayuda de Sixto, el hermano de Ignacio, que es un indígena emigrado que trabaja en una alienante industria manufacturera y que trata de esconder su origen para intentar adaptarse a la vida de la gran ciudad. La ciudad es presentada como una temible jungla de hormigón, máquinas y recelos que oprimen la natural forma de vivir indigenista, así intuiremos que Sixto es diana de los odios raciales de sus compañeros de fábrica, los cuales se burlan de él por su origen rural y racial. Sixto ayudará al matrimonio de modo que Ignacio es ingresado en un hospital para tratar de salvar su vida.
A partir de este momento la cinta narra en paralelo la lucha por sobrevivir de Ignacio, Sixto y Benedicta en la urbe y la historia en flash back de los acontecimientos que llevaron a Ignacio y a los habitantes del humilde pueblo sito en las laderas montañosas de los Andes, a cometer el linchamiento de los miembros de la comuna científica que en principio se había asentado en las cercanías del poblado para ayudar y formar a las mujeres del pueblo, y que como ya hemos comentado, en realidad tienen encargada la misión de esterilizar a dichas mujeres. Especialmente lamentable resulta la aquiescencia y pasividad del médico que debería procurar la sangre que necesita Ignacio para sobrevivir, que lejos de cumplir el juramento hipocrático al que debe su profesión, hace caso omiso a las plegarias del pobre Sixto que acude en su búsqueda para intentar salvar a su hermano.
Sanjinés dota a la trama con un estimulante componente de suspense, siendo éste un recurso hábilmente empleado por el director boliviano gracias al hecho de esconder los motivos de la ejecución sumaria de Ignacio y otros miembros de la comunidad campesina. Así se intuye, pero no se explica, que algún experimento siniestro está siendo llevado a cabo por parte de los inicialmente simpáticos médicos (que en un principio parecen más una comuna hippie que unos siniestros asesinos). Sanjinés hace gala de un talento narrativo supino dejando que la trama fluya con sencillez pero sin desvelar en ningún momento la cruda realidad que nos depara el final. La película es un espectáculo visual y patrimonial de primer orden. La fotografía de estilo muy soviético resalta la belleza del paisaje boliviano y de los rostros de los indígenas del país latinoamericano. A esto hay que añadir la filmación de escenas en las que podemos contemplar las costumbres y ceremonias rituales de los pueblos indígenas las cuales son filmadas abrazando el estilo documental e igualmente vislumbraremos escenas de estilo claramente influenciado por la Nouvelle Vague actuando la cámara de Sanjinés en el plano del ocultismo para mostrar con todo detalle la vida en el mercado de la ciudad o en las opresoras calles de la urbe, en las cuales podemos contemplar incluso un llamativo desfile marcial.
Película nacionalista, con un claro color político, de gran belleza visual y simbólica y muestra del patrimonio cultural de Bolivia, La sangre del cóndor es una película única en su especie y por lo tanto difícilmente comparable con otras referencias conocidas. Cinta imprescindible para conocer la riqueza y diversidad del país latinoamericano es igualmente una pieza de gran calidad que deleitará a los fans del cine realista iberoamericano, entre los que me encuentro, más allá de la afinidad política o no que el espectador pueda sentir acerca del mensaje vertido por Sanjinés.
Rubén Redondo (Fuente: cine maldito)
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