El cineasta Marcos Martínez Merino estrena en el festival de Sevilla ‘ReMine’, un documental sobre la lucha minera en Asturias que ya ha sido reconocido en Buenos Aires y México, una película sobre “la historia de la resistencia como objetivo vital y sobre la épica de un grupo de 600 trabajadores que pelean siendo conscientes de que la derrota es el fin más probable”.
Las derrotas constituyen, en ocasiones, grandes hazañas en sí mismas. El periodista Marcos Martínez Merino (Gijón, 1973) padeció su primera gran decepción cuando, tras 20 años residiendo en Madrid y 15 trabajando la información económica en el medio televisivo, comprobó cómo el hartazgo había ido minando su vocación. Criado en el barrio obrero de La Calzada, al abrigo de los astilleros gijonenses, quiso dar una vuelta de tuerca a su carrera y tanto él como su pareja, la también periodista Marta Fernández Crestelo, comprendieron que sólo podrían lograrlo emprendiendo el camino en busca de sus orígenes. Todo ese proceso ha cristalizado en ReMine, un largometraje documental cuyo estreno en España ha llegado el 10 de noviembre, dentro del Festival de Cine de Sevilla, y que ya ha recibido una mención especial del jurado en el Bafici de Buenos Aires -tal vez el certamen cinematográfico más prestigioso de toda Latinoamérica- y el premio de la sección oficial del Festival de la Memoria de México.
El título de la película ya es una declaración de intenciones: en un primer momento remite al verbo inglés remind, recordar, pero en realidad esconde un apócope del sintagma “resistencia minera”. En esencia, es de eso de lo que se trata. De relatar la historia de la lucha de los trabajadores asturianos del carbón porque, en palabras de Merino, ellos eran “los últimos representantes de un colectivo que ha sido determinante en la consecución de derechos y deberes en España”. Resolvió su principal problema de partida, el de no tener más contacto con la cuenca minera asturiana del que les confería la proximidad entre ésta y su ciudad natal, abandonando Madrid para instalarse en el corazón mismo del territorio cuya esencia pretendían conquistar. El valle de Turón, anclado al extremo suroriental del municipio de Mieres, fue una de las zonas más castigadas por la crisis de la minería y las posteriores reconversiones del sector, hasta el punto de que los expertos la han comparado muchas veces con la cuenca del Rühr alemana por los devastadores efectos que en ambas tuvo la desindustrialización. “Es un paradigma”, ilustra Merino, “un valle minero histórico donde hoy no queda ni una sola mina abierta y que sufre una verdadera sangría de habitantes desde hace tres décadas”.
Tanto él como su compañera se pusieron a trabajar de inmediato. Hicieron más de cien entrevistas a historiadores, políticos, sindicalistas, estudiantes, economistas. El cineasta confiesa que, con todo, “ninguna entrevista resultó tan aleccionadora como el propio día a día en el valle de Turón; fue ahí donde supimos que la historia debía estar centrada en las emociones y no en los acontecimientos; en realidad, descubrimos un universo que nos mostró el camino que debía seguir la narración”. Comenzó a elaborar un primer borrador del guión, pero cuando menos lo esperaba, la realidad acudió a modificar sus planes. En la primavera de 2012, la decisión del Gobierno de Rajoy de finiquitar antes de lo pactado el controvertido Plan de la Minería hizo que la tranquilidad saltase por los aires en las cuencas mineras y desató la que hasta la fecha ha sido la última gran movilización del sector carbonífero. La película dejó de estar en un papel para desfilar, en vivo y en directo, ante sus ojos. Merino aún recuerda el día en que Marta llegó a casa con una cámara y le dijo: “Nuestra historia está ocurriendo ahora mismo ahí fuera: sal a la calle y graba”.
De ese modo surgió ReMine, un documental que emociona sin hacer trampas. Arranca y concluye con las imágenes, tan hermosas como sobrecogedoras, del ejército proletario regresando a su casa tras la derrota. Por medio se cuelan escenas e historias bellísimas, como las que muestran a los integrantes de la llamada “Marcha Negra” recorriendo entre vítores la Gran Vía madrileña o la que relata las vicisitudes en la retaguardia de las llamadas “mujeres del carbón”, esposas, madres e hijas de mineros que labran en la superficie las batallas que ellos dan bajo la tierra. Pero lo que más destaca en la película es la facilidad con que la cámara se interna en los pormenores más íntimos del microcosmos obrero, en unos ambientes habitualmente cerrados a los profanos y en los que el director de la película parece moverse como pez en el agua. “Todo fue surgiendo de un modo muy natural”, cuenta Merino, “había que hallar las emociones que representaban aquello que queríamos contar, y al final fue mucho más relevante el tiempo que pasé sin rodar que los periodos en los que tuve la cámara al hombro”. Quería cumplir a rajatabla, y lo consiguió, con una premisa irrenunciable: documentar sin interpretar. Sin embargo, “hubo una implicación personal con quienes habitaban aquellos escenarios; sin ella no habría rodado ReMine, habría hecho otra cosa”.
Había otra vocación fundamental. La de “construir el mito minero para ir deshaciéndolo capa a capa hasta enseñar una imagen verdadera, alejada de los tópicos y los estereotipos sobre los mineros y las cuencas”. Merino vio clara, desde el primer momento, la necesidad de “construir una estructura narrativa que estableciera una comunicación con el espectador en la que se le invitara a que entrara por su propio pie en ese universo para extraer, al final, sus propias conclusiones”. Lograr todo eso dio lugar a una ardua posproducción que se prolongó durante cinco meses y en la que el cineasta quiere reconocer la labor de la montadora, Ana Pfaff.
Así, en ReMine la historia de la lucha presente se va relatando segmentada por las alusiones a tres momentos muy concretos que contextualizan aquello que se narra: los inicios de las explotaciones carboníferas en Asturias, las huelgas de 1962 -las primeras que pusieron en jaque al régimen franquista, que finalmente dio su brazo a torcer- y el trágico accidente que en 1995 acabó con las vidas de 14 mineros en el pozo Nicolasa. Hitos ineludibles para comprender un territorio que, en palabras de Merino, “está levantado sobre un subsuelo de sangre y dolor que no debe olvidarse”.
¿Son la movilización victoriosa de 1962 y la perdida de 2012 la cara y la cruz de una misma moneda? “Son momentos muy distintos”, responde el director tras meditar unos minutos. “En 1962 había cierta esperanza en un mundo mejor que estaba por construir; hoy, sin embargo, domina el escepticismo. De algún modo incluso el propio concepto de trabajador parece sonar algo peyorativo, y sin embargo exigimos a los mineros que estén a la altura de las circunstancias históricas y no defrauden su mística como movimiento obrero”. Merino tiene claro que la praxis que tradicionalmente ha estructurado la lucha minera es, cada vez más, una especie en vías de extinción: “Los trabajadores del carbón, igual que todos, han sido seducidos por la sociedad de consumo y los créditos hipotecarios, pero a pesar de eso son capaces de mantener una huelga de dos meses. ¿Qué colectivo de trabajadores resiste en España hasta 65 días sin cobrar su salario?”.
De esa convicción proviene el subtítulo, El último movimiento obrero, con que ReMine se presenta ante los espectadores. “Responde a la concepción del último movimiento tradicional surgido en la Revolución Industrial; había mineros o grupos de trabajadores de resistencia en todos los países europeos, y entre todos presionaron para conseguir el llamado Estado de Bienestar; hoy apenas quedan ya grupos de trabajadores organizados y de hecho ya casi no queda industria tradicional en Europa”. De esa percepción, y de la evidencia de que lo que se cuenta en ReMine no deja de ser la historia de una huelga perdida, es lo que convierte la película en un glorioso canto a la épica que siempre anida en la lealtad a unos principios justos, por más que su victoria se antoje casi una quimera. “Creo que la épica nunca está en los objetivos conseguidos”, apunta Merino, “sino en el camino para lograrlos, y ReMine es la historia de la resistencia como objetivo vital”. “En estos tiempos de inmediatez y resultadismo“, rubrica para finalizar, “resulta bastante épico encontrar a un grupo de 600 trabajadores que pelean siendo conscientes de que la derrota es el fin más probable, porque, dime, ¿qué tiene de épico pelear cuando el triunfo está cantado?”.
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