Año: 1927
Duración: 74 min.
País: Unión Soviética (URSS)
Director: Vsevolod Pudovkin
Guión: Natan Sarchi
Fotografía: Anatoli Golovnya (B&W)
Reparto: Vera Baranovskaja, Aleksandr Chistyakov, Ivan Chuveljov, Sergei Komarov
Productora: Mezhrabpom
Sinopsis: Realizada para conmemorar el décimo aniversario de la Revolución de Octubre de 1917, narra los acontecimientos ocurridos en San Petersburgo, desde entonces Leningrado, a través de las vicisitudes de un campesino que llega a la ciudad intentando escapar de la miseria y del hambre.
Comentario:
Del mismo modo que ‘Octubre’ de Eisenstein, ‘El fin de San Petersburgo’ fue un encargo del gobierno soviético encuadrado en el marco de las celebraciones del décimo aniversario de la Revolución. Pudovkin nos ofrece una película más narrativa que Eisenstein en ‘Octubre’, pero igual de efectiva.
La fotografía destaca por su gran
belleza, presentándonos algunas imágenes de enorme lirismo. ‘El fin de
San Petersburgo’ es una película propagandística, pero Pudovkin no se
conforma con eso, sino que va más allá y hace de ella una película
antibélica admirable.
Las peripecias de un esquirol le sirven a
Pudovkin para narrarnos los acontecimientos que desembocaron en la
revolución de 1917. Sin embargo, dando un paso más en el análisis de las
diversas subjetividades presentes en torno al trabajo, el esquirol que
vemos aquí es muy distinto a los que nos presentaba en ‘La madre’,
no se trata de un hampón o de un borracho condenado de partida como
parte del enemigo, sino de un emigrante del campo que simplemente
necesita trabajar para comer.
Como es habitual en Pudovkin, utiliza
actores e introduce a un protagonista que experimenta una
concienciación. Se pretende con esto que el público se identifique más
fácilmente con la historia. De nuevo, como en ‘La madre’, busca la implicación y la concienciación social a partir de un individuo que no es un mero tipo, que es una “persona”.
Al comienzo de la película se presta
atención a la penosa situación del campesinado, mostrándonos las
penurias de los habitantes del campo, similares o mayores a las de los
trabajadores fabriles, así como la necesidad de emigrar a la ciudad para
conseguir trabajo ante la imposibilidad de alimentar todas las bocas
con los recursos de la tierra.
Nuestro esquirol es un hombre sencillo,
sin ideología y con el único recurso de su fuerza de trabajo, que a la
llegada a una ciudad revuelta encuentra empleo precisamente en una
fábrica en la que se ha convocado una huelga. De este modo también por
primera vez vemos uno de los métodos clásicos de los patronos para
luchar contra una huelga: la contratación de obreros externos más
necesitados o menos comprometidos que sus propios trabajadores.
A partir de aquí los acontecimientos que
se suceden, y que como era de esperar llevan a la toma de conciencia del
protagonista, se alejan del mundo del trabajo para adentrarse en otros
conflictos, sin embargo, en estos otros conflictos la película pone de
relieve factores que ya entonces determinaban las condiciones laborales y
que se mantienen de distintas formas hasta nuestros días.
Uno de estos factores, el más central, es
la guerra como negocio, como instrumento para poner en marcha las
economías de los países en conflicto, de modo que, como se dice
expresamente “todos ganan”. Y como no podía ser de otra forma
con un gobierno corrupto, con la guerra vienen los acuerdos comerciales
para producción de armamento y los contratos con la administración. Y
claro, guerra, crisis, llamamiento al patriotismo de los obreros para
que trabajen más por menores salarios.
La forma en que Pudovkin nos lo relata es
magistral, haciendo constantes paralelismos entre el conflicto en la
fábrica y las justificaciones de los patronos con las escenas en la
bolsa y la constante subida de las acciones. Luego el paralelismo se
traslada al campo de batalla, donde vemos morir a los mismos obreros
rusos en las trincheras mientras las acciones siguen subiendo. El
negocio del hambre y de la muerte.
Pero además evidencia de forma magnífica
la ideología que hay detrás de esos intereses. Los especuladores que se
apelotonan delante de la bolsa siguiendo la evolución de los índices
visten todos igual, “a la alemana” como dice la cinta, es
decir, justo como el enemigo. Porque efectivamente son el enemigo:
capitalistas. Pudovkin monta con ellos casi un ballet, se mueven al
unísono, giran sus cabezas de forma coordinada, como si fuesen un único
organismo casi mecánico, o militar, dirigido desde las altas esferas.
Resulta curiosa la contraposición entre
este colectivo sin alma, en el que no se puede distinguir a un individuo
de otro, y el formado por los obreros organizados, que precisamente
surge de la unión y la cooperación de individualidades.
También es revelador cómo ese “organismo”
capitalista se nos muestra claramente como un factor determinante de la
represión directa del obrero, al mismo nivel o incluso por encima de
los brazos armados clásicos representados por la policía o el ejército.
Es sobrecogedora, en la parte final de la
película, la escena en la que la mujer interpretada por Vera
Baranovskaja busca a sus familiares entre los asaltantes tras el asalto
al Palacio y termina repartiendo entre los heridos lo poco que tiene,
unas modestas patatas. Con esta hermosa imagen se nos muestra la
solidaridad entre las clases más humildes.
Pudovkin emplea un montaje asociativo,
menos abstracto que el montaje de Eisenstein. No se busca lograr nuevos
significados, sino que el montaje va de la mano con la narración. Sí que
hay asociaciones de imágenes, metáforas y paralelismos, pero su
objetivo no es crear conceptos nuevos, sino influir de forma más
profunda en el espectador.
Fuente: Cine y Trabajo
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