Chaplin junto al escritor comunista Bertolt Brecht
El fundamentalismo nacionalista y el sensacionalismo de los medios de comunicación no dejaron nunca de presentar a Chaplin como un extranjero que no deseaba nacionalizarse y, puesto que Usamerica le había hecho rico y famoso, sospechoso de antiamericanismo. El alistamiento de sus hijos bajo la bandera de las barras y estrellas, la venta de bonos pro-guerra y sus declaraciones constantes de afecto por el país nunca fueron suficientes para evitarlo. “En cuanto a la gente que asegura que yo he hecho mi fortuna en los Estados Unidos, se equivoca. El 75 por 100 de mis rentas han sido siempre adquiridas fuera de los Estados Unidos, en Europa y en Asia. Lo que los Estados Unidos me han concedido son impuestos. En verdad, soy yo quien ha sido un buen cliente de los americanos.» La piedra de toque que impulsaría la actitud contra Chaplin en la Administración usamericana fue un discurso y una casualidad.
Washington dudaba mes tras mes sobre apoyar a los rusos que resistían heroicamente al ejercito nazi, lanzado a la conquista de Moscú. A Chaplin le ponía enfermo En aquellos días un lema de propaganda que decía: «Dejadles que se desangren; luego llegaremos nosotros para rematarlos.» Recibió una llamada telefónica del presidente del Comité Americano de San Francisco para la ayuda del frente de guerra en la URSS, preguntándole si querría ocupar el puesto del embajador usamericano en la Unión Soviética, que iba a hablar en un mitin pro segundo frente, pero que a última hora había sufrido una laringitis aguda.
Chaplin aceptó porque disponía del tiempo en ese momento y estaba de acuerdo con la idea. Dudaba de poder dirigirse durante más de cuatro o cinco minutos a los asistentes, ya que no quería leer ningún escrito premeditado. Pero Chaplin estaba el último en el programa, era la estrella que pondría un broche final a los discursos previos de políticos y militares. Charlie se fue “calentando” al escuchar palabrería bienintencionada pero con la corrección medida para no comprometerse sin lugar a dudas. Tomó algunas notas en su tarjeta de invitación mientras paseaba nervioso tras el escenario. Sólo había bebido un par de copas de champagne durante la comida previa y… por fin escuchó su nombre.
La sala tenía una capacidad para diez mil personas y estaba atestada. En el escenario había almirantes, generales y el alcalde de San Francisco. Tenso, nervioso, vestido de esmoquin, fue recibido con aplausos. Esperó a que se apagaran y dijo una sola palabra: «¡Camaradas!». El público rompió en carcajadas. Cuando se calmaron, añadió con énfasis: «Y quiero decir, en efecto, camaradas.» Se repitieron las risas y sonaron luego aplausos. Continuó: «Supongo que hay aquí muchos rusos esta noche, y por la manera en que sus compatriotas luchan y mueren en estos momentos, es un honor y privilegio llamaros camaradas.» No hubo más risas. En medio de los aplausos, muchos se pusieron en pie.
Chaplin se sintió enardecido. Pensaba en la frase: «Dejadles que se desangren». Estaba a punto de expresar su indignación sobre eso, pero se contuvo, y en su lugar dijo: «No soy comunista; soy un ser humano, y creo que conozco las reacciones de los seres humanos. Los comunistas no son diferentes de nadie; si pierden un brazo o una pierna, sufren como sufrimos los demás, y mueren como morimos los demás. Y la madre comunista es igual que cualquier otra madre. Cuando recibe la trágica noticia de que sus hijos no volverán, llora como lloran las otras madres. No tengo que ser comunista para saber esto. Me basta con considerarme un ser humano para saberlo. Y en estos momentos las madres rusas lloran mucho y sus hijos mueren en gran número…». A eso le siguieron cuarenta minutos de improvisación sentida y expresada con sinceridad y convicción.
«Y ahora es la guerra de nuevo, y estoy aquí en nombre de la ayuda a la guerra en el frente de la URSS.» Hice una pausa y repetí: «De ayuda a la guerra en el frente de la URSS. El dinero les servirá; pero necesitan algo más que dinero. Me han dicho que los aliados tienen dos millones de soldados languideciendo en el norte de Irlanda, mientras que los soviéticos han de enfrentarse solos con unas doscientas divisiones nazis.» Se hizo un intenso silencio. «Los soviéticos —dije con energía— son nuestros aliados; no sólo están luchando por su modo de vida, sino también por el nuestro, y si conozco bien a los americanos, ellos quieren actuar en su "propia" lucha. Stalin lo necesita; Roosevelt lo ha pedido. ¡Pidámoslo todos!. ¡Abramos ahora un segundo frente!.»
Resonó un rugido salvaje, que impidió continuar a Chaplin, duró siete minutos, pateando, aplaudiendo y tirando los sombreros al aire. Esa misma noche algunos amigos alabaron su valentía y Chaplin se preguntó si no habría estado demasiado entusiasta. Resolvió que no, que la causa valía la pena.
Carlos López-Tapia
Fuente: Lo que yo te diga
Muy interesante. Muy buena iniciativa recuperar a esas voces valientes olvidadas que se hallaban entre dos aguas.
ResponderEliminarhttp://aquiyenotrolugar.blogspot.com.es/
ResponderEliminarPréstamo entre particular serio.
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