Ryszard Kapuscinski llegó
a Santiago de Chile más o menos un mes después de que los militares
bolivianos hubiesen asesinado a Ernesto Che Guevara en La Higuera el 9
de octubre de 1967. Aterrizó ahí como nuevo corresponsal para América
Latina de la agencia de noticias polaca, la PAP, aunque luego debía
trasladarse a la sede, en México DF. Era un momento complicado de la
Guerra Fría, apunta su biógrafo, Artur Domoslawski. Casi nueve años
antes había triunfado la revolución cubana y su influencia se dejaba
notar: estallaron guerrillas por todas partes, ya fuera en la ciudad o
en el monte. "América Latina está viviendo el momento de mayor conmoción
política de la última década", escribió en uno de sus primeros
informes. Kapuscinski pudo leer poco después los diarios del Che. La
química se produjo al instante y, en Lima, se encerró en la habitación
de un hotel durante tres meses para traducirlos. En La guerra del fútbol (Anagrama, 1992; traducción de Agata Orzeszek) y Cristo con un fusil al hombro
(Anagrama, 2010; traducción de Agata Orzeszek) se recogen algunos de
los reportajes en los que Kapuscinski trabajó durante los cuatro años y
medio que vivió en América Latina. En el último de ellos hay un texto
dedicado a Allende y al Che. Cuenta sus trayectorias, señala sus
diferencias, establece entre ambos algunos paralelismos. Escribe, por
ejemplo, a propósito de sus principios morales: "Allende desea preservar
la honestidad ética. De la misma manera se comporta Guevara". (Hoy a
las siete de la tarde se proyecta en la Casa del Lector, en Madrid, una
entrevista que se le hizo a Kapuscinski en televisión y, a las ocho,
distintos periodistas españoles hablan de su trabajo).
En el reportaje que da título a uno de esos dos libros, Cristo con un fusil al hombro,
Kapuscinski se ocupa de reconstruir la guerrilla de Teoponte, la
segunda que se produjo en Bolivia después de la del Che. El 18 de julio
de 1970, 67 jóvenes combatientes se subieron en un par de autobuses en
La Paz para irse a iniciar la revolución en un rincón de la selva del
noreste de Bolivia, y el 19 irrumpieron en las dependencias de una
empresa minera estadounidense para llevarse a dos rehenes y toda la
pasta que contuviera la caja fuerte (una miseria, en aquel momento). En
la minuciosa reconstrucción que ha hecho de esa guerrilla, el
historiador boliviano Gustavo Rodríguez Ostria va desgranando detalle a
detalle los preparativos, el desarrollo y el fracaso de la empresa. De
todos los que cruzaron el río para meterse en la selva con la hipótesis
de sacudir los cimientos del capitalismo solo sobrevivieron nueve. La
reacción del ejército fue desproporcionada y de una crueldad
innecesaria. En octubre, eran ya 1.251 los soldados que se habían
desplazado a la zona para enfrentarse a los catorce combatientes que
todavía sobrevivían como podían. Los demás, salvo uno que desertó al
principio, habían sido liquidados. Los militares no se complicaron la
vida en aquella misión. Su objetivo era que no quedara ninguno, así que a
los que cogían los mataban. El 2 de noviembre, todo había acabado. Los
pocos que sobrevivieron tuvieron la suerte de que, a principios de
octubre, un accidentado golpe militar terminara llevando al poder a Juan
José Torres, un militar de izquierdas que logró detener la rapiña y
permitió que los que aún resistían pudieran salir camino a Chile.
Como sucede en muchos de los reportajes de Kapuscinski,
las cosas suceden a un ritmo vertiginoso y el reportero va teniendo la
suerte de que las piezas que necesita para armar su relato se le
presenten una detrás de otra como quien ha ordenado un menú. Empieza
entrevistando a Óscar Prudencio, el rector de la Universidad de San
Andrés de La Paz, que le enseña en su despacho las marcas que hay en su
mesa de las balas que le llovieron durante un reciente enfrentamiento
entre estudiantes anarquistas y trotskistas. "En este país", le dice,
"la vida no vale nada". Enseguida el rector lo invita a un homenaje que
va a celebrarse por los que cayeron en Teoponte. Kapuscinski describe el
acto, luego habla de los sótanos de un local donde acude a escuchar a
un guitarrista y cuenta la historia de los hermanos Peredo (uno de ellos
no reconoció, más tarde, la descripción que hizo de su padre): Coco
murió en la guerrilla del Che, Inti cayó cuando preparaba el desafío de
Teoponte y Chato terminó siendo el jefe de aquella historia y uno de los
supervivientes (en la imagen, publicada en Los Tiempos de
Cochabamba, es el del centro, y aparece con otros combatientes). El
texto continúa con la descripción de las vicisitudes vividas en Teoponte
y con el golpe que llevó a Torres al poder. No hay sombra alguna que
cuestione la guerrilla en el relato de Kapuscinski sino más bien una corriente de simpatía por el coraje de aquellos muchachos.
En Non-Fiction,
donde aborda con todo detalle la fascinación de Kapuscinski por el Che,
Artur Domoslawski observa que no le dio tiempo a analizar "cuáles son
las diferencias entre el Cristo con un fusil de los años sesenta y
setenta, y el Mahoma con un fusil de hoy". Sea como sea, en el relato
que hace de Teoponte el apabullante talento de Kapuscinski
vuelve a emerger a la hora de cazar el espíritu de una época. Lo hace
en la descripción del homenaje que se hace a los guerrilleros caído en
la batalla. O cuando selecciona algún fragmento de las cartas que uno de
sus líderes, Néstor Paz, le escribió cuando estaba en la selva a su
mujer Cecilia: "Ninguna muerte es inútil si la ha precedido una vida
dedicada a otros, una vida en que hemos buscado sentido y valores. Te
beso tiernamente, te tomo entre mis brazos…".
Fuente: El Rincón del Distraído
No hay comentarios:
Publicar un comentario